Conversamos con la cantaora Rocío Márquez por Zoom. Hoy está en Sevilla, pero mañana puede estar en otra provincia, en Francia- su segunda casa-, América, Asia… Siempre está de gira. Su carrera despegó cuando ganó la Lámpara Minera en el Festival del Cante de las Minas (2008) y cuatro premios más. Sólo Miguel Poveda ha conseguido tantos galardones.
Flamenca insólita, es doctora cum laude por la Universidad de Sevilla con la tesis Técnica vocal en el flamenco, donde entrevista a artistas de la talla de Arcángel, Esperanza Fernández, Diego Carrasco, Estrella Morente y otros muchos.
Desde muy chica, decía que quería ser “cantista”, un híbrido de cantaora/cantante y artista: “El folclore y el fandango siempre han estado en mi entorno. En las reuniones familiares se montaba un sarao importante. Uno cantaba, otro bailaba…”
En plena madurez musical, presentará a finales de mayo su octavo disco junto a Bronquio, “un volantazo” hacia el flamenco electrónico. Como adelanto, ha publicado en las redes dos temas. El disco, Tercer cielo, promete.
¿A qué edad empieza a cantar en peñas y en concursos de televisión?
Con siete u ocho años. En el colegio había una niña que cantaba muy bien. En el recreo, nos poníamos a cantiñear y a mí me fascinaba porque sabía reconocer cada estilo de fandango de Huelva.
Yo entonaba una melodía y la niña decía “ese es el de Valverde, ese el de Calaña, el de Cabezas Rubias”. Los sábados, ella iba a la Peña Flamenca de Huelva. Y allí me llevaron mis padres. Yo, con nueve años, ya estaba bastante activa en el escenario, a un nivel local y de disfrute, no de manera profesional.
¿Tiene miedo escénico?
Lo bonito de empezar de pequeña es que es un juego. No hay un día en que te propongas profesionalizarte. Es algo que va llegando muy poquito a poco. Fue después de la Unión (festival del Cante de las Minas), cuando tuve la sensación de que podía planteármelo como modo de vida. Aun así, yo seguía con mis estudios, pensando “vamos a ver cómo viene la vida”.
El escenario es uno de los lugares donde me he sentido más yo. Recuerdo la sensación cuando me subí por primera vez a uno en la Peña de la Fontanilla de Palos de la Frontera. Ojalá me sintiera en el día a día como me había sentido en el escenario, pensé después. Quería volver a tener esa sensación. Siempre he sentido ese amor, no solo por la música y por el flamenco, sino también por el escenario, porque son cosas distintas.
"La soledad, cuando es elegida, es un regalo".
Ha girado por todo el mundo. ¿Qué país le ha sorprendido más?
Por distinto a lo que estoy acostumbrada, la India. Estuvimos en Udaipur, un festival que duraba las 24 horas del día. Teníamos que cantar hacia las siete de la mañana. Para llegar al lugar del escenario había que cruzar una laguna preciosa en barca. ¡Vimos amanecer cinco minutos antes de empezar a cantar! Ese día nació mi sobrino. Lo recuerdo con mucho cariño.
¿Y dónde ha sentido mayor responsabilidad?
Te diría que en el Mercado de la Unión. Para mí era un sueño. Había tejido en mi mente tantas veces pisar ese escenario en una final, que de repente verme allí… Era un premio. Por eso no me preocupaba tanto ganar o no ganar. Quería disfrutar de la final. Aun así, recuerdo los nervios. Se me quedaba la boca seca, algo que normalmente no me pasa. Canté con mucha emoción y con mucha responsabilidad. Otro sitio fue en el Teatro Real.
¿Dónde se siente más a gusto cantando?
A mí me gustan mucho las peñas flamencas. Son espacios que te permiten una proximidad con el público que en otros lados resulta difícil. Alargas la mano y casi puedes tocarlo. Siempre se acercan aficionados y te cuentan historias de los cantes que has hecho o de los artistas que han cantado ahí. Te nutre en muchos sentidos. También los teatros me parecen que tienen una magia muy especial, cuando se encienden las luces y se crea ese pequeño universo en el escenario.
Voy a tomar prestadas algunas de las preguntas que has formulado a los cantaores para tu tesis: ¿Eres más intuitiva o mental?
En el escenario intuitiva. Fuera del escenario también soy bastante mental.
¿La técnica vocal la ha aprendido de profesores, es innata o las dos cosas?
Un poco de todo. Con once años me salieron nódulos en la garganta. Eso me marcó bastante. A partir de ahí empecé a tener presente la técnica y a cuidarme la voz. Noté los nódulos, porque cuando cantaba se me saltaban las lágrimas. La gente decía “ay qué graciosa, mira cómo siente que hasta llora”. Y claro, no. El roce me provocaba un picor que me hacía llorar.
Fue cuando di con una profesora maravillosa, Gloria Muñoz, que me ayudó muchísimo y creo que tiene mucho que ver con mi manera de cantar, de entender el cante. A la vez, de una manera más inconsciente, pero por imitación aprendemos muchísimo sobre técnica vocal. El haber escuchado durante mucho tiempo cantes de principios del siglo pasado me ha influido en la manera de proyectar la voz.
