Para que comprendas la razón de ser de mi última novela debemos viajar al pasado. Olvídate de todo por un momento y acompáñame, deprisa, sin pensarlo. Así es como empiezan los mejores viajes.
Retrocedamos a finales del S. XIX y situémonos en Madrid, en el centro neurálgico de la ciudad, en la Puerta del Sol. Las aceras están repletas de gente charlando animadamente, formando corrillos, mientras a su alrededor los tranvías y los carruajes tirados por caballos tratan de abrirse paso haciendo sonar sus insistentes campanillas.
Por encima del bullicio llegan hasta tus oídos las voces de los vendedores, quienes anuncian sus productos a pleno pulmón.
Intentarás avanzar hacia ellos para ver lo que ofrecen, pero te costará alcanzarlos porque es hora punta y varios hombres elegantemente vestidos se cruzarán en tu trayectoria.
Cuando al fin llegues a uno de los laterales de la plaza verás a los barberos, a las mujeres que venden suerte a cambio de unas cuantas pesetas y también a aquel mozo en los bajos del hotel París ofreciendo sus servicios como limpiabotas.
Ahora, acompáñame hasta la Plaza de Cibeles. Las colas de los exuberantes vestidos de las mujeres se deslizan por el suelo adoquinado mientras caminan cogidas del brazo de sus maridos, ataviados con fracs, resguardados del viento bajo capas y gabanes. Estamos en invierno y el frío arrecia.
Impulsémonos con una corriente de aire y tomemos distancia, visualicemos la ciudad desde el aire, a vista de pájaro. Podrás ver que los límites de la ciudad nada tienen que ver con los actuales, las calles adoquinadas enseguida llegan a su fin. Ya podemos ver los tejados de las casas, las chimeneas humeantes, los cristales de las buhardillas reflejando el color dorado del sol, que desciende deprisa sobre la ciudad anunciando el fin de una jornada más.
Ahora que hemos regresado de este breve viaje al pasado, estás más cerca de comprender por qué esta época me fascinaba y decidí ambientar en ella mi última historia.
Esto no solo me ha permitido explorarla y conocerla de cerca, sino también incorporar elementos que son lugares comunes con algunas de mis historias favoritas.
Entre la niñez y la madurez
Posiblemente porque en mi lista de imprescindibles siempre estará Jane Austen, en esta historia tenía que aparecer el reflejo de la sociedad de la época pero, sobre todo, mujeres protagonistas despiertas e independientes. Así son Ana, Inés, Clara y Carolina, cuatro jóvenes que se enfrentan al salto entre la niñez y la madurez, así, de golpe y sin transición, pues en aquella época las niñas se convertían en mujeres contrayendo matrimonio a edades demasiado tempranas.
Afortunadamente, no estarán solas, pues su querida maestra de música, Úrsula, será para ellas una maestra de vida. Recostada sobre su diván e inhalando el humo de su inseparable pipa en forma de serpiente, las guiará y las aconsejará para que no dejen de lado sus sueños y aspiraciones.
Tenemos dos de los ingredientes de esta novela: el Madrid histórico como telón de fondo y mujeres adelantadas a su época como protagonistas. Nos falta el principal, aquel que vertebra y dota de cohesión a la novela, un fascinante jardín lleno de simbolismos ocultos del que he disfrutado intensamente recorriendo sus senderos y del que tanto he aprendido. Estoy hablando del jardín de El Capricho, situado al este de la ciudad de Madrid.
El jardín de El Capricho
Todo lo que esconde en su interior está escrito en las páginas de mi novela, pero me gustaría hablaros de la fundadora de este gran jardín, Mª Josefa de Pimentel Téllez Girón, duquesa de Benavente y de Osuna.
Gracias a ella descubrí que no era necesario novelar todos los hechos, pese a que mi novela pertenezca al género de la ficción. Su ejemplo es la prueba de que, aunque en aquella época imperaba una mentalidad cerrada y profundamente machista, existieron mujeres extraordinarias, adelantadas a los tiempos que les tocó vivir, que se atrevieron a quebrantar las normas sociales, a exponer su opinión y a sentar las bases de todo lo que estaba por venir.
Mª Josefa de Pimentel, entre sus numerosas causas sociales, adquirió un férreo compromiso con el arte y el conocimiento a lo largo de su vida y luchó para que las mujeres tuvieran acceso a la educación. Quería que aprendieran a leer y a escribir para que pudieran labrarse un futuro. La construcción de un porvenir propio es precisamente el germen de la trama del pasado, en la cual esas jóvenes de las que os hablaba antes convertirán las reuniones en la academia de Úrsula en un refugio, en un lugar en el que sentirse a salvo. Porque ese es el significado de la amistad, ¿verdad?
A través del tiempo, de los años que las separan, todas ellas estarán conectadas a Josefina, Julia y Candela, las protagonistas de la trama del presente. Tres generaciones de mujeres que me han permitido explorar todo aquello que heredamos, y no hablo de lo material, sino de las expectativas, los miedos, los secretos.
Somos quienes somos por un cúmulo de conductas, creencias y patrones que hemos heredado de nuestros antepasados, en ocasiones durante generaciones. ¿En qué momento se detiene ese círculo? ¿Cuándo se vuelve especialmente necesario liberar todo aquello que debemos soltar?
En ocasiones los secretos regresan del pasado para reconciliarnos con quienes nos preceden, para acercarnos a ellos y así poder percibirlos como lo que eran: personas vulnerables que decidieron esconder la verdad por miedo a lo que pudieran pensar de ellos. El camino hasta el perdón no es fácil, pero siempre abre la puerta hacia la esperanza. De esto nos hablará especialmente Julia, quien comprenderá la importancia de dejar atrás las expectativas y las conductas que nos limitan. Porque perdonar es liberarse a una misma.
Permitidme que regrese de nuevo al pasado, porque las invitaciones del baile que se va a celebrar en El jardín de Olavide ya están llegando. Esta es la tuya. Te prometo que los senderos de este jardín no te dejarán indiferente.