Llega Susana Chillida andando a la Fundación Juan March y, en la misma puerta, se cruza con una escultura de su padre, una de las más conocidas de la capital. Se acerca a ella como si se tratase de un animal vivo, reconociéndola con amabilidad, con la cabeza inclinada, y extiende una mano sobre una curva de cemento, acariciándole el lomo, mirando su estado, rebuscando la firma.
“Si vivís cerca de aquí, cuidádmela”, dice, medio bromeando, pero asignando al fin y al cabo la tarea, “tenemos que cuidar la obra pública entre todos”.
En breve se cumplen 100 años del nacimiento de su progenitor, y, junto a sus ocho hermanos, está ocupada con los preparativos de esta celebración que será más que nunca internacional, puesto que hace unos meses la galería multipaís Hauser&Wirth, una de las mayores del mundo, ha adquirido los derechos de la obra de Eduardo Chillida por una elevada cantidad, haciéndose cargo asimismo del museo ChillidaLeku, su gran obra.
[Veinte años sin Eduardo Chillida, el escultor que peinaba el viento]
Susana Chillida, “la mayor de los cuatro pequeños” del escultor vasco, doctora en ciencias de la educación y directora audiovisual, ha dedicado parte de su carrera a la documentación y el estudio de la obra de su padre. Sus libros y sus películas son, sin duda, la clave para entender a uno de los artistas más importantes del siglo XX, que comenzó su carrera como portero de un equipo de fútbol, la Real Sociedad.
Ella misma resume los tres intereses que terminaron convergiendo: “primero educativos, después sociales y finalmente artísticos. En realidad creo que todo tiene un mismo sentido”.
Hoy comparte con magasIN su nuevo proyecto. “Estoy escribiendo la biografía de mis padres. Conjunta. Estoy terminándola ya. Primero se publicará en España, estoy cerrando la editorial nacional, y luego internacionalmente con Hauser&Wirth. Y ando un poco presionada, porque queremos que esté cuanto antes, claro”.
¿Por qué una biografía conjunta?
Yo he publicado bastantes cosas sobre mi padre, basándome en partes de mi trabajo cinematográfico, en diferentes conversaciones, también había hecho cosas en el ámbito de la universidad… había escrito sobre los lugares de Chillida que elegimos para mis películas, con mucha carga biográfica, pero no sabía por qué la biografía no terminaba de encajar. Cuando murió mi madre, entendí por qué: porque faltaba ella. Empecé a escribir entonces sobre los dos. El duelo de mi madre lo viví escribiendo sobre ellos. No hay modo de hablar de Pilar sin que esté Eduardo, que llenaba todo el espacio y todo el tiempo.
[La democracia nació el día que una escultura de Chillida venció a Franco]
¿Cómo era su relación?
¿Entre ellos? Se adoraban. Ella era su mejor fan y fue la que permitió que Eduardo Chillida pudiera hacer todo lo que hizo en este mundo. Ella hizo posible que él no hiciera otra cosa que su arte. Y le valoraba tanto, que cuando digo ‘todo lo demás’ me refiero a absolutamente todo de la vida, todo lo hacía mi madre. Fue un pacto entre ellos desde el principio.
Hay una frase mítica que él le dice a ella…
Sí, la de “si tú me sigues…”. Se refería que si tú me sigues, pues dejo la arquitectura y me hago escultor. Ella lo aceptó y sabía lo que le caía porque era inteligente. Era una mujer muy simpática, pero era muy seria, un pedazo de mujer.
¿Lo aceptó por amor o porque sabía que iba a ir bien?
Las dos cosas. Ella sabía que lo que él se propusiera lo iba a conseguir. Apostaba a caballito ganador. Y además ella iba a hacer todo lo que fuera necesario para que ese proyecto fuera posible. Eso implicaba dejarle una tranquilidad absoluta, estar ajeno al mundo práctico para que pudiera hacer las maravillas que sólo él podía hacer.
¿Su padre terminaba una pieza y se la enseñaba a ella?
