Con el nombre de María Jacinta Guadalupe Martínez de Sicilia y Santa Cruz, era originaria de Logroño. Nació en 1811 y falleció en 1878 y, a pesar de poseer una considerable fortuna, no estaba vinculada a la nobleza ni a la aristocracia.
[Así fue Egeria: la pionera viajera de Galicia que deslumbró en Jerusalén en el siglo IV]
Fue la única hija del matrimonio formado por Ezequiel Martínez de Sicilia y Anacleta Santa Cruz, que pertenecían a dos de las familias más ricas de Logroño. Cuando Jacinta tenía solo ocho meses, muere su padre, y la madre volverá a casarse con Vicente Fernández de Luco, matrimonio del que nacerá una hermana, Vicenta.
Sin embargo, al cumplir Jacinta cinco años, fallece también su madre, y la niña queda al cuidado de su abuela materna, Guadalupe Ruiz de la Cámara, y de su tía soltera, Josefa Martínez de Sicilia. Ambas educarán a la niña en la religión, según algunos expertos, "rayando en la beatería".
Asimismo, Jacinta, que había perdido a sus padres siendo muy niña, tenía un profundo sentido de la importancia de la unión familiar. Ello explicaría que se casara muy joven, incluso para aquella época.
Cuando solo hacía un mes que había cumplido los 16 años, en 1827 contrajo matrimonio con Baldomero Espartero, que tenía 18 años más que ella, era brigadier del ejército y estaba destinado en Pamplona.
No está claro cómo se conocieron, ni si fue un matrimonio arreglado "entre una muchacha joven que se casaba con un hombre mucho mayor que ella, al que apenas conocía", pero permanecieron juntos durante 51 años.
Lo afirma el libro Espartero, el pacificador, de Adrián Shubert (Galaxia Gutenberg y Fundación Alfonso Martín Escudero), en el que se cuenta también cómo él "fue un marido fiel y cariñoso, emocionalmente dependiente de la mujer que tanto hizo a favor de su carrera, Jacinta, en parte la otra protagonista de esta historia".
Adrián Shubert, uno de los hispanistas más importantes del mundo ha realizado la que quizás es la biografía más innovadora de Espartero. Este catedrático de Historia en la Universidad de York en Toronto (Canadá) es experto en este personaje, que muchos consideran la figura más destacada de la Historia de España durante el siglo XIX, el español más famoso de su tiempo.
Y, de paso, a lo largo de sus más de 500 páginas (notas aparte), conocemos a una mujer apasionante, que le aconsejó, le guió, le cuidó e incluso 'espió' para él en la corte de la reina regente María Cristina y, después, en la de la joven reina Isabel, hasta que la muerte se lo impidió.
Un hombre sin miedo
Joaquín Baldomero Fernández Espartero, nacido en 1793, era hijo (el menor, de nueve hermanos) de un artesano, carpintero y fabricante de carros del pueblo manchego de Granátula de Calatrava, de casi tres mil habitantes, en Ciudad Real. Tanto el padre como la madre tenían cierta posición por lo que el niño recibió una educación suficiente para acceder a los estudios universitarios.
Como cuenta Shubert: "En 1809, a los dieciséis años, tras obtener un título en la Universidad de Almagro, ya en sí mismo algo raro en la época, se presentó voluntario en el Ejército para luchar contra los franceses como soldado raso", y llegaría a ser teniente.
Después, cuando terminó esa guerra, "volvió a presentarse voluntario, esta vez para ir a América a defender el imperio contra los movimientos independentistas de las colonias". Durante los diez años que combatió allí, "ascendió hasta el rango de brigadier general", escribe Shubert.
Cuando estalló la primera guerra carlista en 1833 volvió a ascender, y en la batalla de Luchana era general en jefe del Ejército del Norte y virrey de Navarra. Una carrera, como suele decirse, meteórica, y en la que iría ahorrando dinero e invirtiendo sabiamente hasta acumular una pequeña fortuna para la época.
Según la biografía que escribió de él el Conde de Romanones, en 1932, Espartero no tenía "condiciones de extraordinaria inteligencia ni de carácter ni de nada genial" pero sí "un ánimo sencillo, dispuesto siempre a confiar en la buena fe de todos".
