Ángeles Caso (Gijón, 1959) se ha impuesto la labor titánica de reconstruir la genealogía cultural femenina. Primero, lo hizo con el ensayo Las olvidadas, rescatando del olvido a mujeres excepcionales desde la Edad Media al Barroco. Ahora, 20 años más tarde, abarca los siglos XVIII y XIX con Las desheredadas, premio Magas de ensayo.

Elisabeth Vigée Le Brun, Lady Mary Montagu, Marquesa de Rambouillet, Émile de Châtelet, Laura Bassi, Ada Lovelace, Josefa Amar, duquesa de Osuna, Harriet Taylor Mill, Flora Tristán, Concepción Arenal, Rosario de Acuña, Mary Wollstoncraft, Olympe de Gouges, Emilia Pardo Bazán, madame de Stäel, Berthe Morisot, Victoria Woodhull y muchas más mujeres olvidadas que merecen su lugar en los libros de historia.

Algunas tuvieron vidas fascinantes, otras apenas salieron de su casa. Ambos libros son de lectura obligada. No solo para conocer y aprender de ellas, sino para entender la época que vivieron y las enormes dificultades y prejuicios que tuvieron que afrontar. La magnífica labor de investigación y contextualización hace también de Las desheredadas un ensayo sobre los cambios sociales y la evolución de las ideas respecto a la mujer. 

Ángeles Caso, en su discurso de los Premios Maga de Magas. Javier Carbajal

La entrevisto al día siguiente de recoger el premio Magas. Está feliz: "Fue precioso", recuerda con su característica voz grave y clara, hoy un poco ronca. Ángeles Caso es una mujer ajena a convenciones, de carcajada franca. Odia mandar y que le manden. Vive en los Montes de León. "La soledad es necesaria para escribir, pero mi soledad es relativa -explica a Magas-. Tengo muchos amigos, viajo muchísimo". 

Usted se ha impuesto una labor titánica: reconstruir el relato historiográfico patriarcal.

Es un poco titánica, sí. No me pesa nada. Empecé a hacer este trabajo por pura curiosidad personal cuando estudiaba Historia del Arte. A finales de los 70 se empezaron a publicar en EE. UU., luego en Francia, los primeros libros de historia de género. 

Yo viajaba bastante y venía con las maletas sobrecargadas de libros que iba comprando por pura vocación. Llevo 40 años investigando, y sigo. Es por una necesidad personal de reconstruirme a mí misma. Luego, de vez en cuando, esto se convierte en un libro, un curso en una universidad, en conferencias, en podcasts, colaboraciones con museos…

Una lee su ensayo novelado 'Las desheradadas' y termina en pie de guerra a causa de tanta marginación y sometimiento que ha sufrido la mujer.  

(Se ríe). Es una reacción lógica. Yo misma, a medida que lo escribía, me iba indignando, aunque lo sabía porque llevo investigando 40 años. Pensar en la injusticia que soportaron nuestras antepasadas… 

La determinación de esas mujeres es admirable. 

Fueron heroínas. Si ya para las mujeres actuales, muchas veces, es difícil formar parte del espacio público… Te encuentras con rechazos, menosprecios, trampas que te tiende el sistema. 

¿Cómo se arreglaron estas mujeres para seguir adelante a pesar de que todo fuera tan profundamente hostil? Tuvieron una vocación, cada una en lo suyo, realmente extraordinaria, tan fuerte que se impuso más allá de su propia voluntad. 

De 'Las olvidadas' a 'Las desheredadas'. ¿Qué es peor?

El Nuevo Régimen -la democracia burguesa que se crea a partir de la Revolución francesa- y al que todavía pertenecemos como sistema político, económico y cultural en buena medida, fue mucho más cruel para las mujeres que el Antiguo Régimen. La misoginia de este último, en el fondo, reconocía que las mujeres; si querían y las dejaban, podían ser muy poderosas. Por eso eran peligrosas.

