La ejecución el pasado 2 de enero del clérigo chií y activista político Nimr Al Nimr en Arabia Saudí ha sido la llama necesaria para avivar la tensión cíclica con Irán. Ambos países, uno estandarte del islam suní y el otro del islam chií, pelean desde hace años por colocarse al timón de la región en lo político y en lo ideológico, en lo que algunos describen como una ‘guerra fría’.
En vísperas del levantamiento de las sanciones que aislaban económica y políticamente a Teherán de la comunidad internacional, para los analistas el quid de la cuestión se resumen en una palabra: poder.
Sólo el tiempo dirá si la muerte de Al Nimr, acusado de sedición y a quien miembros de la minoría chií en Arabia Saudí describían como un ‘padre y guía’, es un punto de inflexión o un capitulo más a añadir en la cronología. Entonces se desvelará si, como dijo el propio clérigo antes de ir a prisión por última vez, su muerte fue un “motivo para la acción".
Por el momento, este sábado en la reunión extraordinaria del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) Pérsico –integrado por Arabia Saudí, EAU, Kuwait, Bahrein, Qatar y Omán– convocada después de que una turba asaltara el 3 de enero dos legaciones diplomáticas saudíes en Irán en protesta por la ejecución, sus miembros han condenado "con fuerza" y han rechazado "enérgicamente" esas acciones.
Atribuyen al Gobierno iraní la responsabilidad completa de esos actos, ya que, en su opinión, las críticas de Teherán a la ejecución de Al Nimr provocaron los asaltos. En ese sentido, el CCG condena "las injerencias iraníes flagrantes, hostiles y provocadoras en los asuntos internos de Arabia Saudí", después de que Riad aplicara sentencias contra varios "terroristas".
Además, expresa su "apoyo total a la justicia saudí y a los esfuerzos de Riad" en su lucha contra el terrorismo, así como a "todas las medidas que ha tomado en respuesta a las agresiones iraníes".
Las primeras reacciones
La reunión del CCG, celebrada un día antes de que los ministros de Exteriores de la Liga Árabe se reúnan de manera extraordinaria en El Cairo para tratar el asunto, fue convocada en medio de una ola de ‘castigos’ diplomáticos hacia Irán por ‘permitir’ los ataques contra intereses saudíes.
Arabia Saudí, Bahrein, Sudán, Djibouti y Somalia cortaron sus relaciones diplomáticas con Irán; mientras que Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait y Comoros retiraron a sus embajadores, acusando a Irán de injerir en sus asuntos internos. Jordania convocó al embajador iraní en Ammán para transmitirle su reproche y Omán, en su tradicional estilo equidistante, expresó su "profundo pesar" por los ataques, pero no rebajó sus lazos diplomáticos con la potencia chií, con la que mantiene buenas relaciones.
Por su parte, Irán prohibió todas las importaciones provenientes de Arabia Saudí. Además, denunció el jueves que aviones de guerra saudíes habían atacado la sede de su Embajada en la capital del Yemen causando varios heridos entre su personal. Dichas informaciones fueron desmentidas categóricamente por la coalición árabe que encabeza Arabia Saudí –Riad lidera desde marzo de 2015 una ofensiva militar en el Yemen contra los insurgentes hutíes, supuestamente apoyados por Irán–.
La religión, una excusa
Pese a existir un trasfondo religioso, son otros elementos los que, a juicio de la mayoría de expertos, están detrás de esta nueva crisis y de otras que llenaron titulares recientemente. Además, según Frederic Wehrey, experto de la Fundación Carnegie para la Paz, citado por The Atlantic, Arabia Saudí e Irán no son ya quienes controlan la tensión sectaria sino que se encuentran “a merced de fuerzas fuera de su control”.
