Una persona curiosa, inquieta, que estudia medicina, a la que le gusta pasar tiempo con la familia y estar en contacto con la naturaleza. Así se define Olatz Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 2003), gimnasta española que se retiró en 2020 de la competición, con sólo 17 años, por padecer una enfermedad a la que muchos se enfrentan: anorexia.
Actualmente, con 18, sigue trabajando en superar, día a día, algo que "se le había ido de las manos", según describe en su libro Vivir del aire (Planeta, 2020). Ha querido plasmar su historia para "ayudar a las personas que lo padecen y también hacer que los familiares logren entender a sus hijos o a los seres cercanos que puedan padecerlo".
Se trata de un relato arrollador que define y detalla -a la perfección y con valentía- cómo una deportista de élite cayó en un trastorno alimenticio que pudo provocarle la muerte. Por eso, Rodríguez quiere utilizar su libro como vía para "dar voz a estas enfermedades y que puedan llegar a tratarse de forma normal".
Perfección y autoexigencia
Escuchar a la gimnasta al otro lado del teléfono mostrando una gran predisposición y alegría hace que llegue a parecer extraño que, todavía, siga luchando contra ese monstruo que le apartó de lo que más quería, el deporte. Y es que Rodríguez formó parte de la selección española de gimnasia rítmica individual y fue finalista en el Campeonato de Europa júnior en 2018.
Sin embargo, aunque la joven cuenta que "el deporte era una pasión", también se convirtió, durante un tiempo, en una condena. Entre las líneas de su libro se puede leer: "Alcanzar la excelencia deja muchos cadáveres por el camino". La autoexigencia hizo que buscara la perfección constantemente: "La gimnasia rítmica influyó por el mero hecho de que estábamos expuestas a un control de peso y pensaba, de algún modo, que si lo controlaba, ya sabía que iba a hacerlo bien".
Al final, buscar el máximo en cada entrenamiento y competición se convertía en decepción tras decepción cuando no llegaba a los objetivos. Esto, junto al miedo que empezó a sentir por la comida, derivó en que la gimnasta buscara en Google aquello que temía que le pasara: "Creía que tenía anorexia y, efectivamente, este buscador que bueno, tampoco es una fuente tan fiable, me anunció que fuera al médico".
Todo ello derivó en un diagnóstico de anorexia nerviosa. "Mi día a día se resumía en base a la cantidad de calorías que había ingerido", cuenta Rodríguez. Y añade: "No era algo que me permitiese vivir libre y me incapacitaba diariamente porque influía en mis emociones. Me di cuenta de que algo estaba mal cuando empecé a sentirme totalmente encarcelada".
Más control en el deporte
Cuando Rodríguez fue consciente de su enfermedad, al principio no fue al médico. "Trataba de avisar, de manera indirecta, a algunas compañeras que tenía cerca, pero no fui lo suficiente clara", explica. La desinformación que existe en torno a los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), "no ayudó a que el entorno se diera cuenta".
Finalmente, cuando Rodríguez empezó a reducir la ingesta de alimentos al límite, los entrenamientos se convirtieron en un reto, se mareaba fácilmente, siempre con la piel pálida y apenas tenía fuerza. Las consecuencias físicas y psicológicas ya eran notables. Sus entrenadoras, entonces, no tardaron en dar la voz de alarma.
Ingresó en el hospital en peligro de muerte y tuvo que abandonar el deporte: "Al final la gimnasia lo ha sido todo desde mi infancia, pero poquito a poco he ido aceptándolo y viéndolo como una buena decisión en realidad", cuenta. Dejó de pensar en la posibilidad de volver a los tapices.
Pregunta.- Bajo tu experiencia, ¿existe un control por parte de las instituciones deportivas en este tipo de trastornos?
Respuesta.- Realmente tuve ayuda psicológica desde los 12 años por parte del Centro de Alto Rendimiento (CAR), pero no llegué nunca a sentirme del todo a gusto con el terapeuta y, de hecho, no supo hasta a mi ingreso que yo tenía un trastorno y nos veíamos una vez cada semana. En absoluto pretendo cuestionar su profesionalidad, sólo que, al final, no sé cómo, pero no, no fuimos capaces de llegar a ello. Pienso que tienen y existen esas herramientas, pero creo que podrían ponerse aún más medios.
P.- ¿Crees que las mujeres deportistas sufren más este tipo de trastornos?
R.- Pienso que no tanto como se cree. O sea, quizás sí que es cierto que las mujeres nos vemos sometidas a una serie de estigmas y estereotipos bastante pronunciados y que la sociedad en general suele asumir, por desgracia. Pero igualmente el ser humano en sí, independientemente del sexo, tiende a estereotipar todo y eso nos afecta tanto a mujeres como a hombres. Pero sí que es cierto que los hombres, o bien no han podido dar voz a ello, o porque no pueden sentirse identificados con nadie porque nadie lo ha dicho antes. No sé por qué puede ocurrir, pero no creo que la estadística sea tan desigual. Pienso que hay más hombres también.
"Mi día a día se resumía en base a la cantidad de calorías que había ingerido"
En su largo recorrido luchando con esta enfermedad, Rodríguez confiesa que se ha encontrado "con bastantes personas que también lo padecen, tanto fuera como dentro del deporte". Para facilitar el camino a los deportistas de élite, la implicación y el control con respecto a este tipo de enfermedades o trastornos psicológicos es esencial. Según esta joven, "tanto gimnastas como entrenadoras deben recibir información acerca de estos y otros muchos trastornos que pueden derivar de niveles de autoexigencia tan altos como los que conllevan a la competición".
"Todo un ejército"
La gimnasta habla de aquello que más le duele recordar: el sufrimiento de sus familiares. "Creo que ellos fueron los que peor lo pasaron", detalla. Tras ser ingresada en el hospital sintió, al final, que no estaba sola en ello, según escribe en su libro: "El monstruo no iba a desaparecer sólo porque ingresara. Pero ya no iba a estar yo sola frente a él: íbamos a ser todo un ejército".
Rodríguez explica que su familia "hacía todo lo posible", pero sentían una gran impotencia al ver el estado en el que se encontraba.
P.- ¿Cómo actuó tu familia ante esta situación?
R.- Fue algo muy paulatino, no dejé de comer de un día para otro. En ese trayecto mis padres me veían comer y enfrentarme al plato de comida. Sí que lo iban notando, pero al decir siempre que lo que me ocurriera era que me dolía el estómago y que, además, sabían que estaba siendo tratada en el CAR con el psicólogo y revisiones médicas, ellos realmente no podían hacer mucho más. Me decían: 'Hija, por favor come, que son muchas horas de entrenamiento'. Yo les decía que me dolía el estómago.
Rodríguez también se siente orgullosa y afortunada por haber contado con un equipo médico excelente: "He nacido en un país en el que existen medios para asistir esto, porque si no, mi familia no hubiera podido creo afrontar ese gasto".
Actualmente, sigue manteniéndose activa y practicando algo de deporte de vez en cuando. Le gusta pasear y entrenar la elasticidad "siempre que el cuerpo lo pide". Su relación con la alimentación ha mejorado y, con ello, quiere desmontar un mito: "Realmente no es cierto eso de que la enfermedad siempre te acompaña".
Confiesa que aunque hay momentos críticos en los que prima la desesperanza, ahora ha conseguido ingerir alimentos a los que antes tenía pánico. "Lo hago sin ningún tipo de culpabilidad, así que, por favor, que aquellos que lo padecen confíen en ello", concluye.