Si quieres llegar al poder, muchas veces tienes que aceptar unas reglas sociales y laborales que, de otra forma, no pasarías por alto. Para llegar al poder, a veces tienes que convertirte en otra persona y asumir las consecuencias de tus renuncias. Eso es lo que le ocurre a la protagonista de El último hombre blanco (Literatura Random House, 2022), una triunfadora, una jefa y una cabeza de familia, pero que se replantea su vida y cómo ha llegado hasta donde está.
Se trata del último libro de Nuria Labari, en el que cuestiona la cultura que hemos creado en torno al trabajo y al sistema laboral establecido, por el cual relegamos nuestra identidad por conseguir el éxito en nuestra profesión. Un texto completamente disruptivo y que podría parecer distópico, pero que muestra la realidad de muchas personas que se convierten en esa figura simbólica que Labari llama 'el hombre blanco'.
Ella misma admite haber sido un 'hombre blanco', pero escribir este libro le ha supuesto dejarlo atrás y mirar el sistema laboral desde otra perspectiva. "Es probable que el último 'hombre blanco' tenga que ser una mujer", afirma tajante.
Y advierte que solo cuando todos, mujeres y hombres, acabemos con nuestro 'hombre blanco', podremos hacer frente a los retos futuros del trabajo: las máquinas. "Estamos progresando hacia la equiparación con las máquinas, tenemos que ser eficientes como un algoritmo. Primero nos aniquilaron la feminidad y ahora nos aniquilarán la humanidad".
Pregunta: En Instagram pusiste que escribir este libro ha sido como una obra de demolición. ¿Cómo ha sido el proceso?
Respuesta: Pues sí, ha sido una obra de demolición. Ha sido muy difícil para mí escribir este libro porque de muchas maneras atentaba contra mi identidad por todas partes. La protagonista es una mujer que se va a convertir en un hombre para encajar en las estructuras de poder, y hace en parte con su deseo, porque desea o ha aprendido a desear ese poder y esa forma de estar en el mundo.
Para mí, desde mi lugar o desde mi perspectiva feminista, esta era una torsión dolorosa. Pero, además, como trabajadora también era una torsión importante porque yo tengo un puesto de dirección. Este es un libro que atenta pretendidamente contra las estructuras de poder actuales. Es como cuando escribes contra la familia aunque todos tenemos una.
Desde el punto de vista de clase o político, esta es la voz de una triunfadora -desde una perspectiva materialista-, de una persona que gana 250.000 euros al año. Yo personalmente empatizaba menos, o sea, no me era simpática en nada, me reventaba por todos los lados y a la vez era yo absolutamente. Era una torsión de mí muy poliédrica.
La protagonista se convierte en un hombre para encajar en el sistema y conseguir ese poder, pero en el libro parece consciente de sus decisiones, de qué hace y por qué motivo.
Bueno, es difícil saberlo. ¿Tú sabes por qué estudiaste inglés? Porque te decían que te iba a servir mucho para el trabajo. Sabes por qué lo hiciste y por qué motivos. Estabas allí y lo hiciste. Pero si tuvieras que decir por qué no fue francés o brasileño... Hay muchas cosas que aceptamos sin saber. Y para ser una mujer que llega a conquistar el éxito, también un hombre, hay muchas cosas que aceptamos sin saber en muchas áreas de nuestra vida.
Las que aceptábamos en el amor, por ejemplo, están siendo cuestionadas ahora. Muchas relaciones de dominación, mucha toxicidad... Pero en el trabajo no. El trabajo sigue siendo un lugar sagrado e incuestionable, donde es muy difícil iniciar una obra de demolición porque atenta contra pilares que nos construyen de manera casi inconsciente. O sea, el trabajo es bueno; si hay trabajo, España va bien, si no, va mal; y cuidado, 'no muerdas la mano que te alimenta'… Hay muchísima sabiduría popular para explicar que esto es intocable.
