Nos encontramos a la soprano Adela Zaharia (1987, Rumanía) en la puerta de artistas del Teatro Real. Es una mujer de figura imponente. Una vez llegamos al camerino, se cambia con rapidez y naturalidad las botas planas por unos zapatos de tacón. Mientras se retoca un poco la cara, el fotógrafo aprovecha para empezar la sesión. Ella participa activamente.
Adela Zaharia es Gilda en el Rigoletto que podemos ver en el Teatro Real hasta el 2 de enero. Esta belleza de la legendaria región de Transilvania brilla con especial fuerza en la puesta en escena de Miguel del Arco, donde ella es luz y todo lo demás sombra.
Comparte cartel con el tenor Javier Camarena que hace de duque de Mantua, y el barítono Ludovic Tézier, de Rigoletto. Alabada por la crítica, esta ópera supone la consagración de Adela Zaharia como figura de primer nivel.
Pero cuenta que el camino no ha sido fácil. En su casa no había tradición musical. Sus padres apoyaron su vocación por la música. Desde los 7 años cogía el tren para ir a la ciudad y estudiar piano en el conservatorio. Su vida cambió radicalmente al ganar dos concursos.
El primero, la Olimpiada Nacional de Música de su Rumanía natal. Entonces tomó la decisión de estudiar canto en vez de Musicología. “No era la que mejor cantaba en el instituto, pero era ambiciosa, testaruda y muy perfeccionista. No iba a rendirme por nada del mundo”, dice, a pesar de que pocas personas creyeron en ella.
El otro fue el concurso internacional Operalia, en 2017. Allí, Joan Matabosch que formaba parte del jurado, le ofreció el papel de Donna Anna. Lo cantó en plena pandemia con nevada incluida. Solo el Teatro Real estuvo abierto en aquel tiempo. Aunque Adela Zaharia habla bien español, la entrevista se realiza en inglés.
Esta es su cuarta producción de Rigoletto. ¿Con qué Gilda nos encontramos?
La gran diferencia esta vez es que Gilda es una mujer adulta que siente una enorme curiosidad por la vida. Le exaspera que, en su afán protector, su padre (Rigoletto) no le deje salir de la burbuja, metafórica y literalmente en este caso, donde la tiene recluida.
También intentamos mostrar la frialdad entre ella y su padre en el dúo del primer acto. Gilda tomado la decisión de romper con él porque es una relación tóxica. Es una rebelde.
Pero Gilda quiere a su padre…
Claro que lo quiere. A veces tienes que dejar a una persona a la que amas porque esa persona no es buena para ti. Lo que la define en esta producción es el amor. Gilda valora el amor por encima de todo. Por amor se sacrifica.
¿Cómo se prepara usted para un papel, musicalmente y en términos de análisis del personaje?
Musicalmente, al principio no me gusta dejarme influenciar demasiado por nada, así que solo leo la música e intento ponerla en mi voz. Trabajo con un pianista y el coach, que me orientan. Cuando lo he aprendido bien empiezo a escuchar solo a mis cantantes favoritas. Una es Montserrat Caballé.
¿Cuáles son las otras?
Virginia Zeani. Tengo que decidir el tercer puesto. Me gusta mucho Anna Moffo. Lo que más me inspira es la técnica de bel canto de Caballé. Es importante escuchar a alguien que tenga una voz cercana a la tuya, porque si no, inconscientemente, intentas cambiar la voz.
En cuanto a la psicología del personaje, lo más relevante es ser capaz de sentir empatía por este. Si no, nunca serás capaz de interpretarlo de forma convincente. Con Gilda tengo que ser un poco más racional que con otros papeles, porque es muy difícil técnicamente. Para mí, una buena interpretación es cuando puedo decir que he sido uno con mi personaje y he sentido la química con el público.
Cada vez se exige más a los cantantes: no solo cantar sino actuar de forma convincente.
