Conchita Mínguez (Madrid, 1959) ha sido la primera mujer jockey profesional en España, la primera en ganar una carrera mixta, la primera entrenadora de caballos de carreras, la primera comisaria en un Hipódromo. Y todo lo ha hecho muy bien.
Luchó para que la mujer pudiera competir como jockey profesional. Antes sólo lo podían hacer de manera amateur como amazonas. Ha corrido en los mejores Hipódromos: Ascot, Longchamps (París), Belmont (NY), pero su casa es el madrileño de la Zarzuela. “Montaba muy bien y era muy fuerte”, dicen los jockeys de ella.
La velocidad- un caballo puede alcanzar los 70 km/h- la adrenalina, el compañerismo, los caballos: la pasión por el turf… “Esta profesión, como no te apasione- dice Conchita-, como no tengas un amor al purasangre inglés, mal vas porque tienes que madrugar un montón, estar al pie del cañón, haga calor, frío, llueva o nieve.”
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No le gusta el término “yoqueta”, que es como llaman en Hispanoamérica a las jockeys: “Da la sensación de que es algo pequeñito. Prefiero jockey, sea hombre o mujer”. Decido seguir su consejo a lo largo de la entrevista.
¿Cómo surgió su afición por ser jockey?
Empecé a montar en Inglaterra donde iba los veranos desde los 8 años. Hacía yincanas, salto. Gané el campeonato de España. Con 13 años, un amigo de mi hermana que era veterinaria me llevó al hipódromo. Me subí a un caballo y fue un flechazo. Dije, esto es lo mío. Creo que tenía un don. Me subía a pelo… Para mí, el caballo y yo éramos un ser solo.
¿Se opuso su familia?
Mi padre había pasado la guerra y era muy estricto. Me decía que era una puta haciendo eso. Él y mi madre eran ingenieros agrónomos. Mi padre no se enteraba de mis éxitos. Nunca vino a verme montar. Mi madre lo hacía a escondidas.
Tengo una envidia sana cuando veo a los familiares que van a ver correr a los jockeys y luego se abrazan. Eso lo he necesitado y no lo he tenido. Creo que es muy importante. A mí me han ayudado mucho los animales. Estar con ellos, el cariño…
Al principio, como amazona que es la categoría amateur, solo podía competir con otras mujeres. Si tenía 4 carreras al año, ¿cómo se entrenaba?
Montaba como amazona, porque a las mujeres no nos dejaban ser jockey profesional en aquella época. Entrenaba todos los días y luego iba al colegio, al Liceo Francés. Cuando fui un poco mayor, repartía periódicos para tener un dinerito de bolsillo.
Luego, gracias a Dios, dando mucho la murga, conseguimos poder competir con los chicos amateur o gentlemen y aumentar a 7 u 8 las carreras al año. Seguía yendo a Inglaterra y aprendiendo. Estuve con grandísimos entrenadores como Barry Hills, Peter Willet, Henrry Cecil…
¿Montando caballos?
Al no tener licencia de jockey española, no estaba autorizada a montar como jockey en Inglaterra. Sí como amazona. Así que también aprendí a comprar caballos, porque fui agente.
¿Cuándo consiguió obtener la licencia para ser jockey profesional?
Cuando llegó la democracia seguían sin dejarme sacar la licencia de jockey. Como era anticonstitucional, fui a un despacho de abogados y presentamos un escrito. Aun así, tardaron dos años.
Conseguí la licencia de jockey en el 81. Me pusieron a caldo. Había mucho militar y esa mentalidad de “esta mujer va a dejar de ser una señorita”. El cambio ha sido rotundo. Lo que he luchado para conseguirlo…
Como amazona ha ganado 54 carreras y como jockey ciento y pico. ¿Qué carrera recuerda con emoción?
Muchas. No te sabría decir. A lo mejor no ganas una carrera, quedas tercero, pero sabes que has montado muy bien porque el caballo no daba… En Royal Ascot me batió el favorito por photo finish. El mío estaba ochenta y tantos a uno en las apuestas. Me dieron la enhorabuena. En la TV inglesa dijeron que “venía con la fuerza de un torero”.
¿Cómo encara una carrera? Generalmente los que salen primeros no suelen ganar…
Depende, hay caballos que sí pueden ir delante y marcan el ritmo de la carrera, pero suelen ser caballos que no tienen punta de velocidad, ese remate como hacen los atletas en el sprint.
Luego hay otros que pueden ir en medio, tapaditos, para que al llegar a mitad de la recta les dejes un hueco y aceleren. Tienes que conocer el caballo y, si no, fiarte de lo que diga el entrenador.
Soy la única que ha montado una yegua sin filete. No lo soportaba bien. No sé si esto se habría admitido ahora. La monté así, simplemente llevándola, haciendo un poco más de fuerza. Llegué 3ª o 4ª. Era preciosa, negra como el azabache. Yo me he atrevido con todo. Es verdad que había caballos que eran histéricos o se ponían muy nerviosos. En eso la mujer tiene una sensibilidad, un tacto…
¿Cree que hay una afinidad especial entre la mujer y el caballo?
La mujer le habla más, lo acaricia… También los hombres se están dando cuenta de que eso funciona. Si le das una mala lección a un caballo, lo metes en el cajón a la fuerza, se acuerda. Por las buenas siempre consigues más. No te imaginas la cantidad de mujeres que trabajan ahora en el mundo del turf.
Esta profesión como no te apasione, como no tengas un amor al purasangre inglés, mal vas porque tienes que madrugar un montón, estar al pie del cañón haga calor, frío, llueva o nieve. Además, si hay una buena calidad de vida en el grupo en torno al caballo, se refleja automáticamente en él.
