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Cuando, con 25 años, Carmen González Enguita bajaba a las urgencias de urología del Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza, "a las tres o cuatro de la mañana", la pregunta se repetía: "¿Y el médico? ¿Cuándo viene el urólogo?". El urólogo era ella y, una vez tras otra, le tocaba explicárselo a sus pacientes. “Era el pan nuestro de cada día”, recuerda entre risas.
González Enguita fue la primera mujer en entrar en el servicio de urología del Hospital Universitario, donde hizo el MIR, entre 1986 y 1990. Su juventud y el hecho de ser la única mujer en una especialidad que hasta entonces era exclusivamente masculina, la hacían una rara avis en el hospital. “No me enfadaba ni me molestaba. Lo vivía casi con fascinación”, dice.
En menos de un minuto, se ganaba a los pacientes y con los compañeros no hizo falta romper barreras. "Creo que incluso se sentían orgullosos y presumían de que, por fin, una mujer hubiese elegido esta especialidad en su hospital. Como que hacía que su servicio tuviera otra consideración", recuerda.
A día de hoy, las preguntas que la doctora escucha de los pacientes son otras: "'¿Me operará usted, no?', me dicen después de una o dos consultas. También ayuda que ya soy más mayor, me ven con experiencia… la edad supera el género ya", explica.
A sus 59 años, González Enguita es Jefa del Departamento de Urología de los Hospitales Públicos de Quirónsalud de Madrid, cargo que ostenta desde 2011. "La urología es una especialidad muy desconocida. Todos, hombres y mujeres, tenemos aparato urinario y hay muchas patologías asociadas a las mujeres –infecciones, tumores, inflamaciones- que también tratamos. Sin embargo, la mayoría de la gente se queda con que tratamos la parte de la sexualidad masculina y el genital masculino".
Y si en lo que respecta a la ginecología, siempre se ha visto como normal la existencia de médicos hombres en la especialidad, lo mismo no pasa con la urología, cuya presencia de mujeres sigue siendo un motivo de sorpresa para los pacientes.
"El poder de la masculinidad es muy fuerte y piensan que esa intimidad no la pueden confiar a ninguna mujer. Les perturba, les coarta, les cuesta hablar de ciertos aspectos. Y luego, ¿para qué negarlo?, a lo largo de la historia a la mujer se la ha considerado inferior. ¿Cómo van a ponerse en manos de mujeres? Esto, aunque no se pueda decir en alto y ellos no lo reconozcan, es así. Y hace que una uróloga les perturbe de entrada”.
P. ¿Cómo se eliminan esas barreras?
R. Con paciencia. Voy quitando miedos y tabús, dando confianza y seguridad de que le voy a atender de la mejor manera posible y les dura un minuto. Hay que crear los lazos de conexión necesarios para que en seguida brote la confianza y la empatía, valores que hacen que la relación entre médico y paciente no tenga género.
Especialidad masculinizada
Llegar a una posición de liderazgo en una especialidad tan masculinizada no fue tarea fácil. "Lo tuve tan difícil como cualquier mujer que haya ascendido en su vida profesional, porque todas lo tenemos muy difícil. Incluso en la medicina donde, paradójicamente, la base está prácticamente copada por mujeres, pero en los cargos de más responsabilidad o poder, no llegamos nosotras", destaca.
“No he sido la primera del país y tampoco fue un proyecto que tuviera en la cabeza. Se ha ido dibujando poco a poco, salvando las barreras que todas hemos tenido… porque tenemos siempre un techo de cristal por encima que nos deja ver el pico pero que muchas veces no podemos superar", dice sin querer ahondar en esas barreras.
P.¿Por qué se decantó por la urología?
R.Yo tenía claro que quería una especialidad quirúrgica y sabía que para estar tranquila y dominar la disciplina tenía que conocer con seguridad el órgano y su función y la urología era una especialidad que yo entendía muy bien.
Pese a ser consciente de que se trataba de una especialidad muy masculinizada, en ningún momento pensó que eso podría ser un problema a la hora de elegirla. "Si te digo la verdad creo que pensé en ello el primer día del MIR, cuando llegué al departamento y vi que todo eran hombres. Antes ni siquiera me lo había planteado", cuenta.
"Soy de una generación en la que las mujeres llegamos a la universidad de forma masiva y creíamos que nos íbamos a comer el mundo y que nada se nos iba a poner por delante. Luego la vida nos ha dado a entender que no todo era tan bonito, pero en ese momento ni me lo plantee".
