Antes que Gunilla von Bismarck, la baronesa Terry von Pantz, Marie-Helène de Rothschild o la duquesa de Alba se convirtieran en las 'reinas' del verano de Marbella, hubo una mujer que fue la primera en conquistar este paraíso de la Costa del Sol. Su nombre: Piedita Yturbe.
Todo comenzó en 1946 cuando la que es una de las aristócratas españolas más fascinantes del siglo XX se encontraba en su finca de recreo, el Palacio “El Quexigal”, mandado construir por el rey Felipe II a Juan de Herrera, autor del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y ubicado en la fría sierra abulense.
Rodeada por cuadros de Zurbarán, Murillo, El Greco o Tiépolo, la marquesa de Belvís de las Navas fue sorprendida por la llamada de su primo, Ricardo Soriano. El marqués de Ivanrey, un exótico piloto de lanchas, pescador, diseñador y coleccionista de pelos de pubis femeninos, intentó convencer a su prima y al marido de ésta, el príncipe Maximiliano von und zu Hohenlohe-Langenburg, para que conocieran el pueblo de pescadores en la costa de Málaga al que se había mudado tras vender su domicilio de Biarritz. "Con todo lo que cuesta calentar vuestra casa y lo que gastáis en leña, por qué no os compráis una finca aquí", propuso Soriano, promotor de la costa marbellí.
El marido de Piedita no se lo pensó y puso en marcha su Rolls-Royce Phantom y recorrió media España hasta llegar, catorce horas después, a Marbella. En 1947, un año después, ya junto a Piedita "que era la que tenía el dinero", apunta su nieto Pablo Hohenlohe en conversación con magasIN, compraron una finca, Santa Margarita, infectada de filoxera y de la que surgió una impresionante casa y jardín. El segundo de los seis hijos del matrimonio, el príncipe Alfonso, erigió cerca de allí lo que, en 1954, sería el Marbella Club, el símbolo de la ciudad.
Piedita Yturbe 'reinó' en Marbella, pero lo hizo a su manera: discretamente. "Venía solo dos o tres semanas. No más. Lo hacía para ver a su familia. Éramos por lo menos cuarenta todos allí metidos. No era de montar grandes fiestas. No le gustaba demasiado Marbella, porque decía que le bajaba la tensión. Era más del norte. De hecho, de soltera, tuvo una casa en Anglet (Francia) y siempre había veraneado en Bohemia, Zarautz y San Sebastián. Cuando se compró la casa en Marbella, la decoró con un gusto exquisito, pero, en cuanto podía, se marchaba al Palacio de los Hornillos, en Las Fraguas (Cantabria), construido por el duque de Santo Mauro. Allí se reunía con sus amigas íntimas, como Casilda Fernández de Henestrosa”, relata su nieto Pablo, hijo de Max, el quinto de los seis hijos de Piedita. Eran: María Francisca “Pimpinella”, Alfonso, Christian, Isabel, Max “Wonny” y Beatrice “Teñu”, la única con vida.
Una marquesa, un tanto misteriosa
"Yo creo que soy de los pocos fotógrafos que sí que tiene alguna reciente de ella, aunque no la he podido encontrar todavía entre los miles de negativos que tengo. Es cierto que, como dice su nieto, no se paseaba demasiado. A Piedita la vi poco. Era muy delgadita y culta. ¡Ah, y los tenía a todos más derechos que una vela, porque era una mujer con mucha personalidad!”, rememora por teléfono el legendario fotógrafo Pepe Marpy, de 73 años, hoy ya jubilado. "Recuerdo que una vez, durante su cumpleaños, toda la plantilla del Marbella Club le regaló una televisión con un montón de billetes de mil pesetas dentro de la caja”, añade Marpy.
Entre las anécdotas que su nieto Pablo atesora de su abuela, hay algunas muy divertidas. "Ella era liberal, a pesar de lo tradicional que fue su educación y que iba a misa diaria, pero yo le podía hablar de cualquier cosa. Si tenía algún ligue, le divertía que se lo contara. Una vez, me preguntó: '¿Qué quiere decir cachonda?'. Ese idioma más moderno, no era el suyo. Le hacía gracia que hiciéramos referencia entonces a nuestros 'tíos', cada vez que terminábamos una frase. 'Joder, tía...' y ella se reía muchísimo, cuando yo se lo explicaba. El rey Juan Carlos me escribe y me cuenta muchas anécdotas que tuvo con ella. Me envía fotos y yo también a él. Recuerdo estar almorzando en la que fue su última residencia en Madrid. Un día, apareció el rey sin avisar. Lo primero que le dijo mi abuela es que tenía que cortarse el pelo, que lo llevaba muy largo. El emérito contestó: '¡Eres la única a la que le dejo regañarme!'. Otra vez también le echó la bronca por no llevar guantes el Día del Desfile de las Fuerzas Armadas. ¡Era muy detallista!", ríe Pablo.
