Anabel, Mari Paz y Mari Ángeles esperan a la sombra, protegiéndose del sol y con los rostros serenos frente a una avenida llena de tráfico y cláxones sonando sin parar que parecen no ir con ellas. El tiempo en su reloj parece transcurrir diferente. No se conocen aún, pero tienen muchísimas cosas en común. Las tres han sobrevivido a un cáncer de mama y las tres deben esta segunda parte del partido a la pequeña-gran decisión de hacerse una mamografía a tiempo. Además, las tres comparten radióloga: la doctora Silvia Pérez Rodrigo.
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El día que les dijeron que tenían cáncer ninguna se sentía nada extraño en el pecho. No tenían ni bulto ni malestar. Sólo una tenía antecedentes de cáncer en la familia, pero las otras dos, nunca se imaginaron que su cuerpo estuviera desarrollando la maldita enfermedad. Y es que la gente olvida que el mayor factor de riesgo para tener un cáncer de mama es, simplemente, ser mujer.
Eso sí, las tres tenían marcado en rojo la fecha de su revisión para hacerse una mamografía en tiempo y forma. Un simple hecho que les ha salvado la vida.
Son tres cánceres de mama muy diferentes que necesitaron tres tratamientos distintos, pero MagasIN ha querido juntar a Anabel, Mari Paz y Mari Ángeles con su radióloga, Silvia Pérez, jefa de Radiología de Mama en MD Anderson Cancer Center Madrid, para que conviertan sus experiencias en ejemplos de vida para el resto de mujeres. Para que vean que la cura, en la mayoría de los casos, está en pequeños gestos.
Durante la charla se rompen muchos tabúes, se aclaran algunos mitos que parecen perseguir al cáncer de mama y se habla claro del valor de la prueba diagnóstica, que en sus casos no sólo fue la mamografía. También del apoyo imprescindible de la familia; del sufrimiento físico; del mental; del peso que tienen esas seis letras antes y después de superarlas pero, sobre todo, del derecho al miedo: del bueno, del malo, del previo, del que surge tras la operación, del que no es paralizante, del que te deja respirar y del que te ahoga por momentos.
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Todas tenían miedo. Pero todas lo emplearon en forzar su recuperación. Todas hablan ahora con menos miedo del miedo.
Anabel (61 años) - Pediatra
Esta pediatra de profesión tenía 54 años cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Es la única con antecedentes de la enfermedad en su familia y, quizá por eso, siempre tuvo la sensación de que le iba a tocar a ella. "Llámame bruja", bromea.
Su madre tuvo un cáncer de mama, una sobrina también. Su padre tuvo cáncer de estómago y su hermano murió de cáncer. Ella va camino de cumplir ocho años de supervivencia... "y muy feliz".
Anabel asegura que es una persona muy metódica, muy ordenada, que siempre se ha cuidado, "y me sigo cuidando"; por lo nunca retrasó ni una sola de sus revisiones anuales. "Venía siempre en mi fecha".
En la revisión de ese año, le vieron unas microcalcificaciones, de aspecto un poco indeterminado, y decidieron hacer una biopsia. No fue concluyente y se decidió hacer una biopsia intraoperatoria. Y ahí apareció un tumor de seis milímetros que descubrió su radióloga. "Era un tumor muy pequeño y si Silvia no lo hubiera visto, no lo hubieran detectado hasta que no se hubiera desarrollado mucho más", asegura sin querer pensar en qué hubiera pasado si en ese momento la doctora hubiera pestañeado.
Todas tienen clavada una fecha en la cabeza, la del inicio de una pesadilla que cada una la arranca donde puede: en el diagnóstico, en la operación, en la quimio... Para Anabel es el 6 de mayo: "Fue cuando me dijeron que había un tumorcito y me hicieron los centinelas, la primera intervención. Luego fueron muchas fechas seguidas. También tengo marcada el 16 de junio, que fue la primera quimio que me dieron. Después de cuatro meses, la última fue en octubre y en el hospital de día, cuando salí, me bailé una jota", ríe a carcajadas mezclando los sabores más dulces y amargos del proceso.
"Cuando me enteré dije que me quitaran las dos mamas, todo. Pero sólo tengo una cicatriz que ni se ha deformado"
Ella cuenta que se llevó todo el protocolo del cáncer de mama encima: cirugía, quimio, radio, anticuerpo monoclonal... "Yo decía, madre mía, que he venido por una mamografía y me he ido con todo. Pero me quedé muy tranquila al final".
