Natalia, la azafata de Iberia que bajó del cielo a la calle: ve otro mundo repartiendo comida
Natalia Galiana, como medio país, se vio afectada por un ERTE y tras dejar temporalmente sus vuelos de largo radio se dedica a patear las calles de Madrid repartiendo comida entre los más necesitados.
29 mayo, 2020 02:58Noticias relacionadas
La mujer no llega a final de mes. A veces ni siquiera a principios. Se lo gasta todo en su vicio particular: las personas. A la edad en la que la mayoría de la gente se jubila, Ángeles decidió, tras 25 años de profesora de Educación Especial en un colegio de Madrid, que su aportación a la sociedad no se acababa ahí, que aún le quedaba carrete para mucho más. Ahora, desde lo alto de sus 72 años y tras 16 años al mando de la asociación de Ángeles Urbanos, queda patente que así es. Pero esto, esa tarde de principios de abril del 2020, yo aún no lo sabía.
Para llegar a esa tarde de abril, al momento en que conocí a Ángeles Ramos, primero tuve que quedarme en tierra, dejar de volar en Iberia como tripulante de cabina de pasajeros, a causa de un ERTE, y pensar qué podía aportar yo a mi entorno en esos tiempos difíciles. Tiempos difíciles sí, pero también tiempos en los que los gestos y las ganas de ayudar le están ganando la mano al coronavirus. Demasiados años con el movimiento metido en mi sistema me impedían quedarme quieta. Para ver mundo no hace falta viajar muy lejos. Al menos hasta que podamos volver a volar. Y cambiar los vuelos de largo radio y las calles de Miami, La Habana o Bogotá por las de Madrid se me antojó la mejor forma de arrimar el hombro.
Para llegar a esa tarde de abril también tuve que conocer las diferentes labores de la Fundación ONCE. Con la declaración del estado de alarma, la necesidad de voluntarios para diversas áreas y organizaciones se hizo patente en poco tiempo. Si todos nos quedamos en casa ¿quién cubrirá esas necesidades cada día más numerosas, más acuciantes, más dramáticas? La Fundación ONCE, con quien ya había colaborado de forma indirecta, me pareció la opción más valida. Unos días después de acceder a su plataforma de voluntariado me incluyeron en su chat de voluntarios para Madrid, desde donde se lanzan las misiones.
Tras participar en la recogida de medicamentos en un hospital de Madrid para trasladarlos a la casa de un particular, surgió la posibilidad de una tarea para dos personas: un conductor y un voluntario para repartir alimentos a familias desfavorecidas.
No solemos planteárnoslo pero siempre hay una primera vez para todo: la primera vez que montaste en bici, la primera vez que te besaron, la primera vez que repartiste comida para los hambrientos o necesitados… Intento buscar palabras amables, que no hieran, pero es difícil. La crisis del coronavirus ha golpeado y muy duro a una parte de la sociedad española que ve como su vida anterior, ya de por sí complicada, se desmorona.
"Tenéis que recoger la furgo en la sede de la Fundación para luego ir a por Ángeles en el centro que tiene la asociación en Hortaleza". Las indicaciones telefónicas de Lucía Díaz, la coordinadora de voluntarios de la Fundación ONCE parecen bien sencillas. Coordinar nuestra llegada con la del furgón del Banco de Alimentos, el del reparto de Mercamadrid, el de los alimentos que le compra la Fundación y ponernos a organizar los lotes de comida es una tarea cuanto menos entretenida. Y todo ello a velocidad punta para lograr que el reparto, cuya ruta pasa por todo Madrid, llegue a todos los beneficiarios.
Voluntaria todoterreno
Nada más sentarse Ángeles, la furgoneta se llena de anécdotas Siete horas de reparto de alimentos dan para mucho. Esta mujer de 72 años es puro nervio. No podría ser de otra forma, porque para sacar adelante todos los proyectos que abarca la asociación que preside hace falta una energía inconmensurable. Su cuerpo, frágil en apariencia, lleva más de dos meses aguantando un ritmo que pocos podrían seguir.
Cuando por el estado de alarma tuvo que cerrar el centro de formación para personas con diversidad funcional adoptó una nueva rutina. Por las mañanas llenaba su carro de la compra hasta los topes y se recorría medio Madrid en el escaso transporte público que aún seguía funcionando para ayudar a "sus" familias. Por las tardes seguía con las clases de alfabetización y estimulación a domicilio. Y cuando abrieron el hospital de Ifema, pasó noches enteras como voluntaria, enfundada en su traje EPI, acompañando a enfermos, a veces hasta la muerte. “¡Me han hecho más test que a los políticos!” dice con gracia al contarnos su día a día.