Según su segunda biografía, también de 1932, obra de Carlos Fernández Cuenca, "era más valiente que reflexivo" y "mucho más eficaz en el campo de batalla que en los pasillos del poder". Pero, a pesar de todo, fue la "figura cumbre" de la historia española del siglo XIX, como resume Shubert en su libro.
La tercera de sus biografías (escrita por Antonio Espina en los años 40, desde el exilio), Espartero era un hombre de acción pero débil y fuera de su elemento como político: "Cometió muchos errores políticos" pero siempre actuó "con buena fe". Y alude también a su "grandeza de alma".
Una mujer "formidable"
De Jacinta, sin embargo, todo lo que hay escrito es muy elogioso y sorprendente para la época. Según Shubert, "llegó a tener un papel importante en la trayectoria de Espartero y, lo que es aún más significativo, era generalmente sabido que lo había tenido".
"Era, además, una mujer impresionante por derecho propio: muy leída, bien relacionada, de lengua mordaz, con ideas propias, que pasó de una educación provinciana en Logroño a moverse en los círculos sociales y políticos más elevados".
Y, continua Shubert, nada menos que Lord Palmerston (primer ministro del Reino Unido en dos ocasiones, durante la segunda mitad del siglo XIX) "que conoció a Jacinta en la treintena, la describió como 'una mujer muy superior'".
Esta "mujer formidable", según Shubert, impresionó también a la mismísima reina Victoria de Inglaterra. "Si las fuentes lo hubieran permitido, yo habría escrito una doble biografía" [la de Espartero y otra de Jacinta], pero, en aquella época a la mujer no se le dedicaba apenas espacio ni en los libros ni en los medios ni en la historia.
"Finalmente me conformé con darle un papel todo lo prominente que fuera posible", afirma Shubert, y agradece que ha tenido "la enorme suerte de disfrutar de una fuente nueva e inmensamente valiosa: los papeles privados de Espartero, que se encuentran en posesión del actual duque de la Victoria".
Una pareja de novela
Aun así, continua el catedrático de Historia, "después de leer la totalidad de su archivo con sus miles de documentos, [Espartero] sigue siendo una figura esquiva para mí. Poco inclinado a la introspección o a explicarse públicamente, no escribió diario, memorias o autobiografía".
"La única ocasión en la que publicó una explicación de su conducta, la escribió otra persona por encargo de Jacinta. El único sitio donde se expresaba plena y abiertamente era en sus cartas a su esposa, y estas solo existen para la única vez, en su largo matrimonio, en que estuvieron separados durante un periodo extenso, los años de la guerra carlista y la etapa inmediatamente posterior", explica Shubert.
Según el historiador, Espartero fue "un don nadie que llegó a ser casi todo". A pesar de su riqueza, "era un hombre de gustos sencillos que rehuía todo lo posible la pompa y el brillo de Madrid, y cuyo pasatiempo favorito era plantar árboles".
"En una época que palpitaba con las novelas melodramáticas, igual que ocurre ahora con Juego de tronos, él y Jacinta fueron los virtuosos protagonistas de un melodrama auténtico que se representó en tiempo real".
Tras la boda, la pareja se fue de luna de miel a París, durante cuatro meses, ciudad en la que Jacinta aprovechó para ir de compras, tanto de prendas y joyas como de todo lo necesario para su nueva casa, heredada de su padre en Logroño.
Así, a su regreso, se instalaron en la casa-palacio, situada en la Plaza de San Agustín de la capital riojana, un edificio barroco del siglo XVIII, que hoy es la sede del Museo de La Rioja. Y Jacinta empezó a llevar su hogar como correspondía a una mujer de su época, pero estaba muy lejos de serlo.
A finales de 1829 acuden a Madrid a ver los festejos que se están celebrando por el matrimonio del rey Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. El nacimiento de su hija Isabel en 1830 y la promulgación de la Ley Sálica provocarían en 1833 la primera guerra carlista, que duraría siete años.
Tres años después de casarse, cuando Espartero está destinado en Barcelona, Fernando Fernández de Cordova describe a Jacinta diciendo que "era en efecto de las más hermosas y elegantes".
