Estaba preparando mi viaje a Nueva Orleans con el fin de documentarme para un nuevo proyecto cuando decidí leer Lejos de Luisiana.
[La abismal diferencia entre ver y observar]
El día que le entregaron el Premio Planeta a Luz Gabás supe que la iba a admirar para siempre. Aquel "estoy muy orgullosa de mí misma", ante un auditorio, es una declaración que me gustaría poder hacer algún día, si mi autoestima me diera una tregua, y mucho más en unas circunstancias como aquellas.
Empecé a leer el libro e identifiqué las historias reales, las biografías tras los personajes y hablé con la escritora. Ambas nos quedamos impresionadas en nuestra conversación sobre los Saint-Maxent y los Destrehan, de quienes la mayoría de los españoles no han oído hablar.
Tras aquella primera conversación, creció mi reconocimiento a su obra. Solo sabiendo algo y habiendo estudiado bastante de una época en un lugar, puede hacerse una a la idea del trabajo de documentación tan grande que Luz ha llevado a cabo para este libro. Ya me gustó con Palmeras en la nieve, pero sus historias sobre los indios, cuidadas hasta el último detalle, me dejaron embelesada.
Había reservado una visita privada a la Plantación Destrehan, la más antigua que se conserva en Nueva Orleans, y decidí llevar la obra de Luz de vuelta a sus orígenes. También quise llevarle una a su alcaldesa y contacté con ella, pero declinó mi visita con una excusa.
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Pude comprenderlo cuando llegué a NOLA (como se conoce la ciudad en sus siglas) y comprobé de primera mano que han borrado todos los vestigios que quedan de la época española. Apenas unas placas en el French Quarter -el Barrio Francés- hechas en cerámica de Talavera recuerdan el nombre de las calles del periodo en el que estuvo gobernado por nuestros paisanos, Ulloa, O’Reilly, Unzaga, Gálvez y todos sus sucesores.
También queda una fuente preciosa en una plaza, regalo de los Reyes de España. Pero todo lo demás está relegado a las asociaciones históricas. Ni un museo, ni una exposición, ni un souvenir en la ciudad bañada por el Misisipi. La 'memoria histórica' ha hecho borrar del Sur todos los vestigios que tengan que ver con los tiempos de los barcos que llegaban de África cargados de esclavos.
Sin embargo, Destrehan sigue allí, precioso. También es el símbolo de cómo vivían los dueños, los trabajadores y los esclavos. Abre la mente para comprender una sociedad. Entiendo mucho mejor desde que estuve en aquel lugar el calor, las condiciones en las que vivían todos, la vulnerabilidad ante las inclemencias climáticas, la siniestra amenaza de los bellos manglares que solo en apariencia son idílicos.
Aquí les dejo el vídeo de Daniel Cantoriano, uno de los guías que cuidan la tradición de Destrehan. Pueden preguntar por él si quieren hablar en inglés, en francés o en español.
Ahora es mi amigo y porta orgulloso el Premio Planeta de 2022. Si van a ir a Nueva Orleans, no olviden visitar una plantación -esta sin lugar a dudas- y pidan que les cuenten anécdotas.
A mí me encantó que me explicaran que esas ramas colgantes de los robles han recibido diferentes nombres según los gobiernos de antaño. Los franceses lo llamaban 'la barba de los españoles' y los españoles 'las pelucas de los franceses'.
Hay lugares en el mundo en los que la naturaleza le tiene reservado el color azul tan solo al cielo. Así es Nueva Orleans. Las aguas del Misisipi son marrones como la arcilla y el limo que arrastran, como si cubriesen a sabiendas las profundidades siniestras que tanta carne humana han engullido.
Sin embargo, cerca de Destrehan, los manglares sirven de espejo verde a los árboles frondosos y la madre naturaleza rechaza otros tonos que no sean los de las hojas esponjosas y enhiestas a un tiempo. El negro, los grisáceos y los parduzcos tienen algunas concesiones en las tierras de los caimanes, pero el azul, tan solo puede verse en el cielo.
Las aguas son verdes, las aguas son marrones, sea el rey francés o español. El celeste es para Dios, no para los hombres, en Nueva Orleans.
Los franceses habían querido bajar el celeste a la tierra de Luisiana plantando índigo. Los violáceos de los jabones de las casas elegantes y los azules de las casacas militares se teñían antaño con el índigo que los esclavos cosechaban bajo un sol blanco y naranja que manchaba el azul. La caña de azúcar acabó con la afrenta humana al templo del color del cielo. Era más rentable, mucho más. El clima caribeño del norte no ayudaba.
Y más del vil metal y del tiempo, los arcanos parecían confabularse para expulsar el índigo del cielo: bajó la demanda de tinte para uniformes y Europa era un hervidero de emociones políticas. Así que Destrehan se quedó para el algodón, para la caña de azúcar y para ser un remanso de historia al alcance de todos.
Apunten en sus agendas para poder hacerlo en algún momento de su vida: Lejos de Luisiana y Plantación Destrehan, un maridaje perfecto en la carretera de San Agustín que unía Florida con México.