Hace tiempo que la comida basura se ha instalado en nuestras vidas. El ritmo acelerado, los horarios de trabajo infinitos y el afán por hacer muchas, muchas cosas nos han llevado a pasar poco tiempo en casa y menospreciar la comida casera. Tanto es así que la mayoría de jóvenes no sabe cocinar y no tiene interés en ello.
Cada día, nos encontramos en consulta a personas que han dejado de cocinar, comen en cualquier lugar de cualquier manera, menospreciando su organismo y sin ser conscientes de lo que una mala comida puede hacerles.
Puede que en los últimos años haya surgido una preocupación mayor por una alimentación saludable, la microbiota y las digestiones. Por el sistema inmunitario y la piel. Pero donde no se suele poner el foco es en el vínculo que existe entre el consumo de ultraprocesados y la depresión.
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A nivel usuario y sin entrar en tecnicismos, seguro que no suena muy marciano pensar que, si la comida es nuestra gasolina, según lo que comamos nuestra cabeza funcionará mejor o peor.
A nivel técnico, pero explicado en humano, esto tiene una explicación fácil. Cuando nuestro cuerpo se siente atacado (por estrés, por un virus, por una mala alimentación) produce unas sustancias que le ayudarán a defenderse (porque sí, aunque tú mismo ataques a tu cuerpo con comida de baja calidad tu cuerpo hará por defenderse igualmente) llamadas citoquinas pro-inflamatorias.
Y sí, acertaste, pro-inflamatorias significa que producen inflamación. Porque la inflamación es la única herramienta que tiene nuestro cuerpo para defenderse y repararse.
Esas citoquinas pro-inflamatorias viajan a lo largo de nuestro cuerpo, atraviesan la barrera hematoencefálica (el muro que separa el cerebro del resto del cuerpo) y llegan a nuestra cabeza. Y es así, como esas sustancias que colaboran en la inflamación empiezan a provocar problemas en tus pensamientos.
Como se refleja en este estudio científico donde se evaluó a casi 15.000 españoles durante 10 años de media, observando que después de este tiempo surgieron 774 casos de depresión y estaban altamente relacionados con el consumo de ultraprocesados y la baja actividad física.
Pero entonces, ¿qué alimentos son los que detonan ese “cuesta abajo y sin frenos”? Depende.
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Alimentos "depresivos"
Las personas que tienen problemas digestivos sin resolver, tenderán a inflamarse de forma recurrente, ya que el no poder digerir algunos alimentos propicia ese sistema de defensa.
El resto de personas, debemos preocuparnos por reducir al máximo todos esos alimentos que no forman parte de nuestra fisiología. Es decir, aquellas comidas para las que nuestro cuerpo no está preparado. Estos son principalmente:
Azúcares. El azúcar y todos sus derivados (edulcorantes químicos, naturales…) se comportan como chicles dentro de nuestro cuerpo. Se pegan a nuestras células y esto activa la defensa del organismo. Con lo que, inevitablemente, un cuerpo que consume azúcar o edulcorante se inflamará física y mentalmente.
Grasas trans. Son todas esas grasas de mala calidad, provenientes de alimentos ultraprocesados pero también de fritos (aunque sean caseros) que, al tener una alteración en su composición química, dificultan mucho la digestión y, por lo tanto, propician esa inflamación.
Alcohol. Nuestro cuerpo no está diseñado para tomar alcohol, ni siquiera una copa al día. En ambos géneros es superperjudicial, pero en el caso de las mujeres no solo tiene efectos a nivel digestivo sino a nivel hormonal. En nuestro hígado, se produce una sobrecarga que impide una buena limpieza interna, lo que colabora en la acumulación de toxinas a nivel interno y, por lo tanto, termina en una inflamación sistémica.
Lácteos de vaca y trigo. Estos seguramente son los grupos alimentarios más sorprendentes. En el caso de los lácteos de vaca, contienen una proteína que se llama Caseína A1, que en el intestino se transforma en casomorfina, una sustancia muy difícil de digerir y que produce mucha inflamación. Por otro lado, en cuanto al trigo, es un alimento alterado químicamente para crecer más rápido y sin contaminación externa, cada año se altera esa semilla para que pueda seguir reproduciéndose, con lo que nuestro cuerpo cada año se tiene que adaptar genéticamente para poder digerirlo. Spoiler: no le da tiempo. Por eso cada vez hay más personas que tienen la sensación de que el trigo les sienta mal, aunque no sean celíacos.
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Personalmente, no defiendo nunca los extremos ni el abolir en rotundo ningún alimento, pero cada día veo en consulta cómo los malos hábitos (incluido el sedentarismo y la falta de actividad física) nos sepultan mentalmente y multiplican las posibilidades de desarrollar problemas psicológicos.