Piedita triunfa en Europa
Antes de conquistar Marbella, Piedita enamoró al mundo entero. Cuando contaba con sólo cuatro años, en 1896, fue una de las invitadas más jóvenes a la coronación de los últimos zares de Rusia, Nicolás II y Alejandra Fiódorovna Románova, cruelmente asesinados en 1919 por la revolución bolchevique. Acudió porque su padre, el embajador mexicano Manuel de Yturbe, fue invitado a los festejos junto a su madre, la malagueña de sangre austríaca Trinidad von Scholtz-Hermensdorff.
Sus progenitores se casaron en 1888 en la iglesia de Chaillot, muy cerca del Arco del Triunfo, donde Manuel de Yturbe, ejercía de diplomático. El embajador, de origen guipuzcoano, era un gran potentado y contaba con una inmensa fortuna en México, de la que Piedita heredó poco "aunque todavía fue suficiente", tras la Revolución del país.
Piedita, quien desde bebé fue una gran heredera, llegó al mundo el tres de agosto de 1892 en París. Sus padres se habían instalado en el número 30 de la avenida del Bois de Boulogne, una casa que solía visitar Rosario Falcó y Osorio, la entonces duquesa de Alba, junto a sus hijos, Sol, Hernando y Jimmy.
Curiosamente, Piedita, siendo jovencísima, mantuvo un breve romance con éste último, embajador de España en Londres y padre de la recordada Cayetana Fitz-James, como así lo aseguran su nieto, Carlos Fitz-James Stuart, actual duque de Alba, y el historiador Enrique García Hernán, en el libro Jacobo. El duque de Alba en la España de su tiempo (Ed. Cátedra).
"Me parece que, efectivamente, salió con mi abuelo. Fue una amiga entrañable. Yo la conocí siendo pequeño y la recuerdo como una mujer educada y cariñosa. Su hija mayor, María Francisca, pero que era conocida como Pimpinela, era íntima de mi madre y llamaba a mi hermano Cayetano siempre que ganaba una competición hípica para darle la enhorabuena", confirma Fernando Martínez de Irujo, marqués de San Vicente del Barco e hijo de Cayetana.
Tras París, la familia se trasladó a Alemania, donde alquilaron el primer piso del palacio Stolberg, a 600 kilómetros de Berlín. Desde allí, se escapaban a Múnich para ver y escuchar obras de Wagner y aprovechaban para visitar el cercano palacio de Nymphenburg, donde residía la infanta Paz, hija de la reina Isabel II de España, y su marido, el príncipe Luis Fernando de Baviera, como así lo recuerda el especialista en nobleza Amadeo Martín Rey en Anécdotas de la nobleza española: una historia íntima (Ed. Esfera de los Libros).
Más tarde, Manuel de Yturbe fue destinado como embajador a Londres, donde vivieron en Grosvenor Square, en el barrio de Mayfair. En 1899, la familia se mudó a Madrid. Durante su estancia en la capital española, sus salones fueron frecuentados por Antonio Maura, Eduardo Dato o el conde de Romanones.
La muerte de su padre
Por su parte, Piedita acudía los domingos a misa en el palacio de Liria, jugaba con sus amigos, los Alba, y visitaba a los Montellano, de los que desciende la que hoy es la marquesa más famosa de España, Tamara Falcó.
El siguiente destino de su padre fue Viena. Allí murió en 1904. Tenía 60 años. Piedita, quien entonces sólo contaba con doce años, estudió equitación y su madre le procuró una inmersión total en las cortes europeas, como la del emperador Francisco José I de Austria, un mundo ya desaparecido que describe a la perfección en sus memorias Érase una vez… Bocetos de mi juventud, editadas en 1954 por Seix y Barral.
"Yo he visto el manuscrito y cada capítulo está escrito en un idioma. Hablaba cinco y usaba uno cada día, según le apeteciera: inglés, francés, italiano, alemán o español", apunta Pablo. Cuando aún no tenía diecisiete años, se puso de largo en Buckingham Palace ante Eduardo VII y vistió tres trajes que le hizo en exclusiva Worth, padre de la Alta Costura.