Cuando vio que así no hacía más que desgastarse sin cumplir con su objetivo, se volvió hacia quienes ya la habían ayudado en más ocasiones, la Fundación ONCE. Desde ahí pusieron a su servicio una furgoneta y un séquito de voluntarios que prestamos apoyo a la asociación, además de proporcionarle un pedido de alimentos que desde entonces le llega religiosamente cada semana a las puertas de la asociación.
Otra parada más. El procedimiento siempre es el mismo: llamamos un rato antes de llegar a la dirección de entrega. Pedimos que bajen a por el lote para no entrar en ninguna casa, aunque a veces es imposible no hacerlo: ¿cómo vas a dejar una caja con alimentos en un portal para que una mujer que vive sola con un bebé y un niño con movilidad muy reducida baje a por ella? ¿Cómo no vas a tomar los datos de quien se te acerca preguntando por los requisitos para optar a esa ayuda de alimentos?
Tras varios repartos con Ángeles empiezo a pensar que es la personificación de la Madre Teresa en España. Sin pertenecer a ninguna orden. Ni falta que hace. Porque para hacer el bien no hace falta mucho, solo querer. Carecer de orgullo, pudor o vergüenza. Tener un corazón desproporcionado. Y una energía sin límites.
Y es que Ángeles — que bien podría llamarse Milagros— se rige por unos preceptos que le inculcaron dos de las personas más importantes que le puso a tiro la vida: "estruja el día", adquirido del ejemplo de su padre, a quien con 12 hijos aún le sobraba tiempo para convertirse en alcalde del pueblo y cuidar del mundo que le rodeaba y "da lo que tienes", aprendido de los ocho años de voluntaria en el comedor social de la Madre Teresa de Calcutta en Carabanchel. Así, casi sin querer, escogió Ángeles una vida entregada a los demás, a los más débiles, a los más necesitados, a los que nada esperan.
Por no tener, esta mujer de 72 años no tiene ni casa, pero le sobran corazón y arrojo. Unas casas que tenía las puso a nombre de la asociación para convertirlas en pisos tutelados para chicos con discapacidad. Y es que las familias de Ángeles son personas desfavorecidas y vulnerables como pocas, a las que la crisis del COVID-19 ha dejado pobres como ratas. Porque para quien tiene un sueldo exiguo, una cuenta al día y además un familiar con discapacidad, un trabajo, cualquier trabajo, marca la delgada línea entre malvivir o sobrevivir de la beneficencia
"Ay Lucía, maja, que me he quedado sin dinero. Lo poco que quedaba se me ha ido en pagar a los transportistas para que llevasen los lotes de comida. ¡Que se van a morir de hambre, que no tienen nada!” Lo dice sin grandes estridencias pero con la urgencia de quien conoce el valor de sus palabras. Como mucho se le agudiza un poco el tono, pero esta mujeruca de 72 años no eleva nunca la voz aunque a veces, cuando se le encoge el corazón, su discurso adquiera la velocidad de una ametralladora. De sus conversaciones telefónicas durante el reparto voy recabando información de lo que es su vida.
"Ese hombre no puede volver a su casa. Me lo ha dicho la trabajadora social, que con dos menores no puede volver. De ninguna de las maneras". Miro el reloj. Son las 7.58 horas. Me he convertido en la secretaria de Ángeles incluso cuando no hay reparto y eso me honra sobremanera. "A ver, apunta la dirección… Ay, Natalia, la mujer tiene una voz tan dulce, parece mentira por lo que ha pasado… Tienen dos niños de 3 y de 9. Apunta el nombre… Me ha dicho que le habían hablado mucho de mí, ¿sabes?" Detecto una sonrisa que se le cuela entre las palabras. Porque si hay algo que le guste a Ángeles es cumplir con su cometido vital, ayudar a los demás.
Han pasado más de 6 semanas desde que conocí a Ángeles y parecen una vida. Al comienzo del estado de alarma empezamos repartiendo comida para las 50 familias más vulnerables con las que trabaja Ángeles asiduamente. Ahora las familias beneficiadas son más de 70.
Entre todos hemos ido mejorando, optimizando las rutas y la técnica de reparto, la elaboración de los lotes. La Fundación ONCE ha puesto a más voluntarios a disposición de Ángeles. La mujer recibe peticiones de todas partes: personas derivadas de la propia Fundación, del párroco de su barrio, de los trabajadores sociales, de los inspectores de Banco de Alimentos… Cuando nadie quiere o puede hacerse cargo, ahí está Ángeles. Como caída del cielo.
Le quedan muchas preocupaciones por delante. Conseguir fondos para alimentos y medicación, alquiler de viviendas y de locales más amplios que respondan a las necesidades crecientes de la poblacióna la que apoya en los tiempos que corren es una tarea ingente, incluso para esta Premio Nacional Mujer en Valores Humanos 2012 que, sin pensárselo, se pone el mundo por montera y logra sacar hasta de donde no hay.