Por supuesto. Mi madre vivía el día a día de mi padre y el proceso. Organizaba todo. Mi padre trabajaba en la fragua hasta un tamaño, después había que ir a otros sitios donde hacer sus esculturas en grande y todas esas citas, acuerdos, presupuestos y gestiones las hacía ella. Él no tenía ni idea de la vida. Le interesaban, claro, el mundo y sus gentes, pero a un nivel poético y humanístico. Nunca manejó dinero, jamás. Mi madre si acaso le metía algo en el bolsillo por si alguna vez estando solo, que pocas veces lo estaba, por si necesitaba comprarse algo.
Y además tuvieron ocho hijos…
Pues imagínate, lo que ella llevó, no fue poco. Yo soy la quinta, pero me gusta decir que soy la mayor de los cuatro pequeños. En mi casa hay dos mayores chicos, dos mayores chicas, y luego dos y dos pequeños. Todo salió así como muy cuadrado. Con sus pequeñas variantes.
¿Cómo se conocieron sus padres? ¿Fue un encuentro sin el cual todo hubiera sido diferente?
Sí, bueno, mi padre era un genio y hubiera salido por donde fuera, era un artista de pies a cabeza. Pero claro, ellos se conocieron en cuanto mi madre llegó a San Sebastián, que venía de fuera. En el libro estará todo eso y en una película que estoy preparando para después. Ella era una mujer muy especial.
¿Tenía ella, como dicen, mucho ojo?
Ella adoraba la obra de mi padre y la de cualquier buen artista y tenía una sensibilidad grandísima en sí misma. Mucho ojo. Valoraba y apreciaba mucho todo el arte, más que la literatura, le gustaban las artes plásticas. Tenía muy poco tiempo, claro. Las madres siempre tienen poco tiempo. Pero es que ella viajaba siempre con él, con lo cual cargó con mucho, mucho. Cuando murió mi padre, es curioso que ella, en pequeño y sin pretender nada, también se agarró a la pintura, sólo al final de su vida.
¿Qué pensaría su madre de esta biografía?
Mi madre quiso pasar desapercibida toda la vida y yo no sé que pensará de mí. Dirá ‘ay madre, esta chica’ [señala arriba, con el dedo]. Pero ella me metió en el lío de trabajar sobre mi padre, pues ahora que se apañen. Soy yo la que quiero hacer algo sobre ella y que el mundo lo sepa, que no fue un hombre solo el que lidió con todo. El sólo lidió con su arte y con sacar de sí mismo todo lo que sacó, pero fue gracias a ella.
¿Cómo era realmente su padre, Eduardo Chillida?
Era un hombre bueno. Paciente, perseverante, con un humor muy fino. Con muchos valores, amoroso en casa, con nosotros. Como son sus obras, con profundidad, no de un modo estridente. A veces le notabas abstraído… y al mismo tiempo atento a todo. Mirándote sabía. Yo se lo notaba en la cara, tenía una intuición bárbara para las personas. En su cara se veía quién le gustaba y quién no, y tenía muy buen ojo. Animaba mucho a los demás.
¿Sus padres les estimularon a todos por igual?
Con nosotros fueron muy abiertos, nunca nos forzaron a nada, nos ofrecían cosas, con mucho ojo, porque a mí fue ella la que me lanzó lo de hacer una película, fue ella. Sabiendo cómo proponerlo para que lo aceptara. Pero éramos muchos y distintos. Mi madre era inconvencionalmente tradicional.
¿Cómo le explica usted a alguien que no entiende la importancia de la obra de su padre?
Es que el arte no se trata de entender. Le diría lo de san Juan De la Cruz, ‘un entender no entendiendo, toda ciencia trascendiendo’. Las obras de mi padre tenían mucho que ver con la ciencia, con el ángulo recto, porque para él la verdad está cercana al ángulo recto, pero nunca en el propio ángulo recto, porque es intolerante: si pones uno recto, estás obligado a hacer los demás rectos; pero si dejas que uno no sea recto, los demás jugarán a cómo jugamos entre todos a hacer algo armonioso. Yo le diría a esa persona: ‘Fíjate en los pequeños detalles’. Y también: ‘Recuerda que son obras únicas’, esto que estás viendo [señala la obra en la puerta]… no hay otra en el mundo. Él no hacía moldes, no confiaba en eso.
¿Cuál es el buen arte, en su forma de explicarlo?
