A veces nos parece imposible que algo que sentimos o que nos ha pasado hace años nos siga afectando en la actualidad, pero lo cierto es que es algo más común de lo que podríamos pensar.
[Fracasar puede convertirse en todo un éxito: la divertida historia de 'Casi Cracks']
Por ejemplo, si vivías en una casa donde había muchas discusiones o tanto silencio que no podías molestar ni para pedir ayuda; si en el colegio te rechazaron o te exigían hacerlo siempre mejor; o si no llegaste a formar parte de un grupo de amigas y sentías que no tenías nadie con quien compartir vivencias y poder ser tú, es posible que estas experiencias tengan, hoy en día, relevancia a la hora de relacionarte contigo misma y con quienes te rodean.
Por mucho que ahora seas adulta y hayas crecido, al recordar estas experiencias pasadas es probable que sientas un pinchazo en el corazón, algo que te dice: «Esto te dolió». Por eso me gusta hacer el símil con una muñeca rusa, simulando a la niña que llevamos dentro y que no ha sido todavía acompañada como necesitó.
Las experiencias estresantes que has vivido en soledad son traumas sin resolver que se van repitiendo en nuestro presente, porque cuando sucedieron superaron las herramientas que tenías para afrontarlo o porque no hubo nadie contigo a tu lado para darle nombre a lo que te ocurría y a lo que sentías en el momento que sucedió.
Por eso las situaciones que no pudieron verse, expresarse, ni regularse en el pasado van a seguir atrapadas y fragmentadas dentro de nosotras.
Cuando se repiten las situaciones relacionadas con el trauma (exigencia, crítica, castigo, miedo, soledad, rechazo…), no vamos a tener una imagen nítida de lo que aconteció: esos recuerdos dolorosos estarán en nuestro interior en forma de pensamientos (la mayoría de las veces de juicios, de creencias, o de sensaciones…), pero la información no estará tan accesible como para tener un relato «con sentido» (con introducción, nudo y desenlace) de lo que vivimos. En su lugar, muchas veces describimos lo sucedido, como nos lo explicaron otros, con sus palabras.
Muchas veces no relacionamos el malestar actual que sentimos con lo que nos ocurrió de pequeñas, pues creemos que el pasado quedo atrás, pero si no pudimos elaborar algunos sucesos, es probable que arrastremos cargas de la infancia, o heridas.
Para que las cargas del pasado puedan pesar menos, es importante que en algún momento nos tomemos el tiempo para ver cuáles son, para conocerlas y conocernos, y eso es lo que te propongo en el libro.
En Abraza a la niña que fuiste (Brugera, 2023), te acompaño en un viaje de autodescubrimiento a tu pasado para que, paso a paso, entiendas cuáles son las heridas emocionales que todavía hoy cargas y aprendas a repararlas desde una perspectiva integradora humanista, basada en el trauma y el apego.
El libro es una invitación a detectar y comprender los cabos que han quedado sueltos de una manera amable para que puedas acompañar a la niña que todavía vive dentro de ti, siendo la adulta, la persona de seguridad, que te habría gustado tener a tu lado ayer y que, por las razones que sean, te faltó.
Quizá te parezca obvio al leerlo, pero no sabemos hacer las cosas hasta que sabemos cómo se hacen, y la mayoría de nosotras no hemos recibido una gran educación sobre emociones, las relaciones, comunicación y toda la complejidad que implican las relaciones humanas.
Lo más probable es que, de pequeñas, nos pidieran que no llorásemos cuando ocurría algo que nos disgustaba diciendo que no era para tanto y que dejásemos de ser tan molestas o el adjetivo con el que nos describieran cuando mostrábamos el malestar.
¿Qué habría pasado si nos hubieran permitido sentir todas las emociones que nos reprimieron?
¿Cómo de distinta habría sido nuestra vida si nos hubieran reconocido por quienes éramos y no por lo que hacíamos?
¿Cómo afrontaríamos las situaciones en la actualidad si hubiéramos sentido ese apoyo?
¿Confiaríamos en nuestra capacidad de salir adelante o creeríamos que no somos suficientes?
Quien lea Abraza a la niña que fuiste, encontrará un enfoque compasivo y humano, una manera de mirarse con ojos amables, una mirada que muchas veces no adoptamos.
A la hora de hacer trabajo de trauma, los psicoterapeutas nos esforzamos por conocer el origen del malestar en vez de suprimirlo. Por ejemplo, todas sabemos que muchas veces somos muy exigentes y queremos llegar a todo de tal manera que terminamos exhaustas y, aun así, insatisfechas. Obviamente, con todo lo que esto supone para nosotras, queremos dejar de ser así y convertirnos en personas más despreocupadas, saber delegar o tener más apoyo.
Pero lo cierto es que, para «dejar de ser así», primero necesitamos saber de dónde surge esa manera que tenemos de tratarnos y acompañarnos. Solo así podremos actualizarla por una que sea más conveniente para nuestras necesidades presentes.
En este libro quiero enseñarte, a través de todos los relatos personales, la teoría (compartida de forma accesible), mi experiencia profesional terapéutica y ejercicios y recursos útiles, cómo se ve eso de sanar las heridas y qué podemos esperar cuando iniciamos este proceso.
La mayoría de las veces, cuando alguien inicia de este viaje de autoconocimiento, se habla de llegar a una meta definitiva, un lugar donde nada afecta ni duele, pero lo cierto es que, aunque a veces nos gustaría, no siempre sucede así.
Antes de empezar mi proceso personal, yo sentía que había fracasado como adulta. Muchas veces me sentía perdida y sin saber hacia dónde ir. Dudaba, no sabía si estaba haciendo lo correcto o me estaba equivocando en mi vida personal y profesional.
Ciertas cosas me dolían y me afectaban, y, al no compartir los adultos de mi infancia, sus preocupaciones y su malestar conmigo en su justa medida cuando era una niña o ponerle voz al mío, me había convertido en una persona que se flagelaba continuamente y se decía que todo estaba mal.
Gracias a todo lo que he ido descubriendo en este proceso, he comprendido que mi malestar no tenía que ver con que estuviera haciendo las cosas mal, ni con que hubiera algo malo en mí, sino con las necesidades que tenía de aprender sobre mí, mis emociones, mi forma de calmarme, mis automatismos, y, sobre todo, sobre aprender con las heridas de mi niña interior, el efecto que tuvieron en mí las experiencias desagradables del pasado.
Quiero mostrarte todo lo que he aprendido sobre la niña interior para que tú también puedas recorrer este camino conmigo de la mano y así poder sentir que te has convertido en la persona adulta que necesitabas cuando eras una niña.