Una relación epistolar
Durante la primera parte de su matrimonio, entre 1833 y 1840, Espartero pasó mucho tiempo en el frente, luchando en la primera guerra civil que tuvo lugar en España entre los carlistas, partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón, y los llamados “isabelinos o cristinos”, defensores de Isabel II y de su madre, la regente.
Espartero escribía a diario a su esposa, encabezando sus cartas con un “Mi querida chiquita” aunque también se refiere a ella como "mi dueña adorada". En ellas le cuenta todo tipo de detalles de cómo iba la contienda, sus alegrías por las victorias y sus frustraciones por la falta de equipamiento y comida para su ejército...
Cuando Jacinta tarda en contestar, Espartero se impacienta y se lo recrimina cariñosamente, según relata Shubert. Además, su esposa le mantiene al corriente de lo que escriben los periódicos, que ella recibe a diario pero tardan en llegar al frente.
A pesar de su juventud y de la diferencia de edad entre ambos, Espartero confía plenamente en ella: en 1935, meses después de la batalla de Mendigorría, le pide a Jacinta que hable de un asunto "con los que influyen en el Gobierno".
Durante toda la guerra, Jacinta será la intermediaria entre Espartero y "amigos de confianza", y en sus cartas busca la aprobación de su esposa: "Creo aprobarás mi determinación". Esta seguirá ejerciendo una notable influencia sobre su esposo, incluso después de la guerra, pues él no tomará una decisión importante sin consultársela.
Reconocimientos para ella
En 1836 se le concedió el ingreso a la Orden de María Luisa, una distinción creada por el rey Carlos IV a instancias de su esposa, María Luisa de Parma, que quería una manera propia de recompensar a las mujeres nobles que se distinguieran por sus servicios o cualidades. Y a partir de ese momento, todas las reinas de España tuvieron esa prerrogativa.
Fue el mismo Espartero quien insistió en que se la concedieran a su esposa, en lugar de ser nombrado él gentilhombre, "pues debe saber todo el mundo que si yo me presento impávido al frente del peligro tiene en esto una gran influencia mi adorada Jacinta".
En 1839 Jacinta se convertirá en Duquesa con grandeza de España cuando su marido es nombrado Duque de la Victoria por haber puesto punto final a la guerra civil: tras siete interminables años, el Convenio de Vergara del 31 de agosto de 1839 pone fin al conflicto.
"Mis glorias son tus glorias", le escribe su marido, poco antes de regresar a casa. Cuando esto sucede, recibe otra buena noticia, Jacinta ha sido nombrada dama de la reina Isabel. "Eso significaba, —cuenta Shubert— que tendría que ir a Madrid y podría transmitir sus mensajes a María Cristina. Sería, como lo expresó él más tarde, 'una carta viva'".
Así, en 1840, Jacinta se integra en la corte de Isabel II, e incluso viaja a Barcelona con el séquito personal de la reina y la regente, que tendrá que escuchar cómo vitorean a la duquesa, de camino, en Zaragoza y a su llegada a la capital catalana.
Incansable, ayudará a Espartero, enviándole información sobre todo lo que sucede en los viajes, en Madrid y en la Corte, y entregando correspondencia bien de su marido hacia personas clave del Gobierno o la Regente, bien de estos para él.
Con ello, contribuirá a la caída de la Regencia de María Cristina, que abandonará España y se instalará en París, y al establecimiento de la Regencia de Espartero (1841-1843).
Vida e intrigas de la Corte en Madrid
Ambos se trasladan a vivir a la capital, para estar más cerca de la corte. Y Jacinta volverá a ser imprescindible para controlar las intrigas palaciegas del ambiente cortesano que rodeaba a la reina Isabel II.
Cuando Espartero jura el cargo en el Congreso como regente, la crónica de José Segundo Flórez (recopilada por Adrián Shubert en su magnífico libro) escribe sobre Jacinta, "cuyos encantos naturales, cuya celestial belleza, realzábala más en este día la aureola de satisfacción y de gloria que ostentaba sin vanidad en su modesto semblante".