El nuevo régimen le da una vuelta de tuerca a ese discurso y dice a las mujeres: "Vosotras no podéis ser peligrosas. Sois el ángel del hogar". La perversión es suprema porque las condena a seguir viviendo en un mundo secundario, segregado, y, además, les exige que se enorgullezcan de ser ese "ángel del hogar".

Me gustaría destacar la contextualización tan rigurosa y amena que hace. Por ejemplo, la época de los salones durante la Ilustración. 

No se les da el valor que merecen. Empezó siendo un fenómeno francés y luego se extendió al resto de Europa. Fue un resquicio que encontraron muchas damas de las élites para poder ejercer una actividad intelectual, pero también para poder tener un espacio propio de poder que en otros ámbitos se les negaba.

Construían reputaciones artísticas e intelectuales, avalaban corrientes estéticas o de pensamiento… El enciclopedismo francés estuvo sostenido por una serie de damas salonières, también en el sentido económico.

Pasamos de esas aristócratas que mandan y firman sus obras a la irrupción, en el siglo XIX, de otra clase social más reprimida. Las hermanas Brönte, Jane Austen, Mary Shelly… no firmaron con su nombre.

Ese es otro fenómeno que ocurre. Llega la erudición a unas clases sociales más relacionadas con la clase media y con la burguesía, que hasta entonces no habían estado presentes. Pero asomar la cabeza significaba poner en riesgo tu honor y el de tu familia. Muchas mujeres extraordinarias se esconden detrás del anonimato o de seudónimos masculinos para poder acceder mundo intelectual o creativo.

Casi todas las mujeres que cita en el libro son autodidactas. La escritora española, María de Zayos, escribió ya en el siglo XVII que la educación era un asunto de dominio de los hombres sobre las mujeres. 

La educación -la instrucción que decían antes- ha sido una lucha de poder durante siglos. Los hombres eran conscientes de ello. En los textos de los moralistas aparece una y otra vez la consideración de que no se debía enseñar a las mujeres a leer y escribir porque les daba poder. Podían engañar, ser infieles, recibir cartas de gente que no debían…

Yo, todavía en los años 70, he estado en clubs de lectura con mujeres cuya primera novela leída en su vida era una mía. Contaban que, cuando eran niñas, sus hermanos varones fueron a la escuela, mientras ellas se quedaron para ayudar en casa. 

Portada de 'Las desheredadas'.

Son muy interesantes los inicios del feminismo: a mediados del siglo XIX, algunas mujeres quieren ser algo más que ese "ángel del hogar". 

El patriarcado burgués tendió su propia trampa. Al mismo tiempo que exigía a las mujeres burguesas un cierto refinamiento cultural para que pudieran jugar un papel en la vida social y no fueran auténticas acémilas, abrieron una puerta por donde las que fueron lo suficientemente valientes entraron arrasando.

Las mujeres, entonces, empezaron a reclamar sus derechos. El primero, el acceso a la educación. El feminismo como organización es hijo de su tiempo, pero las voces feministas existen desde que tenemos documentos firmados por mujeres.

En España, el feminismo del XIX se limitó a reclamar la educación para las mujeres burguesas, ni el voto ni el derecho a la propiedad.

Faltan todavía estudios de género en España. La sensación en general es que las mujeres en España han ido por detrás. Mientras que en las sociedades protestantes se fomentaba la lectura, el catolicismo la reprobaba.

Sin embargo, en los países católicos, la mujer solía mandar en el ámbito familiar. No así en los protestantes, lastrados, además, por el puritanismo.

Sí. Ese puritanismo enlaza muy bien con esa idea del XIX de la mujer como"ángel del hogar", que no tiene sexo ni deseos, que no tiene cuerpo. El cuerpo de la mujer se le oculta incluso a la propia mujer. Es pecado. El puritanismo protestante lo impone antes. Aquí se impone la ignorancia.

Empieza y termina el libro con la cita de Emilia Pardo Bazán: "¡Qué distinta habría sido mi vida si en mi tarjeta pusiera Emilio en vez de Emilia!".

