Elena Anaya vuelve a los cines con una historia tan potente que la atrapó desde el guion y pide la complicidad de los periodistas para guardar las sorpresas que cuenta. "Tenemos que conseguir entre todos que los espectadores lleguen a los cines sin saber nada, que la descubran allí", pide la actriz.
Aunque pueda parecer una película de miedo, lo cierto es que Jaula es un escalofriante thriller, que mantiene al espectador con la mirada clavada en la pantalla hasta un final perfecto. Podría calificarse como un filme de terror social de autor, que descubre la mirada de Tatay, un cineasta a seguir, y que se estrena en cines el 9 de septiembre.
Como es habitual, Elena Anaya está espectacular, en esta ocasión dando viva a Paula, una mujer que sueña con tener un hijo y, de repente, se ve convertida en la cuidadora eventual de una niña con la que genera un fuerte vínculo y que vive encerrada en unos círculos de tiza que dibuja en el suelo. Descubrir el origen del miedo que impide a la cría vivir en libertad se convertirá en una obsesión para ella.
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La actriz dota de realidad a esa madre accidental. Hay tanto de genuino en las interpretaciones de Anaya, como en su modo de estar en el mundo. No tiene redes sociales, es sumamente celosa de su vida privada y, sin embargo, puede emocionarse hasta las lágrimas porque una mujer anónima le agradezca su trabajo en el cine.
Ella también agradece a su familia, a los hados por haberle dado una carrera que le apasiona, al público que siempre la ha valorado.
Deslumbró desde que, con 19 años, apareció en África, de Alfonso Ungría y luego, casi seguido, en Familia, de Fernando León de Aranoa. Desde entonces, y van 27 años, no ha dejado de trabajar. Ha logrado, además, una reconocida carrera internacional con éxitos arrolladores como Wonder Woman. Sin embargo, los focos y los oropeles no la ciegan, porque regresa, siempre, a lo que de verdad importa: su gente, esa vida privada que protege y su historia de amor con la interpretación.
Por eso, reivindica hacerse mayor y que se note. "Quiero defender mis arrugas, mostrar en mi rostro la experiencia vivida. Que la gente entienda que las personas se hacen mayores y es maravilloso", asegura con vehemencia. Porque ese paso del tiempo le es indispensable para crear esos personajes magnéticos a los que da vida, para poder "conmover al público y conmoverme yo contando lo que viven mis personajes".
Además, admite que a ella "la eligen los personajes", con los que vive algo muy parecido al enamoramiento, y reconoce poner toda la carne en cada uno de ellos, "como si fuera el último, como si cada vez jugara una final. Cuando me decido por un personaje, me lo tomo muy en serio y me pongo super pesada".
Con otra película pendiente de estreno, Fatum, y en pleno rodaje de Mentiras pasajeras, una serie de El Deseo, con Hugo Silva, Pilar Castro, María León y Quim Gutiérrez, para Paramount+, hablamos con Elena Anaya de su nueva película, Jaula.
¿Son los peores monstruos los que podemos encontrar en la vida real?
Tal cual y, sin hacer spoilers, creo que esta película logra hacer partícipe al espectador de lo que supone tener uno a tu lado.
¿Te removió interpretar a Paula, tu personaje, una mujer que tiene que optar por la reproducción asistida para convertirse en madre?
A mí todos los personajes que interpretó me remueven porque tengo que hacer una inmersión en ellos y se quedan para siempre en mí. No es que los haga y los deje ahí para volver a casa, no. Cada uno de los personajes que he interpretado se viene para siempre conmigo, y yo con ellos. Nunca los termino de independizar (risas).
