En cada lugar del mundo existen diferentes maneras de explicar lo que parece no tener sentido. A veces se les llama espíritus, a veces duendes, en ocasiones diablillos… Y por mucho que las grandes religiones hayan tratado de imponer el monoteísmo, estas creencias perviven de un modo u otro, quizá cambiando de forma, de generación en generación.
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Esto es lo que sucede con las hadas, pequeñas criaturas que viven sobre todo al aire libre, conectadas con el entorno natural, las aguas y los bosques. Son esquivas, difíciles de ver, y caprichosas al escoger a quienes se muestran. Poseen una gran belleza, como todos los seres libres. Grandes amigas y aliadas de los animales y las plantas, se enfadan mucho si alguien atenta contra el medio silvestre. Son emocionales, sensibles y temperamentales.
Hay quien dice que pueden volcar su ira sobre algunos seres humanos, así como conceder grandes bendiciones a quien así lo merece.
La creencia en las hadas es una tradición con siglos de antigüedad. Procede del norte de Europa y las Islas Británicas, y posteriormente se extendió a Francia, Alemania, etc. En esos lugares siguen existiendo personas que han sido educadas en la existencia de estos seres. Puede considerarse como una de las antiguas religiones de la naturaleza.
A partir de los años 70 se produce, teniendo también como centro las Islas británicas, una recuperación de las antiguas tradiciones paganas de Europa. Dentro de este gran movimiento se rescata la figura de las hadas, y se reivindica como emblema del vínculo con el entorno natural.
En el neopaganismo se entiende que las hadas formarían parte de lo que se conoce como “seres elementales”, es decir, espíritus vinculados a los elementos. Así como las antiguas religiones de Asia incorporan el animismo, en Europa las hadas son las portavoces de todo aquello que no puede expresarse.
El hada, por lo tanto, es la metáfora de nuestra conexión con la naturaleza, y con nuestra capacidad de volver a comunicarnos con el ecosistema, de regresar a una vida más simple y real. Nuestras vidas cotidianas son tan dependientes de la tecnología, y estamos tan sumidos en la cultura de la productividad, que pensar en seres que vuelan libremente por los bosques, bebiendo gotas de rocío y acariciando a los petirrojos, es una imagen liberadora de gran potencia. Nos recuerda todo aquello a lo que hemos renunciado para vivir en las ciudades.
En el libro La vida secreta de las hadas (Lunwerg, 2023), hemos querido poner un énfasis en la importancia de reconectar con los ciclos de la vida, de volver la mirada hacia ese mundo silvestre que está tan cerca, pero que tan a menudo olvidamos.
Las emociones que produce la escucha del canto de los pájaros, la conexión con un árbol o el diálogo con un animal no son sustituibles por ninguna otra cosa. Las hadas nos invitan a buscar nuestra verdad interior, nuestra propia naturaleza, que no puede existir aislada, sino formando parte del conjunto de todos los seres.
Para realizar este libro, hemos contado con la ayuda de algunas personas que aseguran ver hadas, o haber sido capaces de hacerlo en el pasado. Las experiencias que describen tienen algunos aspectos en común, y esos son los que hemos tratado de ilustrar en este volumen. Al mismo tiempo, hemos tenido en cuenta el gran folklore que existe sobre estos seres, sobre todo en las islas británicas, con Shakespeare como su gran referente en el pasado.
Quizá a partir de la gran importancia que les concedió el gran dramaturgo, las hadas han dejado una profunda huella en la historia de la literatura. En la corte de Luis XVI, las escritoras cortesanas dedicadas a recuperar los cuentos populares los llamaron “cuentos de hadas”.
Posteriormente, en la Inglaterra victoriana, momento en el que se da forma a la escritura de fantasía tal y como la conocemos, tuvieron una enorme presencia en la obra de autores tan influyentes como Cristina Rosetti, Lewis Carroll, o J. M. Barrie.
En aquella época, las hadas representaban exactamente lo mismo que ahora: la posibilidad de huir de la sociedad industrializada, materialista y volcada en el consumo, la idea de que la magia todavía es posible.
Ana Santos ha creado una estética única y personal para expresar el encanto y la complejidad de estos seres. Siendo ella misma una persona muy intuitiva y sensible, ha transmitido estas cualidades a sus preciosas hadas de largas pestañas, cejas espesas y revueltas y una piel que expresa las emociones con colores encendidos. Nuestro proceso de colaboración ha sido muy enriquecedor, una de esas experiencias en las que se produce un entendimiento que da lugar a revelaciones y hallazgos emocionantes.
Cuando ella me enviaba los primeros bocetos, aun en blanco y negro, yo a veces me quedaba sin aliento ante la belleza de su trazo. Su manera de dibujar es muy expresiva, pero de una manera etérea y misteriosa que me obligaba a observar cada dibujo durante largo rato. Sus hadas son una inspiración, un destello de esa magia que solo a veces consigue invocar el arte.
En estos momentos, a nivel global, asistimos a un nuevo proceso de recuperación de las tradiciones, que coincide con una situación de emergencia climática mucho más grave que aquella que empezaba a producirse en los años 70.
Si ha existido un momento en el que sea necesario regresar a todo aquello que representan las hadas, es este. Nos gustaría que nuestro libro fuera una invitación a llevar una vida más pausada y atenta, menos ansiosa, más sensible, presente y cercana a los seres vivos que nos rodean. ¡Ojalá se nos conceda el don de verlos realmente cuando miramos en su dirección!
*Sofía Rhei escribe sobre la magia de aquello que nos rodea. Ha recibido los premios Javier Egea, Celsius, Kelvin, Spirit of Dedication, Dwarf Stars, la Mención del Banco del libro de Venezuela y ha sido incluida en el catálogo White Ravens.
Ha escrito versiones de cuentos clásicos, ya sea para niños, como “La calle Andersen” o “Olivia Shakespeare”, o para adultos, como sucede en “Róndola” o “El bosque profundo”. Sus libros más conocidos son “Espérame en la última página” y “El joven Moriarty”, y su novela más reciente es “El rostro que te di”, que habla de Venecia y sus máscaras.