Una desaparición es siempre un hecho perturbador. Personas que parecen esfumarse en el aire, que salieron de casa, del coche o del trabajo y nunca más volvieron ni dejaron rastro alguno. En Lo que no cuentan los muertos he querido explorar y recrear una desaparición tan enigmática como lo son tantas.
Me impresionó en su momento una premiada serie de televisión, The leftovers, en la que, debido a un extraño fenómeno, 140 millones de personas, el dos por ciento de la población mundial, desaparecen abruptamente mientras están desarrollando sus actividades cotidianas: desayunando en familia, conduciendo un coche o esperando en la parada del bus. Se volatilizan, literalmente, y solo quedan de ellos sus ropas, vacías de los cuerpos que albergaron.
Esas inquietantes escenas me inspiraron la que se produce en mi novela: dos personas se disponen a cenar una fideuá cuando ambas desaparecen sin ni siquiera comenzar a degustarla. Sin signos de violencia, sin forcejeo, con la vajilla y la comida intactas sobre el mantel. También es peculiar la relación entre los dos comensales: ambos sobrevivieron un año atrás a un accidente aéreo. De otro modo quizá nunca se hubieran conocido, pertenecen a mundos muy distintos.
Ella es Rita Marí, una mujer adinerada casi sexagenaria, casada y con dos hijos ya independizados. Es la anfitriona de esa cena que nunca fue. El escenario: el jardín de su mansión en una urbanización de lujo de Alassar, un pueblo costero cercano a Valencia.
Allí se refugió tras el accidente, en la casa que fue de sus padres, regresando a sus raíces valencianas y alejada de su marido e hijos, que viven en Madrid, resignados ante esa “huida” emocional. Su invitado a la mesa es el joven militar español Eduardo Molaro, zaragozano, capitán del Ejército de Tierra.
En la catástrofe aérea solo sobrevivieron cinco personas de un pasaje de ochenta. Dos de ellos fueron Rita y Eduardo. Se conocieron en medio del desconcierto, en el paisaje apocalíptico que dibujó el aparato tras estrellarse e incendiarse. Viajaban en un vuelo interior en Tailandia con destino a la ciudad budista de Chiang Mai. El militar perdió a su esposa en el accidente. Estaban recién casados.
Las tres íntimas amigas de Rita con las que compartía las vacaciones tampoco sobrevivieron. Ninguno de los dos se perdona estar vivo cuando esos seres queridos ya no lo están. La culpa y la devastación emocional que provoca es el potente vínculo que los une. Les cuesta explicar a los demás ese sentimiento aniquilador sin parecer unos ingratos por seguir con vida. Un año después, desaparecen sin dejar rastro.
Ninguno de los dos se perdona estar vivo cuando esos seres queridos ya no están
La culpa también cimbrea por el alma de Julián Tresser, capitán en la Unidad Central Operativa, la UCO, la unidad de élite de la Policía Judicial de la Guardia Civil. Él y su expareja, la psiquiatra Adelaida Mabrán, sufrieron una tragedia cuyo dolor no pudieron afrontar juntos y de la que Tresser se siente en parte responsable.
Es el mes de agosto y está de vacaciones en Fuerteventura cuando su comandante le requiere para que se desplace cuanto antes a Valencia para investigar la desaparición de Rita y Eduardo, cuatro días ya sin noticias de ellos. No tiene con quién dejar a su hija Luba, una niña de catorce años muy especial: Tresser la rescató del infierno de la prostitución infantil y la adoptó legalmente. Quiere ayudarla a construir una nueva vida, aunque sabe que será una niña marcada por ese pasado tan cruel como desgraciado.
No es lo más correcto, así se lo subraya su comandante, pero decide llevársela con él a Valencia y alquilar un apartamento, al no encontrar una canguro que pueda cuidar de ella en su ausencia. A Luba la acompaña Fanny, veinteañera, su compañera de tormento en el trágico pasado de ambas.
Luba es un ser frágil, es la debilidad del capitán Tresser, la única que se permite este hombre de cuarenta y siete años con una personalidad hermética y un carácter huraño y expeditivo, pero también con esa grandeza humana que le impulsa a luchar por su hija y que nos recuerda que la solidaridad y los afectos incondicionales también son belleza y hasta incluso poesía.
Julián Tresser lleva solo seis meses en la UCO y va a enfrentarse, quizá, al caso más complejo (y desconcertante) de su carrera. Una desaparición sin pistas, sin prácticamente nada para abrir una línea de investigación. Le acompaña a Valencia un equipo de cuatro guardias civiles y también la capitán Amanda, psicóloga, criminóloga y experta en elaborar perfiles criminales que orienten a los investigadores en sus pesquisas.
Y es que la desaparición de Rita y Molaro no ha sido voluntaria: hay indicios que así lo evidencian, pero poco más. El resto es un misterio, un enigma que Tresser tendrá que descifrar en una investigación sembrada de incógnitas, porque Lo que no cuentan los muertos es una historia en la que casi nada es lo que parece, con el dolor, la culpa, la expiación y la codicia planeando siempre sobre la trama y sus personajes.
Un excitante viaje a través de la lectura por los sinuosos senderos de una investigación policial casi en tiempo real donde se mezclan la acción, la aventura (mucha), el drama y la tragedia.