Valencia 1854: Casta More, la esposa de un diputado nacional, cacique de Almería, es encerrada por su esposo en la Casa de las Desamparadas de Valencia, dirigida por las singular Madre Micaela, una mujer de alta cuna decidida a sacar de la calle a las mujeres de mal vivir, enseñándoles un oficio.

Nadie, ni siquiera la propia Casta, sabe qué motivos ha tenido realmente su marido para enviarla allí. A través de la narración de la vida en la casa, de la correspondencia de la protagonista con Carolina Coronado y del folletín por entregas “Azucena” que Casta escribe y publica, el lector irá descubriendo su tragedia personal y de esta lectura emergerá una visión tan descarnada como intensa, de la (efectivamente desamparada) condición femenina de la época.

¿Cómo ha nacido La Casa de las Desamparadas? me preguntan, y entonces me vienen a la cabeza, cantarina yo, los motivos de dos famosas canciones: A fuego lento y Toda una vida. ¿Por qué he escrito La Casa de las Desamparadas? Me preguntan también. Por muchas razones. Para trasmitir a un público no académico, a un lector general no especialista, la realidad histórica de muchas mujeres que, como mi protagonista, Casta, escribieron en el siglo XIX.

Contrariamente a la opinión general, la presencia de la mujer en la historia literaria, al menos a partir del siglo XIX, no es anecdótica sino sustancial. También, para argumentar que el desamparo de las mujeres en el mundo patriarcal del siglo XIX (y del XX y del XXI…) es un fenómeno trasversal que afecta a todas las clases sociales.

El acceso a la educación

Por último, propongo en La Casa de las Desamparadas, de la editorial Espasa, contradictoriamente, que el acceso de la mujer a la educación, a las letras, que promovió el mundo burgués se constituyó para ella en una poderosa forma de poder. Así lo reconoce uno de mis personajes:

“Se supo Manuel rodeado de mujeres que buscaban el poder en las palabras. Iluminada… quería superar el infortunio de su madre, el de morir haciendo pajas. Micaela recababa el apoyo de los poderosos con su interminable correspondencia, y Casta… había construido con la lectura y la escritura un formidable castillo interior. Con ellas se defendía de una vida asediada…”

Escritoras olvidadas

Empecé a escribir La Casa de las Desamparadas en los años ochenta cuando, a mis treinta años encontré en un puesto de libros el día de Sant Jordi en Barcelona La rateta encara escombra l’escaleta, de Patricia Gabancho que reclamaba la existencia de muchas escritoras olvidadas para la historia, y sentí que el olvido de la historia de la literatura significaba que también ellas estaban olvidadas para mí, para mi propia historia.

Comencé a rastrear catálogos de bibliotecas, obras de eruditos del siglo compilando escritoras y comprobé que en el siglo XIX fueron muchísimas las que escribieron y publicaron. Yo sólo conocía a Emilia Pardo Bazán, a la que siempre he leído con admiración. El encuentro con tantas escritoras, sin embargo, dio lugar a un periplo que ha culminado con La Casa de las Desamparadas.

Comprobar entonces cuántas eran las escritoras del XIX me conmovió en su momento y se convirtió en una pasión duradera. Buscándolas me tropecé con una infinidad de revistas decimonónicas donde las mujeres publicaban poesías, folletines, novelas, crónicas sociales y que también dirigieron.

La domesticidad

Cristina Enríquez de Salamanca.

Cristina Enríquez de Salamanca.

Al socaire de esta investigación aprendí, en mis estudios de doctorado en la Universidad de Minnesota, la relación entre la escritura de y por la mujer en el siglo XIX, y la ideología burguesa de la domesticidad. Sobre el resultado de la irrupción de esta escritura en la esfera pública de las letras escribí mi tesis doctoral y después he continuado investigando y publicando acerca de las escritoras españolas del XIX, en particular de las literatas.

Mi protagonista, Casta, es una mujer casada de clase alta, pero no aristocrática, que vive a mediados del siglo XIX, en un tiempo en el que la promoción de la educación de la mujer, el movimiento romántico y una novedosa conformación de la familia basada en el modelo del ángel del hogar, favorecieron el acceso de una profusión de mujeres a las letras, y también la producción de un derroche de escritura acerca de la feminidad en el espacio público literario en España.

Literatas

Literatas designó a lo largo de aquel siglo a las mujeres que escribían y publicaban, término al que, al final del siglo XIX, sustituyó el hasta ahora utilizado de «escritoras». Casta es una de ellas, de las mujeres de clase media que encontraron su forma de expresión en la esfera pública de las letras, no como resultado de una lucha feminista, sino como, alego, consecuencia de la transformación económica y cultural que propugnó la ideología burguesa de género en el siglo XIX.

La sociedad del siglo XIX estaba saliendo a duras penas de su misoginia tradicional, de considerar a la mujer como una Eva tentadora, afirmar la desigualdad entre el esposo y la esposa, defender el débito conyugal. Los estratos de ella más educados evolucionaban hacia el pensamiento doméstico, hacia de consideración de la mujer como sujeto moral y a defender el matrimonio (un poco más) igualitario.

"El mundo académico e intelectual retiró la mirada amorosa con que había contemplado la escritura de la mujer"

Las literatas, a su vez, abogaron reiteradamente porque la mujer se instruyera en pro de su autoridad en el área de los saberes de la educación y de la vida privada que, a su vez e indirectamente, conllevó su autoridad en materias definidas como propias de la esfera pública, en definitiva, del área política. Modelaron a su ángel como un sujeto capaz, dotado de la racionalidad necesaria para una ciudadanía plena.

Fueron muchas las escritoras del XIX cuya presencia, en el último cuarto de siglo, fue borrada de la historia literaria por otra movida del patriarcado. Cuando ellas entraron en franca competencia con los escritores en términos de fama y ventas, el mundo académico e intelectual retiró la mirada amorosa con que había contemplado la escritura de la mujer entre los años cuarenta y setenta del mismo siglo, una mirada que se desplegó cuando un número sustancial e influyente de escritoras se embarcaron en el proyecto burgués de la familia y de la feminidad.

Alta y baja cultura

Una vez cumplido este propósito, en el último cuarto de siglo y a partir de la novela realista se identificó la escritura de autores tales como Galdós, Clarín, Pardo Bazán, como “alta cultura”, y a la escritura de las mujeres (también la popular de autor masculino) con la “baja cultura”.

La sentimentalidad, la cursilería, se afirmó hasta constituirse en leyenda negra, caracterizan los textos que escriben las autoras y así se expulsó a las mujeres de canon de la literatura de “calidad”. El mejor ejemplo de este fenómeno es el caso de la escritora Pilar Sinués, la primera escritora profesional, best seller moderno. Que será objeto de mi próxima novela.