Silvia Pérez explica su caso clínicamente: "Lo que vimos en las microcalcificaciones fue una lesión de riesgo que se asocia a focos de carcinoma, sobre todo si no se extirpa en su totalidad. Por eso decidimos que era mejor hacer la biopsia quirúrgica. En estos casos, siempre se recomienda extirparlo".
Paciente y radióloga narran lo que ocurrió esos días como si fuera una carrera de relevos, compartida entre ambas, dos caras del mismo espejo, dos protagonistas de la misma historia. "En su caso el carcinoma era muy pequeño y cuando se analizó salió que era un HER2. Para ese tipo de tumores hay una terapia específica antiHER2 y además con muy buenos resultados", advierte la doctora.
Por eso su tratamiento fue quimio, antiHER y radioterapia ya que "siempre que se hace cirugía conservadora, se da radioterapia".
Anabel reconoce que cuando oyó las seis letras malditas pensó de inmediato que le quitaran todo, la mama, las dos mamas, lo que fuera necesario: "Me acuerdo que le decía a Silvia, a mí me da igual me quitáis las dos mamas, pero es que ni me las reconstruyo ni nada... me da lo mismo. Limpia todo y me quedo feliz".
No fue necesario ni quitar una: "La mama ha quedado muy bien y no he tenido problemas. Tengo una pequeña cicatriz pero nada deformada. Todo muy bien".
Su doctora se ríe al recordar ese momento e insiste en que cuanto menor sea la cirugía mejor, menos complicaciones para la paciente. "Yo le decía siempre pero ¿por qué vamos a matar moscas a cañonazos si se puede causar el menor daño? Es verdad que muchas veces te piden quítamelo todo, es una reacción lógica. Pero ahora hemos ganado no sólo vivir, sino también vivir mejor", explica en referencia a las nuevas técnicas para evitar operaciones mucho más agresivas.
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El caso de Anabel está lleno de pequeñas complicaciones que ella decidió convertir en oportunidades. Ella sí que habló del cáncer de mama con toda su familia y hasta cuenta cómo a su hijo le costó mucho asimilarlo. "Tenía 18 años y entró en una negación. Me decía que no, que yo no podía tener cáncer de mama, que no era posible". En su caso fue su exmarido quien la acompañó a las sesiones de quimioterapia. A las de radio de después, ya iba ella sola: "Después de la quimio, me parecían un paseo".
"Hay un antes y un después de pasar un cáncer. Se ve la vida de otra manera, más rosa, y minimzas los problemas"
Siendo sanitaria maneja con más facilidad términos que a muchos hacen temblar el alma solo con pronunciarlos: carcinoma, marcadores tumorales, biopsias, cirugía... Pero aún así reconoce que el miedo, ese que se esconde detrás de cada episodio de su historia aunque intente ahuyentarlo con la sonrisa, estuvo ahí incluso antes de que le diagnosticaran la enfermedad.
"Yo estaba convencida de que iba a pasar por un cáncer de mama y siempre venía atacada a hacerme la mamografía. Ahora, me pone más nerviosa cuando voy a ver la analítica de la oncóloga, porque no solo son los marcadores tumorales, es que son tantos parámetros... Es lo que peor me pone de las revisiones".
Eso sí, como reconoce Silvia, esta pediatra apuesta siempre por "en lugar de buscar problemas, buscar soluciones" y demuestra una valentía enorme cuándo habla de su calvario como algo, en cierta forma, enriquecedor para ella: "Hay un antes y un después en la vida de pasar un cáncer y encima si has pasado por una quimio, ya ni te digo. Se ve la vida de otra manera, las ves más rosa, y problemas que antes te parecían graves ahora los minimizas. Mejor no pasar por un cáncer, pero yo lo veo como una experiencia positiva en ese sentido, porque te da una calidez humana impresionante", asegura.
Después de pasar por la consulta de tantos profesionales, Anabel tiene claro su principal consejo para quienes, a lo mejor aún sin saberlo, vayan a pasar por una situación parecida: "Como no tengas un buen radiólogo estás perdido, por muy bueno que sea el ginecólogo. Como se le pase la lesión ya la has fastidiado".
Mari Paz (54 años) - Empleada de banca
Mari Paz también descubrió su cáncer en una revisión anual. Tenía 47 años y acudió a una clínica privada a hacerse la mamografía anual. Si hubiera esperado al cribado de la Comunidad de Madrid, que arranca a los 50 años, su enfermedad hubiera sido mucho más grave, mucho más agresiva, mucho más dolorosa. Y quién sabe...