"Cada uno de los personajes que he interpretado se viene para siempre conmigo. Nunca los termino de independizar"
Los tienes de todas las edades…
Sí, yo me hago mayor y ellos siguen de 20, 30, 35… Todos, me acompañan. Y este, en concreto, no por la manera de reproducción, pero sí por el deseo de ser mamá, algo que, a veces, supone una dificultad tan grandísima de conseguir. Algo tan deseado para tantas parejas, no solo mujeres, también para muchos hombres, engendrar un hijo o tenerlo de la manera que sea.
Sí, conozco muy bien el tema y me toca mucho, claro. Pero de este personaje no fue eso lo que más me impactó. Al empezar a leer el guion, me dije "qué barbaridad, cuántos temas pone sobre la mesa y qué inteligencia la hora de contarlo". Ignacio Tatay ha logrado hacer una película de género muy entretenida y con una factura impecable pero, perdona, ¡a qué nivel de profundidad llega! Jaula habla de asuntos básicos en nuestra vida, la de cualquier espectador. Creo que hará reflexionar mucho.
Después de verla, he apuntado una definición: ‘terror social de autor’, porque tiene una factura de película de miedo, plantea un tema real que afecta a la sociedad y estamos ante un cineasta con una mirada muy personal de autor…
Pues que sepas que me lo estoy apuntando yo también, porque me parece muy buena definición. Yo he trabajado con muchos directores que son autores, que pelean por cada detalle de la película porque saben que es fundamental, y desde luego, Ignacio ha luchado por cada matiz, cada trazo de tiza en el suelo. En esta película, cada detalle significa algo. Todo estaba muy planificado, ensayamos muchísimo.
¿Cómo ha sido trabajar con Ignacio Tatay, un director novel, como en aquella Familia de Fernando León de Aranoa?
Él sabía exactamente como quería contar cada cosa y lo peleaba hasta el final. Los autores son así. Fernando León con Familia era igual. Y a la gente le pueden parecer tonterías, pero él sabía que no lo eran y no lo fueron. Con esa mirada única y su criterio, crean películas que puedes ver varias veces y cada vez vas a descubrir cosas nuevas.
¿Qué queda en ti de aquella Elena Anaya que llegó a Madrid a ser actriz?
De aquella Elena Anaya queda mucho. Las mismas ganas, o más, porque ahora tengo más conocimiento del oficio. Afortunadamente, sigo estudiando, aprendiendo de los mismos profesores y peleando mucho por dar siempre lo máximo que pueda, para que sorprenda, para que te quedes cuajada en la butaca viéndolo y, sobre todo, para que no te deje indiferente. No quiero hacer algo del montón.
Y sigue quedando el agradecimiento absoluto a lo que sea que me ha puesto en ese lugar de la vida, a mis padres por permitirme cumplir mis sueños, a la profesión por confiar en mí, a la vida por darme la oportunidad y a los dioses por haberme escogido desde hace 27 años.
"He tenido que sacrificar mucho y tener una gran disciplina, para mantener mi carrera, y dar siempre lo máximo"
¿Qué le dirías a la Elena de entonces?
Cuando empecé, tenía 19 años y ahora tengo 47. Le diría tantas cosas, pero sobretodo, le daría las gracias, por su entrega y por su valentía. Yo empecé a trabajar como una profesional, no como una niña. A esa edad, puedes tener la posibilidad de equivocarte o de llegar tarde, pero yo no me lo permitía. Entré por la puerta grande, con muchísima responsabilidad primero con África y luego con Familia, y ya no paré.
He tenido una gran continuidad, pero también he tenido que sacrificar mucho y tener una gran disciplina, para mantener mi carrera, y dar siempre lo máximo. Así que a la Elena de 19 años, le daría un súper abrazo, las gracias y le diría que aquí está, que aquí estamos.
¿Miras al pasado mucho?
No, pero sí recuerdo mi infancia, mi adolescencia, que vienen siempre conmigo, y valoro mucho haber sido una persona muy feliz, muy querida, con una familia deliciosa que me ha acompañado y me acompaña siempre, y que me ha dado unos valores que, para mí, son herramientas básicas en mi día a día. Eso es también estaba en esa niña, que fue muy valiente, porque tenía mucho tesón y mucha decisión para lograr algo que era muy difícil de conseguir.