En el arte lo peor es como caigas en una mala obra de teatro o vayas a ver una mala exposición de un artista, te dan ganas de no volver a probar, te crees que ya sabes lo que es el arte y ya está, pasas de ello. Es importante empezar por lo seguro, por los grandes. Luego ya puedes con tu sensibilidad moverte en otras dimensiones y descubrir cosas, hay tantos artistas buenos.
Lo más importante para mí es que el artista sea auténtica o auténtico, no un buscador de fama. Cuando no es auténtico se nota. Mucha gente cree que un artista no le dice nada y es que efectivamente ese artista no está diciendo nada. A veces no es que no lo encuentres, es que no hay nada que de verdad salga de su alma, de sus tripas, que es de donde vienen las cosas.
¿A su padre, Chillida, le define usted como un artista abstracto?
Abstracto si quieres… aunque más concreto no puede ser, que lo tocas, ¡qué está ahí! Todas las ideas son abstractas. Lo de abstracto o concreto habría que pensarlo mejor. Pero si pasas tiempo con una escultura, si hay verdad, si ahí ha habido verdad y en el caso de mi padre te puedo asegurar que la había, algo te va a pasar, algo vas a sentir. Y no pidas más al arte.
¿Que te ha emocionado algo? ¿Que esto que no entendías te ha hecho sentir algo? Pues ya ha pasado algo. ¿Lo que parecía dibujado está dibujado con espacio, porque es sólo una incisión? Todas esas cosas son las que, cuando te vas fijando, lo que te pasa a ti, en tu cuerpo, eso es lo que te da el arte, sensaciones propias y sentimientos que son difíciles de poner en palabras, pero que no olvidas, porque te llevan a cuestionar el propio mundo.
¿Dudaba él en su proceso?
Para él, encontrar la escala adecuada a cada obra le llevaba a muchas pruebas y a hacer una variante para ir aumentando el tamaño… él era muy auténtico con su obra y con su persona. Él decía que en lo conocido siempre se esconde lo desconocido. Por eso tiene sus series de esculturas, porque todas son preguntas que aspiran a ser respuestas y que consiguen un trozo de respuesta.
Pero no toda, no un cien por cien. Seguía con la misma idea, indagando, era un hombre profundamente sencillo y profundamente profundo, comprometido con su tiempo y con los derechos humanos, con la vida, defensor de la paz y de la vida por encima de todo, valiente pero inocente. Podía serlo porque como mi madre trataba con el mundo de verdad, él vivía desde su corazón y de sus tripas.
¿Qué buscan ahora?
Habrá muchas relaciones con distintas instituciones. Lo que vamos a hacer va a ser seguir abriendo el conocimiento de la obra a nuevas generaciones que merecen que les vuelva a ser presentado. Me alegro mucho de haber trabajado sobre mi padre porque así le tenemos un poco más vivo que si no lo hubiera hecho. Y se nota mucho en el material que está con alguien que le da confianza y gusto. En las grabaciones está muy tranquilo y a gusto, en su esencia.
Mientras usted le grababa, ¿descubrió algo que no sabía?
Creía que le conocía, pero no. Me sorprendía que invitaba a todo el mundo a su estudio, a lo que es ahora Chillida Leku. Si le escribía cualquier persona del mundo, era muy abierto a quien quisiera recibir su obra. Un artista lo primero que quiere es hacer su obra, porque es una pulsión que tiene. Lo segundo, que alguien la reciba. Ahora… ¿explicarla? Te diría igualmente ‘mira ese árbol’. ¿Lo estás disfrutando? No se explican todas las cosas, las cosas se viven. Por eso le gustaba mucho hacer obra pública, que pudiera ser de todos.
A partir de un momento, lo que pensó es ‘prefiero multiplicar los propietarios de una obra antes que tener una’, diecisiete peines del viento es absurdo, pero tener uno que sea un poco de todos, como son las olas, el mar, los árboles, que no son míos ni tuyos, esos son de todos. Cuando alguien se acercaba a decirle cuánto le gustaba su obra, le citaba en Zabalaga y les hacía todo tipo de paseos. Yo no sabía que le llamaban tantas personas. Y me sorprendió el punto hasta el que era verdad lo que pensaba y hacía, era capaz de escuchar al presente en cada momento, tenía una coherencia interna muy grande. Luego pude ver su tándem, que formaban mi madre y él.
¿Qué artistas le gustaban más a su padre?
