Me chifla la frescura de Julia, de mi querida Julia, que está a punto de cambiar su apellido por uno más drímico (de dreamer, soñar), aunque parezca casi imposible superarla en ensoñación. Sí, Julia, Higueras, firma en algunos lugares como Julia Atus, que no es más que el acrónimo de Anoche Tuve Un Sueño, un maravilloso título para un maravilloso medio de comunicación que creó como revista y que hoy cuenta, además, con programa de radio y canal de YouTube.
Julia me acompaña cada quince días en el podcast WAS (Women Action Sustainability), comprometida como está -estamos- con la transformación social sostenible. Pero hace una semana faltó -faltamos- a la cita. Atus se había trasladado al lugar en el que muchos estábamos con el corazón e incluso enviando ayuda y en el que ella, millones de veces más valiente, quería estar y ser presente: la guerra de Ucrania.
Visitando la Expo Universal de Dubái, supo del comienzo de la invasión. Y decidió acudir a la llamada de su raza, que no es otra que la de periodista, para conocer y hacernos conocer el horror. “No podía creérmelo y decidí que mi deber era ir. Siempre hablo de derechos humanos, pero también de deberes humanos, y el mío, teniendo una revista cultural, social y ecológica, era estar allí. Así que volví de Dubái, organicé el viaje y nos fuimos.”
Habla Julia en plural porque la aventura, que por cierto terminó sola, no podía empezarla en soledad. Y yendo a cubrir una guerra, necesitaba un gran fotógrafo como es Alfonso Ohnur, con quien ya ha trabajado muchas veces. “Aparte de que es un fan de la revista, para irte a un sitio así, en el que no sabes lo que vas a encontrar ni lo que va a suceder, tienes que ir con alguien que conoces. Hemos trabajado muy bien. Compartimos un apartamento enano; él dormía en un sofá y yo en la cama. Estábamos conectados en la misma dirección. Teníamos el mismo foco. Nos levantábamos súper temprano. Y usábamos la BBC como fuente de información”.
Madrid-Cracovia en avión, automóvil hasta la frontera entre Polonia y Ucrania, a quince minutos de la entrada en el país donde también permanecieron un día, “en Mostyska; estuvimos a punto de montarnos en un coche que iba hacia Iviv, pero dos compañeros nos dijeron que era peligroso y no íbamos preparados, por lo que nos quedamos cerca de la frontera. Dos días después bombardearon Iviv”…
Como para tener pesadillas, que me consta que Julia las ha sufrido, aunque asegura no haber sentido miedo, pero sí haber vuelto de esos diez días con el “alma helada. Me ha costado mucho recuperarme, me cuesta mucho. Sigo muy tocada, y lo sé porque me pongo a escribir y no se me quita la emoción”.
Pregunta: ¿Cuáles son tus impresiones de la frontera y de Ucrania?
Respuesta: En la frontera notabas ambiente prebélico, son energías que no puedes explicar. Vimos muchos militares en la frontera para entrar en Ucrania, allí nos tuvieron veinte minutos de reloj. Cuando pasamos y nos devolvieron los pasaportes, me puse a hablar con las personas que había allí y de repente me vuelvo y veo que a Alfonso lo han pillado dos tipos de dos metros. ¿Por qué? Resulta que no se puede hacer fotos en la frontera, y él había hecho de una especie de tienda de campaña en la que ponía “Legión”, que era donde reclutaban a los mercenarios. Saqué el carnet de prensa internacional y el de la revista y lo soltaron…
"En Ucrania no veías mucha diferencia, salvo dos cosas: las iglesias ortodoxas y la sensación de vacío, un desierto emocional"
Lo que pudimos valorar fue la sensación diferente de estar en una frontera y en otra. En la de Polonia había organización, acogimiento y alegría. Allí, en el paso fronterizo de Medyka, donde los refugiados pisan por primera vez suelo polaco, estaban todos los voluntarios, que incluso hacían pompas de jabón para arrancar una sonrisa a los niños que llegaban; a las mujeres que venían solas con sus hijos, algunas con sus madres… Les entregaban tarjetas de teléfono para que pudieran llamar a sus familias, había comida caliente, té, alimento para mascotas… y protección civil y las ONG intentando dar el máximo, hasta cochecitos para los bebés…
Y en la otra parte de la frontera ya no había oficiales, solo mujeres porque los hombres están en la guerra y te paraban porque todo periodista es una amenaza, ya que puede ser un espía ruso. Te encuentras los mercenarios… y ves una cola gigante de coches, de autobuses, de gente que ha ido a prestar ayuda y que vuelve, y la cola enorme de mujeres con niños y gente mayor esperando para entrar en Polonia con un frío horrible. Luego, en Ucrania no veías mucha diferencia, salvo dos cosas: las iglesias ortodoxas, tan diferentes, con sus cúpulas doradas, y la sensación de vacío, de ciudades sin gente, sin animales, un desierto emocional.
P.- Cuéntame una imagen que te hayas traído de este viaje.
R.- Cuando fuimos por primera vez al centro de refugiados, conocí a una mujer de Kiev con su hija Kira de 7 años. La madre hablaba inglés y me estuvo contando de su experiencia y, mientras, la niña tiraba de la manga de mi jersey una y otra vez y solo me decía “thank you”, también una y otra vez… Estoy segura de que era una palabra que había aprendido durante el éxodo porque solo repetía eso y me sonreía. A esta niña voy a buscarla, porque sé que vinieron a Madrid en un autobús fletado por un sacerdote.
