El pueblo fantasma que guarda las heridas de Oriente Próximo
Lifta es la única aldea de la periferia de Jerusalén que sobrevivió a la destrucción de las milicias israelíes.
16 mayo, 2016 01:43Noticias relacionadas
En la principal carretera que une Jerusalén con Tel Aviv se divisa un valle verde repleto de olivos en el que destacan varias decenas de antiguas viviendas palestinas. Se trata de la aldea de Lifta, antaño una de las más prósperas de la periferia de la ciudad santa, que tras la Guerra de 1948 pasó a ser la única que no fuera arrasada por los paramilitares hebreos. Por este motivo Lifta constituye un ejemplo paradigmático de la Nakba palestina, que acaba de conmemorar su 68 aniversario.
Las ruinas de este pueblo atesoran recuerdos de ese capítulo tan traumático de la historia de Oriente Próximo, como es la primera guerra árabe israelí que comenzó el 15 de mayo de 1948, en el momento en que el Mandato Británico retiró a su último soldado y dejó a las partes enfrentadas a su suerte. Una contienda que permitió a Israel hacerse con el control del 78% del territorio, mientras los palestinos apenas lograron retener el 22% restante, gracias a la ayuda de Jordania y de Egipto en Cisjordania y la Franja de Gaza, respectivamente.
Pero también atesoran recuerdos del modelo de coexistencia anterior a la guerra, que se han ido transmitiendo de generación en generación, con la esperanza de que algún día se pueda volver a recrear. Un elocuente refugiado del 48 y voluntario de la Asociación para la Protección de Lifta, Yacob Odeh, realiza visitas guiadas gratuitas al pueblo en el que nació y creció, y del que tuvo que marcharse a los 8 años de edad, al igual que otros 3.000 palestinos que salieron huyendo en cuanto se vieron rodeados por las milicias de la Haganá y del Irgún, que poco antes habían ajusticiado a una buena parte de los habitantes de la cercana Deir Yassin.
Recuerdos de la infancia
“Percibo los olores de mi infancia, a la vez que me acuerdo de mi padre, de mi madre, de los chicos con los que jugaba, de mis familiares y de la gente del pueblo”, comenta Odeh en tono nostálgico frente a un grupo de visitantes extranjeros a los que intenta explicar la tragedia colectiva palestina a través del ejemplo concreto de Lifta, a la vez que enfatiza la importancia de la transmisión inter-generacional de la memoria. “Nuestros mayores nos entregaron la bandera y nos transmitieron el mensaje, de forma que ninguno de nosotros lo olvide”, continúa en relación a la Nakba, la catástrofe nacional palestina que comenzó en 1948 y que en su opinión se prolonga hasta nuestros días.
Sin embargo, Odeh no es rencoroso y piensa que algún día la coexistencia y el ecumenismo harán posible otra forma de vida en la que la ocupación israelí se desvanezca e impere la democracia y la igualdad para todos. “Musulmanes, judíos y cristianos viviendo dentro de un mismo Estado democrático que creemos entre todos, donde no haya ocupación y todos seamos libres bajo el sol”, añade.
Pero dejando a un lado la nostalgia y la utopía, Odeh enfatiza la inminencia de un problema mucho más real y cercano que hipoteca el futuro de su querida Lifta. En estos momentos, la principal amenaza para la adecuada conservación de su patrimonio arqueológico, arquitectónico y natural es la construcción de una línea férrea de alta velocidad que necesita de la elevación de pilares de grandes dimensiones que romperán la armonía del paisaje y acabarán con el silencio del valle.
“Aunque las autoridades digan lo contrario la puesta en marcha de este tren no va ayudar para nada al desarrollo de Lifta, sino que es un proyecto para el desarrollo del área metropolitana de Jerusalén”, asegura este septuagenario de forma crítica. A día de hoy la aldea sigue desierta, pues el Estado de Israel impide que los habitantes originales de Lifta y a sus descendientes que vuelvan a sus casas. Lo máximo a lo que pueden aspirar es a poder visitarla de forma esporádica y efímera, para así no entrar en conflicto con los okupas israelíes que residen en algunos de los edificios con la correspondiente connivencia del Ayuntamiento de Jerusalén.
