Entender el amor ha sido un reto desde siempre para poetas, artistas, filósofos, místicos y, muy especialmente, para la persona anónima que en su vivencia particular se enfrenta de cara, muchas veces indefensa, al temido y a la vez soñado enamoramiento. Recientemente la ciencia, especialmente la neurobiología, se ha dejado seducir por la complejidad de este reto, aportando desde su enfoque amplios y novedosos conceptos.
La neurobióloga y antropóloga Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers en Estados Unidos, es una de estos científicos centrados en desvelar los misterios del enamoramiento desde la perspectiva biológica.
En sus investigaciones se han podido ir definiendo algunos de los procesos de activación cerebral, los perfiles de neurotransmisores y las rutas cerebrales involucradas en el fenómeno del amor de pareja.
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Según la Dra. Fisher, podríamos diferenciar tres períodos en este proceso: la etapa de la atracción sexual, la del amor romántico y la del apego, sin que necesariamente tengan que ir en este orden.
En forma muy sucinta y a grandes rasgos, podríamos decir que en la primera etapa compartimos las mismas rutas que se activan en el apareamiento de los animales. Esta atracción sexual estaría estrechamente vinculada con las hormonas sexuales (estrógenos y testosterona), que aumentarían tanto el impulso de búsqueda de la pareja, como el deseo sexual.
El aumento de estas hormonas produce también sensaciones de bienestar, buen ánimo, optimismo y productividad; en el caso contrario, si las cosas no han salido bien, ansiedad, obsesión y depresión.
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Por otra parte se aumenta la secreción de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) neurotransmisores del estrés, que serían los responsables de las sensaciones de estar en alerta y por lo tanto más atentos, más despiertos, para "atrapar" a esa pareja. Al tiempo que aumenta la frecuencia cardiaca, aumentan los glóbulos rojos, la presión arterial, la capacidad muscular y la dilatación de la pupila. entre otros signos y síntomas.
Otro fenómeno reseñable, también mediado por la activación del hipocampo cerebral, sería la disminución de la serotonina. La serotonina es un neurotransmisor que podríamos describir como “estabilizador del humor”, que al estar más bajo en el lóbulo frontal, nos explicaría comportamientos poco racionales y alocados. En pocas palabras, ese amor “ciego” que no atiende a razones ni conveniencias.
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En la segunda etapa, la del amor romántico, se activan otras áreas cerebrales que se pueden superponer a las activas en la primera etapa. En la atracción sexual el impulso de búsqueda no necesariamente está limitado a una sola persona, pero en el paso hacia el amor romántico suele asentarse el proceso en una sola pareja. Según el antropólogo Eibl-Eibesfeldt, en sus investigaciones, en 853 culturas el 90% de las parejas son monógamas, y aunque en el 44% de esas culturas se permite la poligamia solo un 10% la ejerce.
Por esto podríamos afirmar que la monogamia es la modalidad predominante entre los seres humanos. Sin embargo existe un un sector de la población que se queda en la etapa de la atracción sexual sin decantarse por una única pareja. También puede pasar que las parejas no evolucionen en estas etapas a la misma velocidad o que no estén coordinadas en el proceso y esto fomentaría el cambio de parejas.
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Esta segunda etapa activa es lo que denominamos el “circuito del amor”, es decir: circuitos de recompensa y placer vinculados con la reproducción y con otros centros de regulación de lo instintivo y la supervivencia. En esta etapa es protagonista la dopamina, neurotransmisor involucrado en las adicciones. En lenguaje común sería como la “anfetamina” que aumenta la atención hacia esa única persona, creando así la dependencia y la obsesión. Por lo que si llegase a faltar esa pareja se desencadenaría un pequeño “síndrome de abstinencia”.
Asimismo, se mantiene la noradrenalina con todo su cortejo de agitación y la serotonina continua baja reforzando pensamientos obsesivos y repetitivos. Esta etapa suele durar un año y medio y suele pasar espontáneamente a la siguiente, ya que todos estos cambios químicos no pueden permanecer tanto tiempo en el cerebro. De hecho, muchas separaciones ocurren precisamente al finalizar este periodo, ya que muchas personas interpretan el nivel alto de dopamina como la “llama del amor” y su baja natural el fin del amor.
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En la tercera etapa caen los niveles de dopamina, por lo que baja la obsesión y empiezan a activarse otras áreas en el sistema límbico, especialmente vinculados con la serenidad y la calma. Los neurotransmisores involucrados son la oxitocina y la vasopresina. La oxitocina predomina en las mujeres y está asociada a los sentimientos de confianza, empatía y vínculo: aumenta su producción en el orgasmo femenino, durante el parto y la lactancia.
La vasopresina, por el contrario, predomina en el hombre y produce efectos similares de apego, ternura, unión emocional, sensación de apoyo y descanso asociados a la pareja. En esta etapa también se liberan endorfinas, otros neurotransmisores que ayudan a mitigar el dolor y a desencadenar sensaciones de satisfacción y bienestar.
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Esta etapa se alarga en el tiempo y puede reactivar en forma cíclica las otras etapas. Sin embargo, si no se ha producido esta unión emocional profunda para el momento de los cambios en los neurotransmisores, la relación puede enfriarse y desencadenar separaciones.
Esta ventana hacia el entendimiento neurobioquímico del comportamiento humano es apasionante y aporta claves interesantísimas en nuestra búsqueda de la salud y la felicidad, sin embargo la clave del éxito en el amor probablemente trascienda este conocimiento y nos obligue a seguir trabajando y esforzándonos, hombres y mujeres, en el entendimiento mutuo.
A la Doctora Amanda Ospina siempre le ha apasionado el mundo de la neurociencia y la plasticidad neuronal, motivo por el que intenta aplicarlo en la práctica clínica. Además, señala que los cursos de doctorado en neurociencia han sido la semilla para seguir investigando esos mecanismos neurobiológicos aplicados en las diferentes patologías. Lleva más de veinte años en España y actualmente ejerce en su consulta privada.