Julia tiene anécdotas para un libro y el escenario da para un guion. Se me pone la carne de gallina de imaginar ese paso, ese corredor, al final del cual esperan autobuses que llevan a los refugiados a Tesco, un antiguo centro comercial “donde deciden qué hacer con sus vidas. De los comercios, solo quedaba una farmacia, en la que compré unos tapones. Una señora mayor y su hija se me acercaron, pero me hablaban en ucraniano y lógicamente no las entendía, entraron en la farmacia y pregunté a la farmacéutica si podía ayudar… Necesitaban medicinas y no tenían dinero porque la moneda ucraniana ha perdido su valor. Les propuse pagarlo. La propia farmacéutica, que era de origen ucraniano, había estado pagando muchos medicamentos a otros refugiados, pero ya no tenía dinero. Arreglé la cuenta, y cuando estaba marchándome, la señora se echó a mis brazos y empezó a llorar. Me dolió en el alma.”
P.- ¿Hay que juzgar a Putin por crímenes de guerra?
R.- Por supuesto. Además es como Atila, utiliza la estrategia de tierra quemada y está dejando Ucrania totalmente destruida. Al ser una guerra en streaming, la puedes seguir al minuto; aunque él la oculte a su pueblo, a nosotros, en Occidente, no se nos oculta nada.
"¿Dónde están los valores europeos de los que tanto presumimos?"
P.- El jueves 31 de marzo, las tropas rusas se retiraron de Bucha, esa ciudad a 30 kilómetros de Kiev que sufrió una auténtica matanza. El hecho de que se encontraran hasta 300 civiles muertos ha vuelto a avivar la necesidad de sanciones más fuertes contra el presidente ruso. ¿Crees que Europa ha sido o está siendo blanda?
R.- No sé cómo se puede consentir lo que está haciendo. ¿Por qué no le han estrangulado antes (económicamente hablando). Si pueden aplicar mayores sanciones, ¿por qué no lo han hecho ya? ¿Cuánta gente tiene que morir, cuántos cadáveres tenemos que ver para que se llegue a estrangular económicamente al gobierno de Putin? Hay muchos flecos sueltos, muchas cosas que nos estamos perdiendo aquí. Y falta voluntad… Todo eso me crea impotencia e inseguridad. ¿Dónde están los valores europeos de los que tanto presumimos?
Demasiadas preguntas juntas, Julia. Como las que se hacía el escritor austríaco Stefen Zweig. Leí en sus Diarios cómo describía al comienzo de la Segunda Guerra Mundial un escaparate de una librería en el que convivían el Mein Kampf con Judío internacional de Henry Ford y su propia biografía de María Estuardo. Era una manera de constatar que durante la guerra "nada se detiene" y la gente continúa su vida que "más adelante los gobiernos transforman lentamente". Lástima que él optara por el suicidio con su mujer, en Brasil, y que se perdiera el desenlace y el resurgir de Europa, el mundo, la reconstrucción…
P.- Viendo la guerra de cerca, también has tenido la sensación de que hay una parte de la vida que sigue su curso como si no hubiera bombas?
R.- Totalmente. En Przemysl, el día que regresamos de Ucrania, la vida seguía igual, como si no ocurriera nada, salvo los militares, que de repente pasaban…, la gente entraba en las cafeterías a tomar café… Cuando volvimos de la frontera y dimos un paseo por la ciudad, esa sensación me chocaba a mí misma. Fuimos a cenar a un restaurante que vi en internet y allí estaban los voluntarios y nos tomamos un vino yo y una cerveza Alfonso, y brindamos.
Lo de Zweig, por cierto, fue una pena. A él le quedaba mucho por contar y se perdió una época maravillosa. El aprendizaje es que no hay que tirar la toalla, sino trabajar para que esto sea un mal sueño. Y trabajar el perdón, porque si no, te quedas unido a lo que has perdido; hay que perdonar para seguir el camino hacia lo que nos ha traído hasta aquí.
P.- Si Julia Higueras fuera política en lugar de periodista, ¿qué haría?
R.- La respuesta es difícil. Pero desde luego empujar el diálogo al máximo, aumentar también al máximo los bloqueos al gobierno de Putin, todo lo que le hace posible llevar adelante esta guerra, abanderar los valores de la Unión Europea. Me reuniría con los demás políticos europeos para hacer una entente muy fuerte con una estrategia sin fisuras. Creo que faltan líderes y están un poco perdidos, cada uno apagando su propio fuego.
Si fuera política, estaría por encima de lo que significa seguir mandando en mi país, porque haría cosas que a lo mejor serían impopulares…, o a lo mejor no, porque tal vez haciendo cosas lo haría mejor, no estaría pensando en los votos. No me imagino a un Churchill actuando así. Lo que le importaría sería que esta guerra tuviera los menores muertos posibles. Faltan estadistas, líderes con valores, con foco, con carisma…
"Creo que faltan líderes y están un poco perdidos, cada uno apagando su fuego"
P.- ¿Falta también movilización civil?
R.- Creo que los jóvenes están desinflados. Yo estaría todo el día en la calle protestando, pero Europa vive en el estado de bienestar y eso nos aborrega un poco. Vemos lo que sucede, pero no queremos perder lo que tenemos, nuestros derechos y beneficios… Estamos muy anestesiados. Tal vez el pensamiento singular está penalizado, pero me encantaría una sociedad civil movilizada.
P.- Sabiendo lo que hoy sabes, volverías al conflicto?
R.- De hecho, vamos a volver. Lo haremos por Rumanía, por Siret porque es el punto caliente ahora.
En la ocupación han fallecido más 24.000 personas. Se cuentan los desplazados en cerca de cuatro millones. Julia eleva su plegaria: “Que se acabe cuanto antes, pero también la propaganda de todos los lados. Que la gente sufra lo menos posible, sobre todo los niños que no hacen la guerra y son los más afectados. Que les ayudemos. Que no los olvidemos”. Y yo sigo emocionada.