En las novelas góticas solemos encontrarnos con paisajes impactantes, envueltos por tormentas y brumas casi poéticas, pero también con edificaciones repletas de secretos: castillos, hoteles, mansiones, que con solo imaginarnos en ellas nos provocan escalofríos.
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Sin embargo, ninguno de estos icónicos elementos son el centro de las historias góticas que conocemos y amamos. No tratan sobre los paisajes, las inclemencias y los castillos embrujados. Son, en realidad, ritos de paso.
Ya sea una joven recién casada que descubre que su esposo no es lo que esperaba o una institutriz que acude a una aislada mansión a cuidar de unos pequeños de lo más peculiares, nuestras heroínas suelen ser chicas inocentes que descubren una horrorosa verdad que lo cambia todo.
¿Acaso no es eso lo que nos hace madurar? Darte cuenta de que el mundo es mucho más complicado y hostil de lo que esperabas. Puede que los monstruos que nos encontramos en el día a día no sean tan espantosos como Drácula en su superficie, pero su crueldad es, en ocasiones, la misma. Inventamos monstruos para lidiar con la realidad.
Oscura es la noche (Ediciones B, 2023) es una novela que nace de la impotencia y del enfado. De esa sensación de rabia y frustración cuando te encuentras ante situaciones injustas que no te esperabas, que chocan con la ilusión con la que saliste al mundo para descubrir que no todo es tan bonito, que hay quienes se aprovecharán de ti y te culparán por ello, quienes te harán sentir tan chiquitita que te quedarás paralizada por el miedo y por la vergüenza ante tu propia insignificancia.
Esas situaciones ante las que solo puedes mandar mensajes de audio eternos a tus amigas, que lo escucharán a la velocidad de 1.5, y decirte a ti misma eso de “una lloradita y a seguir existiendo”. O también puedes convertirlo en una idea para un libro.
Tras mis primeras experiencias en el mundo profesional me sentía como una de esas ingenuas y dulces niñas buenas de las novelas que de pronto se encuentran ante el lobo feroz, pero no sentía ganas de huir en dirección contraria, sino de dar un mordisco de vuelta.
Dicen que el enfado es una emoción mucho más poderosa que la tristeza, que si tienes que elegir entre estar furioso y estar triste, tu ira te llevará mucho más lejos. Así que me remangué, me puse a trabajar y cuando quise darme cuenta Sandra y Candela, mis dos heroínas, tenían vida propia. También contaban con su propio castillo, el lujoso hotel París, que bien podría estar en San Sebastián o Santander, y sus propios misterios por resolver.
Sandra O’Brian, en el presente, es una cantante de éxito que ha quemado la vida muy rápido y que ya no sabe qué hacer con ella. Tras un divorcio mediático y una crisis creativa, huye a la ciudad de Santa Bárbara, en una bahía rodeada por montes, sin sospechar que allí encontrará mucho más que descanso y anonimato.
Candela Nieto, en los años veinte, se hospeda en la ciudad tras la muerte de su abuela hasta que su tío pueda acudir en su busca y guiarla hacia una nueva vida que ella no quiere. Pero nadie, claro está, le ha pedido su opinión al respecto. Al contrario que Sandra, ella no sabe nada sobre el mundo.
Fue criada en una casona en las montañas y sus mejores amigos son los animales del bosque, pero en Santa Bárbara descubrirá todas las tentaciones que alberga el mundo. También que su humilde vida está poblada de mentiras.
La ira es el pilar sobre el que nació esta historia, una emoción a la que las protagonistas vuelven una y otra vez, algo muy humano y; sin embargo, nada bien visto en una señorita. La verdad es la lección que descubrí escribiendo esta historia: que es imposible huir de nosotros mismos, lo queramos o no.
En Santa Bárbara, un lugar de vacaciones, a los huéspedes del Hotel París les resulta mucho más fácil quitarse la máscara bajo el amparo de la noche. Sin embargo, más allá de la ira y la verdad, el hilo conductor de esta historia es la música.
En su primera noche en Santa Bárbara, Sandra escucha una misteriosa melodía, tarareada por una joven mujer, pero al intentar seguir su rastro descubre que no hay nadie más allí.
A Candela le ocurre algo parecido, pero cuando persigue las notas de una nana que conoce muy bien, descubre que es el pianista del Hotel París quien la interpreta. Esta canción supone el principio de la unión entre ambas mujeres, y también la llave de todos los secretos sobre los que se cimienta Oscura es la noche.
El uso de la música es estratégico dentro de la construcción de esta historia, pero también sentimental. Creo que la música es una de las creaciones humanas, si es que se la puede considerar así, más poderosas. La música es casi mágica.
Nos acompaña durante las celebraciones, exorciza nuestros demonios personales: canciones de corazones rotos tras una ruptura, rabiosas cuando necesitamos saltar y gritar, sensuales cuando te sientes una diosa.
Nuestra canción favorita puede reconfortarnos en los momentos de tristeza, ir a ver a nuestro cantante o grupo favorito nos acompaña para siempre en la forma de un recuerdo inolvidable, cuando escuchas la canción que te recuerda a esa persona sonríes, o lloras, según.
La música es perpetua, nunca deja de sonar, ni en las estaciones de tren a las que llegan los refugiados extenuados, ni cuando se está hundiendo el Titanic. Tal es su poder, que incluso me atrevería a decir que la música salva vidas, que ha salvado la mía.
Por eso espero que cuando os sentéis a leer Oscura es la noche, en una relajada mañana de verano junto al mar o arrebujados con un café y una manta, lo hagáis escuchando música. Porque las novelas nos ayudan a descubrir nuestras verdades, pero la música nos permite sacarlas a la luz.