Maestra, novelista, dramaturga, ensayista, traductora, feminista, militante socialista y diputada durante la Segunda República, exiliada... Una mujer excepcional, fuera de lo común, pero una figura, a pesar de semejante bagaje, olvidada, desconocida. Porque hay un hecho en la biografía de María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974) que determina su obra y su legado: su nombre no aparece en la portada del gran número de libros y obras de teatro que escribió. Estaban firmados por su esposo, Gregorio Martínez Sierra. El hombre llevándose los aplausos mientras ella seguía creando desde la sombra.
A comienzo del siglo XX español estaba muy mal visto que una mujer manifestase públicamente su creatividad literaria. Lejárraga y Martínez se casaron en 1900, y en ese contexto puede llegar a comprenderse que los dos jóvenes enamorados, apasionados del mundo de las letras, decidiesen publicar sus obras —algunas de ellas elaboradas con una pluma conjunta— bajo el nombre del varón. Pero tras veinte años de matrimonio, Gregorio, que era quien saboreaba el éxito social, renegó de su 'negra' y la cambió por la famosa actriz Catalina Bárcena, con quien tuvo una hija.
La pareja se separó pero nunca se llegaría a divorciar —una medida que no sería aprobada hasta la instauración de la Segunda República—. Lo más sorprendente es que María siguió escribiendo durante más de una década las obras con las que triunfaba su marido ausente —algunas de las más conocidas son Canción de cuna y El amor brujo o el libreto para El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla—. Y así lo continuaría haciendo en el exilio, hasta 1947, cuando murió su compañero. Ya septuagenaria y asfixiada económicamente, tuvo que reinventarse para desprenderse de esa ocultación anterior: empezó a firmar como María Martínez Sierra.
En esa última etapa escribió sus memorias Gregorio y yo, en donde explicaba en qué había consistido la colaboración literaria entre ambos. Pero a pesar de los sentimientos que inundan ese texto y otros autobiográficos como Una mujer por caminos de España (Renacimiento), el repaso sobre su faceta política, la vida de María Lejárraga se apagó casi a los cien años con muchos interrogantes y enigmas que dejó sin resolución: ¿por qué decidió ocultar su propio nombre? ¿Qué secreto la empujó a ello? Esos interrogantes son los que trata de resolver Isabel Lizarraga, una de las mayores especialistas en la vida de la escritora y política, en Luz ajena (Espuela de Plata).
El motivo del disfraz
Y ese misterio tenía que resolverse en forma de novela —sustentada en mucha documentación—, porque para conocer los verdaderos entresijos de la desaparición de Lejárraga, defiende la investigadora en el prólogo, había que resucitarla y hacerla hablar, que contase lo que nunca llegó a confesar. "Me propuse reinterpretar su autobiografía: para eso tenía que leer las obras que escribió según el momento en que fueron engendradas, tenía que buscar información complementaria en las bibliotecas (...) Quería comprender de verdad el porqué de su disimulo y explicar así el motivo de su disfraz", señala la autora.
Luz ajena es una suerte de radiografía psicológica y temporal de los motivos que llevaron a María Lejárraga a firmar con el nombre de su marido y a renegar de su autoría. En la novela se atisba su maduración intelectual y la evolución de las primeras obras hasta esos últimos años de nostalgia en Buenos Aires. También su relación con el feminismo —era una activista contra la prostitución legalizada, además de oponerse a la pena de muerte, la guerra y el fascismo—, de quien fue una de sus voces en esa España del primer tercio del siglo XX; pero un compromiso que en parte colisiona con la ocultación de su nombre.
María Lejárraga fue una de las grandes escritoras de su época, pero su nombre no ha aparecido en sus libros hasta las reediciones actuales —además de esta novela y sus memorias políticas, Renacimiento también ha publicado Viajes de una gota de agua, un volumen de tres piezas teatrales, y Tragedia de la perra vida y otras diversiones, que recoge prácticamente la totalidad de su obra dramática—. La hija de su marido y Catalina Bárcena, con el consentimiento de la Sociedad General de Autores, jamás consintió que su nombre apareciese junto al de Gregorio en las posteriores reediciones de sus obras.
Por si su relegación literaria no fuese suficiente, la escritora republicana se integra en la terna de primeras diputadas de la Segunda República ensombrecidas las figuras de Clara Campoamor, Margarita Nelken y Victoria Kent, las pioneras. Lejárraga, afiliada del PSOE, obtuvo un escaño por Granada en las elecciones de 1933, y luchó también con sus escritos por los derechos de la mujer.
Pero no lo hizo solo desde el Congreso: la dramaturga fue cofundadora del Lyceum Club de Madrid, creó la Asociación Femenina de Educación Cívica, fue miembro de la Residencia de Señoritas o del grupo de Mujeres Antifascistas. La guerra terminaría empujando al exilio a esta brillante y excepcional mujer, que ahora reemerge de un enigmático silencio.