Destacar en el mundo del cine es muy difícil, pero tú enamoraste a la cámara desde el principio, a la crítica y a los espectadores. No imaginas las de mensajes de cariño para ti que me han dado…
Lo agradezco muchísimo, el público me ha tratado siempre muy bien. Hoy venía en el tren estudiando un guión, repitiendo una y otra vez, para no pensarlo y que luego salga con naturalidad. En el vagón, ayudé a una señora con su maleta al entrar y, al llegar a Madrid, a bajarla. Y me dice "muchas gracias por la maleta pero, sobretodo, muchas gracias por hacerme pasar tan buenos ratos en el cine".
¡Y casi me echo a llorar! Fue tan bonito… Luego nos encontramos en el cercanías, le di las gracias y le dije "perdona, que no te las he dado al principio, porque porque te soy muy tímida". Yo tengo muy claro que son personas así quienes me han dejado estar aquí. Sentir ese cariño es muy importante y yo he tenido la suerte de notarlo durante toda mi carrera. No tengo redes sociales para darles las gracias, pero sí tengo la oportunidad de decírtelo en entrevista y que quede constancia. Gracias, a todos, muchas gracias.
Cierto, he mirado en todas y no tienes redes sociales.
No, nunca las he tenido, mi manera de conectar es hablando cara a cara, o por teléfono. La satisfacción del momento real, no se puede comparar con nada. Me parece muy bien que todo el mundo las tenga, no estoy criticándolo, simplemente estoy diciendo que a mí, personalmente, no me gustan. Me parece que te quita más de lo que te da y creo que provocan en el cerebro daños. Las redes sociales hacen que la hormona del cortisol se dispare cada vez que recibes un like y eso es peligroso. A mí, no me compensa. No es que haya decidido dejarlas, es que ni las he probado. No me interesan. Ni siquiera tengo notificaciones en mi teléfono, siempre se me olvida dónde lo he dejado.
El otro día, me decía Oliviero Toscani en una entrevista que las redes sociales son "un campo de concentración de la imaginación".
Totalmente y, muy importante, nos quitan el tiempo de aburrirnos, vivimos en una hiperestimulación constante, contemplando la vida de los demás, esperando a que te cuentan los demás qué hacen. Yo creo que voy a otro ritmo, lo necesito y me protejo para que sea así.
¿Crees que la exposición a la fama supone un peligro para la salud mental?
Pues no soy una experta psiquiatra (risas). Aunque sí que escucho mucho, por ejemplo, a Marian Rojas Estapé, que sí lo es y, además, es una gran comunicadora y cuenta muy bien las verdaderas adicciones que generan las pantallas y las redes sociales. El tratamiento que se le tiene que dar a las personas adictas es muy bestia, el mismo que para la adicción a la cocaína o al alcohol.
Por eso, me preocupa gravemente cómo pueden afectar a los bebés, a los niños… Y sin embargo, quienes han creado estas adictivas redes sociales, están educando a sus hijos sin pantallas. Da qué pensar.
Tienes 47 años, ¿hay buenos papeles para actrices de esa edad, notas algún cambio?
Toda la vida he tenido este miedo a sentirme mayor, aunque no uso ni crema hidratante, me cuido poco, algo de deporte y ya. A veces, me digo, ay, madre mía, cómo voy a llegar, ¿habrá papeles para mí? Pero, cuando he decidido parar, única y exclusivamente porque necesitaba tiempo para mí, al volver al trabajo, han vuelto a ofrecerme papeles. Esther García [productora de El Deseo] me llamó para la serie Mentiras pasajeras, pero le dije que no podía, que me iba a tener que esperar un año.