Durante la 'ausencia forzosa' de María Cristina, cuenta Shubert que Espartero y Jacinta "disfrutaban sinceramente de la compañía de las princesas" Isabel y su hermana, Luisa Fernanda, que al comenzar la regencia tenían once y nueve años:
"Todos los domingos les hacían una visita —Jacinta iba sola si su marido estaba 'indispuesto o ausente'— y, como si hubieran sido unos tíos cariñosos, las llevaban al teatro, la revista y el circo', sin prestar atención a las protestas de la marquesa de 'si hace calor o frío para ellas o si se hace tarde'".
Se refiere a "la marquesa de Santa Cruz, camarera mayor de María Cristina, que mantenía a esta informada sobre la vida en el palacio Real y le servía de medio para intentar conservar el control sobre sus hijas. La marquesa hacía todo lo posible por evitar que Isabel y su hermana recibieran la visita de políticos progresistas".
Pero, sigue contando el hispanista, "Espartero y Jacinta no tenían hijos, y la animada consorte junto a su campechano marido, que vestía de civil salvo en ocasiones oficiales, les debían parecer a las niñas un soplo de aire fresco frente a la atmósfera recargada y aristocrática de palacio".
En esa época, Jacinta se hará muy amiga de Juana de la Vega, condesa de Espoz y Mina, nombrada aya de Isabel y Luisa Fernanda, lo que provocó la espantada de la marquesa de Santa Cruz y el resto de las damas, espantadas de que fuera a encargarse del cuidado de las niñas una plebeya y liberal.
Las intrigas de María Cristina para recuperar el poder provocarán múltiples conspiraciones internas en las que Jacinta tendrá que intermediar entre los embajadores en la capital y su marido.
A Jacinta le faltaban unos meses para cumplir 30 años cuando su marido fue nombrado regente. Así la describe Washington Irving, embajador de Estados Unidos en España desde julio de 1842, en sus cartas a su hermana y su sobrina, embelesado, según Shubert "tanto por su belleza como por su carácter":
"Una de las mujeres más bellas que he visto en España; de unos veintiocho años, una bonita morena de pelo negro, hermosos ojos oscuros; es de figura bien formada aunque tiende un poco a la corpulencia; sus modales son extremadamente afables, graciosos y encantadores".
Y continua el embajador estadounidense explicando que desempeñaba su papel "con natural dignidad y propiedad [...] una de las formas más agradables y complacientes y encantadoras de recibir invitados que he visto jamás en la corte".
Irving visitará también a Jacinta, después, cuando los sublevados contra el gobierno tomen Madrid y, como explica Shubert, "'el gran revés de su suerte' no hizo sino incrementar su admiración por ella:
La encontré serena, calmada y ajena a toda queja inútil o débil lamentación [...]. Me dijo que tenía la conciencia tranquila; que nunca le había entusiasmado su ascenso a esposa del regente, y que confiaba en que su conducta hubiera sido siempre igual a cuando era esposa de un general".
Exilio en Londres
En 1843, un pronunciamiento militar liderado por los generales moderados Narváez y Serrano obliga a Espartero a exiliarse en Londres. Después de una rocambolesca huida, no exenta de peligro para ambos, Jacinta acompaña a su marido al exilio, y se instalan en la capital británica.
Allí serán agasajados y visitados por los más importantes políticos y otros personajes de la élite económica, social y cultural, así como recibidos por la reina Victoria. Incluso en la primavera de 1844, se mostrará la figura de Espartero en el Museo de Cera de Madame Tussaud.
En febrero de 1845, el diario británico "The Examiner informó sobre un desencuentro entre Jacinta y el nuevo embajador español, duque de Sotomayor", escribe Shubert.
"Desde su llegada a Londres, Jacinta había alquilado un banco en la Capilla de la Spanish Place, pero el embajador exigió que lo dejara alegando que estaba reservado para la embajada". La respuesta de Jacinta no pudo ser más contundente:
"El mundo entero sabrá este suceso y la opinión pública imparcial juzgará la conducta del embajador español, pues la duquesa de la Victoria no ha faltado a nadie jamás, ni permitirá que le falten".
Allí vivirán durante cinco años, llevando una vida discreta y, como escribió The Times al "elogiar a Espartero por su conducta mientras había estado en Inglaterra: 'por encima de toda sospecha para el gobierno español y digna de ganarse el respeto hasta de sus mayores contrarios políticos'".