Creo que no está suficientemente reconocida. Además de escritora, fue una intelectual, tradujo, dio conferencias, fue la primera mujer catedrática de Literatura sin haber podido estudiar en la universidad. En la década de los 80 se declara feminista radical. Probablemente fuera quien introdujo en España el término feminista desde Francia, donde pasaba temporadas. Era amiga de Zola y otros intelectuales franceses.  

¿Para cuándo un libro sobre el siglo XX?

Las primeras décadas del XX -el sufragismo y las vanguardias artísticas y literarias- son apasionantes. Hay mujeres excepcionales. Escribir un libro de estas características, con tanto rigor, exige muchísimas horas de trabajo.  

La industria editorial está rara. Hay un edadismo importante. No me parece mal, tienen que llegar las jóvenes, pero hay una precariedad establecida que no existía hace diez años. Por muchas ganas que tengas de escribir un libro hay que pagar la luz, la comida…

De 'Las olvidadas' vendió usted 500.000 ejemplares…

Sí, pero los tiempos son otros. Llegará. Fíjate que de Las olvidadas a Las desheredadas han pasado 20 años (se ríe) …

Solo estuvo dos años de presentadora en TVE, pero todavía la gente la recuerda. Desde entonces critica usted la tiranía de la imagen, la cosificación de la mujer, esa preocupación social por estar excesivamente guapa y eternamente joven.

Me he pasado la vida en lucha contra mi propia cosificación, contra la sociedad, pero también conmigo misma. Me ha costado un esfuerzo de voluntad y de inteligencia enorme. Yo no vivo al margen del mundo. Si te dicen qué guapa eres y qué tipazo, eso acaba siendo importante para tu autoestima. Tuve la suerte de conocer, cuando tenía 18 años, a un grupo de feministas mayores que yo. Son mis maestras. 

Yo buscaba trabajo en un museo, el Prado era mi sueño. Pero, por una serie de casualidades, terminé en la televisión. Cuando viví en carne propia esa cosificación tan exagerada, sufrí mucho. Otra cosa es que yo, un día porque me apetece, quiera jugar a qué sexy soy, pero que lo único que trascienda de mí hacia el resto del mundo sea si soy o no sexy, es horrible.

¿Cree que esta cosificación de la mujer en los medios era antes más exagerada?

Sigue con la complicidad de muchísimas mujeres. En la televisión, en las redes, las influencers… Es un discurso profundamente dañino.

Ha tenido una vida ajena a convenciones. Se ha tomado sus tiempos y se ha mantenido firme ante el reclamo social y la seducción del éxito. ¿Ha tenido que pagar un coste?

Lo he pagado muy a gusto, porque soy así. Me educaron, sobre todo mi padre que jugó un papel fundamental, para escuchar mi propia voz, confiar y ser fiel a mí misma. He intentado seguir mi propio camino y ser honesta. A lo mejor, soy un poco perro verde, porque no he valorado cosas que otra gente valora mucho… Claro que he pagado un precio, pero también se paga con lo otro.

Usted dedicó el premio Magas a las mujeres que nos precedieron y a las que vienen detrás, también mostró preocupación ante posibles retrocesos. 

Sí. Estamos viendo cómo determinados movimientos políticos y culturales, sobre todo de extrema derecha, pretenden relegar otra vez a la mujer a un papel secundario de "ángel del hogar". 

Hay que tener un enorme cuidado porque la historia no siempre es un avance hacia más derechos y mayor libertad. En la historia hay infinitos momentos de retroceso. Son procesos muy sibilinos.

¿Qué cambios destacaría en la generación de su hija respecto a la suya?

Como debí de ser muy adelantada en el tiempo, en lo personal no veo tanto cambio, pero sí hay algo que está clarísimo. No tienen ninguna duda sobre su papel en el mundo. Tienen la igualdad interiorizada y también la tienen muchísimos hombres jóvenes. Han aprendido que ellos con la igualdad ganan. Se liberan del papel de 'machito' que es enormemente aburrido.