Una vez en el terreno, una se da cuenta de que el camino tiene algunas piedras que hay que sortear. "Las mujeres tenemos que demostrar lo que sabemos hacer mucho más que ellos. Demostrar que eres tan hábil quirúrgicamente, que tienes los mismos conocimientos, que puedes dirigir un equipo tan bien como ellos… Se nos exige más y se nos perdonan menos los errores. No sólo tienes que saberlo sino que tienes que convencer a quien tiene que elegir. Y eso es lo más difícil.”
Hablando con ella, es fácil dilucidar que convencería a quien hiciera falta. No sólo por su experiencia y conocimientos sino por la motivación y la confianza que desprende. Sin pizca de vanidad pero con la seguridad de quién sabe exactamente todo lo que vale. "Mi fortaleza personal ha hecho que yo siguiera adelante con todo. Gracias a eso y a mi formación, de la que estoy muy agradecida al Hospital Miguel Servet, pude venir a Madrid y desarrollarme con todas las dificultades que puede enfrentar una mujer joven".
De Zaragoza a Madrid
Esta zaragozana de carácter fuerte y verbo fácil, llegó a Madrid en 1991. Atrás dejaba un trabajo seguro y con buenas perspectivas de futuro y una familia y unos amigos sorprendidos por la decisión. "Causé algunos trastornos a mi jefe de Zaragoza por venirme aquí. Mi familia y mis amigos tampoco entendían como lo dejaba todo, así, por las buenas".
Aún así, nadie la desvió de su decisión. A los 30 años Carmen dejó su Zaragoza natal "por amor", y dispuesta a comerse el mundo. "Vine siguiendo a alguien de quien me enamoré en un momento determinado. Fue el padre de mis hijas y tenía su vida aquí y yo sabía que si quería estar con él, no había otra alternativa… Vine con una mano delante y otra detrás pero yo pensaba 'con lo lista que soy y la buena formación que tengo, tampoco será tan difícil encontrar trabajo en Madrid'", se ríe.
No lo fue. Al poco tiempo entró en la Fundación Jiménez Díaz (FJD) y ya no salió. Sin embargo los primeros tiempos fueron duros. "Muchos contratos precarios de seis meses, mucha incertidumbre". Tiempos de renuncia, también. "Esto es lo que nos pasó a muchas… Un hombre no lo hubiese hecho. De haber sido al revés, él se hubiera llevado a su mujer a Zaragoza y yo me vine a Madrid. Porque me compensó. Aunque cuando una hace memoria, fueron tiempos duros".
En Madrid volvió a ser la primera mujer en entrar al servicio de urología de la FJD. "En el Miguel Servet y aquí marqué una estela, rompí algunos miedos y reticencias y empecé un camino que luego otras pudieron seguir", dice con orgullo.
Y entre ellas, quizás esté una de sus hijas. Tiene dos, de 27 y 23 años. La mayor estudió Derecho y Administración de Empresas, la más pequeña sigue los pasos de su madre y este año empezará el MIR. "No lo quiero decir en alto pero creo que le gusta la urología también. Es cirujana… eso seguro, los cirujanos tenemos la cabeza estructurada de otra manera y en eso se parece a mí. La especialidad ya veremos, aunque tiene muy buen expediente, hay que tener varias posibilidades en abierto por si acaso”, dice con orgullo.
A ellas les inculcó la misma fuerza y los mismos valores que emana ella misma: "Que sean buenas personas, que crezcan y alcancen sus objetivos sin hacer daño a nadie. Que luchen por lo que les apasiona y que su trabajo les haga felices. Que no sea solo un modo de vida, sino que les llene. Que busquen ejemplos en los que se puedan inspirar y si consideran que su madre es uno de ellos pues… que lo sea", dice con un atisbo de timidez.
Referentes femeninos. Cercanos o a lo lejos. Espejos donde las más jóvenes se puedan mirar para saber que no hay puestos demasiado altos a los que aspirar. "Somos demasiado exigentes con nosotras mismas, demasiado autocríticas, siempre nos cuestionamos si lo vamos a poder hacer y nos autoevaluamos negativamente. Yo, en mi equipo, siempre les digo que cojan el puesto y luego lo analicen. Porque si se paran a pensar, muchas no lo cogen y se niegan a ellas mismas la posibilidad de hacerlo".
