Siempre me han interesado las historias que hablan de identidad. Quiénes somos. De dónde venimos. Qué nos mueve. En todas mis novelas trato de abordar el tema desde una perspectiva diferente, como un eje alrededor del que pivota la trama romántica; entre mis personajes, hay un autor de novela negra escondido tras un seudónimo (dos formas de escribir una novela en Manhattan), un inspector de policía cuyo origen lo obliga a luchar constantemente para demostrar su valía (bajo el cielo de Berlín), una huérfana en busca de un nuevo yo (nadie muere en Wellington) o un hombre que finge ser lo que no es para blindarse ante el mundo (maldito síndrome de Estocolmo). 

Cuando empecé a dar forma a El corazón del samurái y tuve claro dónde se desarrollaría la acción, supe de inmediato que la identidad también sería clave en esta novela.

Siento una fascinación visceral por Japón desde que pisé el país por primera vez, hace ya casi una década. Y digo visceral, porque, en el fondo, la cultura japonesa es tan contradictoria (¿aunque acaso no lo son todas?) y tan distinta que resulta difícil para un occidental comprenderla sin caer en lugares comunes.

['La buena compañía': psicología con referencias al cine y a la música para entender el comportamiento humano]

Tal vez sean esos contrastes los que la hagan irresistible para mí; esa estética minimalista de haiku frente al histrionismo de las luces de neón; esa ceremonia pausada que ritualiza hasta el más mínimo detalle frente al caos despersonalizado de la urbe; o esa uniformidad callada que se rebela por las noches, en los karaokes, en las tabernas ruidosas, en los locales de entretenimiento adulto que abundan en las calles del Tokio más canalla y quizá más icónico. 

Ese Tokio contemporáneo y complicado, ese monstruo enorme con un apetito voraz, se reveló de pronto ante mis ojos como un escenario idóneo en el que explorar la cuestión de la identidad desde otros ángulos. Yo acababa de escribir una comedia romántica y me apetecía embarcarme en un viaje con más sombras que luces, donde convergieran a un tiempo lo mejor y lo peor del alma humana.

'El corazón del samurái' (SUMA, 2024)

Así nació el personaje de Mia Kobayashi, la protagonista femenina de El corazón del samurái, una tenaz periodista norteamericana marcada por su herencia cultural japonesa. La novela arranca en Washington D. C., en el año 2015. Mia pasa por un momento delicado cuando recibe el encargo de ir a la ciudad natal de su padre para investigar un asunto turbio que termina empujándola irreversiblemente hacia las fauces de la Yakuza. 

Mientras apuntalaba el planteamiento de la novela, me di cuenta de que Tokio, en particular, y Japón, en general, con su etiqueta y sus normas de cortesía y pulcritud, su tatemae y su honne, contaban con la suficiente entidad como para convertirse en un personaje más.

De manera que la ambientación era clave. Ese Japón de las contradicciones que golpea a la protagonista nada más aterrizar (sin olvidar que por sus venas también corre sangre nipona) tenía que poder respirarse en cada página. El reto era doble: no solo debía conseguir trasladar a los lectores sin que el texto pareciera una guía de viajes; sino, además, mostrar ese otro lado oscuro y menos idílico que reconfigura la visión personal de Mia a medida que se adentra en las entrañas de la ciudad.

Durante los diez meses que tardé en escribir este libro, el sexto y tal vez el más ambicioso hasta la fecha, mantuve muchas conversaciones con un amigo tokiota al que yo llamo M-san. Creo que hablar con lugareños es una buena manera complementaria de documentarse, si lo que se busca es dotar el relato de un mayor realismo.

Confieso que, al principio, me daba reparo preguntar sobre ciertos temas. No quería que M-san pensara que los occidentales hemos abrazado una idea romántica de la Yakuza, acaso alimentados por las películas de Takeshi Kitano, los videojuegos o el manga.

Sin embargo, como buena amante de las historias arriesgadas, mentiría si no reconociera que el submundo del hampa ejerce una suerte de curiosidad a la que es difícil resistirse. Esta atracción en el fondo tan humana es la misma que lleva a Mia a desoír su propio debate interno cuando conoce al Samurái. ¿Hasta qué punto es moralmente tolerable enamorarse de un criminal? ¿Cuánto se debe sacrificar? ¿Y cuánto se puede arriesgar sin acabar dañado? 

Del hombre designado por la Yakuza para dar caza a la incómoda periodista apenas se sabe nada. Qué lo mueve. De dónde viene. Quién es. Sobre el origen de su apodo circulan muchas leyendas que darán pie a ideas preconcebidas.

O tal vez no lo sean, porque, en esta novela, la identidad, una vez más, flota sobre la escena como una carpa en un estanque. El corazón del samurái es una historia de amor y suspense, pero también de búsqueda, de descubrimiento, de diferencias culturales, de venganza, de duelo y de superación personal.