En la cena de despedida que le ofrece la reina Victoria, esta quedará impresionada, como escribe en su diario: "La duquesa ha debido de ser una mujer muy hermosa y sigue conservando muchas muestras de belleza". Jacinta tenía 36 años.
Vuelta a casa
"Aquí han estado tranquilos y, después de tres años de guerra, tres años de regencia y casi cinco años de exilio, teme nuevas vicisitudes. Hace más de nueve años que no están en su propia casa" explica la reina británica.
Regresan a España en 1848, con un permiso especial de la reina Isabel II. Pero, hartos de intrigas palaciegas, se instalan su casa de Logroño, donde disfrutan del campo (tenían 65 hectáreas de terreno), de los amigos y de la familia.
Espartero declina todas les invitaciones, tanto de la corte como de admiradores y se centra en apoyar iniciativas locales que lo merezcan, como la Sociedad de Beneficencia Mutua entre la clase de artesano proletarios.
También aplica "nuevos métodos de agricultura que ha contribuido a difundir entre sus vecinos a expensas propias" y colabora con Luciano de Murrieta, futuro marqués de Murrieta, en el lanzamiento de la moderna industria riojana vitivinícola.
Como explicó el mismo Murrieta, fue "secundado por los duques, que desde luego pusieron a mi disposición sus viñedos y su bodega". En concreto, detalla Shubert, "diez hectáreas de viña con 30.000 cepas, así como instalaciones de producción perfectamente equipadas y capacidad de almacenamiento para 40.000 litros".
Durante el Bienio Progresista (1854-1856), Espartero vuelve a la primera línea al ser nombrado jefe de gobierno por la reina. En ese escenario de gran protagonismo político de su marido, Jacinta sigue como fiel consejera.
Muy a su pesar, deben volver a Madrid: ella retomará su puesto de dama de honor de la reina y sus actividades filantrópicas. En julio de 1855 se marcha a Logroño para huir del calor de la capital y ya no regresará nunca.
Innovador vitivinícola
En 1856, desanimado, Espartero abandona la política de nuevo y marcha a Logroño, donde seguirá dedicado a la agricultura y el vino. "En la feria agrícola de Madrid de 1857 el duque de la Victoria y Murrieta ganaron una medalla de plata por un vino achampañado", detalle Shubert.
Jacinta y Espartero viven de nuevo una etapa de tranquilidad, dedicados a sus actividades de filantropía: Jacinta ordena a su capataz contratar más jornaleros en su finca de la Fombera, para dar trabajo y "no ver tanta miseria", pues el invierno de 1857 fue muy duro.
La duquesa organiza también una tertulia donde se habla de temas como la construcción del ferrocarril y sus retrasos. De vez en cuando van al teatro, pero rehusan todas las invitaciones para asistir a bailes, aunque sí invitan a amigos a visitarles.
Reciben la prensa nacional e internacional y se mantienen al tanto de lo que sucede dentro y fuera de España. También supervisan las cientos de cartas que reciben, solicitando todo tipo de cosas o felicitando al duque por su cumpleaños. Espartero se esfuerza en responderlas todas, con ayuda de su esposa.
En estos años, Jacinta intensificará su correspondencia con los partidarios de su marido, aunque se describe "tan desengañada de todo lo que se va viendo en este desquiciado país [...] te aseguro que me tiemblan las piernas al pensar que el duque se vuelva a ocupar de ciertas cosas. [...] Da asco todo lo que pasa en este país".
Con la Revolución Gloriosa o Revolución de septiembre o la Septembrina, porque tuvo lugar en España en septiembre de 1868, se produce una sublevación militar con el destronamiento y exilio de la reina Isabel II y el inicio del período denominado Sexenio Democrático (1868-1874).
El hombre que pudo reinar
Espartero tiene 75 años y los políticos y el pueblo tienen claro que es el único capaz de reconducir la situación, pero, ¿cómo rey o como presidente? Ni una cosa ni la otra: Espartero se negará todas y cada una de las ocasiones en que políticos, amigos o desconocidos se lo pidan, directamente o por carta.
Hubo varias intentonas para que la pareja aceptase la corona de España pero Espartero las rechazó. ""Los nuevos acontecimientos no me han hecho variar mi firme propósito de no admitir la corona si me fuese ofrecida porque mis muchos años y mi poca salud me tienen imposibilitado para ocupar tan elevado cargo".