Y si acaso, cuando nos hemos puesto a pensar en el trabajo, que ha sido desde una perspectiva muy rudimentaria para mi gusto a estas alturas de siglo, es solo desde un enfoque materialista. Entonces, ella lo piensa desde el punto de vista de qué le pasa a la identidad del trabajador contemporáneo. A partir de ahí entra el género, porque lo que le pasa es que desde luego hay una aniquilación de lo femenino.
El trabajo y su división por roles de género lleva muchos siglos. Cuando a nosotras nos dan permiso para llegar, es un permiso por el que siempre nos igualamos. ¿A quién? A ellos, a sus reglas. Es un juego muy divertido, pero las reglas las han inventado ellos. El campo lo han dibujado ellos, los uniformes los han elegido, los vestuarios, los despachos… Todo. Los horarios, los afterwork, la biología que va implicada a cuándo pasan las cosas, cuándo se tienen los hijos, cuánto tiempo se les dedica… Cuando llegas en minoría, todo eso hay que aceptarlo.
Y ellos también han aceptado muchísimas cosas. Lo que pasa que dentro de esa ideología que va a veces pegada al género, creo que los hombres han aceptado más que nadie, quizás incluso más que nosotras. Son muy dóciles a su deber. Ahí tenemos una guerra donde se les dice que ellos se quedan a morir y ya está. Llevan haciéndolo 3.000 años. Son muy obedientes los chicos. Entonces, es probable que el último hombre blanco tenga que ser una mujer.
"La mujer poderosa es una que va a destruir esas estructuras patriarcales que también están en el poder"
¿Cuándo comienzas a hacerte todo este cuestionamiento sobre la relación entre el trabajo y la identidad?
Llevo trabajando toda mi vida, desde los 16 años. Primero en bares, luego en empresas. Después he ido ascendiendo y he llegado a un puesto de dirección. Ella es una infiltrada en el mundo de los hombres, pero yo también he sido una escritora infiltrada en el mundo del trabajo. Entonces, bueno, como escritora creo que miro siempre con la imaginación en la mano, desde un lugar que tiende a ser menos dócil, porque la escritura no es dócil. En algún momento vi que necesitaba contarlo y explorarlo, demolerlo.
También por una cuestión muy práctica, que era poder seguir yendo al trabajo. Yo misma estaba muy llena de contradicciones, como creo que todos los trabajadores y trabajadoras contemporáneos que conozco. Entonces fue como "jo, ¿por qué este tema no estaba contado? ¿desde dónde abordarlo?" Me pareció que para mí era urgente y vitalmente necesario.
¿Ha supuesto también un desahogo?
Ahora que ya está terminado sí. Y desde luego, yo sí he dicho adiós a mi hombre blanco con este libro y ojalá cada lector pueda despedirse del suyo. Ojalá tenga un trabajo consciente de despedida, de hasta luego.
Como reflexionas en el libro, el feminismo muchas veces se ha concebido como el intento de la mujer de igualarse al hombre, adaptarse a sus reglas y a su forma de ser y hacer las cosas. Sin embargo, la protagonista cuestiona este sistema. ¿Cómo concibes ahora el feminismo? ¿Ha cambiado tu perspectiva?
A las mujeres nos matan, pasan estas cosas. Entonces, el sujeto político del feminismo está muy construido en torno a la víctima y a la mujer maltratada, la violada. Y está muy poco construido en torno a la mujer poderosa. Esa parece que está fuera, ¿no? Y el feminismo tiene que ser cada vez más grande, llegar cada vez a más lugares y, por supuesto, llegar al poder. Y la mujer poderosa es una que va a destruir esas estructuras patriarcales que también están en el poder.
Decir hoy que estas estructuras están en la cama y en el sexo está clarísimo, pero es que están en los despachos también y ahí pasan muchas cosas que afectan también a nuestra intimidad.
¿El libro es entonces una crítica al sistema?
