Estados Unidos quería un tratado para gobernarlos a todos en el Pacífico y ya lo tiene: el Tratado de Asociación de Transpacífico (TPP). Un acuerdo de libre comercio con las principales economías del Pacífico que garantiza que se levanten las barreras proteccionistas en la región y generar una red de alianzas al margen del poder creciente de China. El dragón asiático decidió quedarse fuera de las negociaciones ante ciertas exigencias que no estaba dispuesto a cumplir, por lo que ahora ha visto cómo EEUU y Japón han construido un entramado de alianzas comerciales en las dos costas del océano.
El acuerdo viene impulsado desde la Casa Blanca y se puede considerar una victoria del presidente Barack Obama. En un comunicado emitido hoy ha explicado que “el 95% de nuestros potenciales consumidores viven fuera de nuestras fronteras, por lo que no podemos dejar que países como China dicten las reglas de la economía mundial”. El tratado reúne a 12 países: Estados Unidos, Japón, Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam, países que aglutinan en torno a un 40% del PIB mundial.
El objetivo es reducir los aranceles y establecer normas comunes de producción y comercialización entre los 12 países firmantes. El pacto se ha gestado durante cinco años en los cuales se han realizado negociaciones opacas. De hecho, los ciudadanos todavía desconocen la mayor parte de los detalles del acuerdo. “El proceso de negociación del TPP no ha cumplido los estándares más básicos de transparencia”, ha denunciado la asociación estadounidense Open The Government.
Obama ha argumentado que los ciudadanos tendrán meses para revisar los detalles del acuerdo. Pese a que el acuerdo ya esté firmado, todavía tiene que recibir la aprobación del Congreso de EEUU. El acuerdo sólo podrá ser aprobado o rechazado por la cámara, pero nunca enmendado, con lo que la Casa Blanca se garantiza la máxima celeridad posible para aprobar el tratado.
Japón también es uno de los grandes beneficiados del tratado, ya que consigue un fuerte respaldo internacional ante el empuje de China en la región. “Ayudaremos a promocionar el crecimiento regional, la prosperidad y la estabilidad con países con los que compartimos valores tales como la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de la ley”, ha explicado el presidente japonés, Shinzo Abe, recientemente. Toda una declaración de intenciones de un bloque democrático frente al avance de la hegemonía económica china.
El gigante asiático no siempre estuvo alejado del TTP, de hecho, las potencias del pacífico invitaron a China a incorporarse al acuerdo, sin embargo, las autoridades del país no estaban dispuestas a aceptar todos los requisitos de este tratado. Uno de los principales puntos de desacuerdo fue el requisito de abrir el sector financiero nacional al mundo.
Europa, lejos de su acuerdo
Mientras el Tratado del Pacífico tiene ya el broche puesto, la Unión Europea y EEUU llevan desde julio de 2013 negociando su propio acuerdo para crear una zona de libre comercio que unifique ambos lados del Atlántico. El objetivo en sus inicios fue eliminar, sobre todo, las barreras normativas con las que tropiezan los productos y servicios de uno y otro lado cuando salen de sus áreas económicas de origen. Se trataba de dar por bueno el nivel de protección que tiene establecido el contrario, tanto en lo que se refiere a protección al consumidor como en los procesos para lograr determinadas autorizaciones. Es el caso, por ejemplo, de los medicamentos, que deben replicar en Europa y EEUU los procesos de autorización previos a la comercialización.
La negociación partió con altas expectativas, casi sin líneas rojas, salvo la que dibujó Francia para que no se tocase una coma de las leyes proteccionistas que mantiene para su industria cinematográfica. Se intuían debates complicados en lo que se refería a alimentos transgénicos (mucho más extendidos en EEUU), importación por Europa de gas estadounidense extraído mediante fracking o el tratamiento de los datos personales por parte de las grandes tecnológicas estadounidenses. Aún así, Obama creyó posible cerrar el acuerdo antes de terminar esta legislatura. No será así. El pasado mes de junio, casi dos años después del comienzo de las negociaciones, el secretario de Estado de Comercio de España, Jaime García Legaz, uno de los mayores impulsores del acuerdo, reconocía en el Parlamento que casi no se ha avanzado nada en las cuestiones más relevantes del acuerdo.
Días después, el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, se veía obligado a suspender la votación sobre el último informe del TTIP en vista de la división que hay en la Cámara.
El oscurantismo mantenido durante las negociaciones no ha ayudado nada a las mismas, permitiendo que se levanten susceptibilidades en contra como la posible desprotección laboral de los trabajadores europeos o la apertura al capital privado de EEUU de los servicios públicos del Viejo Continente. El último traspiés se ha debido a la intención de establecer un Tribunal internacional que dirima los conflictos entre inversores y empresas.