Como la carga de culpa que llevan sus protagonistas. Es un drama psicológico en el que la violencia y el aislamiento amenazan con destruirlo todo. Pero es, sobre todo, una historia de redención y esperanza.
Pero quizá debería comenzar por el principio y volver a una casa antigua, en el corazón de Pamplona, en la que aprendí a leer. Mientras mi madre y mi abuela se afanaban con la aguja en la composición de laboriosos nidos de abeja, yo leía. Leía hasta que me destrozaba los codos, hasta que el hormigueo de las piernas me resultaba insoportable. Mi padre, atento a ese interés precoz que siempre demostré por las buenas historias, me fue entregando libro tras libro, hasta configurar un mundo literario plagado de clásicos, de aventuras imposibles, de mundos lejanos y algunos olvidados, de universos fascinantes. Avancé por aquel universo cautivador de la novela hasta convencerme de que es allí, en las páginas de esos libros, donde se esconde la verdadera magia.
Mi vida fue desde entonces una sucesión de lecturas compartidas con mi padre. No sirve de nada que cite a los autores. Son tantos… Hemos intercambiado tantos libros… Pero sí había algo que invariablemente se repetía, y es que cuando yo le preguntaba “papá: ¿Qué estás leyendo ahora?”, él respondía sin dudar: “Mientras espero que publiques tu novela, estoy leyendo…”. Daba igual el nombre que siguiera a continuación. Yo sonreía, sin hacerle caso, sin ser consciente de que se estaba ocupando de regar una semilla que, ajena a mi consciencia, luchaba por germinar.
Y un día sucedió. Fue el 1 de noviembre de 2016. Una idea rondaba en mi cabeza desde hacía ya tiempo. Reflexioné mucho sobre ella hasta que decidí convertirla en el final de mi primera novela. También pensé en un título, Tú no tienes la culpa, y a partir de ahí comencé a pensar hacia atrás, empecé a construir una historia hasta llegar a un punto de partida. Y me senté a escribir.
Llevaba pocos meses inmersa en el fragor de la construcción literaria, cuando mi padre enfermó de gravedad. Y comenzó entonces mi lucha contra el reloj, mi escritura angustiosa y febril para ganar algo de tiempo. Para lograr terminar la historia y decirle a mi padre que por fin me había decidido. Pero comprendí con desazón que nunca llegaría a tiempo. La enfermedad era más rápida e implacable que yo. Así que, una tarde de verano me despedí de él con un beso y le dije: “Mañana vengo temprano. Te tengo que contar algo que te va a gustar mucho”. “¿Qué es?", me dijo. “Mañana te lo digo”.
Ya en casa imprimí el manuscrito y lo dejé preparado para llevarlo al hospital. Esa noche, a las cinco de la mañana sonó el teléfono como un mal presagio. Mi padre acababa de fallecer. Las primeras lágrimas que derramé cayeron sobre mi manuscrito en cuya primera página tan solo aparecían tres palabras: “Para mi padre”.
Terminé aquella historia, Tú no tienes la culpa, que supuso mi debut en la novela pero también, la despedida de mi padre y el inicio de una vida en la que él ya no estaría. Se marchó sin saber que la semilla había crecido hasta convertirse en una pequeña flor. Del estilo de los brezos, que no son exóticos ni despampanantes, pero sí aguerridos y testarudos.
Tú no tienes la culpa es una novela de secretos familiares, de búsquedas personales, de aceptación, de perdón, y de cómo muchas veces en la vida es necesario volver atrás para vivir hacia delante.
Tras ella llegó ¡Que paren la rotativa!, un sincero homenaje a mi profesión: el periodismo. En ella quise que trabajaran juntos dos modos de entender el periodismo, dos formas de enfrentar la profesión, ambas muy presentes en mí. El tiempo está demostrando que la solidez narrativa, la pulida escritura, el respeto a las fuentes, la paciencia y sobre todo la solidez y rigor de las informaciones no son incompatibles, ni deben serlo, con la instantaneidad y la viralidad, hoy en día tan valorada.
Eso es lo que subyace bajo los prolegómenos de una fusión internacional que esconde a su vez una férrea resistencia interna y amenazas a su director general. Ese es el contexto en el que estos dos periodistas de diferentes generaciones y modos de entender la profesión se verán obligados a trabajar juntos en la investigación.
Con Aura Negra vuelvo de nuevo al origen. Regreso a las historias reales, profundas, por las que, poco a poco, se abre paso a luz. El pueblo en el que se desarrolla la acción permanece oculto bajo las aguas. En determinadas épocas del año, puede atisbarse la orgullosa torre de la iglesia cuyas campanas todavía resuenan por los lugares más recónditos del valle. Hasta allí llega una joven en busca de su abuela, una anciana algo esquiva que apenas tiene relación con sus vecinos y que, además, se niega a recibirla. Pronto se convertirá en el foco del odio y las murmuraciones de un pueblo que, como ella, tiene un pasado enterrado que amenaza con salir a la superficie.
Los tres libros, Aura Negra, Tú no tienes la culpa y ¡Qué paren la rotativa! están editados por la editorial Eunate.