Laura Monclús (Tarragona, 1973) siempre ha tenido los pies en la tierra, pero la vista puesta en el cielo. Desde que viajó por primera vez en avión cuando era pequeña ha estado enamorada de la aeronáutica. "Me encantaba viajar, el ambiente que había, ver cómo volaba el avión y se levantaba de esa manera con tantísima gente...".
"Recuerdo haberle dicho a mi madre: 'Mamá, algún día seré azafata de avión'. Y ella me respondió: '¿Y por qué azafata y no piloto?'. Ni siquiera me lo había planteado. Veía solo hombres en la cabina entonces, no es que quisiera o no, simplemente no me lo planteaba", recuerda mientras toma un té con limón en una terraza frente al Museo Reina Sofía de Madrid.
Esa pregunta que le hizo su madre, uno de sus mayores pilares, se quedó grabada en su mente y con los años cumplió su sueño de convertirse en piloto, aunque finalmente de helicóptero y no de avión. Un sueño que hace unos años dejó a un lado para cumplir otro: ser madre. "Tengo un niño con dificultades y eso me ha supuesto tener que encontrar lo mejor para él".
Actualmente trabaja como técnico de operaciones de vuelo en el ámbito de la inspección aeronáutica en SENASA para la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA), un trabajo que le llena porque lo considera su aportación para "tratar de mejorar la seguridad". "Soy una persona que disfruto con lo que hago y en el momento en el que dejo de hacerlo busco un plan B", afirma tajante. Y es que Laura siempre se ha lanzado a por sus sueños, consciente del esfuerzo que supone y "de la situación de cada momento".
Aterrizó en Madrid para estudiar Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica ya que "en aquel entonces hacerse piloto era por lo militar o por lo civil, pero tenía que ir a Salamanca y era carísimo". En la capital compaginó sus estudios con ayudar en una tienda que sus padres habían abierto.
Al terminar la carrera entró a trabajar en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y participó en el proyecto de la lanzadera espacial de Ariane. Durante esos años ya se familiarizó con la seguridad, en aquella ocasión la de los coches. "Allí hacíamos la homologación de vehículos y trabajé en la seguridad pasiva. Estuve en los típicos ensayos con dummies en los que se estrella un coche a una cierta velocidad".
Pero Laura seguía teniendo clavada la espinita de ser piloto, así que se sacó la licencia para pilotar aviones ultraligeros y se compró uno con otros cuatro amigos. "Este es otro gran mundo desconocido para la gente. En realidad, es relativamente asequible".
Aunque feliz con su ultraligero, su amor verdadero era el helicóptero desde que lo descubrió por pura casualidad a los 18 años. "Yo al principio quería ser piloto de avión. Estaba estudiando y un fin de semana me fui a Tarragona. En el vuelo había overbooking y me pusieron en primera clase. Llevaba mis libros de aeronáutica y a mi lado había un señor que me preguntó si estaba estudiando ingeniería". Resultó que ese hombre era el presidente del Aeroclub de Sabadell.
"Me dijo que había quedado con su mujer y un amigo en Reus e iban a ir en helicóptero y que estaba invitada. Pues allí me planté y fue la primera vez que volé en helicóptero, eso fue lo que me hizo cambiar de opinión, esa oportunidad. Me acuerdo que volamos hasta allí y me estuvo enseñando cómo se hace una autorrotación. Vi las infinitas posibilidades que tenía el helicóptero y dije: yo lo que seré algún día es piloto de helicóptero".
Se apuntó en la escuela European Flyers y, de nuevo, el consejo de su madre fue crucial. "Me preguntó: '¿Por qué te vas a sacar la licencia de piloto privado? ¿Eso para qué te sirve?'. Le contesté que era como el ultraligero pero ella me dijo que si eso era lo que realmente quería hacer, que me sacase la licencia de piloto comercial". Laura sabía que era mucho dinero y le daba miedo no conseguir trabajo de ello. "Sin la licencia seguro que no vas a poder trabajar como piloto", apuntó certeramente su madre. "Tengo una madre muy sabia", afirma Laura con una sonrisa.