Isabel II imploró a Espartero que aceptara ser nombrado regente de su hijo Alfonso, el mismo hombre que casi treinta años antes la había llevado llevado al circo, había salvado dos veces su trono y al que ella había "maltratado" cuando abandonó la presidencia del Consejo en 1856. Espartero le devolvió todas las cartas sin abrir.
Entonces se dirigió a Jacinta, interesándose por la salud del duque. Esta tampoco contestará pero escribe a un conocido "nos ha indignado cuando desde el 56, en las varias veces que ha estado enfermo el duque no se le ha ocurrido a esa Señora ni un mal recado, ahora sale con eso para comprometernos y hacer daño. Chasco se llevarán".
Amadeo de Saboya es nombrado por las Cortes Rey de España a finales de 1870; llegará a Madrid a principios de 1871 y Juan Prim es asesinado en un atentado. El nuevo rey visitará a los duques en Logroño y será testigo de la devoción que el pueblo le profesa al anciano Espartero.
Unos años después, según Shubert, "para consolidar su legitimidad" y "sacar rédito del prestigio y popularidad de Espartero: el 2 de enero de 1872, por segunda vez en la historia de España, se concedió el título de príncipe a un hombre que no era hijo de rey".
Los Príncipes de Vergara
Un Real Decreto nombra a Espartero "Príncipe de Vergara, con el tratamiento de Alteza, y todas las demás preeminencias, prerrogativas y consideraciones de tan alta dignidad". El 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya abdica y las Cortes proclaman la Primera República.
Un corresponsal del Manchester Guardian que fue a Logroño, unos meses después, a entrevistar a Espartero, describe cómo es la casa y relata cómo Jacinta "leía el número más reciente del Illustrated London News y le saludó en inglés", cuenta Shubert.
El 29 de diciembre de 1874, un golpe liderado por el general Arsenio Martínez Campos puso fin a la República y anunció la restauración de los Borbones en el hijo de Isabel II, Alfonso XII. Como relata el catedrático, "los arquitectos de la restauración no perdieron ni un minuto en asociar al joven rey de 17 años con el viejo icono de 82".
Alfonso XII visitó al duque en su casa de Logroño como muestra de reconocimiento y después "Espartero finalmente desapareció de la vida pública". Recibe a sus amigos, pasea por su finca, asiste a su tertulia...
Desenlace fatal
Y, cuando nadie podía imaginarlo, el 3 de junio de 1878, Jacinta muere repentinamente, a los sesenta y seis años. La causa de la misma fue una congestión cerebral o apoplejía. Ese día, tanto la revista La Academia como La Ilustración Española y Americana publicaron el retrato de Jacinta en primera página.
"Seis semanas después, escribe Shubert, Espartero añadió una nota para sus albaceas testamentarios: 'El 3 de junio de 1878, murió mi idolatrada esposa, dejándome en la más profunda pena'".
Al dolor de la muerte de quien había sido su compañera de vida durante más de medio siglo, se añadió el hecho de que Jacinta no había hecho testamento ante notario. El marido de Vicenta Fernandez de Luco, hermanastra de Jacinta, presentó una demanda ante los tribunales para que reconocieran los derechos de su esposa como única heredera y se haga inventario de sus bienes.
En el exhaustivo Inventario y Evalúo de "bienes, ropas, alhajas, papeles y demás..." efectuado a su muerte, se registran una por una todas sus joyas de manera minuciosa y detallada y todas sus ropas. Las primeras son abundantes en oro, pedrería y marfiles. Las segundas en encajes, telas de Holanda, hilos de Escocia, crespones de la India, sedas...
La reacción de Espartero fue dictar su propio testamento, para hacer lo que a Jacinta le hubiera gustado: repartir su herencia entre sus sobrinos y sobrinos-nietos, ahijados, personal de servicio, etc... y a otras causas filantrópicas con las que colaboró durante su vida.
Mujer ilustre
Jacinta fue enterrada en el cementerio de Logroño. El rey Alfonso XII, que había enviudado también en el mes de junio, le hizo una vista de condolencia el 21 de octubre. Como explica Shubert, "la vida sin su 'querida chiquita' debía de ser desoladora y Espartero solo la sobrevivió siete meses. Murió de pena el 8 de enero de 1879 y fue enterrado tres días después en un mausoleo en el cementerio, junto a su esposa.