Sí, la ópera se ha convertido últimamente en una forma de arte más compleja. Es muy importante cómo actúas y, por desgracia, se ha vuelto cada vez más importante tu aspecto. Si nos fijamos en los teatros de todo el mundo, ahora mismo las jóvenes generaciones parecen supermodelos.
¿A los hombres también se les exige un buen aspecto físico?
Yo diría que también, pero más a las mujeres. Es toda la influencia de las redes sociales, la cultura pop, Hollywood… Por supuesto, te tiene que gustar lo que ves, pero cuando prestas más atención al aspecto físico que al canto hay un problema.
Debe ser tan difícil cantar perfectamente mientras uno corre, sube, se agacha…
Lo es. Se necesitan muchos años de entrenamiento. Yo no estudié canto hasta la universidad, así que empecé relativamente tarde. Como no soy la persona más paciente, era muy frustrante. Incluso cuando creía tener la solución para algo o la sensación, la perdía al día siguiente y no la encontraba hasta mucho después. Mi profesora me dio un consejo. No debía quejarme durante los primeros 7 años. Tenía que comprender que iba a ser una lucha constante.
Los críticos dicen de su Gilda que tiene una "voz brillante, de timbre hermoso y canto fácil", ¿cuánto hay de trabajo y cuánto de facilidad natural?
Es un cumplido, pero son muchos años de entrenamiento muy serio y de una vida de disciplina y dedicación.
Cuando canto mi cerebro es como un ordenador intentando resolver ecuaciones muy difíciles. La gente que no es cantante no se puede imaginar los parámetros que entran en la interpretación y el canto en escena. Los que tienen una idea dicen que estamos locos por hacer esto y por ser capaces de hacerlo todo al mismo tiempo.
¿Cómo afectan a su forma de cantar las distintas producciones?
Las producciones influyen mucho en el canto. Tiene que haber un equilibrio entre el canto y la actuación. Cuando la actuación se vuelve perjudicial, trazo una la línea roja.
Gilda se sacrifica por el Duque al que ama, aunque la haya traicionado. ¿Cuánto de este sacrificio se debe al romanticismo juvenil o cuánto lo hace conscientemente?
Creo que ambas cosas influyen por igual en su decisión. Por un lado, tiene esos impulsos temerarios de cuando se es joven y no se piensa mucho ni en las alternativas ni en las consecuencias.
Por otro lado, especialmente en esta producción, hemos puesto gran énfasis en el hecho de que ella solo sabe amar. Me gustaría creer que se sacrifica tanto por su padre como por el Duque. Teme que cualquiera de ellos pueda ser asesinado.
El Duque representa la perversión del poder. Hoy podría ser un político o un alto ejecutivo. Y Rigoletto, ¿quién sería hoy?
Rigoletto puede ser cualquier persona que opta por cerrar los ojos y hacer la vista gorda ante lo que está mal en el mundo.
Incluso el Duque cierra los ojos cuando llevan a Gilda a la fuerza a palacio…
Sí. No siento mucha simpatía por el duque. Creo que es un narcisista absoluto, una persona muy tóxica por su posición de poder. No sabemos si sería diferente sin poder.
En parmi veder le lagrime, él quiere creer que está enamorado, que ella es especial. Se siente bien consigo mismo pensando así, pero es sólo un momento. Luego vuelve a las andadas.
¿En qué medida ayuda contar con un reparto de la talla de Ludovic Tézier y Camarena?
Ayuda muchísimo. Es muy gratificante. Significa que ahora pertenezco a este mundo, a este nivel de artistas. Canté por primera vez con Ludovic Tézier en Munich, en 2017, como Lucía. Tuve que sustituir a Diana Damrau en el estreno. La presión era enorme, nadie me conocía. Fue después de ganar Operalia. Esos 3 días de ensayo y 1 de actuación con ellos me han marcado para siempre.
Pude ver lo perfectos que son técnicamente, cómo se adueñaban del escenario, del personaje. Cómo me apoyaron. Me aconsejaban si lo pedía. Me impresionó mucho y me di cuenta de que quiero estar en el escenario con los mejores porque, inspirada por su ejemplo, canto mejor y soy mejor artista.