Los dos años y medio que tardó en sacarse la licencia fueron intensos pero los recuerda con mucho cariño. "Por las mañanas estaba en el INTA, por las tardes me iba a clase y por las noches a la tienda para hacer los escaparates y ver lo que se había vendido".
Extinguiendo incendios
Se licenció en European Flyers en 2007 y se convirtió en una de las pocas mujeres piloto de helicóptero de España. En nuestro país hay algo menos de mil licencias y las mujeres solo representan el 2,5%. "Somos muy poquitas, de hecho, tenemos un chat común y estamos todas conectadas".
Al graduarse sabía que tenía que intentar dedicarse a ser piloto. Era ahora o nunca. Dejó su trabajo en el INTA y se subió al coche para recorrer todas las empresas de España en busca de una oportunidad. "Mi padre me dijo que me arrepentiría toda la vida porque claro, el del INTA era un trabajo fijo y que estaba muy bien".
Nada más lejos de la realidad. Entró en Eliance Aviation como operador de vuelo en Mora de Ebro (Tarragona) para trabajar durante la campaña de verano en la extinción de incendios, una labor que, si bien es exigente y tiene sus riesgos, rápidamente la enganchó. "Disfrutas haciendo tu trabajo y también es satisfactorio el trabajo en equipo, poder colaborar con el personal de tierra y ver que has cumplido cuando apagas el fuego. Aunque es verdad que otras veces da pena al ver todo lo que se ha quemado".
Cuando terminó su contrato se mudó a Sevilla para incorporarse a Babcock y realizar operaciones tan diversas como esenciales: primero en el equipo de extinción de incendios en Madroñalejo, luego como copiloto en el grupo de rescate en Los Palacios y Villafranca y más tarde en el helicóptero sanitario en La Cartuja. "Cuando me dijeron que iba al sanitario pensé: 'Buah, con lo aprensiva que soy voy a ver sangre y me voy a caer redonda'", bromea.
"Me acuerdo una vez en Huelva que fuimos a recoger a una chica que debía tener unos 30 años. La metimos en el helicóptero y se me acercó su madre y me dijo: '¿Tú eres la piloto? Cuidado que ahí va mi niña'. Ahí te das cuenta de la importancia que tienes para el resto y bueno, es bonito es saber que estás aportando de alguna manera a la sociedad".
Tras algo más de dos años en Sevilla, Laura volvió a hacer las maletas, esta vez a Castilla La-Mancha para trabajar en Pegasus Offshore, "lo que antes era Hispánica de Aviación". Allí pudo compaginar sus dos pasiones: ser piloto e ingeniera. "Pude volar el Sokol, un helicóptero grande que tiene capacidad para 12 personas, y en invierno trabajar como ingeniera en la gestión del mantenimiento de las aeronaves. Fue muy enriquecedor".
En su faceta como piloto se dedicó a la extinción de incendios por toda España y tuvo la oportunidad de trabajar con las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (las BRIF). "Donde hay un gran incendio forestal, ahí estábamos. Y claro, yo estaba enamorada, encantada y feliz".
Madre o comandante
En 2016 se mudó de nuevo, esta vez a Sabadell, y volvió a Eliance Aviation, la empresa que le había dado su primera oportunidad para trabajar como piloto. El motivo: su hijo Aldo. "Yo tenía dos sueños, ser comandante y ser mamá. Retrasé la maternidad dándole prioridad a mi profesión porque también lo disfruto muchísimo y quería llegar a comandante. Pero el tiempo iba pasando y llegó un momento que dije: bueno mira, hay que tirar para adelante".
Laura decidió ser madre sola y su hijo nació en 2013. Casualidades de la vida, poco después de dar a luz, la llamaron de su empresa para avisarla de que había disponible un curso para comandante, ese puesto que tanto había deseado y que había estado esperando durante años. "No había terminado mi baja de maternidad y me di de alta para hacerlo". Gracias a sus padres, que la acompañaron durante ese tiempo para ayudarla a cuidar a Aldo, consiguió su objetivo.