Kandinski, Brancusssi [no sólo por su obra, por su modo de tratar la materia, que nunca le llamaba material, él y Palazuelo le conocieron en París].
Alcanzó el reconocimiento muy joven…
Sí, su primer hito internacional se da cuando empieza a trabajar con la galería Maeght. El hecho de que alguien de esta galería se fijara en este joven es el primer hito importante, eso le refrenda muchísimo. Son ellos los que se fijan en él en el año 1950, antes de venir a casarse ya le habían echado el ojo y le habían propuesto exponer en una de las exposiciones que hacían con los muy consagrados y un par de jóvenes emergentes que veían con mucha proyección y en 1956 fue su primera exposición en París y Braque quiso comprar una obra y él se negó, porque quería regalársela.
Y entonces Braque le regaló a él un cuadro. Así que empezó muy pronto a conectar con los maestros, le vieron su capacidad muy pronto. Eso le animó muchísimo. Con Pili pudo hacer la vida donde él quería, y se pudo permitir hacerlo en San Sebastián y dar todo lo que tenía, que no era poco.
Chillida dijo que no al gran galerista respecto a hacer reproducciones…
Sí, con Maeght, estaba dispuesto a dejar a este enorme galerista, que finalmente lo entendió, porque iba contra sus principios. Chillida siempre es obra única, en él, lo que parece denso y completo lo es. No hay ninguna escultura que toques y parezca una cosa y sea otra. Y siempre las preguntas que se haga un observador, incluso de un modo físico, las puede contestar él mismo. Lo que hace falta es que le pongas ganas. Tienes que darle al arte, no sólo a la obra de mi padre, sino a toda, como poco, tu tiempo, tu alma y tu atención completa. Mi padre decía ‘se ve bien cuando se tiene el ojo lleno de lo que se mira’.
Explica usted que su padre buscaba ‘lo justo’.
En su obra busca la justeza, ni de más ni de menos. Que no falte nada, pero que no sobre nada. Era muy natural.
No le gustaba mucho lo social…
Dar conferencias no le gustaba ni solía aceptarlas, pero le tocaba hablar en exposiciones y hablaba con la intuición del genio. Era un maestro del presente.
¿Cuál es su objetivo para el centenario?
Del centenario tenemos que esperar para contar todo porque se están cerrando todas las colaboraciones, va a durar dos o tres años. Si hablamos de exposiciones, mover una tiene de Chillida un esfuerzo muy grande en todos los aspectos. Se habla de toneladas todo el rato en la obra de mi padre, porque el hierro es hierro macizo, entonces moverlas es difícil.
Como es muy atractiva, mucha gente viene de lejos. Pero hay mucho por contar en estos meses. Y va a merecer la pena dar un poco de nosotros para entrar en él y en sus valores porque los jóvenes están faltos de adónde agarrarse, hoy en día la cultura es especialmente importante, recomiendo que entres, que encuentres un paso que dar que te anime.
Mira, yo he hecho programas educativos en lugares y para personas en riesgo de exclusión social, para drogodependientes muy deteriorados, y da mucho gusto cuando una persona llega a conocer algo que nunca haba conocido antes, eso le abre una puerta de esperanza, un lugar propio. Todas las artes están hechas para todo el mundo, no hay un artista de verdad que haga un arte sólo para guapos o para ricos. El arte está para quien tenga ojos y oídos y a mi padre le hacía especial ilusión. Encontrar esa sensibilidad en las personas, lo único que hace falta, a él le emocionaba muchísimo.
¿Se vuelve a colocar ahora en un lugar internacional el legado de Eduardo Chillida?
No porque nunca lo ha perdido. Pero ahora y con gente joven como son ellos [Hauser&Wirth], se podrá seguir ofreciendo el conocimiento de su obra a las generaciones de ahora. Si los jóvenes no saben que está su espacio en San Sebastián, no pueden ir a verlo. La mayor obra que él tenía era su espacio, su museo. Una catedral moderna, alguien me dijo. El caserío, por ejemplo, le llevó quince años y cuidó hasta el último detalle. ¿Hace cuánto que no lo visitas Chillida Leku? Desde luego es un lugar de paz, se siente, donde todo está hecho con tanto cariño y amor, sin injerencia alguna. Es la gran obra de mi padre.