La peculiar moral de la Antigua Roma no veía con buenos ojos a las mujeres con iniciativa, empoderadas. Todo lo que no fuera un comportamiento rígido y discreto se consideraba una conducta de prostituta. Cualquier fémina cuya conversación fuera inteligente y desinhibida, relata el historiador Tom Holland en su magnífica obra Rubicón (Ático de los Libros), se exponía a que la acusaran de libertina. Las damas de la aristocracia "no tenían otra opción que ejercer su influencia entre bambalinas, de forma encubierta, alentando y seduciendo a aquellos sobre los que querían influir, engatusándolos para que entraran en lo que los moralistas se apresaban a denunciar como un mundo femenino de cotilleos y sensualidad".
También se enfrentaban a incómodas restricciones: el emperador Augusto, por ejemplo, las relegó a las últimas filas de los teatros y circos. Pero a pesar de que su independencia pueda parecer limitada si nos basamos en parámetros modernos, las romanas eran unas privilegiadas en comparación con sus homólogas de la Grecia Clásica o el Oriente Próximo. Además, como señala Mary Beard en SPQR (Crítica), "a la muerte de su padre, una mujer adulta podía poseer propiedades por derecho propio, comprar y vender, heredar o hacer testamento y liberar a esclavos: muchos de los derechos que las mujeres británicas no consiguieron hasta la década de 1870".
Incluso se les permitió luchar como gladiadoras, como lo hacían los hombres. Así lo atestiguan las fuentes clásicas: en la época de Nerón, según el historiador Dion Casio, se celebraron combates de gladiadoras, por ejemplo, durante los funerales de su madre; mientras que Suetonio evoca los combates de mujeres ofrecidos por el emperador Domiciano durante la noche y a la luz de las antorchas. Además, se conocen evidencias legales: una ley del año 11 d.C. prohibía específicamente a las féminas nacidas libres menores de 20 años aparecer en la arena. Unas restricciones que se incrementarían en 19, cuando al veto se añadió a las hijas, nietas y biznietas de senadores, así como a las esposas, hijas y nietas de caballeros.
"Muchas mujeres fueron auténticas profesionales de la arena del anfiteatro, y no sólo sirvieron para formar parte de espectáculos gladiatorios puntuales. Los combates de gladiadoras se organizaron siempre al mismo tiempo que los de los hombres y eran muy apreciados por los romanos", escriben los investigadores Mauricio Pastor y Alfonso Mañas, de la Universidad de Granada, en su estudio Munera gladiatorum. Mujeres gladiadoras.
Aunque fuesen casos poco habituales —los romanos no disponían de una palabra como gladiator para describir a las mujeres que luchaban en la arena—, para alcanzar el título de gladiador había que entrenarse en una escuela (ludus). Y de esa preparación las fuentes romanas también han dejando constancia: el poeta Juvenal menciona en una de sus obras que las féminas de cualquier clase social se adiestraban para la gladiatura con los medios y armas que sus colegas varones.
"Por lo que respecta a las de clase alta (feminae), no parece probable que entrenasen para luchar en el anfiteatro y mucho menos por dinero, sino que, principalmente, entrenarían como medio para pasar el tiempo libre, en parte para mantenerse en forma, en parte para reafirmar su independencia frente a la sociedad patriarcal en que vivían", valoran los expertos. "En cuanto a las mujeres de clase baja (mulieres), sin dinero ni tiempo libre, si se entrenaban como gladiadoras, era para conseguir dinero; es decir, esa preparación les posibilitaba combatir como gladiadoras a un nivel lo suficientemente espectacular como para recibir dinero a cambio".
Los pechos al aire
La prueba arqueológica que confirma esta práctica es un relieve de mármol del siglo I-II hallado en la antigua ciudad griega de Halicarnaso, en la costa suroccidental de la actual Turquía. En la pieza, que se conserva en el British Museum de Londres, se representa a dos mujeres gladiadoras, Amazonia y Achilia, pertrechadas con las mismas armas y vestimentas que los hombres. También como ellos y siguiendo las normas de los combates, aparecen con el torso desnudo, desvelando que sus pechos quedaban al aire, conectando con la imagen que tenían los romanos de las exóticas y bárbaras amazonas.
¿Constituía este ejercicio una fantasía sexual para los romanos o lo aceptaban como un verdadero enfrentamiento deportivo? "Creemos que los espectadores, al ver salir a dos luchadoras desnudas de cintura para arriba, sólo verían dos luchadoras y se centrarían en apreciar la competición deportiva, causando poca interferencia la carga erótica que pudiesen tener sobre ellos", valoran Pastor y Mañas citando otros elementos de claro carácter sexual durante la celebración de los espectáculos de gladiadores (munera gladiatorum).
Al ser su presencia sobre la arena bastante esporádica, las fuentes relacionan la aparición de las gladiadoras con el lujo y el exotismo, de ahí que en un buen puñado de casos fuesen naturales de Etiopía. Eran un activo muy cotizado y atractivo, también para las celebraciones organizadas por el Estado. De hecho, la mayor parte de los autores que se refieren a mujeres gladiadoras en munera las sitúan en espectáculos ofrecidos por el emperador, sobre todo durante el reinado de Nerón, que de suntuosidad y pompa no andaba corto.
En clave feminista, los investigadores hacen una división de la sociedad romana en cuanto las actitudes hacia la mujer aristócrata: por un lado estaría una parte más progresista que vería bien el movimiento de ciertas damas urbanas de clase alta para conquistar espacios tradicionalmente reservados a hombres como el deporte gladiatorio —para disgusto y humillación de sus padres y esposos—; mientras que por otro, su destreza y coraje con las armas serían motivo de orgullo para el paterfamilias.
En cualquier caso, las presencia de las gladiadores de cualquier condición social en la arena concluiría en el año 200 por orden de Septimio Severo. "No debe entenderse como el surgimiento de un mayor interés por proteger a las mulieres, sino que se debe sólo a que la actuación de las mulieres llevaba a los espectadores a hacer chistes sobre ellas; chistes que eran irrespetuosos también para cualquier clase de mujer —incluidas las damas de clase alta—", concluyen los expertos. Un curioso ejemplo más de la extraña moral de la Antigua Roma.