Mar Oña (Madrid, 1978) es una alta ejecutiva que transmite entusiasmo por su trabajo. Franca, rápida y simpática, predica una manera de trabajar eficiente, no por cantidad de horas, sino por calidad de trabajo. Ella da responsabilidad y reconocimiento a su equipo. Es perfeccionista y muy trabajadora.
Desde 2018, es secretaria general del Consejo de Administración de Tendam (Cortefiel, Pedro del Hierro, Hoss Intropia, Springfield, Women'secret y Fifty). Antes fue directora de Asesoría Jurídica y secretaria del Consejo de Administración de Prosegur Cash y trabajó en la salida a bolsa de la empresa.
También llevó la Dirección Legal Regional para Europa y Asia de Prosegur. Pero antes fue asociada senior del despacho Clifford Chance en el departamento de Derecho Mercantil (Madrid).
Sin embargo, empezó como profesora ayudante de Derecho Internacional Privado en la Universidad de Castilla-La Mancha. En la primera clase que impartió le temblaban las manos. Tenía 23 años. Del mundo universitario echa de menos el atril y el micrófono. Por eso, como no tiene tiempo de preparar clases, da charlas a estudiantes de máster en Derecho.
Le gusta compartir su experiencia y conversar con gente joven. “Cuando me preguntan '¿Qué hago?', les digo: 'Prueba. Si no te gusta, cambia y búscate otra cosa'. Ser sincera es lo mejor que puedo hacer por ellos.” Aunque advierte que es su opinión: “El discurso oficial lo dan en el despacho.”
¿Por qué eligió la docencia?
Cuando terminé Derecho, no tenía muy claro qué quería hacer. Mi madre es catedrática de Matemáticas, pero en mi familia no hay un solo abogado. Así que opté por la docencia que era algo para mí cercano. Cuando lo recuerdo me genera mucha ternura, pero mientras estuve en el campus de Albacete fue duro.
Sin amigos ni familia. El entorno universitario no es fácil. Para mi madre era estupendo, pero a mí me resultaba aburridísimo. Con 25 años tenía ganas de algo más dinámico.
Y cambió al despacho de abogados Clifford Chance, en Madrid.
Dejé una tesis a medias. Pensé que mis conocimientos de Derecho Internacional Privado servían más en un despacho de abogados que en el mundo empresarial, lo cual requiere más experiencia que formación teórica.
¿Pensó que se quedaría mucho tiempo en Clifford Chance?
Probablemente sí. Tampoco sabía lo que me iba a encontrar. Pero no tardé mucho tiempo en darme cuenta de que no. El primer año pensé que me iba a dar algo por el ritmo de trabajo. Luego bajó con la crisis.
Los despachos de abogados son muy exigentes en términos de dedicación de horas y eso no siempre genera los entornos más agradables. Las dinámicas internas son complicadas y hay mucha competitividad. Dejando al margen las posibles desventajas de ese entorno tan competitivo, al mismo tiempo, saca lo mejor de cada uno. Cuando estás rodeado de gente muy lista, quieres estar a la altura. Eso hace que aprendas muchísimo.
Los bufetes exigen dedicación completa.
Yo trabajaba con un socio que era muy buen referente. Llegaba a la oficina temprano y se iba pronto. Era padre y valoraba muchísimo su tiempo. Pero había muchísimos otros que pasaban la vida en el despacho.
Todavía recuerdo físicamente la angustia, la sensación de que se te encoje el estómago, cuando algún viernes que había organizado un viaje con mi novio sonaba el teléfono a las dos menos cuarto. No sabías si ibas a tener que sacrificar los próximos tres días o los próximos tres meses.
Punto de inflexión
¿Están sufriendo los bufetes una fuga de talentos?
Yo creo que hace cinco o diez años no eran conscientes de hasta qué punto es un problema. Había cierta fuga en mujeres que se veía con naturalidad. Como había tortas por entrar, se aseguraban el reemplazo. Pero en los últimos cinco años -y quizá un poco más- los despachos han sufrido una sangría de mujeres y hombres. Ese ha sido el cambio. El punto de inflexión.
Durante mucho tiempo se ha visto el tema de la conciliación o de la flexibilidad laboral como un tema de mujeres. La gente joven tiene otra escala de valores. Claro que quieren que les vaya bien en el trabajo y tener éxito, pero son conscientes de que en la vida hay otras facetas. Si uno pasa 16 horas en un despacho, el resto no existe. Para que la gente se quede más tiempo debes hacer que el sitio sea atractivo.
¿A qué se debe el punto de inflexión?
La gente joven ha vivido en un entorno infinitamente más cambiante. Su resistencia al cambio es menor. No necesita la estabilidad que otras generaciones buscábamos. Tampoco cambiar de trabajo supone el vértigo y la sensación de fracaso que yo sentí cuando dejé la universidad.
Los años del despacho no los cambiaría por nada, pero no volvería. Estuve casi 7 años en Mercantil. Aún mantengo vínculos con amigos de esa etapa. En todos los sitios en los que he trabajado ha habido gente buenísima y brillante. Además, no creo que sea fácil progresar en la carrera sin gente buena alrededor.
¿Cómo llegó a Prosegur?
A través de un head-hunter. Buscaban a un abogado especialista en M&A (Fusiones y Adquisiciones). En realidad, era más compraventa de empresas y activos. Pensé que me permitiría una mejor gestión de mi tiempo, que podría evitar que sonara el teléfono un viernes a las dos menos cuarto y fuera el fin del mundo.
