Aprovecho que la anterior escritora, Pepa Roma, nombra en su texto a las pintoras renacentistas, para extenderme sobre el tema, por cierto, mi favorito.
Vaya mi homenaje, pues, a ese grupo de pintoras del Renacimiento y el Barroco, la mayoría italianas: Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana, Fede Galizia, Artemisia Gentilleschi, Elisabetta Sirani, Giovanna Garzoni, Barbara Longhi, Plautilla Nelli.
Hay, de cada una de esas artistas, varias obras que han sido como una revelación para mí, y a través de las cuales he visto un camino para llegar a conocer la personalidad de su autora, tanto el aspecto creativo como el social. Y me ha sido muy útil mi propia experiencia en este campo, mi visión de cogremialista que ha descubierto cuán manifiesta y aclaratoria una línea, la expresión de una figura o la elección de un color determinado puede llegar a ser. Cuáles fueron las peculiaridades, las características, los defectos, las vivencias, que habían acumulado esas mujeres y que les ayudaron a lograr lo que lograron. Y, sobre todo, encontrar cuál es el papel que cada una de ellas juega en esa relación mujer y arte.
No existe el concepto de arte neutro, como estoy convencida de que no existe tampoco el de ciencia neutra. El arte, este placer eterno y universal, al igual que los ángeles, no tiene sexo, se nos ha repetido. Pero eso no es cierto. Si el artista no es andrógino, su arte tampoco lo será. La creadora o el creador se expresa, materializa su visión de lo que le rodea, y esta va a estar siempre condicionada. El arte ha estado y estará siempre íntimamente relacionado con el ambiente, con la cultura de la persona que lo crea. El arte ha sido y será siempre oriental u occidental, autóctono o colonizado, pobre o rico, femenino o masculino. Mientras haya diferencias culturales, esto va a reflejarse en la manera de entender e interpretarlo.
El concepto del ARTE puro, con mayúsculas, es una entelequia, un intento de divinizar algo que es humano, bello, placentero, lúdico, pero humano. No es, pues, sexista hablar de feminidad o masculinidad en el arte, porque si el arte no es neutro, si el artista lo que hace es imprimir su visión del mundo, tiene forzosamente que haber un arte femenino, igual y que hay uno español o italiano o barroco o primitivo.
Hay diferencias entre los dos sexos y tienen que expresarse como tales. Con ello no quiero decir que asuma los estereotipos de uno u otro sexo como genuinos, sino, hasta cierto punto, todo lo contrario. En muchas ocasiones el punto de arranque de la creatividad de mujeres artistas ha sido el de la ira, el de la violencia, el de la agresividad, emociones todas ellas que poco o nada responden al estereotipo de lo femenino.
"El arte ha sido y será siempre oriental u occidental, autóctono o colonizado, pobre o rico, femenino o masculino"
Existe más de una posición feminista con respecto a la aportación de las mujeres a la historia de la pintura y a la manera en que debería esta reinterpretarse, la manera en que debería remediarse el todavía persistente equívoco sobre la auténtica contribución de aquellas. Con variaciones en los matices, ha habido tradicionalmente dos tesis que deberían contestarse: la que ha sostenido que hubo una representación femenina comparable a la masculina, pero simplemente despreciada, y la que ha dicho que esta aportación fue mínima y secundaria, como en cualquier otra área profesional, y como cabía esperar, al darse una circunstancia de total discriminación respecto a las oportunidades de unas y otros.
La primera contradice la lógica más elemental en el sentido de que si no se daban las bases para esa aportación masiva, ¿cómo podía pues producirse? Porque las bases no se daban, eso no lo discute nadie: las mujeres tenían vetado el acceso a talleres, a gremios e incluso a materiales para producir arte. En cuanto a la segunda tesis, ha sido asimismo producto de algunas feministas probablemente bien intencionadas, pero con nulos conocimientos sobre la materia. Hay bastante bibliografía publicada estas últimas décadas en Estados Unidos, aunque poca en lengua castellana.
De todos modos, han ido saliendo a la luz esos nombres “olvidados” de mujeres artistas y un número importante de reproducciones de su obra: lo suficiente para que no se pueda hoy día discutir su categoría, su talento y su producción, todo ello a pesar de los obstáculos a los que su posición socioeconómica las exponía. Porque no puede darse la creación sin una base de independencia y libertad, y, precisamente porque las mujeres no tenían garantizada la posterioridad, está claro que no han bastado todas esas publicaciones -quizá porque han quedado la mayoría en ese recinto exclusivo de literatura feminista-, y queda aún pendiente esa penosa asignatura de reescribir la historia del arte.
En lo que todas las tesis coinciden, incluso las no feministas, es en que ha habido una negligencia, consciente o inconsciente, consecuencia del orden patriarcal imperante en todos los sectores de producción, incluyendo el de la historiografía. La negligencia ha estado, además, acompañada de toda una semántica perversa que reforzaba la idea de que lo femenino estaba asociado a la artesanía, no al arte. Me refiero al uso de adjetivos como sentimental, delicado, romántico, decorativo, etc.
"Las mujeres artistas actuales, ya sin constreñimientos ni ataduras, libres de crear, han invadido el campo de la fotografía, la instalación o el vídeo"
En pocos ámbitos como en el de la historia del arte se ha probado tan cierta esta tesis de la censura patriarcal, puesto que, en el momento que se ha empezado a hurgar con rigor en el pasado ha surgido toda esa multitud de nombres de mujeres creadoras que estaban allí desde siempre, pero que por las razones aludidas habían quedado en el olvido.
Reinterpretar la historia no debería significar simplemente acabar de incluir en ella, con la justa relevancia, los nombres y la obra de esas mujeres, en muchas ocasiones atribuida con mayor o menor grado de deshonestidad, versus ignorancia, a una firma masculina: es importante hacerlo a partir del reconocimiento de la discriminación que sufrieron en su conjunto. Proponía Linda Nochlin, en el hoy considerado texto fundacional de la crítica feminista sobre el arte, que la tarea debe hacerse señalando el carácter femenino como específicamente diferente del masculino y reconstruyendo el paradigma de la propia historia del arte: buscar la diferencia de la expresión no en bases biológicas sino en bases históricas, porque han sido las condiciones ambientales las que han incidido en la capacidad creadora de las mujeres.
A lo largo de este recorrido por la personalidad, la vida y la obra de este grupo de pintoras sí se pone en evidencia que la mayoría de ellas tuvieron una cierta facilidad de su entorno para acceder al material pictórico, lo que reforzaría la teoría de que, cuando se daban esas mínimas condiciones para que de ellas floreciera el arte, florecía, y con poderío.
El panorama actual de la pintura contemporánea de los países desarrollados es esclarecedor en el sentido de que el movimiento que con tanta fuerza surgió en los ochenta, proponiendo una vuelta a la PINTURA con mayúsculas después de todas las desviaciones vanguardistas y conceptuales de décadas anteriores, prescindió una vez más de las mujeres, porque los nombres que se recuperaban como patrón y espejo eran en su mayoría de varones. La consecuencia fue que las mujeres artistas actuales, ya sin constreñimientos ni ataduras, libres de crear, han invadido el campo de la fotografía, la instalación o el vídeo: campos no viciados por el modelo exclusivamente masculino.
Paso ahora el testigo a la escritora Marga Iriarte, que mucho tiene que relatarnos sobre el tema.