Nieta de reyes y zares, infanta de España por su matrimonio con Alfonso de Orleans y una mujer adelantada a su época. Así era Beatriz de Sajonia-Coburgo, una royal bastante poco conocida, pero cuya apasionante vida y rompedor carácter queda fielmente reflejada en el libro Bee (La Esfera, 2024), escrito por Cristina Barreiro, profesora de Historia Contemporánea.
Lo primero que llama la atención es el título, que significa abeja en inglés y que responde al sobrenombre por el que la conocía la familia. Y es que ella revoloteó por encima de lo establecido, le gustaba pintar (y no lo hacía nada mal), provocó un cisma por su religión protestante que se negó a abandonar pese a las presiones y escandalizó por sus costumbres. Sufrió el suicidio de su hermano, padeció los sinsabores de varios exilios y perdió a uno de sus hijos, pero siempre mantuvo su determinación y fortaleza.
Beatriz de Sajonia nació en Londres en 1884, era hija del príncipe Alfredo, segundo hijo varón de la reina Victoria del Reino Unido y del príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha. Su madre era la gran duquesa María Aleksándrovna de Rusia, hija del zar Alejandro II de Rusia y de la princesa María de Hesse y el Rin. Su árbol genealógico es apabullante.
Pese a su sangre azul, nunca llegó a ser reina. Sí lo fue su hermana mayor, María de Sajonia-Coburgo y Gotha, conocida como Missy, que se casó con Fernando I de Rumanía. ¿Quiere decir eso que Beatriz no es un personaje importante? Sí lo es, porque recorrer su apasionante vida es hacerlo también por la historia de la época.
Así lo explica en Magas Cristina Barreiro: "Me llamó la atención la relación que Bee mantenía con su prima, la reina Victoria Eugenia. Es conocido el rumor de que Alfonso XIII se había fijado en Beatriz y que trató de tontear con ella. Así que había que tirar del hilo… Además, su árbol genealógico iba a permitirnos hacer un recorrido fabuloso de la historia de Europa. Desde la era victoriana al tardofranquismo".
Pese a que aquel supuesto conato de romance con el rey español no llegó a nada, sí le puso en bandeja de plata el amor, pues fue en las nupcias de Alfonso XIII donde conoció al infante Alfonso de Orleans y Borbón (nieto de la reina Isabel II). "Se conocieron en 1906, durante los festejos organizados en Madrid por la boda de Alfonso XIII. Siguieron viéndose porque Bee pasaba temporadas con su prima en España y Ali (como llamaban cariñosamente a Alfonso), con su primo Alfonso XIII. Por entonces él estaba en la Academia Militar de Toledo y se enamoraron", explica.
"Beatriz, la 'princesa hereje' a ojos de algunos cortesanos, era ingeniosa, chispeante. Tenía unas maneras muy inglesas"
De religión protestante, Beatriz de Sajonia-Coburgo no quiso convertirse al catolicismo, pese a ser este un requisito para una futura infanta española. "Se casaron de modo un poco precipitado en Coburgo en 1909. Ellos pensaban que tenían todas las autorizaciones necesarias, pero después resultó que no era así y todo se complicó", explica la autora del libro.
Y añade: "Sin embargo, el matrimonio de Bee y Alfonso permaneció unido, en todas las dificultades que pasaron en la vida y hasta en la muerte del segundo de sus hijos, en combate como aviador durante la Guerra Civil".
La presencia de la infanta Beatriz en la corte española provocó rechazo no solo por su religión, también por sus costumbres poco 'adecuadas' para una mentalidad todavía demasiado tradicional en su país de adopción. "Le costó mucho encajar en la corte", cuenta.
"En España el ambiente cortesano era todavía un poco rancio. Consideraban que Bee era muy moderna, desobediente. Demasiado cosmopolita para ellos y que, además, mangoneaba a la reina Victoria Eugenia. Beatriz, la 'princesa hereje' a ojos de algunos cortesanos, era ingeniosa, chispeante. Tenía unas maneras muy inglesas que escandalizaban a las vetustas mujeres de la corte", relata.
"El entorno palaciego se había quedado trasnochado. La Chata (sobrenombre de la infanta Isabel, tía de Alfonso) no soportaba que Bee diese de mamar a sus hijos, lo consideraba una aberración. En cierta manera, la corte de los Borbones españoles jugaba fuera de circuito respecto a la realeza y modos europeos. Beatriz era mordaz, punzante y no se privaba de difundir runrunes inconvenientes sobre algunos palaciegos que no eran de su agrado", añade.
Se llegó incluso a tacharle de espía durante la Primera Guerra Mundial: "Ella tenía la doble condición de infanta española, pero también era princesa británica y de Sajonia-Coburgo, entonces un estado alemán. Bee mantenía bastante relación con el embajador británico, en las recepciones se les veía hablando mucho…", dice Barreiro.