¿Cuál fue su experiencia?
Los años en Prosegur fueron muy interesantes y movidos. En 2011 empezó un plan estratégico de expansión por Asia, a la vez que continuaba la expansión por Latinoamérica. Viajaba muchísimo. La salida a bolsa en 2017 fue un proyectazo. Volví a experimentar los tiempos del despacho, no había ni fines de semana ni nada.
Acabé dirigiendo la parte legal de la filial cotizada. Pasé a depender del CEO, formé un equipo y comencé como secretaria del Consejo de Administración. Pero era un departamento legal muy maduro y había gente muy válida en las posiciones que me podían interesar. Y en esas que me ofrecieron este trabajo en Tendam.
¿Qué se necesita para mandar?
Probablemente, mandar sea cuestión de método. No es fácil. A mí no me gusta que alguien perciba las cosas como una orden. Yo soy una más del equipo. Es una cuestión de asignación de roles.
Tienes que potenciar aquello en lo que eres más fuerte y tratar de corregir aquello que más te cuesta. Para dirigir un equipo la empatía es un factor muy importante. Durante un tiempo, yo era consciente de que debía esforzarme en ser más simpática. Puede que yo no necesite un gesto, pero otra persona quizá sí. Hay que aprender a leer a la gente.
A nivel profesional, si tú trabajas y te gusta lo que haces, se nota. Es difícil seguir a alguien que trabaja poco o que le da una pereza infinita lo que está haciendo. Si no te gusta lo que haces -en eso quizá esté más próxima de la gente joven- búscate otra cosa. Por mucho que equilibres tu vida personal con tu vida profesional, pasas muchas horas trabajando.
También hay que tener el valor de asumir responsabilidades.
Eso te lo dan los buenos jefes. He tenido mucha suerte. Me han dado responsabilidades y me han permitido equivocarme. Eso hace que tengas más iniciativa y arrojo.
En Tendam ahora conviven dos mundos. Gente que lleva muchísimo tiempo aquí y gente que he incorporado yo. Los que llevan mucho tiempo han vivido otras dinámicas. Supongo que nadie les ha permitido tomar decisiones. Yo les doy esa confianza para que decidan ellos.
¿Y la flexibilidad en el trabajo?
No sé por qué se piensa que la presencialidad garantiza productividad, cuando no es real. Cuando le das a una persona un proyecto, la responsabilidad y el reconocimiento, si tarda en hacerlo dos horas en lugar de tres, bien por ella. Esa es la mentalidad.
¿En qué se parece el mundo de la seguridad con el mundo textil?
Como empresas buscan lo mismo, generar unos resultados y crear valor para todos los empleados y accionistas. Aunque son mundos ajenos, la experiencia enriquece. Por ejemplo, soluciones de Prosegur las he podido incorporar aquí y han sorprendido. A día de hoy, tengo un puesto de directivo y la carga técnica es menor, pero solo puede ser así si previamente has desempeñado el trabajo técnico. Eso te da la capacidad de discriminar y saber qué tienes que mirar con lupa.
Mujer líder
El 84% de la plantilla de Tendam son mujeres.
Además, cerca del 60% ocupa puestos intermedios o mandos directivos. En el comité de dirección, de 11 somos tres mujeres. La ambición es llegar a una representación paritaria. Hay un programa interno de promoción de mujeres.
¿Qué piensa del techo de cristal?
Yo, personalmente, no lo he sentido. Desde muy jovencita, pensaba que mi carrera sería mejor o peor en función de cuánto me lo currara. Hay un componente de suerte. Pero, sin trabajo, seguro que no llegas. Es mi experiencia.
Algo que hacemos fatal las mujeres es dudar de que seamos aptas para un puesto. Sin embargo, he visto muy pocos hombres que digan “ese puesto es supergoloso, pero no voy a ser un buen candidato”. Desde luego, aparte de que el mundo es de los valientes, si no levantas la mano, no te van a ver. Da un paso adelante.
¿Una mujer ejecutiva asusta?
Yo tengo un puesto ejecutivo. No me visualizo a mí misma así. ¿Asusta? Ojalá no, espero que no. Tampoco creo que haya motivos para asustar. Durante unos años quizá sorprendía o desconcertaba más que asustar. Cada vez menos.
Ha habido muchas mujeres en puestos directivos que han replicado patrones masculinos. No es un reproche. Supongo que tampoco tenían otro modelo o referente…
¿Ahora hay más referentes?
Es bueno para niñas y jóvenes que haya más referentes de mujeres y de perfiles diversos. No tienen por qué querer ser directivas. Es como cuando yo veía al socio del despacho y pensaba: yo eso no lo quiero. Tienes que encontrar tu lugar en el mundo.
El problema es la igualdad de oportunidades. Que el entorno no lo impida, que no haya barreras. Y eso, cuantas más mujeres hay, menos sucede. En las áreas legales de empresa, quizá por ese efecto de expulsión de los despachos, somos muchísimas más mujeres. También, a nivel de directores de asesoría jurídica.
¿Cómo concilia su trabajo con la vida personal?
Como puedo y obligándome. Es muy fácil quejarse de que el trabajo te absorbe. Pero solo tú puedes hacer algo. La vida no va a venir a conciliarte. A mí me gusta muchísimo mi trabajo y tengo cierta tendencia a ponerme con algo y liarme. Soy perfeccionista. Hay veces que me digo “Mar, qué haces aquí. No se va a parar el mundo mañana porque no esté hecho”. Y me obligo.