"Mi caso también fue en una revisión rutinaria anual. Me detectaron una manchita, un nodulito pequeño, de cuatro milímetros. Me hicieron una biopsia en el mes de febrero y salió negativa, pero me mandaron volver a los seis meses. En la revisión, en agosto, mi radióloga, Silvia, me dijo que no le gustaba el aspecto y que se quedaba más tranquila si la quitaba con una biopsia por vacío".
Esta empleada de banca también tiene una fecha tatuada en el alma, aunque apenas se vea en su piel una marquita de la biopsia: "Fue el 5 de agosto. De la biopsia que me hicieron en febrero con las muestras y demás, ni me acuerdo; pero cuando me llamó Silvia y me dijo lo que había, que no esperábamos... La fecha se me quedó grabada. Era positivo. No sé muy bien en qué nivel, porque todavía hoy me cuesta".
Mari Paz tiene ahora 54 años, han pasado siete desde ese doloroso mes de agosto y sigue reviviendo el miedo en cuanto habla de lo que le ocurrió. "Y ni siquiera tuve ninguna intervención ni tampoco ningún tratamiento, pero sí mucho susto", reconoce.
Silvia Pérez cuenta así su caso: "Lo de Mari Paz fue un carcinoma lobulillar in situ. Estas lesiones hace un tiempo se operaban todas, porque se consideraban de riesgo asociadas a cáncer. Pero con la biopsia de vacío pudimos extirparlo en su totalidad. Era una lesión pequeñita, detectada muy a tiempo y una vez que la has quitado por completo, ya el riesgo disminuye. Luego hemos hecho controles también con resonancia".
Utilizar la biopsia de vacío le ha permitido a Mari Paz no sólo evitar el infradiagnóstico, que a veces ocurre con estas lesiones, sino también la cirugía que siempre es una complicación extra para la paciente y para su recuperación. "Yo ya me veía en quirófano... pero se vio que la había quitado todo con la biopsia de vacío. Agradecí que no me hicieran la intervención quirúrgica porque me habían dicho que tendría que recibir algún tratamiento de radioterapia luego. Así no tuve que hacer nada y no tengo ni cicatriz", aclara.
Las cicatrices, para alguien que no haya sentido de cerca la enfermedad, podrían pensarse como algo estético, pero los expertos insisten en que dejan una huella mucho más profunda de lo que pudiéramos pensar en el día a día de las pacientes de cáncer de mama y en su futuro.
"Siempre tratamos de evitar cirugías innecesarias, porque al final la cicatriz no es sólo por fuera, también por dentro donde crea lo que en imagen llamamos una distorsión. Son una especie de estrella, exactamente igual que la forma de algunos cánceres, y, en el futuro, en las revisiones, se pueden confundir con uno o tapar una lesión que se desarrolle debajo de esa zona. En su caso, es verdad que era un carcinoma lubillar in situ, que es una lesión de riesgo, que tiene muchas probabilidades de malignizar, pero se le quitó todo con la biopsia de vacío", asegura Silvia.
Mari Paz fue de las que no se atrevió a contar mucho lo que le estaba pasando. "A mis padres no les dije nada. ¿Para qué? Ellos no podían pasarlo por mí. Se lo dije al año, cuando vine a la revisión".
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Aunque parezca mentira no es un caso aislado, advierte la doctora. Tampoco que fuera sola a las consultas. "Mi marido estaba entonces destinado en Almería, en La Legión, y cuando se lo conté me dijo que dejaba el destino y se venía a Madrid. Pero yo no quise porque mi preocupación hubiera sido mayor. Yo me decía que tenía que normalizarlo todo, por mucho miedo que tuviera".
Su intervención fue sencilla, en el momento se fue a casa y con una recuperación casi instantánea. Pero su calvario fue más psicológico y con un protagonista recurrente, el miedo. "Alguna lágrima se me caía en consulta pero era por el miedo, tenía mucho miedo. Y sigo viniendo con mucho miedo a las revisiones. Yo no he sentido absolutamente nada. No sabía que lo tenía, no supuso nada que me lo quitaran. Lo que supuso en mi vida fue pánico, miedo.", repite una y otra vez Mari Paz.
