En 1955, con Sissi, la película, nació la leyenda. La gran pantalla romantizó y convirtió en un cuento de hadas la trágica vida de la emperatriz austriaca, interpretada por una joven Romy Schneider. Esta cinta, de gran éxito, tuvo dos secuelas más, pero edulcoró enormemente la historia. Tanto que mucha gente sigue idealizando a Isabel de Baviera como una mujer dulce, naíf, enamoradiza y desinteresada por las cuestiones políticas. Unos tintes cinematográficos que poco tienen que ver con la realidad.
Otra versión bien distinta es la que ofrecen biografías como la de la historiadora alemana Brigitte Hamann, publicada en 1982, u obras en castellano como La sombra de Sissi, de María Pilar Queralt. Una novedad editorial vuelve ahora a recuperar la figura de la emperatriz infeliz. No se trata de una monografía ni de un profundo estudio, sino de un libro breve que reivindica la producción poética de la fascinante mujer, una cuestión a menudo olvidada, y ofrece por primera vez en español las memorias de su asesino, el anarquista Luigi Lucheni.
El último vals de Sissi, editado por Sekotia y escrito por el periodista e investigador Isidre Cunill, resume a grandes rasgos las peripecias de la emperatriz y los acontecimientos que condujeron a ese fatídico 10 de septiembre de 1898 en Ginebra, jornada en la que se registró el magnicidio que conmocionó a Europa. Esa primera parte introduce la autobiografía de Lucheni, escrita desde su celda, en la que reconstruye sus años de adolescente. No hay nada en sus reflexiones relacionado con el asesinato de Sissi, pero sí un trasfondo emocional que vislumbra el desasosiego de un hombre que quiso pasar a la historia ejecutando un gran crimen... de manera fortuita.
Porque en un principio, el verdadero objetivo del anarquista nacido en París y criado en barrios marginales de Italia era otro bien distinto: el príncipe de Orleans, el heredero del trono francés. Llevaba tiempo planeándolo todo, sabiendo que viajaría desprotegido a Ginebra y que ese era el lugar idóneo para asesinarlo. Pero Lucheni se enteró a través de los periódicos de que el noble galo había tenido que suspender su visita a la ciudad helvética. "Tenía claro que debía buscar una víctima de alta cuna y por consiguiente, según sus convicciones, explotadora de la clase obrera", desvela Cunill, autor otros libros como Letizia Ortiz. Una republicana en la corte del rey Juan Carlos I (Chronica).
Belleza y tragedia
Sissi había sido invitada a Ginebra por la familia Rothschild. El 10 de septiembre debía subirse a un ferry que la conduciría a la localidad Montreux. Ya en el puerto, se cruzó con las urgencias criminales del anarquista italiano, que disimuladamente y tras reconocerla, chocó con ella y le clavó en la zona del corazón un fino estilete que llevaba camuflado en el bolsillo. La emperatriz no se daría cuenta de que estaba herida de muerte hasta que desfalleció sobre la cubierta del barco. Su ejecutor no escapó, sino que se entregó a los agentes, satisfecho con ver su magna obra al fin realizada.
"Luigi Lucheni fue juzgado y condenado a cadena perpetua, la pena de muerte estaba abolida en Suiza. Este hecho indignó al ya famoso anarquista, que solicitó ser ejecutado", escribe el periodista en su obra. "Este deseo le persiguió en prisión, solicitando una y otra vez ser ejecutado. Mientras, escribió sus memorias. Esto le llevó doce años. Cuando las acabó, se las entregó a uno de sus carceleros y se suicidó colgándose en su celda con un cinturón... Su deseo se había cumplido".
Sissi, nacida en Múnich en la Nochebuena de 1837, fue la cuarta de los hijos del matrimonio formado por el duque Maximiliano José de Wittelsbach y la princesa Ludovica, hija del rey Maximiliano I de Baviera. Fue una de las mujeres más bellas y admiradas de la realeza europea, casada cuando apenas era una adolescente con el emperador Francisco José. Un juguete al que le gustaba ir por libre, aficionada a la equitación y amante de los animales —llegó a tener en palacio todo tipo de especies exóticas—, leída en los clásicos griegos, pero que terminaría rompiéndose.
Fue especialmente la muerte de su hijo Rodolfo —antes ya había perdido por disentería a otros de sus vástagos, la pequeña Sofía— la que marcaría la decadencia de su personalidad. Desde entonces, destaca Cunill, Sissi se convirtió "en una feminista militante; detestaba al Ejército, al que consideraba el causante del despilfarro económico del Imperio austro-húngaro y, por consiguiente, de la pobreza de sus obreros; rozaba la anarquía ideológica y era antitodo aquello que representaba lo que era ella: la emperatriz más poderosa de Occidente". Unos pensamientos que dejó aflorar en sus poemas.
Al final de su vida, entre extenuantes viajes e imposibles escaladas, solo encontró refugio en la cerveza Franziskaner y la leche caliente. Vestida siempre de luto —empezaron a llamarla la Dama de Negro—, comenzó a sufrir ataques de bulimia y anorexia: su alimentación apenas variaba del strudel, huevos y trozos de tarta. Su luz se apagó prácticamente de rebote, cuando se cruzó de forma fortuita con Luigi Lucheni. "En el fondo, la bella Sissi no era tan diferente ideológicamente de su asesino", cierra el autor.