Manoli de Arco tenía apenas 19 años la primera vez que la detuvieron en la madrileña calle de Almagro. No fue la única. Los arrestos, torturas e interrogatorios violentos desembocaron, el 5 de junio de 1943, en una condena a pena de muerte. ¿Su crimen? "Un delito contra la seguridad del Estado". Es decir, ser comunista y resistirse a una dictadura que dinamitaba los ideales de libertad y de democracia. Es decir, ser una "puta roja" que le costó 19 años de cárcel franquista, más que a ninguna otra mujer en España. 

Ahora su hijo, Miguel Martínez del Arco recoge su dolor pero también su arrojo y su risa en Memoria del Frío (Hoja de Lata) después de que el azar colocara en sus manos más de 5.400 cartas que se habían enviado sus padres, de prisión a prisión, durante nueve años.

Sabe que hubo más, porque estas son sólo las oficiales, las que pasaban la censura, pero en ellas ha descubierto mucho material para componer una novela "donde todo es real", y donde hay más "putas rojas" como Manoli, compañeras de lucha, de cárcel, de sufrimiento y de una vida presa fuera de los barrotes.

El libro 'Memoria del Frío' de Miguel Martínez del Arco.

"Ese grupo de mujeres que conocí y amé era sobre todo una experiencia de apoyo mutuo, de sororidad, de cuidados. Una comunidad de mujeres que trascendía su propia situación y sus propias derrotas. Una construcción de la vida cotidiana de acuerdo a sus análisis de la realidad, pero también a la gestión de sus apegos".

Esas "putas rojas", dos palabras que recogen "todo lo que en el imaginario reaccionario significa un insulto a una mujer", pasaron por varias prisiones que eran auténticos "almacenes de presas" por la falta de espacio y de salubridad. Estuvieron en Ventas, Málaga, y en Segovia. Santurrán, Córdoba y Alcalá de Henares, la última celda de Manoli antes de su salida.

"Pasar 19 años entre rejas sin duda cambia la vida, sean cuales sean las circunstancias. Si además es resultado de la defensa de tus ideas de la libertad y la democracia, supongo que mucho más. Ser una presa política en el franquismo fue sin duda un hecho terrible. Detenidas, torturadas, vejadas en las comisarías, hambrientas, lejos de sus familias… Son condiciones que modelan el carácter".

Hijos de las presas en la cárcel de Alcalá de Henares, en el año 1956.

Él lo sabe. Manoli entró con veintipocos años y salió con 40. Entró joven y salió madura. Entró con una España donde las mujeres tenían voto y salió en un país donde tenían que pedir permiso hasta para trabajar. Entró saboreando los años de libertad y salió presa de una cárcel inmensa en la que una "puta roja" como ella tenía que reaprender a vivir.

"Las mujeres salieron en su mayor parte en libertad provisional. Eso suponía que durante años tuvieron que presentarse en comisarías o cuarteles de la Guardia Civil cada 15 días, en un control completo de sus vidas. Mi madre decía que salía de una cárcel pequeña para integrase en una cárcel mucho más grande. Tuvieron dificultades de adaptación, la necesidad de encontrar sustento cuando tan difícil era para un represaliado, o una vivienda, para seguir viviendo ocultando su realidad y su pasado. Además de tener que adaptarse a cambios y nuevas costumbres que desconocían. Salían mucho más mayores y en malas condiciones de salud".

De hecho, Miguel es fruto de esa resistencia vital que Manoli siempre tuvo para quien le dijera que no podía hacer algo. Salió de prisión con 40 años y con un diagnóstico médico de que no podía ser madre. Pero nació su único hijo quien tuvo que criarse rodeado de esas mujeres valientes mientras su padre continuaba encarcelado.

"Ellas no se regodeaban en el relato del dolor y la tortura. Muy al contrario, se centraban mucho más en contar su resiliencia, su capacidad de resistir, su coraje, su apoyo mutuo. Y su risa", insiste el escritor para quien el frío puede volverse calor si son las mujeres las que lo pelean "con arrojo".

Manoli, junto a otras mujeres presas en la cárcel de Segovia en el año 1952.