Tras rodar por el mundo y conocer a multitud de personalidades junto a su única hija, la madre de Piedita se casó en 1914 con Fernando de la Cerda y Carvajal, el duque de Parcent, y se instaló en el palacio de Parcent, en la calle San Bernardo de Madrid, hoy sede del Ministerio de Justicia.
"Este palacio, mal llamado de Parcent, era propiedad de mi abuela y no de su padrastro. Ella lo compró porque era la que tenía el dinero. Ella, y disculpa por insistir, era muy rica por su padre. Y tenía un gusto... Cambiaba la decoración según la estación. Y fue la primera casa particular con un ascensor", corrige Pablo.
Allí, Piedita y su madre se convirtieron en una de las grandes anfitrionas del Madrid alfonsino. "Mi abuela fue revolucionaria. La gente la miraba con gran admiración. Ella trajo la elegancia de París (compraba en Worth, su perfume favorito era Golconda de JAR y se tocaba con los sombreros de Caroline Reboux, al igual que la emperatriz Eugenia de Montijo o Marlene Dietrich). También tenía unas joyas increíbles… Era guapísima. Digamos que los coches se chocaban al verla pasar", relata Pablo Hohenlohe, quien reside en un antiguo molino reformado en Marbella, junto a su mujer, María del Prado Muguiro y de cuya boda, celebrada en Toledo en 2002, fue padrino el hoy rey Felipe VI.
Su espectacular boda
Acordaron que se casarían el 12 de octubre de 1921 en el convento de La Encarnación de Madrid. Él, noble y "un gran político", tenía 23 años; ella, 29. La novia lucía, según Marisol Donis en su magnífico libro Anfitrionas (Ed. Turner), un traje de brochado de plata y velo de tul y decoró su cabeza con una diadema de diamantes, donde entretejieron flores de azahar. A la boda acudieron infantas, príncipes y aristócratas. Después de la ceremonia, fueron recibidos por los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en palacio.
Piedita recibió como regalo una pulsera de diamantes y rubíes; Max, una botonadura de brillantes. "Mantenía buena relación con el rey. Ese día le dijo: 'Te vitorean más que el día que me casé yo'. Tenemos una foto firmada por el monarca, quien escribe: 'A la más bella representación de mi ejército. Firmado: Su jefe Supremo'. Se notaba que había cierta complicidad entre ambos, eran amigos o incluso algo más… No se sabe muy bien", desvela Pablo, cuya abuela materna fue otra gran personalidad: Victoria "Mimi" Fernández de Córdoba, la histórica duquesa de Medinaceli, de la que los reyes fueron sus padrinos de bautismo y quien recibió su nombre por la reina Victoria Eugenia.
Tras la boda, la familia se instaló en el citado palacio de Rottenhaus, un impresionante edificio rodeado de bellos bosques en Checoslovaquia, "la mejor casa de Europa que mi abuela reformó, cumpliendo con su palabra, invirtiendo gran parte de su fortuna", prosigue Pablo Hohenlohe.
"En verdad, pasaban seis meses allí y los otros seis en España. Antes de la Guerra Civil mandaron once vagones llenos de muebles, cuadros, muchas posesiones de gran valor… por lo que pudiera pasar". Pero no lograron su objetivo. En 1941, antes de la invasión de Checoslovaquia - "mi abuelo Maximiliano intentó parar la operación y hay conversaciones de él incluso con Hitler"-, el general Patton les recomendó que se instalaran en España para sortear la Segunda Guerra Mundial. Al renunciar a la nacionalidad, también lo hicieron al castillo. Lo perdieron todo. Por si fuera poco, en 1956, se incendió "El Quexigal" y se quemaron numerosas obras de arte.
Dignidad hasta el final
A la muerte de su marido, en 1968, Piedita se instaló en un piso pequeño en la calle Alberto Bosch, cerca de Los Jerónimos. Acabar en un lugar tan estrecho habiéndolo tenido todo y sin perder nunca la sonrisa fue, según Pablo Hohenlohe, una gran muestra de dignidad de su abuela Piedita. Siguió yendo a Marbella, donde le sorprendió la muerte en 1990. Tenía 98 años.
Adolfo Suárez, que fue buen amigo de la marquesa ya que El Quexigal se levanta majestuoso en Cebreros, el pueblo donde nació el que fue el primer presidente del Gobierno de la Democracia, se inventó sin querer el lema de la familia durante un día en el que mirando fijamente a los ojos de Piedita pareció recitar: "Hohenlohe, habéis perdido todo… menos la sonrisa".