París

La base de la estatua ecuestre de Luis XIII, en el centro de la plaza de los Vosgos, está rodeada de cintas adhesivas pegadas a la piedra. Unos empleados municipales corrieron a colocarlas unas horas después de los atentados. Taparon los mensajes escritos en tinta roja contra “Israel” y “los países occidentales” con insultos de “colaboracionistas” y "culpables" de la masacre del viernes 13.

“Menos mal que hemos llamado al Ayuntamiento. Es indignante. Qué tiene que ver. Por qué mezclan todo”, se queja una mujer enjuta que mira fijamente la estatua y no quiere dar su nombre.

La plaza, a unas pocas calles del Bataclan, está en Le Marais, el barrio judío donde ni la seguridad especial ni los mensajes antisemitas son nuevos. Un poco más abajo, el museo del Holocausto está vigilado en cada uno de sus lados por militares vestidos de camuflaje y con la mano en el gatillo de sus fusiles de asalto. Una empleada explica que hay medidas de seguridad extra ahora, pero que aquí siempre hay protección especial.

Turistas posan frente a la Torre Eiffel. David Ramos Getty Images

Este lunes el museo ha abierto por primera vez desde los ataques, como otros centros culturales, la Torre Eiffel, las universidades, los grandes almacenes o las librerías. Pese a la apariencia de normalidad, la inquietud y los debates sobre el futuro se repiten.

Frente al llamado Mural de los justos, con los nombres de cientos de personas que ayudaron a salvar judíos durante la ocupación nazi de Francia, un trabajador del museo comenta con dos policías el desconcierto sobre “dónde están los terroristas”, si en Bélgica o aún en su país. El debate enseguida deriva hacia los inmigrantes “que explotan” el sistema del Estado francés y después lo atacan. 

El colegio de enfrente del museo tiene una placa dedicada a los 11.000 niños que fueron deportados de Francia a Auschwitz por el Gobierno colaboracionista de Vichy. Más de 500 niños vivían en este barrio. “Jamás serán olvidados por los alumnos de este colegio”, dice la placa. En el tablón de anuncios, junto al cartel con un dibujo del colegio y árboles de colores que anuncia las elecciones de representantes escolares, otra nota advierte con un triángulo de peligro: “Alerta atentado”. Es un aviso de Vigipirate, el plan gubernamental de lucha contra el terrorismo.

El cartelito de “alerta atentado” está pegado también en la puerta turquesa de otro colegio del norte del barrio, a unas calles de distancia de la zona de los atentados. Docenas de niños entran en la escuela de regreso de un tour escolar como los que se cancelaron este fin de semana. Muchos ríen. 

LLORAR EN SILENCIO

A las doce de la mañana, dos centenares de personas se congregan frente al Ayuntamiento igual que en toda Francia. Guardan silencio y están de pie firmes, mirando hacia la fachada mientras suenan las campanas del mediodía. Aquí no hay políticos ni discursos. La concentración es espontánea.

Un cartel en la entrada del Ayuntamiento pide la liberación de Asia Bibi, condenada a muerte en Pakistán por ser cristiana. En una ventana aún hay un papel pegado con el mensaje de "Je suis Charlie".

A varias personas se les caen las lágrimas por las mejillas pero no se oyen sollozos. Un hombre y una mujer se abrazan durante varios minutos. Él lleva unas flores blancas que le salen de una mochila. 

Algunos dejan mensajes también aquí. Son de amor. “Siento en mi corazón el latido del corazón de París”, dice un papelito amarillo enganchado con una cinta blanca en una barrera metálica. “¿Si miedo e ignorancia = odio y guerra, confianza en los demás y conocimiento = amor y paz?”, dice una pintada. Una mujer reparte un cuadernillo con el evangelio de San Juan. “Un pasaje de la Biblia, simplemente”, comenta, sin vender nada ni dar ningún sermón. 

Pasan unos minutos y la muchedumbre se dispersa. Hace frío, está nublado, como casi siempre en París, pero de repente unos rayos de sol se cuelan entre las nubes e iluminan todo el Ayuntamiento. Una turista con un velo en la cabeza le hace una foto a su marido que posa frente al edificio. 

Minuto de silencio frente a la sala Betaclan. David Ramos Getty Images

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