Y me contestó, no te preocupes, te espero. Que alguien como ella me diga que me va a esperar lo que haga falta, cuando seguro que hay otras 27 actrices maravillosas que lo hubieran hecho mejor que yo, me hace sentir que, a mi edad, hay esperanza. Me respetan y respetan mi trabajo, así que he regresado reforzada y sintiéndome muy apreciada, a darlo todo.
"Te ponen un filtro que te quita los contornos de la cara, que no le ponen a un hombre de tu edad"
¿Encuentras diferencias al madurar entre actrices y actores?
Sí. Este oficio sigue siendo muy cruel, sigue teniendo unos niveles de exigencia con las mujeres super machistas. De repente, te ponen un filtro que te quita los contornos de la cara, que no le ponen a un hombre de tu edad.
No quieren que se vean tus arrugas. Yo quiero defenderlas, mostrar en mi rostro los años de experiencia vivida, defender ese rostro, que se me vea envejecer porque es un lujo para mí. Quiero que la gente entienda que las personas se hacen mayores y es maravilloso que así sea. Además, mi cara transmite expresiones ahora que no tenía hace 20 años. Para poder conmover al público y conmoverme yo contando lo que viven mis personajes.
Al final, eso es lo que notas como espectador y, seguramente por eso, tus interpretaciones nos parecen tan veraces.
Sí, a mí también me ocurre. Yo también soy espectadora y me encanta ver cine. Cuando sientes ese impacto inmediato, va directo a mi corazón. En la vida diaria, me parece de salvajemente bello, pero cuando me pasa en el cine, es un momento de intimidad bestial, que te lleva al viaje del unos personajes y ya no piensas en nada más, solamente estás sintiendo. Me parece un regalazo, esa es, seguramente, la verdadera magia del cine.
¿Qué tipo de audiovisual te interesa más como espectadora?
Me flipa el cine de autor, las historias. Por eso me gustan los cineastas exigentes y machacones, que no paran hasta conseguir lo que quieren. Hay gente que viene y me dice "vamos a fluir, a ver qué sale". Y yo digo "fluid con patines en la Gran Vía (risas)". Para mí, el cine conlleva mucho trabajo, se fluye solo después de mucho esfuerzo. Por lo menos, en mi experiencia personal. Me fascina la gente que vive el cine como una necesidad vital y que hacen películas para convertirnos en personas mejores.
Y a los personajes que interpretas, ¿arriesgas mucho al elegirlos?
Elegir siempre implica riesgo pero, si te digo la verdad, creo que son los personajes los que me eligen a mí. Sé que suena raro, pero yo leo los guiones siempre, desde hace 27 años, afortunadamente, con mucha ilusión y todas las expectativas del mundo, pensando, "este va a ser". Pero muy pocas veces ocurre (risas).
A veces, en la página 10 ya sé que el personaje no es para mí, aunque esté muy bien escrito. Luego, empiezas a leer un guion como el de Jaula y te da un viaje que no te suelta y se te dispara el cortisol… Cuando siento eso, ya estoy enganchada y quiero rodar la película. A partir de ahí, me lo tomo muy en serio y me pongo súper pesada. Para mí es como enamorarte, te dices a ti misma, ¿qué hago ahora? Pues tirar para adelante, y ser muy feliz porque sea así.
Has rodado varias películas y series en Estados Unidos, como Wonder Woman o Jett. ¿Qué diferencias encuentras en la forma de trabajar allí?
Cada rodaje es distinto, un mundo, con un equipo que es como una familia que se reúne en torno a un proyecto. Allí, en vez de 80 personas, hay 500 y en lugar de dos camioncitos y una caravana y media, hay cien y a la prueba de cámara, te toca ir 27 veces. La directora Patty Jenkins [la directora de Wonder Woman], me decía: "Eres la eres la actriz que más pruebas de cámara se ha hecho en la historia del cine (risas").