Para ello también influye la herencia cultural que sigue conectando a las mujeres con un sinfín de estereotipos que, pese a lo mucho que ha avanzado la sociedad, siguen estando vigentes. "El compromiso familiar sigue siendo nuestro, el peso, por mucho que digan, lo llevamos nosotras y a algunas no les compensa un alto cargo en el trabajo si en casa tienen que seguir siendo el alto cargo. La igualdad de género es la corresponsabilidad en todo en la vida: en casa, en el trabajo y en la sociedad".
A día de hoy, González Enguita ha logrado tener un equipo casi paritario: "Si no llegamos a los 50%-50% estaremos en un 40%-60%" de proporción de mujeres y hombres en el servicio de urología.
P.¿Está a favor de las cuotas como herramienta para llegar a una igualdad real?
R.Mi primer impulso de rebeldía personal me hace pensar que no, que quien esté en esos puestos debe estar por su valía y nada más. Pero, como por debajo subyace una tendencia a que sean ellos los que ocupen esos puestos de poder, algo hay que hacer para que eso se vaya normalizando. Es una herramienta que puede ayudar, sí.
Además, la uróloga señala que el liderazgo femenino, denostado muchas veces al ser considerado blando por parte de ejecutivos más agresivos, tiene especificidades propias de las que habría que sacar partido más a menudo. "Somos más reflexivas, damos más tiempo a la comunicación, a la necesidad de llegar a acuerdos, a la escucha, no somos tan impositivas y trabajamos más en equipo… Y a veces eso se ve negativo. El directivo masculino, con sus decisiones impositivas y unilaterales ve esto como algo negativo, parece inseguridad y no lo es. Los consensos son importantes", destaca.
La ilusión de una vida
Quizás nunca tanto como ahora, que nos asola una crisis de proporciones todavía difíciles de medir. El coronavirus vino a trastocar la vida de todos, y los profesionales sanitarios son los que más lo han sufrido. "A nosotros nos tocó olvidar la especialidad y volver al papel de médico que aprendimos en la universidad. Nos costó mucho abandonar la etiqueta de urólogo, que pesa mucho, porque sabemos mucho de una cosa muy pequeña que te hace perder la mirada amplia que ahora hacía falta".
Pero, a los pocos días, se remangaron y se pusieron al servicio de los pacientes, luchando codo con codo con los especialistas que estaban en primera línea combatiendo el virus. "Teníamos miedo de no saber, de no tener formación pero al final somos médicos antes que urólogos y si se nos necesita ahí estamos".
De estos meses, González Enguita recuerda los días duros y pide prudencia ante la nueva normalidad. "Aprendimos todos mucho pero no sé lo que durará. Creo que vamos demasiado rápido incorporándonos a lo que hacíamos antes y no sé si se nos olvidará lo que hemos pasado", avisa.
El virus se ha cebado con la vida de muchos y los médicos que se han desvivido entonces para curar a sus pacientes empiezan ahora a pagar la factura de meses de trabajo sin descanso. "Estamos en ese momento de bajón en el que ya lo hemos dado todo y ahora vienen momentos de depresión y apatía. Ojalá no venga una nueva ola, porque nos va a pillar agotados".
Pese a los momentos de cansancio y hasta desesperación vividos, en cada minuto estuvo presente la vocación que ha acompañado a González Enguita toda su vida. "La satisfacción de atender a un paciente no tiene comparación. Es lo mejor que se puede llevar un médico… cuando te vas a casa con un beso, una sonrisa, un "gracias" de alguien a quien has sido capaz de ayudar".
La misma vocación que le ha impulsado desde niña a seguir esta profesión y que no sabe muy bien de donde viene. "No sé cómo empezó pero en mis juegos y en mis sueños de la infancia siempre ha estado la medicina. Nunca fue una decisión, era como un espíritu. La ilusión de mi vida era ser médica". Un sueño cumplido con creces.
*Si tiene que elegir un referente, Carmen se decanta por su padre. “Era veterinario y el único que tenía relación con temas de salud, aunque con los animales. En mi casa se trabajaba mucho, se hablaba de medicina y se estudiaba constantemente. Él me inculcó el amor por la salud. Creo que veía que yo iba a ser feliz siendo médica y él lo fue viéndome a mí serlo”.