Exhaustos y ávidos por beberse un vaso de agua fría llegan el alcalde de Castrillo Mota de Judíos, Lorenzo Rodríguez, y los miembros de la delegación que le acompaña, al centro de peregrinos Notre Dame de Jerusalén. No en vano han realizado una visita guiada por las empedradas, y casi siempre empinadas, calles de Ciudad Vieja durante uno de los días más calurosos del mes de junio. Después de tomarse un refrigerio y antes de sentarse para el almuerzo este periódico tiene la oportunidad de hablar con ellos.
“Para nosotros llevar el nombre anterior era como llevar una losa”, asegura Rodriguez en relación al nombre anterior del pueblo que regenta, Castrillo Matajudíos, que evoca el pasado de tintes antisemitas del Burgos de comienzos del siglo XI. Un anacronismo que fue sustituido por el de Castrillo Mota de Judíos tras celebrar el año pasado un referéndum popular entre los 60 habitantes del pueblo y recibir la correspondiente aprobación de la Junta de Castilla y León. “Me han llamado judíos de todo el mundo, incluso llorando, agradeciéndonos lo que estamos haciendo por recuperar la memoria del pueblo a pesar de las dificultades”, añade este hombre campechano.
“Fue increíble ver a representantes de todas las comunidades sefardíes del mundo cuando se juntaron allí. Le sorprendería ver la cara de alegría de la gente por ver lo que estábamos haciendo”, continúa, en referencia al momento en que el pueblo recibió a sefardíes procedentes de ciudades como Nueva York, Buenos Aires, Caracas, París, Seattle, Salónica, Lyon, Lisboa, Niza, Estambul y Bogotá. Estos alabaron el gesto del municipio en un emocionante reencuentro con sus raíces, en el marco de la III Cumbre Erensya, la tercera edición de los encuentros bienales de las comunidades e instituciones de la diáspora sefardí, organizados por el Centro Sefarad-Israel. Una institución que ha acompañado a la delegación municipal de Castrillo en el proceso de hermanamiento.
El alcalde pronuncia estas declaraciones después de formalizar el vínculo institucional con la localidad de Kfar Vradim –que en hebreo significa “Pueblo de las Rosas”- y está ubicada en la Galilea– este pasado domingo. Un partenariado que tiene como finalidad el desarrollo de la cooperación económica, cultural y social en el ámbito bilateral. Entre otras acciones, promoverá la colaboración en la investigación de los yacimientos arqueológicos de ambas localidades, así como el desarrollo de un Centro de Interpretación de la Cultura Sefardí en el Camino de Santiago, el aprendizaje del castellano y del hebreo, y la celebración de encuentros de amistad entre los ciudadanos de ambos lugares.
“Su alcalde es una de las mejores personas que he conocido”, destaca Rodriguez de Sivan Yehieli, su homólogo de Kfar Vradim. Un pueblo que fue sugerido por el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, fundado en 1979 a partir de la visión revolucionaria de un empresario israelí que soñó con convertir una zona rural a 14 kms del Líbano en un vergel de riqueza y desarrollo. Hoy es una localidad con un parque tecnológico de reconocido prestigio internacional y con un nivel socioeconómico muy por encima de la media del país.
“A mí lo que más me impactó durante mi estancia en Madrid fue cómo el deseo de cambio de una realidad, con valor y coraje, salió de su propia gente", añade el ex-embajador de Israel en España, Alon Bar durante el almuerzo. Siendo impulsor de esta iniciativa, el diplomático recuerda cómo el alcalde de un diminuto pueblo burgalés de nombre "poco adecuado", según palabras del diplomático, pensó en cambiarlo y en hermanarse con una localidad israelí. “Tenemos que interpretarlo no sólo como algo relacionado con nuestro pasado, sino sobre todo con nuestro futuro, porque el hermanamiento entre los dos pueblos crea nuevas oportunidades comerciales, industriales o culturales”, apostilla Bar, quien desde el principio pensó en la próspera Kfar Vradim para el proyecto del alcalde español por estar igualmente en "una zona rural, agrícola que quiso cambiar y prosperar", apostilla Bar.