Y después hay mucho de búsqueda. Ahora me interesa ver que es posible obtener un sonido que nunca he usado. O intentar desarrollar a partir del grito una parte mucho más experimental. Esa línea me la ha abierto Paco, el Niño de Elche. Quizá en el flamenco no esté tan presente.
"Lo bonito de empezar de pequeña es que es un juego".
¿Hace ejercicios de relajación?
Voy por rachas. No siempre estamos igual. Intento ver qué necesito, ser flexible. A veces todo sale muy fluido y me gusta disfrutar de esa naturalidad. Pero hay días que dices “hoy me va a costar una mijilla”. Para poder ser profesional esos días es cuando más sentido tiene la técnica.
En su tesis habla de proyectar las emociones. ¿Qué hace falta para transmitir, para conmover?
Respecto a esa transmisión, me gusta pensar que como en toda comunicación hace falta emisor, canal y receptor. Eso a mí me descarga un poco, porque no todo recae sobre el emisor. Recuerdo una vez que fui a ver a un artista que admiro muchísimo. Yo estaba llorando como una Magdalena, cuando un señor que estaba a mi lado dijo “esto es un congelador”, se levantó y se fue. ¡Me enseñó tanto aquella experiencia!
Es curioso, porque hay días que por lo que sea no estás fina y piensas “a ver cómo salimos de aquí”. De repente, surge un momento de esos en que te preguntas “Dios mío, ¿cómo ha salido esto?”. Y días en que te encuentras muy bien y no haces nada. Técnicamente has estado bien, pero no ha pasado nada. Lo mágico es que no se puede controlar, no se sabe cuándo va a darse ese momento.
A mí me gusta “sentirme” canal, tanto para lo bueno como para lo malo. Cuando te dicen qué maravilla, simplemente he intentado ponerme a disposición de lo que pase a través de mí. Lo bello es entregarte.
Está en plena madurez musical. Su nuevo disco, el octavo, saldrá en mayo. Deja el flamenco de sus discos anteriores y se aventuras junto a Bronquio por el flamenco electrónico. ¿Por qué se titula Tercer Cielo?
Esto va a ser un gran volantazo. Ese “tercer cielo”, más allá de un estado en el que nos podamos encontrar, es también un lugar o un no lugar. Por un lado, está el espacio habitado, los bloques, los pisos, las casas… Por otro, el campo y la naturaleza. El “tercer cielo” es ese espacio intermedio que no está tan estructurado, pero que tampoco es silvestre.
No es ni campo ni ciudad.
Ni habitado ni deshabitado…
¿Ha sentido vértigo durante la grabación del disco?
Cuando me meto en procesos creativos nunca siento vértigo, soy bastante libre. Siento vértigo cuando veo el resultado y preveo las distintas reacciones que puede suscitar.
Uno de los grandes trabajos en los que estoy a nivel personal es intentar salirme de esa necesidad de aceptación o de aprobación. Hacer lo que realmente debo y siento en cada momento.
¿Le preocupa la reacción de los aficionados más conservadores o la tienes asumida?
Los purismos han existido siempre, al igual que otras formas más abiertas. En el flamenco y en muchos otros géneros. Esta dualidad la concibo como dos raíles de la vía de un tren. Uno es la visión ortodoxa y el otro la heterodoxa. Tanto si perdemos uno como el otro, el tren no camina. Entonces es maravilloso que nos reconozcamos, nos demos la mano y vayamos juntos para que el flamenco tenga la mejor salud posible.
Es también compositora. Es bonita la letra del garrotín que ha avanzado Un ala rota: “Poniéndome a mí primero y haciendo mi voluntad, por ser reina en mi agujero perdí yo la libertad”.
Hay otras letras del disco que sí son mías, pero esta es de Carmen Camacho, una poetisa que admiro y además es amiga. Creo que somos muchas las personas que nos sentimos identificadas con esa letra. A veces, uno pierde la conexión consigo mismo. Y cuando hay esos cortocircuitos es muy fácil caer en bucles de aislamiento, de sufrimiento, más allá de lo que se pueda proyectar de cara a la galería.
La vida de artista puede ser un camino solitario…
Sí. La soledad, cuando es elegida, es un regalo. Pero la soledad de la que te hablo no es elegida, incluso puedes sentirla estando rodeada de gente.
¿Por qué se siente diferente?
Porque te has perdido… Es normal que con tantos estímulos, con tanta prisa, pase de vez en cuando. De hecho, me parece que es un final y un principio maravilloso, el perderse. Claro, siempre que nos demos cuenta y que la intención sea volver a conectarnos con nosotros mismos.
¿Está muy ilusionada con su disco?
Estoy muy contenta. Tenía unas necesidades artísticas, pero, a la vez, diría que mantenía el cordón umbilical con el flamenco y el mundillo que hay alrededor. Ahora siento que lo he cortado.
Como el disco está grabado, estamos poniendo toda la energía en la puesta en escena del directo que está cogiendo un tinte más experimental que el disco. Me apetece muchísimo a nivel vocal y escénico el permitirme ocupar el espacio de una manera diferente.
¿Va a cantar de pie o sentada?
Totalmente diferente.
¿A bailar?
También bailaremos, seguro.