"Alguna lágrima se me caía pero era por el miedo, tenía mucho. Y sigo viniendo con mucho miedo a las revisiones"
La doctora Pérez advierte de que casos como el de Mari Paz son el ejemplo perfecto que dan un sentido completo a frases que pudieran parecer eslóganes vacíos pero que están llenos de vida, como el de "las revisiones son fundamentales para evitar la enfermedad en sí pero también para evitar tratamientos más agresivos".
"Se están desescalando cada vez más los tratamientos para evitar quimioterapias innecesarias, cirugías innecesarias. De hecho, con las plataformas genómicas pasa igual: valoran en cada caso si el paciente necesita recibir quimioterapia o no en función del riesgo. Como digo siempre, no se trata solo de vivir, sino también de vivir mejor", advierte Silvia.
Mari Ángeles (73 años) - Jubilada
Lo de Mari Ángeles es una vida salvada, literalmente, por una mamografía. Esta jubilada tenía 68 años cuando, en una revisión, vieron que tenía "algo" en la mama izquierda que "había pasado de Bi-rads®2 que es benigno a Bi-rads®3 que es posiblemente benigno". Su ginecóloga le mandó revisarlo a los seis meses y si acaso biopsiarlo.
Era diciembre, "ahora va a hacer cinco años", y quería hacerse la mamografía antes de Navidad para "quitárselo de encima", por lo que pidió cita en el MD Anderson Center donde le prescribieron una biopsia. "Y ahí me encontré a mi amiga la doctora Pérez Rodrigo, mi ángel", asegura.
Lo curioso es que es la voz de ese ángel la que pone fecha al inicio de su proceso, que Mari Ángeles no lo tiene apuntado en diciembre sino en enero, cuando le sonó el teléfono.
"Silvia me dijo que había que hacer una biopsia por tomosíntesis y no todos los hospitales tenían entonces ese aparato. De hecho, mi marido llamó hasta la clínica de Pamplona y no había. Por suerte, su padre, que es otro ángel en mi vida, trabaja en La Milagrosa, donde me la pudieron hacer. Eso sí, mientras tanto, la doctora me pidió una resonancia de mama. Yo no me había hecho nunca una resonancia de mama, además tenía el hombro mal, no podía extenderlo... pero esas imágenes le valieron para salvarme la vida".
Mari Ángeles narra tranquilamente, pero con el peso de la fortuna en el fondo de la garganta que a los dos días de la resonancia, el 9 de enero que sí tiene grabado en su memoria vital, Silvia la llamó para decirle que ya tenía los resultados: "'Hemos encontrado un carcinoma en la mama derecha', me dijo. Y yo le contesté: 'No perdona, donde habían visto algo es en la izquierda'... en la derecha nunca me habían visto nada'. Pues hubo que biopsiar las dos".
"Me mandó una resonancia de mama. Yo no me había hecho nunca una pero esas imágenes me salvaron la vida"
Efectivamente, la de la mama izquierda no era una lesión maligna y en la derecha, tenía un carcinoma ductal infiltrante. "Yo creía que me daba algo pensando que pudiera ser una metástasis, dos tipos de tumor diferentes... no sabía. Esa misma tarde me hicieron la mamografía, la ecografía y la biopsia de la mama derecha. Todo se cogió a tiempo y me operaron para quitármelo. Por suerte, no tenía afectados los ganglios centinelas y sólo me dieron radioterapia. Pero me he hecho siempre desde entonces la misma pregunta, ¿qué hubiera pasado sin esa resonancia? Pues que hubiera tenido a lo mejor una metástasis y a saber", asegura como si fuera una confesión que aún sigue dando vueltas en su cabeza. Cada paso, cada decisión, cada llamada... siguen resonando para recordarle su suerte.
Silvia Pérez explica que "en su caso, la lesión de la mama izquierda sí se veía en la mamografía: era como una distorsión que en mamas densas se solapa el tejido con la lesión. Entonces para la biopsia es mejor por tomosíntesis. Pero pensamos que mientras tanto, le podíamos hacer una resonancia y el hallazgo de la mama derecha fue casual. Un nódulo que fue positivo. Se trataba de un tumor luminal, que son los hormonales, y con radioterapia y hormonoterapia no necesita luego quimio".
