Gisela Armengol (38 años) llevaba cinco años como comandante de vuelo en España cuando le ofrecieron cubrir una subcontrata para una compañía saudí, Flydeal, en Arabia Saudí. "Me lo pensé muchísimo. Es un reto ir a trabajar a un sitio donde no sabía ni siquiera si me responderían como mujer comandante. A lo mejor no me hacían caso. A lo mejor les pedía selectarme el combustible cinco toneladas y ni me respondían".

Gisela Armengol, con algunas pasajeras de Flyadeal.

Pero decidió levantar vuelo y convertirse, en diciembre de 2019, en la primera mujer comandante (extranjera) en una aerolínea saudita. Ninguna mujer había volado tan alto y con tanta responsabilidad en ese territorio.

En este país, el techo de cristal estaba muy cerca de la tierra, puesto que la primera mujer piloto que cogió un avión en Arabia Saudí fue Hanadi Zakaria al-Hindi en el 2017, eso sí, un aparato privado. Y el mismo año de la llegada de Gisela a Jeddah, en el 2019, Yasmin Al Maimani se convertía en la primera piloto chica en una línea aérea comercial, también en Flydeal. Eso sí, ninguna comandante.

Un año después, hay sólo cinco mujeres con licencia para volar en Arabia Saudí.

"Mi compañía les llamó para preguntar si podía ir una mujer y dijeron que sim ningún problema. Pero no esperaban a una comandante. Esperaban una copiloto. Cuando hicimos el curso para adaptarnos a sus procedimientos, incluso el instructor, que era un piloto, se sorprendió que yo fuera comandante", explica Gisela después de bajarse de un avión para descansar unos horas antes de subirse a otro.

Curiosamente, Gisela fue a volar en un país donde una mujer 'condujo' antes un avión que un coche, ya que hasta 2019 no estaba permitido a las mujeres tocar el volante. "Flydeal es una compañía que trabaja muy en contacto con el Gobierno de Arabia Saudí que está ahora mismo con el plan Vision 2030 para ir abriendo muchas puertas", reconoce esta leridana.

Su ventana era pequeña pero ella quería aprovecharla para ir agrandando las miras de los saudíes. Por eso, si se le pregunta realmente qué le animó a coger el puesto, esta comandante es muy contundente: "Me animé para demostrar que una mujer puede hacer todo lo que quiera. Sólo mi presencia ya significa mucho", asegura.

Gisela Armengol, en el interior del avión.

Estuvo casi dos meses volando desde Jeddah, la segunda ciudad más importante del país, a lugares como Riad, la capital; Tabuk, Jizán... todos vuelos nacionales, con la mayoría del pasaje de Arabia Saudí y el personal nacional de la compañía. "Las trabas más importantes las sufrí por parte del pasaje porque al final el personal de tierra o el del aeropuerto está más abierto, ya que en cualquier aerolínea grande, internacional, que viaje hasta allí habrá llevado a alguna mujer piloto y ya la han visto. Pero los pasajeros no se creían que yo fuera el comandante cuando preguntaban o tenían algún problema".

Hablar de miradas, malas respuestas o que la ignoraran al pasar o en sus peticiones, le produce una media sonrisa, como si a eso ya estuviera acostumbrada incluso antes de llegar a Arabia Saudí. "Al instructor del curso que hicimos le pregunté cómo debía actuar si tenía algún problema y no me hacían caso en lo que pedía. Y la respuesta fue: 'Pues habla con tu comandante. Y la comandante era yo", resume casi con una paradoja.

Piloto desde hace 20 años

Gisela siempre tuvo claro que lo suyo eran los cielos. "Siempre he viajado con mis padres desde muy pequeña y prefería ir en avión que en coche".

Pero cuenta una anécdota sobre cómo fue forjando su carrera que es muy ilustradora de la necesidad de cambiar los referentes para que las niñas puedan llegar a ser lo que quieran ser en su vida: "El que realmente quería ser piloto era mi primo. Él era adolescente y yo pequeñita y yo siempre iba detrás de él diciendo: 'yo tu azafata, yo tu azafata'".

Cuando acabó el bachiller seguía mirando hacía arriba y se planteó estudiar ingeniería aeronáutica: "Vi las asignaturas y me dije que no, que yo no quería construir aviones, que no quería construir aeropuertos. Yo lo que quería era volar".

Y volar con ella a los mandos: "Dices lo de azafata sin pensarlo, siendo pequeña, por todo lo que ves en todos sitios, pero fui consciente pronto de hay muchas mujeres pioneras que han demostrado que todas podemos hacer cualquier cosa". Así que entró directamente en la Escuela de Pilotos en Madrid, hace ya 20 años, precisamente un 11 de septiembre del año 2000, uno antes de que la aviación entrara en shock por el atentado contra las Torres Gemelas.

"Los primeros años fueron duros, volando poco. Conseguí ser instructora de vuelo y estuve a punto de dejarlo porque no había trabajo tras el 11-S. Después ya me enganché y me fui a África a volar unos turbohélices y volví a España", resume como si fuera el curriculum normal de cualquier piloto. "Ascendí a comandante en el año 2014", completa. 

Quizá su experiencia africana le ayudó a tomarse las trabas en Arabia Saudí con mucha más calma. "Estuve volando en Ghana. Allí también se quedaban mirando siempre, porque es otro mundo. Hay que aprender a tener mucha paciencia porque todo va... cuando se puede. El mantenimiento de los aviones era complicado porque no tienen material y lo tienen que pedir al extranjero y tardaban días en llegar; pero hasta una simple rueda".