Todo es costosísimo pero, en realidad, en lo que a mí me concierne, no cambia tanto. La respuesta que le tienes que dar a Jenkins o a Tatay, es la misma: lo máximo, como si fuera la última vez, para crear un personaje a partir de ti, que no tiene nada que ver contigo, ni con tu vida, al que tienes que darle forma, voz, corazón y hacer el viaje con él, para que puedan hacerlo los espectadores conmigo.
"En la première de Wonder Woman, Gal Gadot y yo no parábamos de hablar de lo más importante que nos había pasado ese año: tener a nuestros hijos"
¿Recuerdas algún momento de tu carrera en el que te dijeras "¡hasta dónde has llegado Elena!"?
No, pero me da mucha satisfacción llegar al set cada día, como si jugara una final, siempre con una sonrisa gigantesca, aunque esté reventada. Como te dije al principio de la entrevista, me parece un regalo de la vida poderme seguir dedicando a esto. También he vivido momentos impresionantes, como cuando llegué a la première en Los Ángeles de Wonder Woman, con un vestido precioso de Lanvin, que me flipó que me lo dejasen. Había mogollón de gente. Además, acababa de haber un atentado en Londres, por el que se suspendió el estreno allí y había muchísima seguridad.
Pero, sobre todo, recuerdo que yo tenía una mastitis y estaba con 40 de fiebre. Me encontré con Gal Gadot. Las dos habíamos hecho los retakes de la película embarazadas, yo casi a punto de parir y ella con dos meses menos. Fue genial vernos, ya con nuestros niños casi andando. En plan "tía, estoy con mastitis" y ella, "ay, qué horror", en medio de la alfombra roja. Las dos hablando de lo más importante que nos había pasado ese año, que era tener a nuestros hijos. Hasta tuvieron que venir los productores a decirnos que nos pusiéramos para la foto (risas). Pese a los dolores, disfruté muchísimo de aquella proyección. Pero al día siguiente, vuelvo a mi vida, sin más, a los temas que importan.
Hablando de los temas que importan, ¿qué te quita el sueño hoy?
Muchas cosas. Estoy muy preocupada por la situación actual a nivel político. No puedo comprender esta guerra, me provoca un dolor de alma infinito. Ni cómo los demás países permiten que los intereses económicos o geopolíticos superen la necesidad de detenerla. Por otro lado, me preocupa el destrozo del planeta que estamos haciendo. Hace años, tuve la suerte de colaborar con Greenpeace e ir al Ártico, con ellos.
Para mí, son héroes anónimos que se juegan la vida por defender nuestro planeta. Fue escalofriante que te expliquen el deshielo y sus consecuencias. Te dicen que somos la última generación que estamos a tiempo de parar esto, pero nadie hace nada. A veces, lloro de impotencia al ver, por ejemplo, que vas a comprarte un coche y te animan a llevarte un diésel. Tú piensas "¿de verdad me estás contando esto?" Y te vas del concesionario con un cabreo, pero es que así es nuestro sistema. La balanza está muy desequilibrada. También me preocupa mucho la infancia, lo desprotegidos que están los más de 100 millones de refugiados y desplazados que hay en el mundo.
Estuviste en Etiopía con el ACNUR visitando campos de refugiados. ¿Qué viviste allí?
Aquello me cambió la percepción de la vida y me enseñó mucho. Los países que tenemos la capacidad de ser más generosos, somos tremendamente egoístas. Me duele ver, hace unas semanas, que 45 personas murieron intentando cruzar una valla a golpes, a la puerta de nuestro país.
En Etiopía, veías entrar de países como Somalia o Sudán del Sur a cientos de personas refugiadas a diario y los reciben con los brazos abiertos, porque saben que pueden aportar, además de riqueza, emprendimiento y ganas de mejorar, para beneficiar a la sociedad que les acoge. Nosotros también hemos necesitado en el pasado asilo, refugio. Qué fuerte que lo hayamos olvidado.