La figura de Cristóbal Colón es tan enigmática como clave en la historia de la Humanidad. No se sabe con exactitud donde nació ni tampoco dónde está enterrado, puesto que España y República Dominicana siguen debatiendo sobre quién tiene los huesos del descubridor de América.
Sin embargo, lo que sí está documentado es la ayuda clave que supusieron estas cinco mujeres para que Cristóbal Colón pudiera llevar su empresa a buen puerto.
1. Felipa Moniz
Era hija de un famoso navegante portugués, Bartolomeu Perestrelo, hidalgo y de origen lombardo, que fue primer capitán, señor y gobernador de la isla de Porto Santo. Su familia no fue aristocrática aunque algunas de sus primas y primos acabaron siendo duques y marqueses.
Felipa conoció a Cristóbal Colón en 1479, en el monasterio de Santos, donde el almirante acudía a oír misa y ella estaba alojada. Se casaron de forma inmediata y tuvieron al primogénito de Colón, Diego, nacido alrededor de 1480, justo antes de que el descubridor huyera de Portugal y se refugiara en Castilla.
La muerte de Felipa Moniz también está rodeada de misterio. La historiografía la sitúa entre 1484 y 1485, como uno de los desencadenantes que acabaron haciendo que Colón huyera junto a su hijo Diego hacia la corte castellana. De no haber llegado ante los Reyes Católicos, nunca se habría iniciado su aventura.
2. Isabel Moniz
La madre de Felipa y, por tanto, la suegra de Colón. Isabel Moniz fue clave a la hora dotar de mayor conocimiento al navegante. Cuando supo de sus ansias de viajar, le facilitó mapas, cartas de navegaciones y documentos que su marido había ido recopilando a lo largo de su vida de aventuras.
Durante la estancia del matrimonio en Madeira, se alojaron en casa de Isabel Moniz y, según cuenta Hernando Colón, el segundo hijo del descubridor, le facilitó todos los papeles que habían hecho de su marido uno de los descubridores de las islas portuguesas.
"[l]e dio las escrituras y cartas de marear que habían quedado de su marido, con lo cual el almirante se acaloró más, y se informó de otros viajes y navegaciones que hacían entonces los portugueses a la Mina y por la costa de Guinea, y le gustaba tratar con los que navegaban por aquellas partes. Y para decir verdad, yo no sé si durante este matrimonio fue el almirante a la Mina o a Guinea, según dejo dicho, y la razón lo requiere; pero sea como se quiera, como una cosa depende de otra, y otra trae otras a la memoria, estando en Portugal empezó a conjeturar que del mismo modo que los portugueses navegaban tan lejos del Mediodía, igualmente podría navegarse la vuelta de Occidente, y hallar tierra en aquel viaje".
Según reconocen muchos historiadores, si lo que cuenta el hijo de Colón es así, la culpa de parte de los descubrimientos del navegante se encontraría en la información, cuidadosamente guardada de su suegra.
3. Beatriz Enríquez de Arana
Beatriz nació en la aldea de Santa María Trassiera, pero al quedarse huérfana se trasladó a Córdoba con unos familiares. En casa de su tío, en 1486, conoció a Cristóbal Colón cuando éste buscaba apoyo ante los Reyes Católicos para iniciar su proyecto a las Indias.
Aunque era de origen humilde, Beatriz aprendió a leer y a escribir, una educación que no era habitual en las mujeres de la época. Su vida tampoco fue la típica de la época: se enamoró de Colón y en 1488 se convirtió en la madre de Hernando Colón, el segundo hijo del descubridor.
Cuando Cristóbal partió a América, Beatriz se quedó al cargo de los dos vástagos del navegante, criando a Diego como si fuera hijo suyo. Aunque nunca se casaron, al morir Colón dejó su fortuna a Beatriz, aunque esta nunca la reclamó. Según algunos historiadores, su vida juntos se truncó con el descubrimiento puesto que se abría una barrera social entre el noble que estaba en la cumbre de la escala social y una campesina plebeya.
Sin embargo, Colón encargó a todos que la cuidaran, sobre todo a su hijo Diego: "A Beatriz hayas encomendado por amor de mí, atento como tenías a tu madre: haya ella de ti diez mil maravedís cada año, allende de los otros que tiene en las carnicerías de Córdoba".
4. Beatriz de Bobadilla y Ulloa
La 'señora de Gomera', como se conocía a Beatriz de Bobadilla y Ulloa, enviudó en 1488 de Hernán de Peraza, quedándose al mando de la isla donde Cristóbal Colón paró en sus viajes para conseguir víveres y alimentos antes de zambullirse en el Atlántico.
Muchos le atribuyen amoríos con Cristóbal Colón que, aunque no están documentados, muchos historiadores le dan crédito debido a los extraños movimientos que hizo el navegante para parar siempre en la Gomera, al menos unos días, y pasar juntos ese tiempo.
Miguel Cúneo, amigo y compañero del descubridor, asegura en una crónica que Colón, "en otro tiempo, estuvo prendado de amor" de Beatriz de Bobadilla. Sin embargo, también hay algunos expertos que niegan siquiera que el almirante coincidiera con ella en la isla durante su estancia.
Beatriz de Bobadilla abasteció a la flota de Colón en 1492, 1493 y 1498, cuando el navegante podría haber parado parado en otros puertos. Carlos Álvarez, autor de La Señora (2012) señala que "la insistencia de Colón en pasar por La Gomera cada vez que iba a América, cuando Gran Canaria ya estaba conquistada" no le parece casual, siendo Beatriz de Bobadilla "una mujer de gran belleza".
5. Isabel I de Castilla
Sin duda, el nombre más conocido de esta terna de mujeres, y también el más decisivo. La empresa de Cristóbal Colón de llegar a las Indias zarpando hacia el oeste nunca se hubiera registrado sin la intervención de Isabel la Católica. Fue ella la que apostó los maravedís de la Corona por los horizontes que se abrían. Su marido Fernando, más reflexivo y escéptico, desconfiaba de los planes del almirante genovés.
Ya terminada la guerra con el reino nazarí de Granada, Isabel logró convencer a Fernando para que brindasen su apoyo a Colón a pesar de la negativa de los asesores de los monarcas. Aunque en este sentido pueda pensarse que monarca y navegante habrían tenido una relación óptima, fue todo lo contrario: chocaron en el trato a los indios nativos y le terminó destituyendo como virrey de las Indias Occidentales. El descubridor regresaría a la Península encadenado y condenado.