Los domingos en Argentina huelen a leña y a carbón, pero desde hace unos años se asa cada vez más pollo. En los últimos cuatro años han cerrado unos 150 frigoríficos de vacuno y perdido sus empleos en el sector más de 20.000 personas. Hay diez millones de vacas menos que hace una década (son ahora 50 millones). Entonces un kilo de vacío podía costar diez pesos. Hoy cuesta sesenta o más. La inflación general acumulada desde entonces es de un 250% aproximadamente, pero la carne ha subido el doble y la principal costumbre nacional, el asado, se ha convertido en un pequeño lujo para muchos. Argentina ha reducido su producción un 15% y ya no figura entre los diez principales exportadores mundiales de carne vacuna, uno de sus símbolos nacionales. Continúa, por supuesto, siendo uno de los mayores consumidores mundiales (60 kilos anuales por persona), pero muy lejos de la vecina Uruguay, con 95. Miles de ganaderos pequeños, perjudicados por la fijación de precios, prefirieron plantar soja. La cabaña se redujo y los precios siguieron subiendo.
El segundo protagonista habitual de los asados, el vino, experimenta un trance más complejo. Se bebe más vino de gama media-alta que en 2007, pero el consumo general sigue descendiendo lentamente. Los productores, además, ya no obtienen rentabilidad. Dicen ser víctima de la política económica del Ejecutivo y su resistencia a devaluar el peso. A pesar de su declaración como ‘bebida nacional’ en 2010 por el Gobierno de Cristina Kirchner, el quinto productor mundial empieza a ver cómo se abandonan viñedos en su provincia estrella, Mendoza, la cuna del Malbec, una de las ocho capitales mundiales del vino. “Este año hay productores que ni siquiera han cosechado”, dice a EL ESPAÑOL Carlos Abihaggle, economista vinculado al sector y ex embajador de Argentina en Chile.
La viticultura argentina (fundamentalmente Mendoza, pero también Salta, San Juan o Neuquén) pasó de exportar 128 millones de dólares en 2002 a 990 millones en 2014 y fue uno de los motores de la reactivación económica propulsada por Néstor Kirchner después de la catástrofe económica de 2001-2002. Sin embargo, el aumento de los costes le ha hecho perder cuota de mercado internacional. Este año, según el diario Los Andes, se han vendido en Mendoza el doble de bodegas (22) que el año anterior. La negativa a devaluar el peso (medida altamente impopular en precampaña electoral) es el factor decisivo, coinciden los expertos, en la pérdida de competitividad del vino nacional. Especialmente teniendo en cuenta la devaluación habida en países cercanos e influyentes como Brasil, mercado tradicional de los caldos argentinos. Hoy son caros.
“El hecho de tener una inflación en dólares ha perjudicado a todas las industrias locales. El aumento de precio en los diferentes pasos de la cadena de valor no es trasladable a la exportación”, afirma a este periódico el radical Julio Cobos, vicepresidente del primer Gobierno de Cristina Kirchner, que se enfrentó a ella posteriormente durante su conflicto con el campo. “Es imprescindible recuperar la inflación de un solo dígito y recuperar la competitividad unificando los tipos de cambio”, continúa Cobos: “No puede haber un país con cinco o seis tipos de dólar” (en referencia al valor diferente en pesos argentinos de la divisa estadounidense, ya sea en el circuito oficial o en el mercado informal –dólar 'blue'–, o según para qué tipo de transacciones).
Un estudio reciente de la Universidad Nacional de Cuyo sobre la industria afirma tajantemente que el vino no es rentable para el productor primario. También alerta sobre el consiguiente y “continuo proceso de concentración de compradores” por la debilidad del sector, con la consiguiente pérdida de diversidad productiva. La exportación lleva tres años cayendo. “El excedente no vendido en el extranjero y el tipo de cambio irreal ponen en peligro la subsistencia de muchos productores”, explica Carlos Abihaggle: “Los sectores que venden y embotellan el vino van estupendamente, es la elaboración la que está en pérdidas operativas… Se están abandonando viñedos realmente”.
“Ahora mismo es más barato llevar el vino a Portugal y embotellarlo allí de camino a Inglaterra, por ejemplo, que embotellarlo en Argentina”, corrobora el ingeniero agrónomo Emilio Marchevsky, responsable de cientos de hectáreas de viñedos en Mendoza. “Seis euros por una caja allí y nueve aquí”. Marchevsky también dice ver fincas abandonadas: “Es imposible sobrevivir a largo plazo si pagas los insumos al dólar ‘blue’ [18 pesos aproximadamente esta semana] y vendes tu vino al tipo de cambio oficial [10,5]”.
Los viñedos, menos mecanizados que otros cultivos, emplean en Argentina a más de 100.000 personas y suponen un 1,3% del PIB. Ninguno de los tres candidatos a las elecciones del domingo admite en público una devaluación directa o indirecta del peso, que sin embargo da por supuesta el país entero. “La situación si no es insostenible”, advierte Julio Cobos. Ya no son tan numerosas las marchas de viñateros y cada vez más pequeños productores paran o venden su propiedad a grandes grupos. Todo está detenido, esperando a ver quién ocupa la Casa Rosada a partir de diciembre y cómo y cuándo se produce la ansiada devaluación.