Amanda Ospina es cirujana de la Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia) e hizo la especialidad en el hospital de La Paz en Madrid. Siempre le han apasionado el mundo de la neurociencia y la plasticidad neuronal, motivo por el que intenta aplicarlo en la práctica clínica.
Además, señala que los cursos de doctorado en neurociencia han sido la semilla para seguir investigando esos mecanismos neurobiológicos aplicados en las diferentes patologías. Lleva más de veinte años en España y actualmente ejerce en su consulta privada.
La doctora explica a magasIN cómo trabajar la frustración de los adolescentes.
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¿La baja tolerancia a la frustración de los adolescentes es una de las grandes preocupaciones de los profesionales de la sanidad?
Las dificultades de los adolescentes para gestionar el fracaso son una importante preocupación para muchos profesionales sanitarios, especialmente para los pediatras, médicos de atención primaria, psiquiatras y psicólogos.
Más del 95% de los pediatras están muy preocupados por la salud mental de los niños y adolescentes, ya que se han multiplicado por entre tres y cuatro los casos de ansiedad, depresión y trastornos de la alimentación desde el 2019. La tasa de comportamientos suicidas también ha aumentado un 5% en adolescentes.
Son datos de una encuesta llevada a cabo por el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, integrado por la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (SPI-AEP), la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (SEUP) y la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPAP).
¿Están los médicos formándose más que antes en este sentido?
Los especialistas admiten que no tienen formación suficiente en este tema específico en adolescentes y piden mayor tiempo en los servicios de salud mental durante su residencia de pediatría y atención primaria.
Los pediatras piden ampliar el seguimiento anual hasta los 18 años, ya que en atención primaria de adultos esos controles se pierden y quedan supeditados a que el adolescente quiera acudir a los servicios médicos y difícilmente los hacen por motivos de salud mental. El cribado de depresión y ansiedad no es fácil de seguir por lo expuesto anteriormente.
¿Qué ha pasado con los jóvenes en el COVID en este sentido?
Desde la pandemia, los adolescentes están presentando más síntomas depresivos, autolesiones y conductas suicidas.
El confinamiento y el encierro los ha llevado a una mayor exposición a las pantallas, la tecnología y a las redes sociales.
La comparación constante y estar ensimismados con ideales que parecen “inalcanzable” los llevan a estar permanentemente frustrados y aburridos con su vida.
La capacidad de lucha y de alcanzar objetivos se va mermando poco a poco hasta bloquearlos, creando mucha ansiedad porque no saben enfrentar los problemas por sí mismos.
¿Influyen la hiperconectividad, el exceso de información y la rapidez vertiginosa con la que viven su vida?
Evidentemente, el estar constantemente conectados o pendientes de notificaciones, mensajes o de lo que están haciendo los demás va anulando su propia creatividad y la concreción de sus propios objetivos de vida.
En términos generales y de forma sucinta podríamos decir que se conjugan tres factores primordiales en este fenómeno. Primero las tecnologías, estas tienen un potencial adictivo muy importante, el enganche se da fácilmente porque sus estímulos activan potentemente muchas áreas cerebrales de forma simultánea y porque esa activación involucra circuitos cerebrales de recompensa y placer mediados por dopamina.
La liberación de este neurotransmisor cerebral afecta la memoria, el sueño, la capacidad de atención, el estado de ánimo y la sensación de placer, entre otras cosas, por eso es tan adictiva. En el momento que vuelven a conectar con esta realidad de responsabilidad y trabajo diario no se generan esos mismos niveles de dopamina y, por lo tanto, es más fácil estar conectados a las pantallas que a esta realidad “aburrida” cuya velocidad de generar placer es mucho más lenta y necesita de esfuerzo para conseguirlo.
En segundo lugar, estamos hablando de estímulos intermitentes y constantes en el tiempo que atrapan la atención, generando un contexto de distracción constante, disminuyendo la capacidad de concentración y de aprendizaje.
En tercer lugar, la información de ese mundo “perfecto” para otros no es el suyo. La comparación permanente de realidades “inalcanzables” los lleva a una frustración y una baja autoestima permanente. Volviendo esto un terreno muy fácil para que la enfermedad mental aparezca fomentando personas frágiles y débiles emocionalmente.
Las relaciones interpersonales, la comunicación verbal también se ven afectadas por este fenómeno de hiperestimulación a través de las pantallas y van disminuyendo la capacidad de organización mental y emocional también. Los jóvenes en general no saben expresar que les pasa, que piensan y que sienten.
La tecnología se ha vuelto como un sedante para relajarse y olvidarse de su realidad estresante y de responsabilidades de las que se quieren evadir.
¿Qué debe hacer una madre si observa conductas poco sanas en sus hijos? ¿Cuáles son los síntomas que alertan de que algo no va bien?
Los padres cumplen un papel fundamental en la detección de conductas adictivas y depresivas en sus hijos.
La mayoría de los síntomas que se detectan en estos casos son los siguientes: aislamiento del entorno familiar y de amigos, irritabilidad, cambios en el estado de ánimo y hasta agresividad cuando no tienen acceso a las tecnologías y pérdida de interés a otras áreas cotidianas de su vida.
En el caso de la depresión están la tristeza, sensación de desesperanza, irá, sensación de inutilidad permanentemente y frustración contantes.
Si todos estos síntomas son cada vez más acusados, es importante consultar con profesionales de la salud y pedir ayuda para saberlo manejar de la mejor manera.
¿Qué hábitos se deben fomentar en la infancia para prevenir problemas futuros de frustración?
Cada paciente debe ser visto desde la individualidad, teniendo en cuenta su contexto familiar y estudiantil para lograr una estrategia de tratamiento personalizada y con un equipo multidisciplinar.
Pero en general, y esto es mi opinión personal, se deberían trabajar cuatro puntos fundamentales.
El primero es intentar evitar la exposición de esta tecnología a edades muy tempranas e intentar que tengan su propio dispositivo móvil hasta los 14 años de edad como mínimo, los expertos recomiendan los 16 años.
En caso de tenerlo ya, hay que explicarle que el móvil es de los padres y su uso depende de si cumplen las metas y objetivos marcados por estos. El tiempo de exposición a dichos dispositivos lo deben determinar los padres, teniendo en cuenta que más de dos horas al día se genera más adicción.
El segundo es que desde la infancia hay que fomentar el diálogo y la filosofía del esfuerzo, la resolución de problemas por sí mismos debe promoverse desde pequeños, obviamente teniendo en cuenta la madurez y la edad de cada niño para evitar la sobreprotección en la resolución de las dificultades.
En la filosofía del esfuerzo también se les debe permitir desarrollar la paciencia y la persistencia de soluciones ante las dificultades en objetivos alcanzables según el rango de edad para resolver el problema. Así se afrontan las dificultades sin abandonar y deprimirse.
En tercer lugar, debemos darles herramientas para hablar de sus emociones sin juzgarlos ni reprenderlos por sentirse de esa manera. También es fundamental fomentar la respiración abdominal, que resultará útil en las crisis de ansiedad y enseñar técnicas de relajación al irse a dormir que consolidan mucho mejor el sueño y el descanso mental.
El último punto sería fomentar el deporte, el arte, las manualidades y hacer actividades físicas en la naturaleza. Todo esto les permite liberar endorfinas cerebrales de forma natural sin la hiperexcitación de las pantallas, sino por su esfuerzo propio.