A primera vista, los mensajes, las flores, las velas y las lágrimas de Bruselas se parecen a las de París. Hoy son delante de la Bolsa, frente a las escalinatas donde se celebran las victorias de la selección belga y las juergas del fin de semana. En noviembre fueron en la Plaza de la República.
Pero ningún sufrimiento es igual porque ninguna ciudad es igual.
La avenida donde está el edificio es peatonal y a menudo tiene flores pintadas con tizas de colores en el pavimento. Desde el martes cientos de jóvenes y no tan jóvenes escriben mensajes en las aceras, en los muros de la Bolsa, en los escalones, en los podios de los leones que presiden el edificio.
Están los clásicos que recuerdan a París. “All we need is love”, repetido varias veces, a menudo con un corazón. "Bruxelles, ma belle", en amarillo, con otro corazón, de la canción Bruxelles de 1974. "Bruxelles, Bruxelles toujours" en verde o “L’espoir, la liberté”, en azul y con rayos. Pero hay menos mensajes que en París sobre la libertad y los valores del país y más sobre la tolerancia, la religión y la variedad cultural. “In diversity we trust” (en blanco), “Belges et musulmans” (en azul), “This is not Islam” (en púrpura, con mayúsculas muy rectas y una letra en cada baldosa), “Terror has no religion” (en blanco, con la última palabra más grande).
Una carta firmada por Natalie Asad dice mezclando el inglés y el francés: “Por favor, Bruselas, ma belle, sigue siendo generosa, tolerante y respetuosa”.
En una de las alfombras más grandes de flores y velas en el suelo, hay banderas de muchos países. Turquía, Reino Unido, España, Francia, Brasil, Marruecos, Túnez. También se ve alguna de Bélgica.
EL BELGA SE LLAMA MOHAMED
En las vigilias de esta plaza está desplegada la diversidad de Bruselas, donde el nombre de pila más común ha sido durante años Mohamed. En términos absolutos, la comunidad de origen extranjero más numerosa sigue siendo la italiana. La segunda es la marroquí. Los nuevos belgas, nacionalizados, vienen de varias generaciones asentadas en Bélgica desde los años 50 y 60.
Es el caso de Leila, bruselense de una familia marroquí que llegó a la ciudad en 1965. “Era otro tiempo, otra generación”, subraya ella. Este miércoles se entretiene en la Bolsa más allá del minuto de silencio. “Tengo que estar aquí. Todos los belgas tendrían que estar aquí. Pero algunos están trabajando. Yo he podido conseguir el tiempo para venir en solidaridad con lo que pasó ayer. Estamos tristes y bajo shock por los atentados”.
Unas horas antes, Leila estaba en un metro en Arts-Loi, la siguiente parada a Maelbeek, cuando estalló la bomba. Escuchó la explosión, aunque al principio no identificó de qué se trataba. Sabía del atentado en el aeropuerto una hora antes, pero llegaba tarde después de dejar a su hijo pequeño en el colegio, estaba agobiada y en ese momento no conectó los hechos.
“Cuando nos dijeron que saliéramos del metro, no nos dimos cuenta. Oímos el sonido. Salimos del vagón y muchos se quedaron en el andén a esperar el próximo metro. Cuando vimos a todos los policías entrando, con equipos militares, salimos a la superficie”, dice. “Estaba en estado de shock. Cuando reaccioné, intenté llamar a mi madre y al colegio, pero no funcionaba la red. Estaba muy… voilà”. Leila estuvo enganchada a la televisión, pero dice que ahora siente estar “llena de información” y que intenta desconectar.
Leila trabajó para el Parlamento Europeo y ahora es empleada de una embajada. Dice que en sus viajes ha conocido Arabia Saudí, Qatar o Marruecos, pero que no querría vivir allí.
“No quiero dejar Bruselas. Es una gran ciudad. Es mi vida. Si vives en Bruselas, lo llevas en el corazón. Es multicultural. Tienes todas las comunidades, todas las religiones. Es una mezcla de muchas cosas. Muchos países están celosos de Bruselas”. “Los terroristas no tienen religión”, dice Leila, que es musulmana practicante y cubre su cabeza con un pañuelo. “Tenemos que olvidar. Si pudimos superar las dos guerras mundiales, también podemos con esto. La unión hace la fuerza”.
FESTIVAL DE DIVERSIDAD
En esta misma plaza se celebra el 7 de mayo un festival llamado Diversity Project. El organizador, Mehdi Green, ha conseguido implicar a varias embajadas.
No sabe si los atentados cambiarán Bruselas. “Depende de cada persona. Alguna gente tendrá miedo. Es posible que también algún partido lo utilice”, dice Green. “Algunos de nosotros estamos luchando con educación. No sólo depende de nosotros convivir mejor, depende de todos”. Dice que temía que pasara algo así después de las alertas tras los atentados de París. Green estaba en su estudio trabajando en el evento de mayo cuando se enteró de las explosiones en su ciudad.
Algunos lloran en la Bolsa, otros no quieren hablar. Los más parlanchines son los que han vivido el horror más de cerca.
“No lo entiendo, no lo entiendo”, repite Aziz, un taxista tunecino que vio caer sobre él los cristales del aeropuerto el martes por la mañana mientras bajaba las maletas de un pasajero.
Se quedó allí para ayudar como pudo, con consuelo o con un intento de atención médica. “Todo el mundo lloraba. Había sangre. Por mucho que veas imágenes por la tele, no es lo mismo verlo tan cerca. No he podido dormir en toda la noche. ¿Para qué hacen esto? ¿Para qué?, no lo entiendo”.