En 1989, Daniel Scioli perdió el brazo derecho en un accidente mientras disputaba una carrera de motonáutica en el río Paraná. Lo que mucha gente ignora es que, un día antes, el presidente Carlos Menem navegaba despreocupado a bordo de esa misma lancha. Scioli volvió a la competición un año después y ganó ocho campeonatos del mundo en esta especie de Fórmula 1 del agua. O eso dice su página personal, porque en la web de la Federación Internacional sólo figuran dos títulos: en 1992 y 1997.
El resto son trofeos en categorías oficiosas en las que corría contra uno o dos rivales a lo sumo. Hay quien dice que contra ninguno. Poco importa. La leyenda de Scioli como el campeón del pueblo capaz de sobreponerse a la adversidad y ganar le acompañaría toda la vida. Y ha sido un filón para su carrera política, que puede encontrar su punto culminante con la presidencia de Argentina si gana las elecciones de este domingo, como presagian las encuestas.
“Nosotros somos la única pareja que ganó dos mundiales el mismo día: uno por la mañana y otro por la tarde”, me dice Fabio Buzzi, el copiloto italiano de Scioli durante 25 años. “La motonáutica no es una competición de masas. Hay muchas categorías. En algunas puede haber 20 pilotos; en otras, tres o cuatro”.
Daniel Osvaldo Scioli (Buenos Aires, 1957) es el candidato que aspira a perpetuar el legado de los Kirchner más lejos en la historia. Deportista, empresario y político, Scioli se ha movido siempre en el terreno del éxito. Su padre, José Scioli, era dueño de una conocida cadena de tiendas de electrodomésticos que quebró poco antes del corralito (2001), cuando el liberalismo salvaje de Menem hizo descarrilar negocios tradicionales, hasta entonces sin competencia.
Gracias a su fortuna, José Scioli entró como gerente en un canal nacional de televisión. Daniel le llevaba personalmente las cintas de sus carreras, que se emitían en los informativos. El país entero fue testigo de su accidente, de su recuperación y su victorias a bordo del catamarán La Gran Argentina.
Carácter ganador
Buzzi, de 72 años, es quizá la persona que mejor conoce a Scioli. La amistad que trabaron en el agua se ha mantenido a lo largo del tiempo. “Es lo que pasa cuando te juegas la vida en cada carrera: el vínculo se hace grande”, explica.
Hablan por teléfono todas las semanas. Buzzi es la conciencia de Scioli fuera de la política: un hombro sobre el que llorar y un consejero al que escuchar. Su carácter lo define con una sola palabra: “Ganador”, explica. “Su filosofía, como la mía, es que el segundo es siempre el primero de los perdedores”.
El deporte de las lanchas motoras, del que nadie sabía nada, empezó a robar espacio al fútbol en los grandes diarios del país. En Argentina, el triunfo deportivo es una canonización. Bien gestionado abre todas las puertas y Scioli supo franquearlas todas. Menem se fijó en aquel deportista que gana pese a haber perdido el brazo derecho. El presidente le regaló un patrocinio de dos millones de dólares a través de la petrolera YPF, entonces como ahora estatal.
“El salto a la política fue casi de la noche a la mañana”, cuenta Buzzi. “No era algo que tenía en mente, según creo. Pero yo sabía que con su espíritu ganador le iría bien”.
En 1997, apadrinado por Menem, Scioli fue elegido diputado nacional y empezó a trabajar en comisiones siempre vinculadas al mundo del deporte. La política descubrió una virtud poco común: la lealtad. Paradójicamente, la debacle económica de Argentina marcó su despegue definitivo. El corralito detonó la ola de protestas de las caceroladas y el “que se vayan todos”. Hasta 39 personas murieron en violentos enfrentamientos con la Policía.