El nacimiento de las corrientes suní y chií se remonta a los problemas sucesorios tras la muerte del profeta Muhammad. Los hoy llamados chiíes –minoría que representa en torno al 15% de los musulmanes– defendían que los únicos validos para liderar a la comunidad eran sus descendientes directos, mientras que los suníes –alrededor del 85% de los musulmanes– apostaban por elegir al más idóneo independientemente del linaje. Históricamente ambas ramas han convivido sin mayores problemas y en muchos países los creyentes rezan en las mismas mezquitas.
Esta división no es suficiente para explicar por sí sola la tensión regional, aunque es concienzudamente utilizada para azuzarla. Se trata más bien de la nueva posición de Irán en el mundo lo que estaría detrás de la escalada.
“Las tensiones entre ambos países vienen de lejos, incluso antes de la revolución iraní de 1979. No hay nada nuevo, pero el contexto es importante: Oriente Próximo es más caótico que nunca y la rivalidad iraní-saudí tiene el potencial de frenar las negociaciones diplomáticas sirias y desestabilizar la región de múltiples maneras. Teherán y Riad están motivados por diferencias sectarias e ideológicas, pero tal vez se más importante, por una feroz competencia por el poder e influencia en la región”, explica a EL ESPAÑOL Alireza Nader, analista del thin tank estadounidense Rand Corp.
El peso del nuevo Irán
El histórico acuerdo entre Irán y el Grupo 5+1 (EE.UU, Francia, China, Rusia, Reino Unido y Alemania) amenaza con debilitar la hasta ahora dominante posición económica, comercial, social y política saudí en Oriente Próximo en favor de sus históricos rivales locales.
El lento pero constante aumento regional de Irán también llega en un momento en el que el poder saudí está en declive, como lo demuestran sus fracasos militares en Yemen. Pese al enorme gasto en armamento y la ayuda recibida desde Washington –1.290 millones de dólares– han sido incapaces de derrotar a las fuerzas que poseen mucho menos dinero y muchas menos armas en Yemen.
Los saudíes se han opuesto a casi todas las iniciativas políticas estadounidense en Oriente Próximo en los últimos cinco años –no sólo el acuerdo Irán, sino también el apoyo estadounidense a la democracia egipcia y la resistencia de Obama a intervenir en Siria–. En opinión de Marc Lynch, analista de Carnegie, la escalada sectaria probablemente está destinada a socavar los objetivos estratégicos de EEUU en la región, tales como el acuerdo con Irán y una salida negociada a la guerra de Siria, al inflamar las tensiones en formas que hacen progreso diplomático imposible.
"El problema de Arabia Saudí no es el acuerdo nuclear, sino las evidentes influencias del mismo y la mejora de las relaciones entre Irán y Occidente", decía Keihan Barzegar, director del Instituto Iraní de Estudios Estratégicos de Oriente Medio. Para él, la ruptura de Riad con Teherán y sus intentos para crear un frente "antiiraní" en el mundo islámico no son más que manotazos de ahogado para evitar este cambio de paradigma estratégico.
La Primavera Árabe
La situación empezó a complicarse especialmente para la monarquía saudí con la llegada de la Primavera Arabe y el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes. Además de que todo cambio es visto como una amenaza para su status quo –asentado sobre una vieja alianza entre la familia real, los Al Saud, y los religiosos de la escuela wahabbi–, su éxito mostraría la eficacia de los movimientos políticos religiosos que usan la democracia para llegar al poder.
En Egipto, pese a su oposición al derrocamiento del presidente Hosni Mubarak, Riad apoyó al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF, en sus siglas en inglés) que le sucedió debido a que lo consideran un país clave para equilibrar la influencia iraní, según Ana Chagüe, investigadora senior del think tank FRIDE.
Más tarde, tras la victoria en las urnas del islamista Mohamed Mursi, supuestamente financiaron el golpe militar que le echó del poder. Los saudíes estaban preocupados por la capacidad de los Hermanos Musulmanes de alcanzar el poder tras un trabajo de base. Además, Mursi dio claras muestras de querer cambiar el mapa e invitó a El Cairo al presidente de Irán –Mahmud Ahmadineyad– en la que supuso la primera visita de un presidente iraní en ejercicio a Egipto desde 1979.
