La saga de las Solís, seis mujeres con arte en una misma familia
Con la libertad creativa por bandera, la familia Solís muestra su arte y sus recuerdos en su exposición temporal de Madrid 'Sol en Lobo'.
8 febrero, 2022 03:36Noticias relacionadas
Más o menos cuando el poeta Gabriel Lobo comenzaba a escribir sus primeros textos en el siglo XVI se fundaba la casa familiar en Sevilla de las siete personas que hoy nos reciben alegremente en su espacio creativo, precisamente en la calle Gabriel Lobo, cerca del barrio de El Viso madrileño.
En el número 16 de la calle abren la puerta a MagasIN de EL ESPAÑOL “los Solís”, por resumirlo de algún modo: María José Solís, Matilde Solís, Pilar Solís y Javier Solís, los cuatro hermanos más pequeños de una saga de once. Ellos, junto a Inés Avello Solís y Matilde Avello Solís e Isabel Sánchez-Bella Solís, de la siguiente generación, muestran estos días sus obras artísticas en una exposición temporal colectiva en un espacio que han bautizado como Sol en Lobo.
Se sientan informalmente –están en familia- en las escaleras que separan las dos alturas de la galería, y comparten sus recuerdos más antiguos. Según explican, “el arte y la creatividad se valoraban mucho en nuestra casa desde siempre”, en la que su madre “pintaba acuarelas” y su padre “revelaba fotos y hacía maquetas de aviones”.
Pilar describe grosso modo la decoración de su casa de Sevilla, “una residencia de la familia que se fue creando capa a capa, que ha terminado teniendo un estilo ecléctico en el que hay mezclados estilos del siglo siglo XIX: neogótico, neobarroco italiano y objetos traídos de Italia, China y Japón. Matilde reconoce con ironía: “A mí me gusta más esa mezcla ahora, con el paso del tiempo”.
Lo cierto es que todos ellos aluden a esa libertad creativa que les ha traído hasta aquí y que ciertamente tiene que ver con mezclar y compartir: pintar en unas paredes preparadas para ello, fabricar barcos con corcho o hacer fanzines con los cotilleos familiares... Isabel Sánchez-Bella recuerda una divertida imagen que quedó para la posteridad “una estatua de Hermes que terminó con un donut en el dedo después de una fiesta”.
Estilos únicos y diferentes
“Elegimos este local por casualidad”, cuenta Isabel. “Yo vivo cerca de aquí y pasando por la puerta, un día que salí a caminar, se me ocurrió la idea de utilizarlo como espacio temporal para que todos pudiéramos mostrar entre todos lo que hacemos”, explica esta joven artista que compagina su trabajo en la Real Academia de San Fernando con su carrera personal y que lo mismo se refiere a su interés por el taller de calcografía y vaciado que a TikTok: si algo caracteriza a este grupo familiar es la iniciativa y la ausencia de ideas preconcebidas.
Sonríen cuando les hablan de “un componente genético”, porque claramente “algo debe de haber”, aunque se trata de una gran familia “con 35 primos, la mayoría entre Madrid y Sevilla, muchos de ellos abogados o economistas”.
En un paseo rápido por la exposición, podemos conocer que Inés hace joyas, que ella misma diseña y fabrica -es ingeniera y en su jornada laboral trabaja “en la nube”-. María José fue la primera en llegar a lo artístico: pinta desde hace años, unos lienzos delicadísimos con escenas cotidianas bajo una luz tenue que cuelgan en las paredes de una sala arriba.
Isabel es la más ecléctica: crear es para ella un medio de expresión. Dibujar, coser o pintar, todo son formas de comunicarse. Matilde usa en sus obras de pequeño formato la densidad pictórica y Pilar comparte una mirada propia –que se adivina educada y elegante- de la relación entre la arquitectura y la Naturaleza. Matilde Avello dibuja e imprime en camisetas a los animales que conoce y cuida –estudió dos años de Veterinarias-. Javier trabaja con las manos: modela en tridimensional y crea digitalmente.
Al preguntarles cuáles son sus artistas favoritos o que más les inspiran, llama la atención que no coinciden en sus respuestas, que son: Hockney (Javier), Quino (Isabel), Picasso (Matilde), Vermeer (María José), Manet (Inés), Sorolla (Matilde Avello) y Cristina Iglesias (Pilar). Tres de ellos desarrollan más su respuesta, y el grupo las comenta: alaban el uso del color en Manet, la visión de la luz de Vermeer y la calidad artística y humana de Cristina Iglesias, a quien conocen personalmente, sin duda una de las artistas mujeres españolas más importantes de nuestra época.
Sí que coinciden en los valores que creen que les definen más como artistas: “Libertad, alegría, individualidad, libertad, apertura, libertad y veracidad” son sus respuestas -en el mismo orden, de Javier a Pilar- y éstas tienen mucho que ver con este proyecto de galería efímera, Sol en Lobo, que en varias ocasiones reivindican como “algo muy divertido y muy colegiado”.
Catarsis creativa
Tal como discurre la conversación, la creatividad se revela un concepto que, si no se controla, puede resultar una auténtica losa: no en vano se trata de una definición reciente, que no aparece en el diccionario de la RAE hasta el año 1984. La familia Solís, con este gesto emprendedor, lanza indirectamente una pregunta: sin importar si una persona es profesional o no de la actividad artística, ¿por qué se ha convertido el arte en la época actual en algo tan difícil de disfrutar y compartir?
La última vez que Matilde tuvo una sensación de flow creativo fue “precisamente con los tubos de acuarela, cuando me puse a mezclar colores”. De esto hablan sus creaciones en el entresuelo. María José explica que “sólo he tenido dos momentos de éxtasis así en treinta y seis años, el más reciente fue pintando un cuadro de mi hija tomando un yogur, recuerdo que acabé a oscuras la mañana siguiente”. Para ella, cuando un retrato se vuelve una obsesión, es mejor dejarlo e incluso prescindir de esa obra.
El recuerdo de Inés de ese instante de plenitud sería su “primer autorretrato, pero es verdad que la cara me quedó genial y luego me lo cargué”, bromea. Inmediatamente Matilde replica que lo importante debe ser “no tener miedo”. En este sentido, tres de ellos están probando a crear de modo totalmente digital, Javier, Isabel y la joven Avello. Y todos se muestran abiertos a experimentar en distintos formatos, técnicas y soportes y a compartir con los demás sus encuentros y hallazgos.
Si el circuito “oficial” de galerías se resiste, no les importa en absoluto, porque los Solís seguirán creando. Después del cierre de este proyecto efímero, sin duda un hito familiar, con total seguridad, como explica Isabel, “encontraremos un nuevo espacio en el que podremos organizar talleres, exposiciones y actividades”.
De momento, hasta el 16 de febrero (prorrogable) los Solís comparten su vocación y sus creaciones en la calle Gabriel Lobo, con precios que van de los 20 a los 3.000 euros.