Usted fue la primera que ganó en una carrera mixta…
Eso fue cuando pudimos competir como amazonas con jockeys profesionales. Lo monté en punta (delante) toda la carrera. Haciendo un falso paso, que es simular que vas más deprisa de lo que vas. Los jockeys pensaban que me iba a parar, pero yo seguía. Entonces empezaron a gritar: ¡niña, párate! Cuando llegué a la recta y empecé a despejarme los oía: ¡Me cago en la mar, niña! Y gané.
¿Cómo le trataron los compañeros, el público?
El público te puede decir 4 cosas… pero no hacía ni puñetero caso. Los jockeys, al principio decían esta niña va a durar un telediario, pero en cuanto vieron que ganaba, me respetaron: Mira Conchi, cómo nos da en los morros.
Lo recuerdo con mucho cariño, porque han sido buenos compañeros. Siempre había alguno al que le caías mal, pero eso pasa en todos lados.
Y cómo entrenadora también fue la primera…
Quizá la etapa más dura fue cuando me saqué la licencia de entrenadora, pero seguía compitiendo como jockey. Me decían cada barbaridad… Yo me defendía.
Encima me contrató la British Bloodstock Agency (Agencia Británica de Purasangres) con el fin de comprar caballos para España. Aprendí muchísimo. El que mandaba en la BBA, John Louis, tenía tal confianza en mí que cuando le preguntaba algo, me decía: You know very well, go and get (lo sabes muy bien, hazlo). Eso para mí era importante.
Fue una época fantástica, que me respetaran tanto y me conociera tanta gente, además de tratar a muchos entrenadores, de ir a las carreras y de montar en varios hipódromos.
¿Su última monta fue en el 92?
Sí, tuve una cesárea complicada con una infección. Estuve un mes en la UVI. Salí con muletas. Como tenía muy buen equipo, se ocuparon ellos. Y vinieron a verme.
Fue una época muy dura, pero el ver que tienes esta gente que te quiere y que quieren a los caballos es muy gratificante. Luego, cuando llevaba a mi hijo en el capacho al hipódromo, me ponían de todos los colores, mala madre… Como no había guarderías, me lo cuidaba una señora que vivía al lado y tenía hijos.
¿Qué relación tuvo con los propietarios de los caballos que entrenaba?
Normalmente buena. De respeto y, si no estaban de acuerdo con el trabajo que hacía, pues a otra. He llegado a echar a alguno que no pagaba.
En el 96 se cerró el Hipódromo durante 10 años. ¿Qué pasó con todas las personas que trabajaban? Porque el mundo del turf da muchos puestos de trabajo…
Algunos se fueron a San Sebastián y pasaban a Francia a correr. Otros como yo teníamos muchos propietarios que no querían hacer eso y dejaron la cría.
Yo me reciclé con mi hermana veterinaria como criadora de perros de nivel muy alto. Tenía muy buena mano con los perros. Vendía los cachorros a Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Suiza. Y salí adelante.
También he sido la primera mujer comisaria en el Hipódromo de Antela, Orense. Es como ser árbitro. Luego tuve un cáncer que pasé sola. Mi hermana la veterinaria se murió. La otra se ha portado fatal conmigo, por decirlo suavemente…
Los jockeys hablan siempre de la adrenalina para explicar su atracción por el turf…
Sí, el chute que te da la velocidad. La adrenalina es la emoción. La velocidad a la que vas y cómo notas si tienes caballo para poder lograr la victoria. Cuando ves que el caballo no da es un fastidio. Pero, cuando estás ahí, ves que puedes ganar y que el animal te responde, vas creciéndote… Eso es fundamental.
¿Qué destacaría de su carácter?
Siempre he pensado que era muy profesional. Carácter fuerte he tenido que tenerlo, pero, por otro lado, era una blandiblu. Siempre he sido una persona cariñosa, muy cuidadora de mis caballos y de la gente que ha trabajado conmigo.
La vida me ha dado muchos palos, pero creo en mí a pesar de todo. Todavía tengo mucho que aportar a los jóvenes. He estado con lo mejor de lo mejor y me he empapado de su sabiduría.
Ha tenido que ponerse el mundo por montera…
No te quepa la menor duda. Ahora quiero montar la Asociación de Mujeres Profesionales del Turf: jockeys, entrenadoras, veterinarias, periodistas, mozas de cuadra, herradoras, que no hay ahora mismo…
Lanzarlo a la prensa y que sepan que hay mujeres que trabajan como los que más, al aire libre con animales, y que es un trabajo excepcional. La presidenta que está ahora en el Hipódromo de la Zarzuela es fantástica. Se ha movido como nadie.
¿Qué consejos daría a los nuevos jockeys, hombres y mujeres?
Que se fijen, vean vídeos, que tengan paciencia porque todo llega. Que no tengan miedo. El miedo paraliza. Que el caballo sienta que tienes seguridad, que lo acaricien.
Como las personas, hay también caballos que tienen claustrofobia dentro de los cajones. En la salida agarrarte bien a la crin, no a las riendas, para que cuando se abra la puerta del cajón y pegue el salto, te lleve con él. Si te cuelgas del filete lo frenas.
¿Usted entrega el premio que lleva su nombre, Conchita Mínguez, en el Hipódromo de la Zarzuela?
Sí. Es muy bonito, porque se premia al dueño del caballo, al preparador y al jockey. Ver tanta gente que se acuerda de mí todavía… Es emocionante.