En el estreno de Rigoletto se aplaudió a los cantantes, pero no tanto la dirección de escena…
En el estreno la gente quiere mostrar su opinión. Es la tradición y lo esperamos, sobre todo, si trabajas mucho en Alemania, donde hay una propensión a las puestas de escena provocativas. Se dice —como una broma, pero no lo es tanto— que si no te abuchean en el estreno es que no eres un buen director de escena.
En esta producción me lo esperaba porque, por supuesto, uno sabe cuándo algo es provocativo. Miguel tenía esa visión y la ha defendido. Es lo que conlleva el trabajo. La gente tiene derecho a expresar su opinión. Eso es lo bonito de la democracia y del arte, puede dividir o unir a la gente.
Cuando termina un aria y el público empieza a aplaudir. ¿Le gusta?
Sí. Es una recompensa. También constato, en tiempo real, que estoy llegando al público. El público que viene a verme se merece lo mejor. Por eso, intento no cantar papeles que no sean exactamente para mí, a los que no pueda hacer justicia. No todo el mundo tiene esta actitud, pero cuando yo me subo al escenario la gente tiene que decir que así es como hay que cantar ese papel. Lo que das al público lo recibes de vuelta.
¿Cuál es la magia de la ópera?
La combinación de la voz humana —que es uno de los instrumentos que más llegan al alma— con la orquesta, los decorados, la belleza de la música en sí. Y la historia que a menudo es desgarradora, consigue que el público experimente los sentimientos que quizá no llegaría a sentir en la vida real.
En general, no conocemos la desesperación, el sacrificio supremo, el amor inmenso o desgarrador, que encuentras en obras como Boheme o Traviata. Esos sentimientos intensos nos recuerdan de qué estamos hechos y de lo que el mundo moderno ha conseguido apartarnos un poco.
La última vez que estuvo en el Teatro Real fue en pandemia…
Debo decir que la primera persona que me ofreció algo inmediatamente después de ganar Operalia fue Joan Matabosch, que era jurado. Me dijo: quiero que vengas a Madrid y hagas Doña Ana para nosotros. Por supuesto que sí, le contesté.
Durante la pandemia todos los teatros estaban cerrados, salvo el Teatro Real. Fue una experiencia tan conmovedora y nos unió tanto… Nos hacíamos test de COVID todos los días y no de los superficiales. Llevábamos mascarilla 10 horas al día, en la calle, durante los ensayos. Luchamos mucho por hacer cada función.
Creo que nadie de nuestro reparto se puso enfermo, lo que también fue un milagro. De las 16 representaciones, sólo se canceló una ¡por la tormenta de nieve! Era para reírse. La gente estaba esquiando en el centro de Madrid.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Desde aquí me dirijo directamente a Ámsterdam para una producción de La Traviata. Luego a la Deutsche Opera de Berlín para Lucia. Es mi papel favorito. Traviata, el segundo y, de nuevo, no me decido por el tercero.
¿Cuántos días pasa al año en su casa?
No muchos. Vivo en Munich, pero intento ir a Rumanía un par de semanas en verano a pasar algún tiempo con mi familia, recargar pilas y ser libre. Vivir despreocupada de mi voz y tener que dormir.
Después de esos días de descanso, actúo mejor, soy mejor colega, cantante y mejor persona. En los primeros años de mi carrera me presioné demasiado. No me arrepiento, pero no puedo seguir haciéndolo.
Porque la voz sigue desarrollándose…
La voz está en continuo cambio, el propio cuerpo cambia. Por supuesto, tiene que ver con el repertorio, con la edad, la experiencia… Es un proceso constante de búsqueda, de mejora y de intentar hacerlo todo lo mejor posible. Un equilibrio muy sutil entre escuchar tu voz interior y tu cuerpo, y la opinión de quienes confías, aceptando que no lo sabes todo. Ahora siento que debo dar un paso más. Estoy en conversaciones para encontrar los mejores papeles que lleven mi voz más allá de la mejor manera posible.