Tanto su belicoso padre, Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, Valencia y Mallorca y conde de Barcelona, como su notable esposo, Alfonso X el Sabio, han sido epicentro de una gigantesca bibliografía, de incontables estudios destinados a analizar y reconstruir sus gestas y decisiones al detalle. Entre ambos colosos, bajo la sombra del olvido, en un lugar residual de la Historia, se cuela la figura de Violante de Aragón, reina y mujer menospreciada por los cronistas medievales, que tampoco ha recibido demasiada atención de los historiadores modernos.
De hecho, la única biografía que existe sobre esta monarca castellana, cuya intervención en la vida del reino y en los entresijos de la política fue fundamental, se ha publicado en fechas recientes, en 2017. Su autora es María Jesús Fuente, catedrática de la Universidad Carlos III e investigadora centrada en estudiar a las reinas medievales y dar a conocer a las fascinantes mujeres que esconde la historia. El título es Violante de Aragón. Reina de Castilla (Dykinson).
Nacida hacia 1236, fue hija de Jaime I de Aragón y Violante de Hungría. Apenas se conocen datos sobre su infancia —hay muy pocas fuentes de archivo que hagan referencia a su vida—: llegó a Castilla siendo todavía una niña y se casó en Valladolid a finales de diciembre de 1246 con el infante Alfonso, futuro rey. La joven apenas había alcanzado la primera decena de su vida cuando ya se colocaba sobre su menudo cuerpo la pesada carga de la sucesión del reino.
Y no lo solventó sin contratiempos: probablemente por su extrema juventud, Violante no conseguía cumplir con su obligación de quedarse embarazada. Hasta tal punto llegó la desesperación de Alfonso X —acrecentada con la muerte de su padre, Fernando III el Santo, en 1252 y su consecuente ascenso al trono castellano— que hizo llamar a la princesa Cristina de Noruega. El monarca se planteó seriamente repudiar a su primera esposa solicitándole al papa la anulación de enlace para poder contraer un segundo matrimonio.
Pero cuando la nueva candidata a actuar como reina de Castilla llegó a la corte, Violante ya esperaba a su segunda hija. La confirmación de que no era tanto un problema de fertilidad —pues llegaría a engendrar un total de once vástagos— sino de precocidad. Confirmadas sus aptitudes como "contenedora" de los hijos del monarca, de su papel de esposa, madre y miembro de la familia real, Violante se bregó en el ejercicio político durante tres décadas, alcanzando capacidad de gobierno y ejerciéndola con cierto éxito. El único borrón en este sentido es que falló a la hora de gestionar una sucesión pacífica entres sus hijos.
Conflicto sucesorio
A pesar de ser tildada en ocasiones como "mala mujer" o "asesina" al endosarle la muerte de su hermana Constanza, casada a su vez con otro de los hijos de Fernando III de Castilla, en la biografía de Violante sobresalen sus intervenciones como eficaz mediadora en las tensiones internas del reino y con los territorios vecinos. Actuó de termómetro en la no muy buena relación entre su padre Jaime y su marido Alfonso, y calmando también los malestares de los nobles castellanos en diversas ocasiones.
Entres sus actuaciones más brillantes se encuentra precisamente la reunión mantenida en 1273 con la nobleza exiliada y los representantes del reino de Granada para solucionar una situación de crisis a la que había llegado el reino y poner el punto y final a la rebelión. Aunque tan solo dos años más tarde su vida daría un brusco giro: en 1275 murió Fernando de la Cerda, el primogénito del matrimonio real, cuando se dirigía a hacer frente a una invasión árabe.
Según las leyes del reino, el trono debía ser heredado por el segundo varón en la línea sucesoria, es decir, el futuro Sancho IV el Bravo. Sin embargo, el derecho romano introducido en el Código de las Siete Partidas establecía que la corona debía corresponder en este supuesto a los descendientes de Fernando de la Cerda. Violante se decantó por sus nietos, los infantes de la Cerda, antes que por su hijo.
Al estallar el conflicto por quién ser haría con el trono de Castilla a la muerte de Alfonso X, que se registraría en 1284, Violante abandonó la corte rumbo a Aragón, buscando el apoyo de su hermano Pedro III. Este, sin embargo, no accedió a su empresa temiendo las consecuencias de enfrentarse al monarca. Violante, tras ver fracasada su apuesta, regresó al reino castellano en torno a 1277. Nunca más volvería a cruzarse con su esposo: si ya desde el principio el matrimonio no había sido bien avenido, desde ese momento la relación sería nula, con posiciones irreconciliables y enemistadas.
Sancho IV sería proclamado nuevo rey, pero moriría una década después, en 1295. Violante, todavía con vida, volvió a reclamar el trono para los infantes de la Cerda en vez de reconocer a Fernando IV, hijo de Sancho y María de Molina. Aunque nuevamente no obtendría el éxito anhelado. La reina de Castilla moriría en Roncesvalles, en el reino de Navarra, en 1301, poco después de haber peregrinado a Roma. Recibió sepultura en la Real Colegiata de Santa María, pero el paradero de sus huesos es en la actualidad una incógnita.