La dimisión del presidente Fernando de la Rúa abrió un periodo de inestabilidad. Argentina tuvo cinco presidentes en apenas diez días. Scioli fue nombrado ministro de Deportes por Adolfo Rodríguez Saá, el segundo de ellos. Ya no abandonó el Gobierno. Rodríguez Saá duró apenas esos diez días en el cargo. En su mensaje televisado al país el día de su dimisión, el presidente compareció rodeado de su círculo de confianza. Ahí estaba Scioli, un peronista leal. Cuando Eduardo Duhalde estabilizó el poder y propuso a Néstor Kirchner para la presidencia de la nación (2003-2007), el entonces desconocido gobernador de las tierras del Sur y los glaciares eligió a Scioli como vicepresidente en su fórmula electoral.
De Menem a Kirchner
Nadie sabe muy bien por qué. Nada les unía ni política ni personalmente. Según se interpretó entonces, Kirchner utilizó a Scioli para salir del anonimato y darse el nombre que no tenía en Buenos Aires. La convivencia entre ambos nunca fue sencilla, sobre todo al principio. Pero consiguieron entenderse. Cuando Cristina heredó la presidencia, pidió un esfuerzo al vicepresidente de su marido porque necesitaba a alguien de confianza en la provincia de Buenos Aires. Scioli respondió. Se presentó a gobernador y ganó holgadamente dos mandatos consecutivos.
El hombre que llegó a la política como un paracaidista se hizo grande. Dicen que Scioli es una persona de trato difícil con sus subordinados. A menudo la pérdida del brazo le provoca fuertes dolores. En medicina se llama síndrome del miembro fantasma. Son impulsos que envía el cerebro como si el brazo siguiera en su sitio, provocando una reacción muy dolorosa en los nervios.
Scioli entró también en el circuito de la prensa rosa. Se casó, se separó y se volvió a juntar con la exmodelo Karina Rabolini. Se vio obligado a reconocer la paternidad de una hija que había rechazado durante 16 años.
El 'pichichi'
Scioli se construyó una gigantesca finca, Villa La Ñata, que es una especie de parque de atracciones. El campo de fútbol sala que alberga en su interior ha visto partidos con el presidente Evo Morales como protagonista. Le llaman Pichichi, al estilo español. El periodista Santiago Dapelo escribió en el diario La Nación que Scioli mandó construir dos palcos con estatuas de tamaño natural. En uno están Evita, el general Perón, el expresidente Raúl Alfonsín y Gandhi. En el otro, Néstor Kirchner, Bill Clinton, Nelson Mandela, el Che Guevara, Churchill y Lula.
Sobre su gestión hay opiniones contradictorias. Algunos dicen que es plana y le culpan por ejemplo de abandonar las infraestructuras de la zona más poblada del país, una y otra vez anegadas por la lluvia. Otros defienden que Scioli ha recuperado la sanidad y la seguridad para todos. Es difícil encontrar un punto de equilibrio.
Pero de nuevo, cuando llegó la hora de buscar el sustituto más difícil, la persona que iba a poner fin a doce años consecutivos de ‘kirchnerismo’, Cristina eligió al más fiel. No era el dirigente ideológicamente más próximo a ella, sino el más leal.
Las encuestas sitúan a Scioli como virtual ganador de las elecciones. La duda es si logrará el margen suficiente para evitar una segunda vuelta. Para ello necesita el 45% de los votos o el 40% con una diferencia de diez puntos sobre la segunda lista, que encabeza Mauricio Macri, según los sondeos.
Durante la campaña ha intentado distanciarse en cierto modo de su antecesora, que en los últimos años ha generado una enorme división en torno a su figura. Su jefe de prensa internacional, Alejandro Delgado Morales, lo define como un político que tiende puentes, con personalidad propia y pragmático, pero peronista. El peronismo, dice, es como la fe en Dios. No se puede explicar. En el plano terrenal, actúa como siempre le recomienda su amigo Fabio Buzzi en las cenas que comparten cada cierto tiempo en Italia.
“A Daniel siempre le doy el mismo consejo”, cuenta. “Haz lo correcto y no lo conveniente”.