68 años después Israel no ha derruido los edificios de dos y tres plantas –que siguen en pie aunque sin puertas ni ventanas– pero tampoco ha permitido el retorno de sus habitantes originales, a pesar de estar mandatado a ello por las resoluciones 181 y 194 de Naciones Unidas. Contrario a lo que se podría pensar –dado el fenómeno de colonización de los barrios palestinos de Jerusalén Oriental por el movimiento de colonos judíos– los que se han instalado en Lifta no son colonos ideológicos, sino meros okupas de conveniencia. Jóvenes escindidos de familias problemáticas, sin techo o drogadictos, que así no tienen que pagar alquiler. Sólo el combustible con el que alimentan los generadores eléctricos que les permiten iluminar las casas y operar los electrodomésticos.
Riqueza hídrica
El agua en cambio les sale gratis, pues Lifta es rica en fuentes naturales y aguas subterráneas, tal como se ve en las dos pozas de granito que destacan en el centro del pueblo. Una limpia y apta para el baño de los visitantes, mientras que la otra se encuentra estancada. Lo que aunque parezca mentira dado lo sucia que está, no es impedimento para que algunos ultraortodoxos se acerquen a ella para practicar sus baños rituales (Mikbeh).
Durante la época del Mandato Británico Lifta una de las zonas más ricas de Jerusalén gracias a sus fuentes naturales y aguas subterráneas, que permitían a sus habitantes cultivar más de un tercio de su superficie y aseguraban la irrigación de los cultivos durante las cuatro estaciones del año. Además de sus más de 1.500 olivos cultivaban diferentes árboles frutales, así como cereales como el trigo y la cebada, que luego vendían en el principal mercado de Jerusalén.
Según el Director de la Asociación para la Protección de Lifta, Dia´a Muala, “muchos de los habitantes originales de Lifta se reubicaron en otros barrios de Jerusalén Oriental y tienen el carné azul (a diferencia de los de Cisjordania, cuyo carné verde les restringe su entrada en Jerusalén), por lo que sería muy sencillo que retornaran a su pueblo y rehabilitaran sus viviendas. Esto, que aparentemente sería bastante sencillo de organizar desde el punto de vista logístico sin embargo se torna imposible desde el punto de vista político, pues obligaría a Israel a reconocer su responsabilidad jurídica en la expulsión de los refugiados –entonces unos 750.000, que con el paso de las décadas han aumentado hasta 5 millones, de acuerdo a las estadísticas de la UNRWA (agencia de NN.UU. para los refugiados palestinos)– y el expolio de sus propiedades.
“El derecho del retorno no puede perderse si hay millones de palestinos reclamando su ejercicio, de acuerdo al legado que heredamos de nuestros padres y abuelos, y que transmitimos a nuestros hijos y nietos” agrega Muala, que en el marco de la conmemoración de la Nakba asegura que los palestinos no pueden abdicar de su derecho del retorno a sus lugares de origen. Tampoco a su derecho a recibier una compensación económica en el caso de verse reasentados en el emergente Estado de Palestina en el caso de que finalmente se produzca un acuerdo de paz con Israel.
Patrimonio de la Humanidad
A pesar de las resoluciones de las NN.UU. y de las convenciones internacionales de la que Israel es signatario –de Ginebra, Lausana y La Haya, entre otras– hace unos años el Ayuntamiento de Jerusalén quiso poner en marcha un gran complejo urbanístico de más de 200 nuevas viviendas sin otorgar ningún tipo de compensación a sus propietarios legales, pero la Asociación para la Protección de Lifta que dirige Muala se lo impidió personándose ante los Tribunales de Justicia.
Los habitantes originales de Lifta se sienten de momento tranquilos pues el Tribunal Supremo de Israel emitió un dictamen impidiendo cualquier tipo de urbanización en la zona –que además de las viviendas incluía un centro comercial, una sinagoga y un hotel– aunque muchos palestinos piensan que está decisión podría cambiar en el futuro. Tal como demuestran otros precedentes como los registrados en el barrio de Siluán adyacente a la ciudad vieja de Jerusalén, los colonos utilizan todo tipo de argucias jurídicas con tal de conseguir su objetivo. Por ejemplo, podrían declarar Lifta como parque nacional protegido, lo que les posibilitaría la expropiación de su usufructo aunque la propiedad legal siguiera siendo de los palestinos.
Por ello, la Asociación para la Protección de Lifta le pidió a la Autoridad Nacional Palestina que utilizara su estatus ante la UNESCO obtenido a finales de 2011 para que Lifta sea declarada Patrimonio de la Humanidad. También han logrado que el capítulo israelí de UNESCO aceptara a finales de 2015 la inclusión de Lifta dentro de una lista tentativa para nuevas declaraciones de protección patrimonial. Esta sería pues la única fórmula de preservar este emblemático paraje que alberga la memoria de un guerra, el exilio de todo un pueblo en 1948.