Richard Sorge fue, en palabras de Ian Fleming, "el espía más formidable de la historia", un alter ego del James Bond de la ficción por su aspecto elitista, su apetito por el alcohol y una afición prodigiosa y casi patológica por las mujeres. El mayor éxito de la carrera de este comunista incondicional fue alertar a Moscú, con información fidedigna, de que Japón no iba a invadir Siberia y que los ejércitos de Hitler se iban a lanzar sobre la Unión Soviética. Sus labores de inteligencia contribuyeron a decantar el resultado de la II Guerra Mundial hacia el lado de las potencias aliadas.
La biografía de Ramsay, como así se le conocía por su nombre en clave, la reconstruye de forma detallada el historiador Owen Matthews en Un espía impecable (Crítica), un libro publicado el pasado mes de febrero. Esta misma editorial acaba de traducir al español otra obra, Agente Sonya. Amante, soldado, madre, espía, que desvela la inverosímil vida de Ursula Kuczynski: una coronel del Ejército Rojo —la única que alcanzó este rango— que, bajo el disfraz de dulce ama de casa, logró documentos esenciales sobre el programa nuclear británico y remitió a sus camaradas. El artífice de la investigación es Ben Macintyre, autor especializado en la literatura de espionaje.
Ursula, nacida en 1907 en Berlín en el seno de una familia judía acomodada, entró en las juventudes comunistas antes de la veintena. En 1930 se mudó a Shangái con su primer marido, el arquitecto Rudi Hamburguer. Allí tuvo a su primer hijo y conoció al citado Richard Sorge, quien la reclutaría para los servicios secretos soviéticos y la bautizó con el apodo de Sonya. También mantuvieron un romance. "¿Quién iba a sospechar que una madre primeriza con un recién nacido también podía ser espía?", se pregunta Macintyre. Esa doble vida fue su mejor coartada tras la que camuflar todas sus operaciones.
Uno de los momentos clave de la biografía Ursula Kuczynski se produjo cuando fue llamada a Moscú en medio de las purgas estalinistas. Aterrada, fue testigo de la ejecución de personas que admiraba y trataba. "Estaba convencida de que eran comunistas y no enemigos", escribió la espía tiempo después. Pero Macintyre se muestra muy crítico con su ambigüedad: "En aquel momento no lo dijo. No preguntó de qué habían sido acusados ni adónde habían ido, ya que mostrar curiosidad era en sí mismo una invitación a la muerte. Como millones de personas, mantuvo la boca cerrada, no pronunció una sola palabra de protesta y se preguntaba quién sería el próximo".
¿Por qué ella no acabó torturada hasta la muerte en los sótanos de la temible Lubianka o deportada al gulag? El escritor británico, autor también de Espía y traidor (Crítica), sobre otro agente doble fascinante como Oleg Gordievski, no queda satisfecho con atribuir la salvación de Ursula a la suerte, como ella misma hizo. "Tenía una capacidad extraordinaria para inspirar lealtad. En una profesión basada en el engaño y la duplicidad, nunca fue traicionada. A las víctimas de las purgas se las animaba a identificar a otros traidores, pero Ursula nunca fue denunciada", apunta.
Carrera nuclear
Ursula Kuczynski fue "una mujer de múltiples nombres, numerosos papeles y muchos disfraces", según Ben Macintyre. Esas virtudes le permitieron esquivar los tentáculos de las fuerzas de seguridad de Japón y China, de la Gestapo nazi, los MI5 y MI6 británicos y el FBI estadounidense. En el año 2000, pocas semanas después de su muerte, el presidente ruso Vladimir Putin firmó un decreto que la celebraba como "superagente del espionaje militar". En Agente Sonya se combinan magistralmente los principales ingredientes de los libros del historiador: personajes deslumbrantes con numerosas encrucijadas morales y una cautivadora tensión narrativa.
La espía se refugió en Reino Unido tras el estallido de la II Guerra Mundial, desde donde siguió proporcionando información valiosa a Moscú. No obstante, a su llegada levantó las sospechas de la inteligencia británica por su origen alemán y por el comunismo que desprendían algunos miembros de su familia. El 11 de diciembre de 1940, Ursula Burton —apellido que adquirió de su segundo marido, Len, también agente soviético— fue clasificada formalmente como una posible amenaza para la seguridad británica. Terminaría dirigiendo la mayor red de espías de Gran Bretaña.
"Su sexo, maternidad, embarazo y supuesta rutina doméstica ofrecían el camuflaje perfecto. La gente no creía que una ama de casa que preparaba huevos en polvo para desayunar, enviaba a sus hijos al colegio e iba al campo en bicicleta pudiera llevar a cabo importantes misiones de espionaje", escribe Macintyre. Solo otra mujer, Milicent Bagot, miembro del servicio de contraespionaje del MI5, alertó de que Ursula podía ser un peligroso activo comunista infiltrado. Sus superiores varones hicieron caso omiso a sus advertencias. Cómo iba a ser una espía soviética una señora que dedicaba "el tiempo a sus hijos y los asuntos domésticos".
Uno de sus principales logros fue enviar a la Unión Soviética los secretos científicos que le entregaba el físico Klaus Fuchs, Otto en clave, reclutado por Moscú, integrante del Proyecto Manhattan y que en Reino Unido siguió realizando investigaciones atómicas en Oxford. Esta operación, efectuada entre 1941 y 1943, propició uno de los botines de espionaje más concentrados de la historia: unas 570 páginas de informes copiados, cálculos, dibujos, fórmulas y esquemas, los diseños para el enriquecimiento de uranio; es decir, una guía paso a paso para el rápido desarrollo de la bomba nuclear, que Stalin probaría por primera vez en 1949.