"Pensar que apoyar esta iniciativa es apoyar la política del gobierno israelí es una tontería", continúa Bar en relación a las críticas y protestas recibidas en localidades cercanas a Castrillo Mota de Judíos cuando comenzó a impulsarse desde el consistorio la idea del cambio de nombre.
"Un día apareció la esvástica nazi en el cartel del pueblo, dos veces ha habido que quitarlo. Hasta ahora no lo habíamos denunciado, pero ahora sí porque la gente mayor del pueblo tenía miedo de dónde podía llegar todo esto", sigue Rodriguez poco antes de que los platos de hummus, las ensaladas y las pizzas llenen la mesa.
Etimología del toponímico
El nombre de Castrillo Matajudíos no hacía justicia a un asentamiento que precisamente desciende de una antigua judería fundada en el siglo XI, durante el reinado de Sancho III de Castilla. El origen del pueblo se remonta al año 1035, cuando 500 familias judías fueron expulsadas de la cercana Castrojeriz, el bastión comercial de la región, y reubicadas en una pequeña colina o “mota” donde fundaron una comunidad judía cuyos restos hoy están fosilizados en el territorio. "Lo que hemos encontrado son sobre todo restos de viviendas, de calles empedradas, cultura material, cerámica especialmete", explica Àngel Palomino, arqueólogo que trabaja en las excavaciones financiadas por la Junta de Castilla y León y cuyo fin es rescatar las raíces de un pueblo cuyos habitantes terminarían siendo judíos conversos. "Las conversiones fueron muchas en esa zona. Había una presión social y económica muy importante. También por un sentido de la oportunidad cuando ser judío estaba perseguido", añade el investigador.
Esta comunidad, situada junto al Camino de Santiago, conoció su esplendor en los siglos XII y XIII, iniciándose en el siglo XIV una lenta y progresiva decadencia hasta el decreto de expulsión de 1492 para todos todos aquellos judíos que no se convirtieran al catolicismo. A mediados del siglo XVI hay constancia de documentos en los que ya se le nombra como Castrillo Matajudíos, un cambio de denominación que probablemente responda, según indica Lorenzo Rodriguez, "a la presión ideológica" y la persecución que tanto la Inquisición, como la sociedad castellana en general ejercían sobre los descendientes de los judíos conversos.
Pero pasados más de tres siglos, los habitantes de Castrillo han decidido cambiar una realidad y cumplir con la voluntad popular regresando a su nombre original, en un acto de justicia histórica. “La decisión se adapta a la nueva realidad y al reencuentro de España y los judíos”, recalcó recientemente el presidente del Consejo de la Comunidad Sefardí jerosolimitana, Abraham Haim. “Los habitantes de esta localidad quieren reconocer su pasado sefardí y deben sentirse orgullosos de este reconocimiento por cuanto forma parte de esta identidad”, añadió este hispanista, quien aprovechó su última estancia en Castrillo para entregar a Lorenzo Rodríguez la Medalla que conmemora las cuatro sinagogas sefarditas del Barrio Judío de Jerusalén, en un acto que tuvo lugar en el Ayuntamiento y en el que participaron los 60 vecinos del pueblo. Una población minúscula que, como tantos pueblos castellanos, sufrió durante décadas la emigración desde las zonas rurales a las ciudades. "Te regalamos el terreno para tu vivienda", se lee en la página web del ayuntamiento.
Terminado el almuerzo, el alcalde Lorenzo Rodríguez, dos de los concejales del ayuntamiento, el ex-embajador de Israel en España, Alon Bar, y el Director del Centro Sefarad-Israel, Miguel de Lucas, suben a la imponente terraza del centro de peregrinos Notre Dame para hacerse una foto.
Siglos después de ese nombre maldito de "matajudíos", el alcalde y los descendientes de aquellos que fueron obligados a convertirse se reencuentran con Jerusalén, la ciudad que cada judío ya sea jerosolimitano o se encuentre en la diáspora, tiene siempre presente en sus celebraciones. La delegación de Castrillo Mota de judíos regresará ahora a su pueblo que ya tiene nombre nuevo.