Los saudíes proporcionaron apoyo inmediato al Gobierno militar tras el golpe contra Mohamed Mursi y mantienen unas estrechar relaciones con el presidente Al Sisi. Similares movimientos tuvieron lugar en Túnez o Libia. En el Golfo, su papel más destacado fue en Bahrein, donde ayudo militarmente a sofocar las protestas ciudadanas de mayoría chií contra la monarquía suní.
Sin embargo, no todos los analistas coinciden en señalar la rivalidad con Irán como trasfondo. Para el citado Wehrey, la ejecución del Al Nimr estuvo motivada simplemente por cuestiones domésticas. Afirma que la familia real saudí quería apaciguar a los poderosos clérigos molestos por la cooperación del reino con Estados Unidos en la lucha contra el auto denominado Estado Islámico.
Además, la crisis llega mientras se libra una batalla sobre quién sucederá al rey Salman, que a pesar de haber ascendido a la monarquía el año pasado, podría no ser rey por mucho tiempo. En septiembre, The Guardian publicó una carta sin firmar de un príncipe saudí que describía una lucha de poder dentro del reino y las preocupaciones en relación a que "el rey no se encuentra en una condición estable".
El petróleo
Otro factor clave es el petróleo. Las reservas probadas de petróleo de Arabia Saudí son las segundas más grandes del mundo –detrás de Venezuela–, y las de Irán, que son las terceras. En un contexto de precios bajos y con la inminente retirada de las sanciones internacionales sobre Irán previstas para antes de mediados de año, algunos ven una maniobra para aislar a este país y que se mantenga el bloqueo.
Según Forbes, Riad quiere mantener el crudo iraní fuera del mercado. Primero, procedió a ejecutar a Al Nimr a sabiendas de que ello provocaría protestas anti saudíes en Irán. De hecho, una carta del jefe de seguridad de Riad, filtrada por activistas de derechos humanos saudíes y recogida por The Independient, pedía “máxima precaución” a las fuerzas de seguridad antes las inminentes ejecuciones. Luego, tras el asalto a su embajada y consulado, cortó las relaciones diplomáticas. Y con todo ello acrecentaban el miedo de los posibles clientes de Irán.
Fereidun Fesharaki, un ex asesor del primer ministro iraní citado por The Times, señalaba que el país está listo para poner 500.000 barriles de petróleo más al día en un mercado ya saturado. Además, algunas informaciones apuntan a que Arabia Saudí estaría recortando los precios del crudo en Europa para evitar que sus clientes opten por el producto iraní.
Con la llegada de las exportaciones de Irán, los precios del petróleo podrían caer por debajo de los 25 dólares por barril, según Fesharaki, y Goldman Sachs pronostica una caída incluso por debajo de los 20 dólares.
En este contexto, una semana después de la muerte del clérigo, Mohsen Qamsari, director de Asuntos Internacionales de la compañía nacional de petróleo de Irán (NIOC, por sus siglas en inglés) dijo que su país quiere evitar una guerra de precios y que podría hacer su desembarco en el mercado de manera gradual. Sus palabras, recogidas por Reuters, suponían un cambio importante a su plan de exportar lo más posible nada más levantarse las sanciones.
Sólo el tiempo dirá en qué se traduce todo lo anterior y a quién le beneficia a largo plazo. Desde Arabia Saudí, el ministro de Defensa y príncipe heredero al trono, Mohamed bin Salman, dijo en una entrevista con The Economist que una guerra entre Arabia Saudí e Irán “es el comienzo de una gran catástrofe en la región, y se reflejará muy fuertemente en el resto del mundo. No vamos a permitir tal cosa, por supuesto". También desde Irán, su ministro de Exteriores, Mohamed Yawad Zarif, djo que no tienen ningún interés en que escalen las tensiones.