Y continúa: "Pero, por otro lado, estaba su madre, que aunque rusa de nacimiento, se identificó plenamente con Alemania mientras que su hermana era la reina de Rumanía, entonces en la Triple Entente. Así que hay un cóctel muy explosivo. Espía 'financiada' no fue, pero no tengo duda que ponía la oreja en los entornos políticos y después escribía muchas cartas".
También tuvo sus más y sus menos con Franco y no dudó en enfrentarse a él para defender la legítima intención de su marido de incorporarse a la lucha como piloto en la guerra civil española: "Franco se mantuvo impasible. Era hombre de pocas palabras, solo le respondió que hablaría con Kindelán, jefe de la aviación militar, para ver qué podía hacerse. Bee era osada y a Franco siempre le consideró un soberbio".
Quien sí se alistó fue su hijo Alonso, que perdió la vida en su primera operación a los 25 años. "Bee estaba en Inglaterra. Recibió un telegrama que le leyó su hijo pequeño, Ataúlfo. Alfonso, su marido, estaba de viaje en Estados Unidos, en Detroit, y regresó en cuanto supo la noticia. Está enterrado en Sanlúcar, junto a su madre", explica la autora.
Esta localidad gaditana fue el refugio de la infanta Beatriz tras el final de la guerra hasta su muerte. Allí, además, fue donde ella desarrolló una importante labor social. "Bee se volcó en las labores de caridad. Con parte del dinero que sacó de la venta de algunas joyas, compró una casa en el pueblo y la convirtió en una Casa de la Maternidad para las parturientas, con buena higiene, aparatos médicos, matronas y los servicios contratados de buenos ginecólogos. La madre y los niños se podían quedar ahí un tiempo y los alimentaban".
"La Chata (sobrenombre de la infanta Isabel) no soportaba que Beatriz de Sajonia diese de mamar a sus hijos, lo consideraba una aberración"
"Era la España de postguerra", recuerda, y continúa: "En los 40 y 50 todavía había mucha pobreza. También organizaban bailes y tómbolas para conseguir dinero para la casa. Y la Infanta se movía muy bien para conseguir donaciones. Fue, creo, su obra más querida".
Fue también en Sanlúcar de Barrameda donde finalmente se convirtió al catolicismo: "Lo hizo de manera muy discreta, sin ceremonias grandilocuentes. Tal como era su carácter, si la obligaban no lo hacía. Ella actuaba por propia voluntad. No se plegaba".
Otra gran aportación de la Infanta a la historia fue el diseño del emblema de la aviación y Ejército del Aire. Su marido, Ali, participó en la creación del Cuerpo Militar de Aviación en 1913 y durante una reunión en la que Bee estaba presente surgió la idea de crear esta insignia.
"Ella no lo dudó: en su cuaderno empezó a garabatear unos trazos. Unas alas de pájaro con un sol en el centro que pronto se convertirían en el símbolo y distintivo de la aviación nacional. Lucido en las solapas de todos los aviadores del Ejército español y copiado posteriormente por la RAF. Fue Beatriz de Sajonia-Coburgo, infanta de España por matrimonio, quien diseñó el símbolo de la aviación, el popular Rokiski. Se inspiró en unos pájaros que estaban grabados en el entelado de uno de los salones del Palacio Montpensier, en Sanlúcar", explica.
"Su carácter hubiese sido incompatible con la corte española si Alfonso XIII se hubiese casado con ella en lugar de con su prima, Victoria Eugenia"
Hay una nutrida muestra de sus magníficas acuarelas en el archivo de El Botánico de Sanlúcar: "Las pintó de jovencita. Son unas imágenes geniales, de su viaje a Egipto, sus fines de semana con Ena en Balmoral y cuando les presentaron a Alfonso XIII en Buckingham. Son una muestra de su ingenio y genial sentido del humor. También tallaba madera. Tenía una especie de estudio en su palacete de Quintana y cedía algunas de sus obras a exposiciones benéficas. Y en Sanlúcar, ya en los años 50, se subastaban sus dibujos con fines caritativos".
Para la elaboración de este libro, la autora ha contado con la colaboración de la nieta de Bee, la princesa Beatriz de Orleans, que reside en España y es una socialité de sobra conocida. "Ella fue muy generosa y me permitió alojarme en su casa de Sanlúcar de Barrameda y consultar los archivos de la Fundación Infantes Duques de Montepensier que está en El Botánico, también de su propiedad".
"Allí pude acceder a muchísimos documentos, desde el menú que se ofreció por la coronación de Nicolás II hasta cartas con alto contenido político dentro del contexto de la Guerra Civil y el franquismo. ¡Hay tantas cosas!", confiesa.
Aunque Bee fue infanta y no reina, Barreiro no duda que habría sabido portar la corona "porque tenía grabado a fuego lo que significaba la institución monárquica y su obligación de servicio. Otra cosa es que su carácter, osado y cosmopolita, hubiese sido incompatible con la corte española si Alfonso XIII se hubiese casado con ella en lugar de con Victoria Eugenia".