Stella Goldschlag era una mujer talentosa, con una gran ambición y muy bella. Lo tenía todo para ser una estrella del jazz en el Berlín de entreguerras, salvo por una cuestión vital: era judía. La sangre, sin embargo, no comulgaba con su apariencia: el pelo rubio de la joven, sus ojos azules y su tez blanquecina la convertían en prototipo de fémina aria, un disfraz natural que no le serviría para esquivar las persecuciones de los nazis y su maquinaria de exterminio.
Su familia —Stella era hija de un compositor y una cantante de conciertos— había intentado huir de la capital alemana después de la Noche de los Cristales Rotos, un viaje fallido a la salvación al no lograr permiso para salir del país. En 1943, cuando tenía 21 años y la II Guerra Mundial ya se decantaba del lado del bando aliado, la joven fue finalmente arrestada por la policía secreta nazi. La sometieron a infernales torturas para que desvelase el paradero de otros judíos que seguían viviendo de forma clandestina en la ciudad. Ella aceptó con una única condición: que su familia fuese protegida.
Desde ese momento, se convirtió en la espía más terrorífica de la Gestapo. Bajo el paraguas de ser una judía, una resistente más, Goldschlag comenzó a tender trampas a los suyos: se camelaba a algunos hombres, los asaltaba en las esquinas y en las paradas de metro y les prometía comida para luego encañonarlos con una pistola y entregarlos a una muerte segura. Por cada "rata judía", como así les gritaba en algunas ocasiones, que traicionaba le pagaban 300 marcos. Atemorizados, sus hasta entonces colegas la bautizaron como "el veneno rubio".
Se calcula que al menos entregó a 300 judíos, aunque otras fuentes elevan el cómputo hasta el par de miles. Cada vez que cazaba a una mujer, rebuscaba en su bolso y entre sus pertenencias en busca de direcciones y otras pistas que le condujesen al escondite de nuevas presas. Incluso en una ocasión llegó a delatar ante la Gestapo a una antigua compañera del colegio. Y así lo siguió haciendo hasta el último minuto de la contienda, cuando sus padres ya habían sido deportados a Auschwitz en un tren de ganado.
La historia de Stella Goldschlag la ha recuperado el periodista y escritor alemán Takis Würger en una novela, titulada Stella, que se ha convertido en un bestseller en Alemania y que aterriza esta semana en las librerías españolas editada por Salamandra. Allí, en su país de origen, el libro levantó una enorme polvareda al ser tildado por la crítica como un relato "kitsch del Holocausto", frívolo, moralmente reprobable al empujar al protagonismo a un personaje con tantas víctimas a sus espaldas.
Superficial también porque el autor ha decidido incluir en la novela un romance de Stella, que se esconde bajo el seudónimo de la modelo Kristin, con un joven suizo que se muda a Berlín en 1942 para seguir con su carrera artística. La trama transcurre a lo largo de un año y en un Berlín donde, a pesar de la guerra, la vida nocturna en los cabarés y clubs de jazz sigue siendo efervescente.
La condena
En una pirueta a la postre inútil, Stella Goldschlag se arrimó a las víctimas del nazismo al término de la IIGM. Yo soy una más, dijo, pero los que había logrado zafarse de sus tretas la reconocieron rápidamente. Uno de estos fue Ernst Gunter Fontheim, que contaría más tarde: "Para aquellos que vivíamos en Berlín ocultos y conocíamos a Stella de antes, era una fuente de terror constante. Todas nuestras actividades estaban guiadas por la necesidad de evitarla. Habiendo vivido escondidos, sabían exactamente dónde buscarnos. De hecho, fueron mucho más efectivos de lo que cualquier funcionario de la Gestapo podría haber sido".
Un tribunal soviético la condenó en 1946 a diez años de reclusión y trabajos forzados. Tras ser liberada y asentarse en el Berlín occidental, otro tribunal la condenó a una década más entre rejas por cooperar e incitar a un número indeterminado de asesinatos. Como ya había cumplido una pena similar en la RDA, se le conmutó. Convertida al cristianismo, Stella se erigió en una antisemita notoria a pesar de su pasado judío. Se casaría tres veces más hasta que se suicidó en 1994 tirándose desde el balcón de su casa en Friburgo.
En Alemania, la novela de Takis Würger también provocó la reedición de la biografía de la colaboradora de la Gestapo que el periodista Peter Wyden, un judío alemán emigrado en 1937 y que regresó en 1945 formando parte de las tropas estadounidenses, publicó en 1993. Él pudo entrevistar a Stella, a quien definió como "la Marilyn Monroe de nuestra escuela: alta, esbelta, de piernas largas, fresca, con ojos azul claro, dientes como los de los anuncios de pasta dentífrica, y piel pálida y sedosa". El disfraz de una forzada colaboradora del nazismo que no cesó en sus actividades ni a pesar de conocer el destino de sus padres.