La escena en la calle Alibert, al lado del canal de San Martin, en el norte de París, es sobrecogedora. A mediodía, las aceras delante del bar Le Carillon y del restaurante Le Petit Cambodge, situadas frente a frente, todavía están cubiertas de serrín para esconder los restos de sangre. En este punto del distrito décimo de París, uno de los que está más de moda sobre todo entre los jóvenes, murieron este viernes una quincena de personas que cenaban o tomaban una copa en la terraza y fueron tiroteadas por los terroristas.
El cordón policial ya se ha retirado y muchos vecinos se acercan a depositar ramos de flores y velas en una especie de altares improvisados de homenaje a las víctimas. Dos chicas jóvenes se abrazan y lloran. Otros dejan sus flores y se quedan brevemente contemplando en silencio el escenario de la masacre. El ambiente es sobre todo de tristeza y respeto, pese a la creciente presencia de periodistas y televisiones. Hay muchas familias con niños. Por todas partes se pueden ver huellas de los disparos: en la pared, en los cristales rotos del Carillon.
Tenemos que intentar sobreponernos y, como hicimos tras los ataques contra Charlie Hebdo, mostrar que somos más fuertes.
Caroline, de unos 30 años, y su madre Viviane estaban en casa el viernes por la noche y escucharon el ruido de las sirenas de policía y ambulancia. En un primer momento no le dieron importancia y sólo al ver la televisión se dieron cuenta de la gravedad de los ataques. Le Petit Cambodge era un “buen” restaurante donde los jóvenes y las familias del barrio disfrutaban de cena y copas tras concluir su jornada laboral.
“Querían hacer daño a todo el mundo”, dice Caroline. Su madre coincide en que nadie se esperaba un ataque en el décimo distrito, que no está entre los más populares entre los turistas, y por ello con menos seguridad que el centro, los campos Elíseos o la torre Eiffel. “Estamos asustados, nos han atacado y esto desgraciadamente va a cambiar la vida cotidiana de París, pero tenemos que intentar sobreponernos y, como hicimos tras los ataques contra Charlie Hebdo, mostrar que somos más fuertes”, explica la joven.
“Había un mar de sangre”
Esta mezcla de tristeza, miedo, rabia y deseo de sobreponerse se repite en la mayoría de los parisinos con los que hablamos. Jean-Luc es uno de los más conmocionados. Su apartamento está justo encima de los restaurantes La Belle Equipe y Sushi Maki, en la calle Charonne. A las 21:35 estaba viendo la tele con su hija adolescente y empezó a escuchar un tiroteo. De inmediato envió a su hija a un lugar seguro y llamó a la policía. Los disparos duraron al menos cuatro minutos, explica con voz entrecortada y ojos enrojecidos. Su hija le abraza cuando le ve a punto de derrumbarse.
Es una situación irreal. El ruido de un kaláshnikov es un ruido que no se olvida.
Según explica, había dos terroristas disparando prácticamente a bocajarro con fusiles. El segundo terminó la masacre “no con ráfagas sino bala a bala”. Cuando huyeron, Jean-Luc bajó a intentar ayudar a las víctimas y de inmediato llegaron los bomberos. “Había un mar de sangre y cuerpos por todas partes”, asegura. “Es una situación irreal. El ruido de un kaláshnikov es un ruido que no se olvida, es un ruido seco”, dice sin poder contener las lágrimas. Murieron una veintena de personas.
A primera hora de la tarde del sábado, la persiana de La Belle Equipe está bajada y delante los parisinos han empezado a dejar un gran número de ramos de flores y de velas. En su mayoría son jóvenes, también familias con niños pequeños. En el japonés Sushi Maki se pueden apreciar los cristales rotos por los balazos, que también alcanzaron a una pastelería y a un bar de kebab próximo.
En la calle Fontaine au Roi, en la que murieron cinco personas también tiroteadas acaban de levantar el cordón policial y todavía no ha empezado la peregrinación de gente con flores y velas. Los disparos alcanzaron al Café Bon Bière, el restaurante Casa Nostra e incluso a una lavandería situada entre los dos. El suelo está lleno de cristales rotos y se ven impactos de bala en una de las lavadoras. La policía le pide a la gente que no se acerque. Una hora antes se han llevado dos coches del lugar.
Zapatillas perdidas en la huida
La mayor masacre de la noche se produjo en la sala de conciertos Bataclan, donde murieron casi un centenar de personas. La entrada está cubierta con un gran plástico por donde entran y salen personas de uniforme forense blanco. Por la mañana todavía hay cordón policial y los agentes piden a la gente que circule, que no se paren a mirar y a hacer fotos. Por el suelo todavía hay rastros de sangre que no se han tapado, varias zapatillas que las víctimas debieron perder en su huida, una cazadora o un reloj.
Kevin relata a un grupo de periodistas que estaba con su novia dentro de Bataclan cuando se produjo el ataque y que lograron esconderse en los altillos, escapar por una trampilla con otros muchos espectadores y esconderse hasta que terminó todo: unas tres horas que se le hicieron eternas.
Luego hemos visto a mucha gente que corría en la otra dirección, personas cubiertas de sangre
Otra vecina, Imène, explica que estaba con su madre en la terraza del café Baromètre, en la misma acera y apenas unos metros más allá del Bataclan. “Escuchamos como fuertes golpes y enseguida tiré de mi madre para meternos dentro del café para escondernos”, explica. Minutos después llegaron allí algunos de los rehenes “con sangre por todas partes, llorando”. Imène dice que París vivirá durante un tiempo en un clima de “miedo” y “desconfianza” pero espera “solidaridad” para superar este golpe.
Quentin, un joven de unos 30 años, ha salido a pasear a su perro y contempla desde lejos el cordón policial. Estaba este viernes en su casa, a menos de 100 metros del Bataclan, y escuchó “muchas detonaciones”. “Enseguida nos dimos cuenta de que pasaba algo raro, no parecía normal. Luego hemos visto a mucha gente que corría en la otra dirección, personas cubiertas de sangre”, nos cuenta. Cuando llegó la policía les pidió que no salieran de casa ni se asomaran a las ventanas. “Todo el mundo está aterrorizado, pero no hay que dejarse abatir, hay que continuar con la vida, porque este clima de terror es lo que ellos quieren crear”, dice.
Normalidad fuera de las zonas de los ataques
Aparte de los homenajes espontáneos a las víctimas en los lugares de los atentados, París ha vivido este sábado con total normalidad, al menos aparente. Las tiendas han abierto, las calles están llenas de gente y el tráfico es el mismo que el de cualquier otro sábado. Excepto en algunos puntos, como la estación del Norte, tampoco se ve una presencia policial y militar reforzada. Nadie diría que la capital francesa acaba de sufrir el mayor ataque terrorista de su historia.
Las comunicaciones con el exterior también parecen funcionar con normalidad. Pese al anuncio tanto de Francia como de Bélgica de un cierre de fronteras, en el tren de alta velocidad que une las dos ciudades sigue sin haber ningún control de seguridad o revisión de equipajes y documentos. Y eso que hace unas semanas hubo un intento fallido de atentado en el mismo Thalys.