Las presas

La vida de las mujeres en las cárceles franquistas fue una lucha violenta continua que no siempre ha sido contada. "Para las mujeres, la represión y la cárcel era un ámbito particularizado. Sus cuerpos eran botines de guerra para las fuerzas de seguridad franquista y los abusos en las detenciones fueron muy comunes. Además, en la escala de importancia sus circunstancias estaban muy por debajo de las masculinas. El machismo imperante se resolvía con violencia y desprecio y no hay expresión que refleje mejor su situación que la tan extendida "puta roja" junto a grandes y pequeñas humillaciones que pretendían cosificar, empequeñecer, hacer desaparecer en su condición de mujer", asegura Miguel.

Tras más de dos años de investigación para encontrar todas las claves que aparecen en esta novela, no se atreve a decir cuál sería el peor momento en prisión. "Me imagino que para cada una fue diferente. Supongo que los meses que mujeres como mi madre pasaron en capilla, esperando la ejecución por estar condenadas a muerte, tuvo que constituir un período de muchísima angustia. También las detenciones, con las largas estancias en los cuartelillos, en las comisarías o en la antigua Dirección General de Seguridad (DGS), sometidas a torturas físicas constantes".

Eso sí, Miguel Martínez del Arco destaca que, al contrario de lo que ocurrió muchas veces con los hombres, "las mujeres establecieron vínculos personales con un gran valor político: una comunidad de solidaridad, de sororidad" que se mantuvo hasta la democracia.

"Cuando salieron, el retroceso de la vida de las mujeres era monumental. Eran administrativamente omitidas, dependientes de los permisos de los hombres con los que convivían hasta para matricularse en una autoescuela. Su realidad jurídica, laboral y de costumbres procedía de una visión del conservadurismo más reaccionario, que negaba su identidad y sus capacidades y tuvieron que inventarse muchas artimañas para sobrevivir, con mucho coste e inteligencia".

Martínez del Arco asegura que la mayor parte de estas mujeres "siguió vinculada de una u otra manera a la militancia, en distintos espacios ligadas a distintos movimientos sociales" sobre todo porque "las cárceles españolas, las de mujeres también, nunca dejaron de estar conectadas al exterior y fueron siempre espacio de reflexión y debate de la realidad".

Manoli junto a otras compañeras en 1952, en la cárcel de Segovia, donde hacían labores textiles.

Ocultas

El hijo de Manoli reconoce que esta novela nace del "deseo de contar" con "el compromiso de querer hacerlo". "Podría decir que lamentablemente hay un crecimiento de opciones de extrema derecha que estremece, que recuerdan con nostalgia la dictadura franquista, y parece más necesario que nunca ponerse a contar estas historias. Pero no es sólo por eso. Ni siquiera porque la losa que hay sobre la memoria convierte a la ciudadanía en sorda y ciega. O que las mujeres de la resistencia democrática siguen estando fuera de los protagonismos, ocultas tras las huellas de los hombres. Es al concebir que tienes que contar lo que nunca aparecerá en los libros de historia: lo cotidiano, los espacios de construcción personal de estas mujeres que, indómitas, iniciaron un camino sin vuelta atrás".

El libro es un reconocimiento personal a la espera de que la historia o las instituciones lo hagan. "Es extraordinario que conozcamos a personajes que han jugado al fútbol o han boxeado hace 50 años y no tengamos idea sobre lo que fue las vivencias de una sociedad durante un periodo tan largo". E insiste en que mientras no haya una política pública que analice lo que de verdad ocurrió, "este país estará descosido: las heridas generadas se enquistan durante decenas de años".

Por eso advierte que hay que abrir fosas e identificar a los que allí están porque "no se puede vivir encima de una tumba gigante. Eso solo genera dolor e invoca a la injusticia. Es una barbarie".

Y ya no vale más silencio. El pacto del olvido que supuso la transición fue, de alguna manera, "una decepción" para estas mujeres que habían sufrido tanto y que las dejaron fuera de los cambios que les hubieran garantizado libertad o igualdad hasta casi 40 años después. "Es interesante además entender que la urdimbre de la transición está sobre todo hecha por los hombres: responde a una orientación profundamente patriarcal".

Noticias relacionadas