El primer tren de la mañana de Bruselas a París sale puntual a las 7:43 de la mañana. Aunque tanto Francia como Bélgica anunciaron anoche el cierre de fronteras, y pese a que hace unas semanas ya hubo un intento de atentado frustrado en el Thalys, no hay ningún control de seguridad ni revisión de equipajes o documentos de viaje. En primer clase había una cuarentena de reservas y sólo han subido tres pasajeros, según cuenta el personal. Pero por lo demás todo parece normal.
Al bajar del tren en la estación del Norte de París a las 9:05 de la mañana, sí que se nota que hay un refuerzo de la presencia de policías y militares con los fusiles a la vista. Pero tampoco aquí nos controlan el pasaporte. La sala Bataclan está sólo a unos veinte minutos a pie y durante el camino parece que la ciudad se despierta como cualquier otro sábado. Es un día de otoño medio encapotado. No muy frío. Hay tráfico, gente en la calle y en las terrazas de los cafés y las tiendas van abriendo.
En la plaza de la República es cuando empiezan a verse los primeros signos de la conmoción. Es el lugar que se convirtió en el centro de la gran manifestación de condena de los atentados contra la revista Charlie Hebdo. Al pie de la estatua de Marianne, la gente ha empezado a poner pequeñas velas de homenaje a las víctimas de los ataques. Dos chicas y un chico se dirigen hacia allí para depositar flores blancas. Tenían pensado salir anoche por el barrio, uno de los que está más de moda en París, pero al escuchar las primeras noticias se quedaron en casa. Pero hoy quieren salir a la calle porque "no hay que tener miedo", cuenta una de las chicas.
A doscientos metros de la sala Bataclan se ha montado ya el control policial y no se puede avanzar más. Empiezan a concentrarse los periodistas y las furgonetas con grandes antenas para transmitir en directo. Sólo dejan pasar a los vecinos. Pero justo al lado del cordón policial hay un quiosco abierto y gente en la terraza del café. Un policía que vigila el perímetro de seguridad le explica a una mujer de unos sesenta años que la Bataclan está a tan solo unos metros. La mujer está a punto de ponerse a llorar, pero en el último momento contiene las lágrimas. Lo mismo le pasa al policía.
Mientras intentamos acercarnos más a la sala de conciertos, vemos pasar a una grúa policial que se lleva a un coche con lo que parece una perforación de bala en la ventanilla delantera. Desde el otro lado del parque que hay enfrente del Bataclan, en el que todavía queda alguna manta térmica que se utilizó para atender a las víctimas anoche, se ve que la entrada está cubierta por un gran plástico. Entran y salen personas de uniforme forense blanco. La policía le pide a la gente que circule, que no se pare.
Al otro lado del cordón policial ya hay muchos periodistas y algunos vecinos. Imène explica que estaba con su madre en la terraza del café Baromètre, en la misma acera y apenas unos metros más allá del Bataclan. "Escuchamos como fuertes golpes y enseguida tiré de mi madre para meternos dentro del café para escondernos", explica. Minutos después llegaron allí algunos de los rehenes "con sangre por todas partes, llorando". Imène dice que París vivirá durante un tiempo en un clima de "miedo" y "desconfianza", pero espera "solidaridad" para superar este golpe.
Cada vez hay más gente que deja flores, blancas y rojas, junto al perímetro de seguridad. Una chica llega con su madre, llorosa, y depositan dos ramos. Su hermana vive en el barrio. No le ha pasado nada pero están conmocionadas. Detrás de la valla todavía se ven rastros de sangre, varias zapatillas perdidas, una cazadora o un reloj.
Otro vecino, Quentin, ha salido a pasear a su perro y contempla desde lejos el cordón policial. Quentin estaba este viernes en su casa, a menos de 100 metros del Bataclan, y escuchó "muchas detonaciones". "Enseguida nos dimos cuenta de que pasaba algo raro, no parecía normal. Luego hemos visto a mucha gente que corría en la otra dirección, personas cubiertas de sangre", cuenta. Cuando llegó la policía les pidió que no salieran de casa ni se asomaran a las ventanas. "Todo el mundo está aterrorizado, pero no hay que dejarse abatir, hay que continuar con la vida, porque este clima de terror es lo que ellos quieren crear", dice.