"En lo que, según Shubert, pudiera muy bien ser el ejemplo único en España de reconocimiento oficial a la esposa de una figura pública", en 1882 una ley aprobaba "destinar la cantidad de 60.000 pesetas para construir un sepulcro-mausoleo [...] donde se despositarán y conservarán los restos del príncipe de Vergara, Duque de la Victoria y los de su ilustre esposa, en la iglesia de Santa María la Redonda de Logroño."
En esa misma iglesia se habían casado 61 años antes (contrajeron matrimonio el día 13 de septiembre de 1827). Allí fueron trasladados, a finales de agosto de 1889, y allí todavía descansan, juntos, en un mausoleo realizado por Juan Samsó en 1888.
Junto a ese mausoleo dedicado a ambos, otros dos monumentos recuerdan en nuestro país a Espartero: en Logroño, en el Paseo del Espolón, hay una réplica de la famosa estatua ecuestre de Madrid, situada en la confluencia de las calles de Alcalá y O'Donnell frente al Retiro.
El tamaño de los genitales del caballo en ambas, ha dado lugar a un refrán que dice: "Tienes más cojones que el caballo de Espartero". Madrid le devolvió el nombre de Príncipe de Vergara (eliminada durante el franquismo) a la calle y la estación de metro en 1981 y 1983 pero, según Shubert, Jacinta no tuvo la misma suerte:
"La pequeña calleja de la Duquesa de la Victoria, que había pasado a llamarse pasaje del General Mola, no recuperó su anterior nombre, aunque el estudio que se hizo del callejero en 2016-2017 contiene una propuesta para hacerlo". En Logroño, por supuesto, sí que existe una calle llamada Duquesa de la Victoria.
Duquesa virtual
María Jacinta Guadalupe Martínez de Sicilia y Santa Cruz (16 de agosto de 1811-Logroño, 3 de junio de 1878), princesa de Vergara, duquesa de la Victoria, duquesa de Morella, condesa de Luchana y vizcondesa de Banderas, ha logrado llegar al siglo XXI y no solo es conocida en Logroño, la ciudad que la vio nacer y morir, sino en las redes sociales.
En Facebook hay una página denominada 'Jacinta 2.0', un Proyecto de Innovación Docente para alumnos de secundaría, dirigido por el profesor Diego Téllez Alarcia de la Universidad de La Rioja y en el que han colaborado los alumnos de la asignatura de Innovación Educativa en Didáctica de las Ciencias Sociales.
Alrededor se ha creado una comunidad "jacinter", formada por los llamados "jacinters" que, con sus likes, comentarios, sugerencias... han ayudado a dar vida a una Duquesa de la Victoria virtual, interactuando con ella y demostrando que es posible utilizar las redes sociales para enseñar y difundir la historia.
En 2020 se presentó un libro Doña Jacinta 2.0. Memorias de una duquesa virtual, de Diego Téllez Alarcia, prologado por Adrian Shubert, autor de Espartero, el pacificador (Galaxia Gutenberg y Fundación Alfonso Martín Escudero), y uno de los hispanistas más importantes de hoy.
Este catedrático de Historia en la Universidad de York en Toronto (Canadá) se duele de que "al español más famoso y venerado de su tiempo, la persona que muchos consideraron la encarnación misma de la paz y el gobierno constitucional, ha sido totalmente olvidada. Ni siquiera se le ha distinguido jamás con el modesto reconocimiento de un sello de Corrreos".
El libro es edición de 2018 y a iniciativa del presidente y la vicepresidenta de EL ESPAÑOL, Pedro J. Ramirez y Cruz Sánchez de Lara, se movilizó a un grupo de lectores de la biografía de Shubert para pedirle a Correos que hicieran un sello dedicado a Baldomero Espartero.
Desde Magas, nos gustaría proponer que ese reconocimiento se haga extensivo a su esposa Jacinta: que se le devuelva la calle de Madrid que le fue arrebatada y que su imagen aparezca también en un sello. Como ejemplo de aquella gran mujer que no estuvo nunca detrás del gran hombre, sino siempre a su lado.