La resonancia de mama es una técnica que ha empezado a implementarse no hace muchos años para clarificar casos de mama densa, joven, o donde no se ve bien la lesión. En este caso, la imagen, muchas veces, resulta imprescindible para pillar un cáncer de mama a tiempo. "A mí no me habían hecho una resonancia en la vida, ni había oído esa prueba nunca. Yo ya pensaba que la lesión que tenía debía ser muy mala y por eso me mandaban una resonancia", asegura Mari Paz, mientras escucha el relato de Mari Ángeles.
Esta jubilada estuvo acompañada en todo el proceso por su marido y por un aguante casi generacional. "Yo iba aterrorizada, pero esto es una cosa grave y hay que pasarla y no puedes estar quejándote todos los días. Si algo te va a salvar la vida, lo haces y punto. Ahora me hago las mamografías y hay veces que pienso que me voy a marear del dolor, pero se hacen y punto", resume.
Debajo del sufrimiento y del miedo, Mari Ángeles también habla de la esperanza que dan los números, esos palitos que suelen ser fríos pero que, en estos casos, se convierten en el mejor bálsamo para el alma: "Este tipo de cáncer lo asumes mejor porque el 90% de las mujeres se salvan, eso sí hay que cogerlo a tiempo. Pero no todas las mujeres tienen las mismas oportunidades de que les hagan resonancias, mamografías digitales, un seguimiento más exhaustivo... y eso hay que decirlo también".
Tengo cáncer, ¿y ahora qué hago?
Todas hablan del pavor con el que vivieron ese primer diagnóstico. No es fácil hacer un hueco a la enfermedad cuando, además, en ninguno de los tres casos hay síntomas previos con los que tu cuerpo te alerte de que algo va mal.
"Los peores momentos son sobre todo al principio, hasta que asimilas el tema de la quimio, cuando pierdes el pelo... Vemos pacientes, incluso muy jóvenes, que a lo mejor tienen niños pequeños y no se lo dicen a la familia, no saben cómo hacerlo. Y pasan varias citas y no se han atrevido. Hay que contarlo, porque van a ver que se te cae el pelo, que estás malita, y la paciente necesita que la cuiden, se tiene que permitir tener momentos malos... Sobre todo, lo que les digo, es que dejen de simular que están bien, es un doble trabajo muy duro", asegura Silvia Pérez.
"A mí me acompañaron mis amigas cuando me rape el pelo. Es un trago. Luego ya una vez que te ves calva, te da igual, e incluso te ríes, pero al principio...", resopla Anabel, la única de las tres que sufrió el proceso completo. Ella lo tiene clarísimo: "No te puedes abandonar en el miedo o en la pereza. Hay que cumplir el calendario de revisiones a rajatabla. La mamografía te salva la vida y el miedo te paraliza".
Las asociaciones de profesionales ya están pidiendo subir el cribado a los 40 años. La UE ha aprobado que se inicie a los 45 años mientras en España hay comunidades, como la de Madrid, que no lo inicia hasta los 50 años.
"A partir de los 40 hay que hacerse una mamografía al año. Estamos detectando muchos cánceres, incluso en la primera mamografía, con 40 años, y si no se ve ahí, cuando llegue a consulta ya es tarde. Eso sí, hay que ir con la tranquilidad de que puede ser que se necesiten otras pruebas complementarias porque en ese rango se dan falsos positivos pero no pasa nada", concluye.
Anabel, Mari Paz y Mari Ángeles han demostrado que saben pelear contra el miedo y hasta vencerlo en ocasiones, pero los médicos destacan la enorme capacidad de sufrimiento que tienen las mujeres y que no siempre es positivo porque hace que lleguen tarde a consulta o que carguen ellas solas con la enfermedad, como si no contarlo hiciera que nada cambiara.
De hecho, a la salida de la charla con estas tres mujeres, que hablan alto y claro del cáncer de mama, una de ellas se encuentra en el hospital, por casualidad, a una compañera de trabajo. La mujer está en shock. Le acaban de pedir más pruebas porque sospechan que pueda tener un cáncer de mama.
Nuestra superviviente le dice que esté tranquila, que si necesita cualquier cosa, hablar, que la llame. Que está en buenas manos... Ella, nerviosa, asiente. Da la sensación de que no ha escuchado nada, ni una sola de sus palabras... En su cabeza hay demasiadas emociones peleándose entre sí como para atender a la racionalidad de los datos o de la experiencia.
Cuando ya se está marchando con un automático "vale, vale, gracias" en la boca, se vuelve y sólo le pide una cosa a nuestra superviviente. "No digas nada por favor. No lo sabe ni mi familia".