"El primer año con el peque fueron dos meses en Ejea de los Caballeros (Aragón), otros dos meses en Valdemorillo (Madrid) y cuatro en Pinofranqueado (Extremadura). Mis padres venían con la autocaravana y se quedaban con el niño mientras yo estaba en la base". Laura se dio cuenta de que tenía que cambiar sus planes cuando, a los 18 meses, le diagnosticaron epilepsia.
"Durante la primera guardia que hice en Eliance al volver en esta segunda etapa, Aldo se había quedado con mis padres y me llamaron porque lo habían ingresado. El primer día. Entonces me di cuenta de que iba a ser muy complicado mantener esta situación por las necesidades que tenía el peque y busqué una alternativa". Tiempo después de volvió a Madrid para trabajar en SENASA.
"Aquí estoy sola con mi niño, aunque siempre que les necesito mis padres están ahí, si no sería mucho más complicado". Por el momento lo más duro para Laura ha sido el confinamiento donde tuvo que lidiar sola con el telecole y el trabajo, pero ella se reafirma: aunque tenga que andar corriendo "de la Ceca a la Meca, eso ocurre en todas las familias y tienes un sueño hay que perseguirlo".
Ellas Vuelan Alto
Al volver a Madrid se incorporó como directora de Expansión Ellas Vuelan Alto (EVA), la asociación que fundó junto a otras compañeras para dar visibilidad a la mujer en el sector aeronáutico. Laura defiende la necesidad de tener referentes que inspiren a los jóvenes a hacer cosas para evitar cerrarse puertas como ella casi hizo cuando era pequeña. Gracias a su madre contempló el ser piloto, pero "no todas las personas han tenido ese apoyo ni tienen ese arrojo".
Uno de los objetivos de Ellas Vuelan Alto es justamente normalizar que haya mujeres en el sector y que se les dé las mismas oportunidades que a los hombres porque, como sostiene Laura, el que haya más mujeres profesionales y preparadas en puestos de responsabilidad será bueno para las empresas "que son perfectamente conscientes de que no pueden perder el 50% del talento, que es el femenino".
"Se trata de normalizar lo que ya debería ser normal". Porque lo que no debería ser normal son situaciones que Laura pasó, hace no tanto, cuando llegaba a algunas de las bases de España. "Te estoy hablando de a lo mejor hace 10 o 12 años, y en la mayor parte de las bases de incendios donde yo iba no había baños de mujeres. Pero es que yo lo veía normal y no lo reivindicaba porque pensaba: si estoy yo sola, no van a hacer un baño solo para mí. A lo mejor lo que hay que hacer es potenciar que haya más mujeres y que todas las instalaciones estén adecuadas".
Otro ejemplo son los monos de vuelo en los que se gastaba "unos dinerales" para arreglarlos y ajustarlos a su talla. "La mayor parte de las veces me he ido buscando las castañas, me acuerdo en uno de los helicópteros que me hice mi cojín y me pegaba bien el asiento para llegar bien. Es decir, hay soluciones, pero eso ya debería venir persé porque al final formamos parte de la sociedad". Laura sostiene que "las profesiones del futuro son las científicas" por lo que si las mujeres se quedan atrás "no vamos a poder eliminar la brecha salarial".
"También es bueno para el país. Tendremos una sociedad mucho más moderna y habrá más posibilidades para hombres y mujeres, para dar ejemplos a nuestros hijos y posibilitar a que cada uno haga lo que quiera y por lo que ha luchado".
Ese espíritu de esfuerzo y seguir los sueños no lo ha perdido y tiene claro que, cuando pueda, volverá a surcar los cielos pilotando un helicóptero. "Seguramente aparezca la oportunidad", afirma convencida. "Yo adquirí un compromiso con mi hijo cuando decidí ser madre y mientras él me necesite al nivel al que me necesita, ahí estaré. En el momento en que él pueda volar un poco más solo no descarto para nada la posibilidad. De hecho, ya estoy trabajando en las posibles alternativas".
"Así que sí", concluye, "volveré. No sé cómo ni en calidad de qué, pero seguramente sí, porque está ahí y no le he dejado de desear".