Para volar, el territorio saudí no es especialmente complicado. "Es como cualquier otro país. Vas con los controladores, las aerolíneas y sin ningún problema. Lo complicado allí suele ser en tierra. Tratar con el personal de tierra, que todo salga bien, sacar el vuelo...", explica.

De hecho, recuerda que la mayoría de los problemas en su día a día surgían con los horarios en tierra: "Si mi vuelo coincidía con el rezo, a lo mejor te desaparecía todo el personal y era una lucha constante. Están tan acostumbrados a que cuando hay un rezo se para el país, cierran las tiendas, todo... que cuando se les exige un horario, cuesta".

Pero al final consiguió incluso alguna felicitación inesperada: "Lo que más me impactó es que los pasajeros te daban la enhorabuena, incluso algunos hombres. Miradas hay pero es que de esas también tengo aquí en España, pero el que me diera la enhorabuena un saudí, me llenó de orgullo", reconoce.

La compañía para la que trabajó, Flydeal, ha sido la primera línea comercial del país que ha permitido a sus trabajadoras vestir en pantalones y quitarse el pañuelo. "Al principio les costó mucho, miraban mal a las azafatas, según me contaban ellas mismas. Pero como estaba permitido, han seguido vistiéndose así. Además muchas son árabes pero no sauditas".

Y es que el problema que tiene muchas mujeres saudíes que quieren ser piloto es también la formación, imposible dentro del país. "Sigo a algunas profesionales por redes sociales y todas han estudiado en el extranjero porque no sé si no hay o no se lo permite todavía formarse en su escuela de pilotos. ¡Ojalá puedan formarse allí pronto!". De hecho, la primera mujer piloto estudió en Jordania y la primera piloto en una línea comercial, en EEUU, desde donde la Autoridad de Aviación Saudí validó sus horas de vuelo.

"No podía ir a la piscina"

Si por el aire era una comandante, la cosa cambiaba cuando aterrizaba y se convertía en sólo una mujer, eso sí, extranjera. "Vivía en un hotel en Jeddah. En ese momento la abaya no era obligatoria pero yo la llevaba muchas veces por comodidad y respeto. Es verdad que no deberíamos aceptarlo pero hay que respetar sus costumbres que van cambiando", reconoce.

Incluso alquilar una habitación para una mujer sola no es fácil: "Tienes cosas como un horario de mujer en el hotel y no podía ir a la piscina, pero espero que si vuelvo en un año o dos aunque sea de turista, pueda usarlo". 

Es su deseo porque, reconoce, se ha quedado con ganas de visitar algunos lugares y de bañarse libremente en el mar. "Los paisajes que tiene ese país son increíbles, montaña, mar... Hay que ir a verlo, aunque no están preparados en según qué sitios. En casi todas las playas que veías desde el coche, está prohibido el baño y menos para una mujer. La única forma era ir a un resort, pagar la entrada del día, y poder ir a su playa".

Aún así, Gisela asegura que lo que más le sorprendió del país era, precisamente, que tenía menos problemas de los que ella se había imaginado en su cabeza. "Llevábamos ciertos miedos encima antes de ir y cuando llegué allí, nada". Se movía sola por los alrededores del hotel pero si iba más lejos, pedía a algún compañero que le acompañara, "aunque no fuera obligatorio, por si acaso, porque hay chicas que viajan solas ya, pero la sociedad no es tan abierta como el Gobierno", aclara.

Miradas

Esta comandante leridana valora muy positivamente la experiencia saudí: "Laboralmente me ha aportado mucho para conocer otra manera de trabajar. A mí me gusta ver distintos sitios, países, poder decir que he volado en los cinco continentes, por ahora ya he volado en tres. Y, sobre todo, el darme cuenta que puedo hacer lo que quiera. Si he sido comandante en Arabia creo que puedo hacer casi lo que quiera".

Pertenece en el SEPLA, el sindicato de pilotos, al grupo de "Aviadoras" que trabaja para promover referentes profesionales femeninos de cara a las nuevas generaciones que tienen que ir llegando: "Para que las niñas lo vea normal. Si no se ven mujeres pilotos, la gente sigue pensando en ello como una profesión más masculina".

Ha sido casi de todo en el avión, incluso azafata, mientras esperaba su oportunidad para hacerse con los mandos y reconoce que, salvo miradas (¡ay las miradas¡) y comentarios malintencionados de algunos compañeros, a ella siempre la han tratado con mucho respeto

"Es una profesión increíble y no sé que tiene que hace que desconectes de todo. Cuando aterrizo estoy mirando la pista y no pienso en nada más". Por eso, estos meses sin volar por el confinamiento han sido una pesadilla. "Al principio me lo tomé bien pero cuando mi pareja empezó a trabajar ya de forma regular y yo me quedaba sola, sin poder moverme... sólo quería volar".

En lo que sí coinciden las pilotos españolas, saudíes, alemanas, africanas y de cualquier nacionalidad es lo complicado que resulta combinar vida profesional y personal. "Conciliar es un poco complicado. Hay que encontrar a alguien que acepte que no tengo libres todos los fines de semana, que un día me tengo que acostar a las 8 de la tarde y no a las 11, que me tengo que organizar con mucho tiempo para pedir los días, que no puedo tener de repente un sábado...".

Pero sabe que son cosas que vienen con el oficio y que tendrán que ir mejorando poco a poco. Por eso, si se le pregunta por el futuro: "Mi intención es seguir trabajando en España. Pero si me ofrecen la oportunidad de ir un tiempo a otro continente, América, por ejemplo, sí me gustaría. Eso sí, mudarme... no. En España se está muy bien. Yo ya he estado fuera y como aquí nada".

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