Sí, sí. Es un libro que llama a la revolución. Pero también la idea de revolución creo que lleva mucha carga ideológica encima. Por ejemplo, en las entrevistas me decían: 'Bueno ¿por qué no dejas de trabajar después de haber escrito esto?'. Como si fuese incoherente. Y no hombre, yo puedo ver que hay un mito del amor romántico que es tóxico y no voy a dejar de follar ni de enamorarme. Y puedo ver que hay un mito en la maternidad y voy a tener mis hijas.
Pero hay que poder ir al trabajo desde otro lugar. Hay que ver en qué jaula nos metemos cuando aceptamos el trabajo. Porque ver una jaula implica ver también la puerta. Uno puede entrar y salir de las jaulas y no pasa nada, no hay que destruirlas todas. Pero creo que no se puede destruir lo que no se ve.
Entonces, la gente acepta muchas cosas en sus trabajos que no entiende, que le llenan de contradicciones, de ambivalencias. Cuanto más tiempo pasa, mayor es el precio. Y todo el mundo se pregunta ¿por qué no hice esto? ¿Por qué acepté aquello? Es muy importante revolucionar lo que pasa ahí, pero una revolución íntima. La revolución material ya vendrá. Al final hay una revolución íntima revoluciona lo material.
"Mientras la ideología imperante sea la misma, no cambia nada"
¿Crees que esa revolución material puede llegar?
Aquí hay una noticia buena y una mala. La buena es que seguro que va a llegar. La mala es que convive con otra muy peligrosa. Y es que al final esta igualdad hacia lo masculino no deja de ser una igualdad hacia algo humano, los hombres. Pero ahora estamos progresando hacia las máquinas. Ahora tenemos que ser eficientes como un algoritmo porque los algoritmos lo hacen todo mucho mejor que nosotros. Entonces, primero nos aniquilaron la feminidad y ahora nos aniquilarán la humanidad.
Esta revolución que es humana es urgente, porque acabar con ese hombre blanco, con ese símbolo, nos coloca frente a otro lugar también respecto de las máquinas y respecto de la tecnología, que es la siguiente batalla y en la que estamos cayendo con una docilidad borrega total.
En un momento del libro, la protagonista cambia de trabajo y llega a un lugar que parece mucho más amable, con más diversidad. Pero justamente el planteamiento que haces ahí es que ahí se convierten todos un poco en personas sin género. ¿Te has encontrado alguna vez con esa situación?
Claro. Es que hay un punto en el que tú piensas que la respuesta está en el exterior. Esto que nos han dicho de que 'no os preocupéis, que cada vez sois más mujeres'. Que si hubiera más negros, que si hubiera más homosexuales… O sea, no y sí, las dos cosas a la vez. Lo que ocurre es que mientras la ideología imperante sea la misma, no cambia nada.
Es como decir: el amor romántico, ¿cómo lo vamos a arreglar? Ah, ya sé, vamos a meter más razas y más géneros… Pero ¿va a ser igual de tóxico? ¿Va a ser una estructura de dominación? Entonces, si no cambia esa estructura, me da igual lo que metan en la coctelera.
Esa es la promesa que traen todas las high tech, que no hay sitios más envenenados en el mundo. ¿Qué significa esto? ¿Es aceptarlo o el exilio? No hay que aceptar el exilio, habrá que dar una pelea. Entonces sí, podríamos decir que es un libro exaltado.
Por último, de todas estas reflexiones ¿cuál es el mensaje principal que quieres trasladar tanto a los hombres como a las mujeres? Porque puede que solo por el título más de uno se ofenda antes de leer el contenido...
Ah, no creo que se deba ofender a nadie, ojalá que no. Los libros hay que leerlos. Pero bueno, creo que ese último hombre blanco es un espacio simbólico que nos interpela a todos, a las mujeres, y por supuesto a los hombres. Es un espacio simbólico del que debemos despedirnos.
"Yo tengo dentro un hombre blanco", arranca así la novela. Con lo cual, este es el último hombre blanco por el último hombre blanco. El camino es el de la despedida.